Días pasados el grupo Hamas, de la resistencia palestina, llevó a cabo una operación militar, denominada Tormenta de Al-Aqsa, que vuelve a tensionar en un grado máximo la situación en Medio Oriente. La prensa capitalista occidental inmediatamente reaccionó presentando la situación como un “deleznable acto terrorista” de fanáticos musulmanes “sedientos de sangre”, sin considerar la historia y el marco general en que se inscribe todo ello. “La operación palestina reveló un colosal fallo de inteligencia, que dejó al régimen israelí sorprendido por la entrada de combatientes de la resistencia a través de la frontera sur y el lanzamiento de miles de cohetes”, expresó Reza Javadi. 5,000 cohetes exactamente, muchos de ellos, según revelaciones luego acalladas, comprados en el mercado negro al “heroico” gobierno ucraniano dirigido por Volodimir Zelensky -el más corrupto de toda Europa, según la misma Bruselas declaró en su momento-, cohetes disparados hacia los poblados de Ashqelon, Ashdod y Tel Aviv, los cuales produjeron una mortandad calculada en alrededor de 1,000 personas. La respuesta del régimen israelí no se hizo esperar, ejecutando operaciones de alta precisión matando inmediatamente alrededor de 1,500 civiles en la Franja de Gaza, zona ocupada por el sionismo ultraconservador, “la cárcel al aire libre más grande del mundo”, según suele decirse. Todo ello es preparatorio de una muy probable incursión de Tel Aviv por vía terrestre, lo cual causará más daño y dolor a una población palestina crónicamente golpeada y humillada por el Estado de Israel. Una vez más, la situación medio-oriental vuelve a ser un polvorín, donde la gente de pie es la que aporta las mayores cuotas de sufrimiento. La relatora especial de Naciones Unidas sobre los Territorios Palestinos Ocupados, Francesca Albanese, alerta de “otra limpieza étnica en masa” por ocurrir en Gaza, implementada por Tel Aviv.
Ahora bien: no todos los judíos, habitando en territorio israelí o diseminados por el mundo, aprueban esa masacre implementada por el gobierno sionista de Tel Aviv. “Los crímenes del gobierno fascista israelí, destinados a sostener la ocupación, están conduciendo a una guerra regional. Tenemos que detener esta escalada. En estos tiempos difíciles, repetimos nuestra condena inequívoca de cualquier ataque contra civiles inocentes e instamos a todas las partes a detener a los civiles en el ciclo de violencia”, se expidió el Partido Comunista de Israel luego de la amenaza de Netanyahu de aplastar a los palestinos de la Franja de Gaza. Junto a ello, aunque los gobiernos tratan de impedirlas, por todo el orbe se desarrollan manifestaciones de abierto apoyo al pueblo palestino y de repudio a los ataques israelís.
La prensa capitalista occidental, absolutamente regenteada por Estados Unidos, alza la voz contra la “brutalidad” del llamado “fundamentalismo islámico”, pero calla los crímenes israelís. El doble rasero, la inmoralidad llevada a un grado máximo, estalla aquí en cada palabra de un funcionario o politólogo “democrático” de Occidente: la invasión rusa a Ucrania es deplorable, criminal, sanguinaria…, pero no lo es la ocupación judía de Palestina. el Primer Ministro Benjamín Netanyahu asumió su cargo el 20 de diciembre de 2005, acumulando ya casi 20 años en el poder; eso es democrático, pero no lo son las presidencias de Vladimir Putin, o de Nicolás Maduro, o en su momento la de Fidel Castro. Parece que el mundo que muestra la corporación mediática capitalista es distinto a lo que puede verse con otra perspectiva; así hay misiles nucleares “buenos” -los ofrecidos ahora por Washington a Israel, por ejemplo, para defenderse de la “perversidad palestina”- y “malos” -los de Corea del Norte.
Las represalias del gobierno de Netanyahu, asesinando cuanto civil palestino encuentre en el camino, parece justa y necesaria. Ni un solo político de las democracias capitalistas dice una palabra en contra. Pero ¿no es eso una carnicería, similar a los campos de concentración del nazismo? “Destacamos que es imposible “gestionar” el conflicto o resolverlo militarmente. Sólo hay una solución: luchar para poner fin a la ocupación y reconocer los derechos legítimos del pueblo palestino y sus justificadas demandas”, declaran los comunistas israelíes. No puede dejar de mencionarse que el actual gobierno se hallaba bajo fuertes presiones populares por políticas no aceptadas por la población israelita. Se dice -lo cual, de momento, es imposible de verificar- que el Primer Ministro supo del posible ataque de Hamas, pero no hizo nada en su contra (lo cual hace recordar al Pearl Harbor de 1941 o la caída de las Torres Gemelas en Nueva York en 2001). De ese modo, Netanyahu logró detener las protestas en contra de su administración, fomentando este espíritu patriótico hacia el agresor externo. Los chivos expiatorios siempre son una buena salida.
II
Declaró vez pasada Sergei Gornostayev, soldado israelí que se negó a tomar parte en uno de los tantos conflictos de Israel con El Líbano: “Comencé lentamente a comprender el sentido de las políticas israelíes y de la ocupación, y empecé a involucrarme, más o menos activamente, en la acción política de la izquierda. También decidí negarme a prestar el servicio de reserva. Creo que lo obvio y más irritante de esta guerra es su falta de sentido. Para todos está claro que no hay conexión entre los dos soldados capturados por Hezbollah y la operación en El Líbano. Hoy, después de un mes, incluso ni los ministros recuerdan mencionar a esos pobres muchachos, y están buscando justificaciones para el conflicto”. Es decir: hay más de un judío que no avala la agresión que realiza Israel contra los palestinos, ni contra ningún punto del Medio Oriente, aunque la imagen mediática dominante es que todos los judíos están en una guerra -justa y necesaria, por otro lado- contra sus vecinos.
El pueblo judío ha sido, desde el legendario éxodo bíblico, un colectivo marcado por la exclusión, la persecución, el escarnio. Proceso milenario que concluye con el Holocausto a manos de la locura nazi, donde murieron seis millones de sus miembros, es decir, alrededor de una tercera parte de su población mundial en ese entonces. Sin ningún lugar a dudas, su historia como pueblo ha sido sumamente sufrida, como la de tantos otros grupos en la humanidad.
Hoy día el Estado de Israel lleva a cabo una política de terrorismo y agresión pavorosa; nada, absolutamente nada lo puede justificar, y las tropelías que comete contra el pueblo palestino son tan atroces como las que sufrieran los judíos en los campos de exterminio de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué ha pasado ahí? ¿Cómo puede explicarse esta mutación tan asombrosa en tan poco tiempo? Parece ser cierto aquel aforismo psicológico que indica que se repite activamente lo que se padeció pasivamente. “Los árabes”, expresó el ultraderechista ex mandatario israelí Ariel Sharon, “sólo entienden la fuerza, y ahora que tenemos poder los trataremos como se merecen”; “y como solíamos ser tratados”, agregó con mucha perspicacia el politólogo palestino-estadounidense Edward Said.
El Premio Nobel José Saramago dijo recientemente que “Israel está haciendo perder el capital de compasión, de admiración y de respeto que el pueblo judío merecía por los sufrimientos por los que pasó. Ya no son dignos de ese capital”. Afirmación fuerte, excesiva quizá. No se puede decir que “el pueblo judío” está llevando adelante esta política, que en realidad es una política de Estado que pretende consolidar una ocupación permanente sobre los territorios palestinos que Israel ilegítimamente anexionó con violencia en 1967 y que, pese a una enorme cantidad de resoluciones de Naciones Unidas, se niega a abandonar. Política que se ha profundizado con los programas de asentamientos de colonos israelitas en el territorio ocupado, con la construcción de un muro para asfixiar la viabilidad futura de Palestina y, finalmente, con la sistemática comisión de asesinatos selectivos a los que cada vez nos tiene más acostumbrados, donde campea exultante la más odiosa impunidad. Es el elenco gobernante, aupado por todas las administraciones estadounidenses, no importa si sean republicanas o demócratas, el verdadero responsable de toda esta situación explosiva, que termina siempre con montañas de muertos. Lo es, en el marco de una connivencia del imperialismo de Estados Unidos, que hace de Israel su punta de lanza en Medio Oriente. También hay voces judías que piden terminar con esta locura militarista, con la política anexionista, sectores que buscan una paz genuina. Una visión tendenciosamente simplificada -y maniquea- de la situación de esta región del planeta pretende hacer ver la lucha entre judíos y árabes como consustancial a la historia, como una vieja disputa entre hermanos que compartieron un ancestral territorio, marcados por diferencias religiosas. Pero en verdad este conflicto no es religioso, ni tampoco étnico, por cuanto los palestinos son tan semitas como los judíos y durante siglos han convivido en paz. Es un conflicto de proyectos estratégico-militares, internacional y territorial, con grandes intereses económicos de por medio, y que se anuda con vericuetos psicológicos muy complejos donde no está ausente algún mecanismo por el que las históricas víctimas juegan ahora el papel de victimarios. Algo así como “su venganza como pueblo”.
Desde su nacimiento como Estado independiente el 14 de mayo de 1948, la historia de Israel no ha sido sencilla. En realidad, si bien amparándose en el deseo histórico de un pueblo paria de tener su propio territorio, surge como estrategia geo-imperial de las grandes potencias occidentales, Gran Bretaña y Francia entre las principales, con los intereses petroleros como trasfondo. La vergüenza, la admiración y el respeto que hizo sentir el Holocausto de seis millones de judíos, preparó las condiciones para que ese nacimiento pudiera tener lugar. Una “compensación histórica”, podría decirse. Claro que no debe dejar de mencionarse la asimetría de poderes que se juega ahí: muchísimos pueblos, en la sangrienta historia de la humanidad, fueron masacrados (indígenas de todo el continente americano a manos del imperio español y luego de la naciente nación estadounidense, matanzas en Namibia a principios del siglo XX, genocidio en Ruanda, masacres en la ex Yugoeslavia, genocidio rohinyá en Birmania, las ejecuciones colectivas de Pol Pot en Camboya, asesinatos en masa de Japón en China a inicios de la Segunda Guerra Mundial, 25 millones de soviéticos ante el ataque nazi, genocidio de griegos a manos del imperio otomano, exterminio de dos millones de armenios por musulmanes, y la lista puede continuar). Pero el pueblo judío, dado su indudable poder económico en el mundo capitalista moderno, ha hecho del Holocausto en los campos de exterminio nazi la más mediática de todas esas atrocidades. Por ejemplo: ¿cuántas películas se han hecho de las 626 masacres de población maya durante los años de la guerra interna en Guatemala? ¿Por qué la cabeza visible -el verdugo que cumplía las órdenes de sus amos- perpetradora de esos delitos de lesa humanidad, el general Efraín Ríos Montt, nunca cumplió la pena que le impuso un tribunal (80 años de prisión inconmutable), y los jerarcas nazis, derrotados que fueran, terminaron castigados en los juicios de Nuremberg, y al día de hoy se les sigue castigando? Todo somos iguales…, pero hay algunos más iguales que otros. ¿Vale más un judío que un maya?
III
En un primer momento el Estado de Israel no jugó el papel que actualmente se le conoce; por el contrario, trató de mantener una política de neutralidad entre los bloques de poder. Pero ello duró poco; para comienzos de los 50 comienza a alinearse con una de las potencias que libraban la Guerra Fría: los Estados Unidos, y la doctrina de la neutralidad es desechada. En 1951 el premier israelí David Ben Gurión propuso secretamente enviar tropas de su país a Corea del Sur como ayuda a la guerra librada por Washington contra la pro soviética Corea del Norte. Pero durante la década de 1950 Estados Unidos no estaba interesado en fomentar la inestabilidad del Medio Oriente, cuyas principales zonas de interés coincidían con los intereses inmediatos del mayor grupo petrolero norteamericano en el Golfo Pérsico y en la Península Arábiga. Por eso en esa época los aliados estratégicos del militarismo israelí fueron Francia y Gran Bretaña.
Luego de la Guerra del Sinaí de 1956 la situación regional empezó a preocupar a la administración de Washington, con Eisenhower a la cabeza. Para ese entonces comienzan a caer los regímenes monárquicos apoyados por Gran Bretaña, y en su lugar se da el ascenso de proyectos militares anti-occidentales que acudieron a la ayuda militar soviética. Kennedy fue el primer presidente estadounidense que le vendió armas a Israel, y a partir de 1963 comenzó a forjarse una alianza no oficial entre el Pentágono y los altos mandos del ejército israelí. Esta supeditación de los intereses nacionales a la lógica del enfrentamiento entre las por ese entonces dos superpotencias globales por zonas de influencia y control en el Medio Oriente no sólo reprodujo la lógica del conflicto árabe-israelí, sino que echa mano -sin saberlo seguramente- de esa trágica historia del paso de víctima a victimario: “ahora que tenemos poder los trataremos como se merecen”, así como fuimos tratados nosotros en la Shoa. Si se quiere -la psicología lo dice y la historia lo confirma-, es muy fácil encontrar enemigos y fantasmas a la vuelta de la esquina (he ahí nuestra trágica condición humana: “El infierno es el otro”, dirá Sartre). Desde ese momento el joven Estado de Israel pasa a ser la vanguardia estadounidense en esa convulsa región, importantísima para los intereses estratégicos de la Casa Blanca (reserva petrolera y zona de contención de su archirrival, la Unión Soviética).
Para inicios de los ‘70 del siglo pasado en Estados Unidos se calculaba que ya había alcanzado su techo de producción petrolera doméstica (el pico, en realidad, se alcanzó en el 2006), por lo que las reservas de Medio Oriente pasan a ser, cada vez con mayor empeño, de importancia vital para su proyecto hegemónico. En esa lógica -lamentable para los judíos, importante para la estrategia expansionista del Estado de Israel, que no es lo mismo- Tel Aviv entrará a desempeñar un papel decisivo en la lógica estadounidense. Tanto, que comienza a ser -y lo sigue siendo hasta la fecha- su “niño mimado”.
No es ninguna novedad que Israel vive, en muy buena medida, de la “cooperación” estadounidense: 3 mil millones de dólares al año (el 17% de la ayuda externa mundial entregada por Washington). Por un complejo anudamiento de intereses, el lobby hebreo de la super potencia -con un gran poder de cabildeo, sin lugar a dudas- ha conseguido que tanto la administración federal como importantes sectores de la iniciativa privada, destinen ingentes recursos al país asiático. La inversión, por supuesto, no es gratuita. Israel, más allá de sectores pacifistas de los que también hay, como Estado nacional cumple a la perfección su mandato, no muy oculto por cierto, de defender intereses extrarregionales: es el gendarme armado hasta los dientes que la geoestrategia estadounidense destina a la región (algo así como lo es Colombia en Latinoamérica, el reaseguro militar del Pentágono, aún con Petro en la presidencia). Esta operación militar-policial en gran escala que las fuerzas israelíes efectúan con la más campante impunidad no tiene por objeto -como pomposamente se declara- impedir atentados terroristas (de hecho, de ser ése su objetivo, ha fracasado estrepitosamente, y lo sucedido días pasados lo muestra), sino aniquilar la militancia palestina -“todos los palestinos son sospechosos de terrorismo”- como paso necesario para disciplinar a este pueblo, al que se pretende seguir ocupando y controlando, y a toda la región en definitiva. En otros términos: sirve como mensaje. Las potencias europeas, cada vez más un triste furgón de cola de Estados Unidos, hacen el coro a Washington y condenan con vehemencia al fundamentalismo islámico, poniendo a Israel como la gran víctima.
La inestabilidad, los conflictos y las guerras periódicas son el medio funcional para el florecimiento de los negocios de las corporaciones de la industria de armamentos y de las grandes empresas petroleras. Lo trágico en este anudamiento de intereses complejo es el papel al que se destina a un pueblo tan sufrido históricamente como el judío. Por supuesto que la generalización a que nos invita Saramago puede ser peligrosa: no todos los judíos son el epígrafe de Ariel Sharon, ni el actual Netanyahu. Pero no hay dudas que los preceptos de la psicología obligan a seguir la reflexión: dadas las circunstancias todos podemos pasar del Dr. Jekyll a Mr. Hyde. El Estado de Israel nos lo recuerda patéticamente.
¿Por qué el Estado de Israel se ha transformado en una potencia agresora, militarista, invasora? ¿Por qué esa guerra perpetua que mantiene con sus vecinos árabes? ¿Por qué está armado hasta los dientes, y siempre dispuesto a utilizar ese armamento? Dicho sea de paso: con un potencial nuclear –oficialmente negado y siempre imprecisamente conocido– que lo coloca como la cuarta o quinta potencia atómica del mundo, con alrededor de 400 cabezas atómicas.
¿Qué ha pasado ahí que el colectivo judío, de víctima de una segregación histórica milenaria, y víctima de las peores atrocidades durante el período nazi en la Alemania de los años 30 del siglo pasado, pasó a ser ahora un azote para sus vecinos árabes del Medio Oriente? ¿Cómo y por qué ha pasado de víctima a victimario? Su posición de potencia militar regional, su alta belicosidad, el martirio a que somete al pueblo palestino, ¿tiene que ver con un real derecho a defenderse, o hay algo más? ¿Es legítima defensa contra el “monstruoso terrorismo” al que se ve sometido? Dicho sea de paso, más allá de la insidiosa campaña mediática que ha transformado al siempre mal definido terrorismo en una nueva plaga bíblica, los datos duros indican que debido a acciones que podrían llamarse “terroristas” muere un promedio de 12 personas diarias en el mundo, el 0,1% de los que mueren de hambre (¡en un mundo donde la comida sobra y muchas veces se bota a la basura!)
IV
La prensa occidental de las grandes corporaciones mediáticas nos tiene acostumbrados a presentar la convulsa situación del Medio Oriente como producto del terrorismo islámico del que es víctima el estado de Israel. Pero como dijo Adrián Salbuchi: “Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel han declarado a Hamas y Hezbollah como «organizaciones terroristas». Conviene recordar, sin embargo, que el origen de las Fuerzas de Defensa Israelíes (el Ejército de Israel) surge de la fusión en 1948 de tres grandes organizaciones terroristas: los grupos Stern, Irgun y Zvai Leumi que previo al surgimiento del Estado de Israel, perpetraron crímenes terroristas como el asesinato del mediador de la ONU en Palestina, Conde Bernadotte (organizado por la guerrilla a cargo de Ytzakh Shamir, luego primer ministro israelí), y el ataque terrorista con bombas en 1947 contra el Hotel Rey David de Jerusalén, sede de la comandancia militar británica (perpetrado por la guerrilla de Menahem Beghin, luego también primer ministro israelí). Una de dos: o todos estos grupos -Hamas, Hezbollah y Ejército Israelí- son catalogados como «fuerzas de defensa»; o son todos catalogados como «grupos terroristas»”.
Conviene recordar también que las voces más racionales surgidas entre judíos, como la de Ytzakh Rabin, ex primer ministro que buscaba un entendimiento con sus vecinos árabes, fueron silenciadas por los fundamentalistas guerreristas que tienen secuestrado el Estado israelí. Rabin -como dijo Saluchi- “fue acribillado a balazos en Israel NO por un terrorista musulmán; NO por un neonazi; sino por Ygal Amir, un joven militante sionista israelí estrechamente vinculado al movimiento ultra-derechista de los colonos, y próximo al Shin-Beth, el servicio de seguridad interna israelí”. Si alguien no quiere la paz en esta zona, parece ser el gobierno israelí precisamente.
No todos los judíos avalan esta política agresiva y pro-estadounidense. Hay voces, como la de Ytzakh Rabin, como la del soldado Sergei Gornostayev citado más arriba, y la de tantos otros, que no comparten el sionismo ultra derechista que busca ser el gendarme nuclear de la región, haciéndole el juego a los intereses petroleros estadounidenses y británicos.
“Toda la humanidad se encuentra horrorizada ante el terrible sufrimiento en el Medio Oriente. Inocentes de ambos lados están siendo barridos en un espiral de al parecer interminable derramamiento de sangre. El mundo busca una solución. El reclamo de Israel de representar a los judíos del mundo vincula a todo nuestro pueblo a los actos de violencia del estado en contra del pueblo Palestino. Esta es una frustrante y vergonzosa mentira. Nada puede estar más alejado de la realidad. No hay necesidad para los judíos de ser vistos como los enemigos del mundo islámico”, dice la organización judía no gubernamental “Judíos contra el sionismo”. De todos modos, esas voces quedan silenciadas dentro del mismo Estado de Israel, y opacadas en el concierto internacional. El discurso oficial dominante es que Israel es víctima del ataque indiscriminado del fundamentalismo musulmán, siempre sanguinario y visceralmente antijudío.
¿Qué es el terrorismo finalmente? ¿Poner una bomba en un lugar público? ¿Atacar un país en nombre de la libertad para robarle sus recursos? ¿Hacer de la fabricación de las armas el principal negocio del mundo? Si Israel está enclavado en esta problemática zona como baluarte del antiterrorismo, evidentemente su función no se cumple muy bien que digamos, porque los grupos integristas, en vez de disminuir, crecen a diario. Se podría llegar a decir que el capitalismo occidental necesita del siempre mal definido “terrorismo”, mediáticamente vinculado al “fundamentalismo islámico”. Como dijera el politólogo pakistaní Lal Khan: “este virulento fundamentalismo es la culminación reaccionaria de las tendencias que, en la época moderna, caracterizada por la política y la economía mundiales, intentan recuperar el islamismo. En los años cincuenta, sesenta y setenta en el mundo musulmán existían corrientes de izquierda bastante importantes. En Siria, Yemen, Somalia, Etiopía y otros países islámicos, se produjeron golpes de Estado de izquierdas, y el derrocamiento de los regímenes capitalistas-feudales corruptos llevó a la creación del bonapartismo proletario o estados obreros deformados. En los demás países también hubo movimientos de masas importantes encabezados por dirigentes populistas de izquierda. En el clima de la Guerra Fría algunos de estos dirigentes, como Gamal Abdel Nasser, incluso desafiaron al imperialismo occidental y llevaron a cabo nacionalizaciones y reformas radicales. A partir de ese momento, una de las piedras angulares de la política exterior estadounidense fue organizar, armar y fomentar el fundamentalismo islámico moderno como un arma reaccionaria contra la insurrección de las masas y las revoluciones sociales. (…) Después de la derrota de Suez los imperialistas dieron prioridad a esta política. Gastaron ingentes sumas de dinero en operaciones especiales dirigidas por la CIA y el Pentágono. Suministraron ayuda, estrategia y entrenamiento a estos fanáticos religiosos. La mayor operación encubierta de la CIA en la que ha estado implicado el fundamentalismo islámico ha sido en Afganistán.” El siempre mal definido terrorismo es un “monstruo” que ataca la libertad y la democracia, así como el narcotráfico representa el cáncer a combatir en Latinoamérica. Parecen más creaciones mediáticas que otra cosa: la industria bélica necesita enemigos y, casualmente, ahí están ellos siempre listos para ser combatidos.
Junto a ello es de destacar lo perverso de las religiones, acrecentado en forma exponencial por el uso “malintencionado” que se puede hacer de ellas cuando se las transforma en meras estrategias políticas, alimentando fundamentalismos que lo único que logran es obnubilar -más aún- el espíritu crítico en las masas, tanto en las escuelas coránicas de los integristas musulmanes como en el ultra ortodoxo sionismo judío. O también en cualquier otra religión, como puede apreciarse en el neopentecostalismo evangélico que adormece a las masas latinoamericanas.
El sistema capitalista, y en especial el imperialismo estadounidense, su indudable vanguardia, necesitan la guerra. Ello es negocio (70,000 dólares por segundo a nivel mundial produce este business). Un Medio Oriente en llamas es buen negocio para el complejo militar-industrial norteamericano, que es quien fija la política exterior del país. Eso tiene implicancias geopolíticas: control de las reservas petroleras, posibilidad de desestabilizar los suministros hacia China, negocio para los fabricantes de armas. Israel cumple una misión histórica para el sistema capitalista occidental, por eso los “amos del mundo” le toleran impunemente todas estas infames tropelías.
Los judíos, pueblo históricamente marginado y aborrecido, se merecen
algo más que un Estado como el que manejan los genocidas sionistas hoy
en el poder, tanto en Tel Aviv como, en buena medida, en Washington. El
grito de ¡Palestina libre! es un llamado a la justicia universal.
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