Carlos Bonfil
Nada permitía suponer que los temas y la complejidad narrativa de esta novela pudieran interesar de modo especial a una realizadora como Elisa Miller, autora de un sobresaliente cortometraje, Ver llover (2007), premiado con la Palma de Oro en el Festival de Cannes, pero fuera de ello también de una breve filmografía sin distinciones particularmente memorables. Lo cierto es que la relaboración que la cineasta y su coguionista Daniela Gómez hacen del material literario de Melchor es un gran acierto. No sólo consigue la adaptación restituir la riqueza idiomática y el vertiginoso flujo verbal de los personajes, plagado todo de expresiones populares, picarescas y soeces, sino manejar de modo notable, gracias a la edición de Paulina del Paso y Miguel Schverdfinger, los diversos saltos temporales que en la novela se suceden con naturalidad y destreza. Hay también en el trabajo de la cinefotógrafa María Secco y en la música original de Héctor Ruíz una captura estupenda de las atmósferas exuberantes y turbias en esa suerte de purgatorio tropical en espera siempre de la furiosa embestida de los huracanes.
Elisa Miller ha sabido esquivar una de las mayores tentaciones empobrecedoras de una parte del cine mexicano que suele optar por el tremendismo al narrar historias semejantes a la que hoy propone Fernanda Melchor, y para ello ha considerado conveniente limar, por ejemplo, muchas de las asperezas de lenguaje que en la novela funcionan muy bien, pero que en el cine inevitablemente provocarían un alúd de risotadas fáciles a manera de reflejo automático. De modo similar, son acertadas las decisiones de casting que propician interpretaciones espontáneas y muy verosímiles a cargo de actores no profesionales, quienes encarnan con mucha naturalidad a sus personajes, muy alejados del artificio de aquellas caracterizaciones forzadas, por parte de comediantes reconocidos, que imaginan, con candor, cómo viven sus experiencias diarias los habitantes de comunidades indígenas o muy marginales. Elisa Miller revela, por otra parte, una habilidad particular para manejar situaciones delicadas, potencialmente escabrosas, como los lazos de complicidad afectiva que se tejen entre los personales masculinos (el vividor oportunista Luismi / Andrés Cordaz, y su retador y pretendiente reprimido Brando / Ernesto Meléndez) al explorar un homoerotismo manejado aquí de manera sutil e inteligente. Una mención especial merecen los personajes de Yesenia, La Lagarta /Paloma Alvamar, y de Norma / Kat Rigoni, dos extremos femeninos de una malevolencia en la frustración y de una inocencia corruptible en la adversidad. En cuanto a La Bruja –ese ser inasible entre lo grotesco y lo vulnerable–, todo la hace suponer producto de la imaginación de un García Márquez o del delirio desbordado de un cuadro de Goya.
Temporada de huracanes se exhibe en Cineteca Nacional, Cine Tonalá, Cinemanía, en salas comerciales y en la plataforma Netflix.
https://www.jornada.com.mx/2023/11/05/opinion/a07a1esp
No hay comentarios.:
Publicar un comentario