Este
verano decidí apartarme de mi vida cotidiana en la ciudad de México
para redactar un texto pendiente. Opté por mudarme algunas semanas a
una población del Estado de México que, si bien no podría considerarse
remota, lamentablemente todavía vive excluida de varios servicios,
entre ellos internet.
Llevé
sin embargo conmigo un teléfono celular, el cual, según la compañía que
me da servicio desde hace 12 años, ofrece conexión para recibir y
transferir datos en casi cualquier parte del país. Al cabo de dos
semanas tomé una comunicación de Iusacell advirtiéndome que había
excedido mi limite de uso para dicho servicio. Una señorita muy amable
grabó su voz para indicarme que debía llamar a su centralita. Así lo
hice y otra mujer, también muy dulce, me informó que, por haber
sobreusado los megas dispuestos en mi contrato me iban a cortar el
servicio.
Interrogué
entonces por la dimensión del exceso: respondió la gentil dama que
debía pagar un peso por cada mega de más y que mi acumulado para ese
momento significaba la friolera de 30 Gigas. (Un Giga se compone por
mil megas).
Aterrado
pregunté porqué habían tardado tanto en darme aviso o, en su caso, en
cortarme el servicio. Con la misma candidez, la voz respondió que, por
estar fuera del DF, ellos no tenían por costumbre ofrecer a sus
clientes esa insignificante información. Fue así como me enteré del
fatal quebranto que cayó sobre mis finanzas en esta temporada que
supuestamente debía ser de solaz y esparcimiento.
Sólo
por obsesiva curiosidad reporteril acudí con la competencia. En Telcel
me anunciaron que, si insistía en ser un marginal, ellos podrían
proporcionarme un dispositivo para transferir hasta 10 Gigas de
información al mes, por aproximadamente 600 pesos. También me indicaron
que no tendrían el equipo necesario para ello hasta pasados 45 días.
Sirva
esta anécdota personal para ilustrar, no sólo los abusos, sino la
dimensión maltrecha de los servicios de internet en México. Hoy tres de
cada 10 hogares mexicanos tienen computadora; de ellos, sólo dos de
cada 10 están conectados a la red.
En
una era donde tal conexión tiene implicaciones directas sobre cómo las
personas se integran a la sociedad del conocimiento, al mercado, a las
oportunidades y al esparcimiento, el tema no es menor.
Si
en México se vive fuera de las grandes ciudades, internet es un
privilegio. El país está mal conectado, el servicio de transferencia de
datos es carísimo, la velocidad es infame y la infraestructura que
debería estar ensanchando la banda de transmisión es ridícula para
nuestra talla geográfica y poblacional.
Frente
a esa circunstancia, las políticas para desarrollar las tecnologías de
la información habrían de cumplir, al menos, con dos criterios:
diversificar el número de empresas proveedoras y abaratar
sustancialmente los costos para el consumidor.
A
la luz de esta circunstancia es que se vuelve increíble la decisión del
gobierno de la República que quiere enterrar en un litigio infinito la
banda 2.5 GHZ, hoy en posesión de la empresa MVS.
La
autoridad argumenta que tal empresa no quiso pagar lo que cualquiera
otra habría ofrecido en países como Inglaterra o Alemania. Responden
los potenciales expropiados que si cubriesen esos costes, el consumidor
mexicano terminaría de nuevo esquilmado en su muy precario patrimonio.
Hasta
que no se aclarase el punto, MVS optó por invertir poco dinero para
desarrollar la banda; razón esgrimida ahora por el gobierno para la
recuperación. Mientras el pleito dura, esta frecuencia fundamental
dormirá como Blanca Nieves: en espera de que un príncipe iluminado la
saque del pasmo.
Tanto
peor, la actual decisión gubernamental podría dejar fuera a MVS del
mercado de la transferencia de datos. Con ello, las empresas que ya
están en el sector serían las únicas beneficiadas por el brillante
desplante gubernamental; es decir que este mercado terminaría contando
aún con menos jugadores.
Si
por algo el Estado mexicano puede ser patético es porque con frecuencia
hace justo lo contrario a lo recomendable. Al parecer sólo importa lo
que los intereses más pudientes definen, mientras al resto de los
mortales nos toca sufrir las consecuencias de su despreciable
capitalismo de cuates.
Analista político
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