Ricardo Rocha
Detrás de la noticias
El Programa Nacional de Infraestructura sí va en serio, podría cambiar el rostro de la nación. Por lo pronto, es la inversión más cuantiosa en la historia de este país: 7.7 billones de pesos, que por cierto suenan a poquito, hasta que se traducen al cristiano y se extienden a 7 millones de millones 700 mil millones de pesos. Al presentarlo en Los Pinos, con el bombo del gabinete y la mayoría de los gobers, el propio presidente Peña Nieto dijo que es como si cada uno de los mexicanos aportáramos 70 mil pesos para las obras que necesita el país.
Y es precisamente en ese punto donde debiéramos iniciar un debate serio y con visión de futuro: ¿Cuáles son realmente las obras que necesita el país? De acuerdo con lo informado ayer, los rubros están muy claros y denotan las prioridades del actual Gobierno. La inversión –que será pública, pero también privada– se enfocará en seis áreas: energía, 3.9 billones; desarrollo urbano y vivienda, 1.8 billones; comunicaciones y transportes 1.3 billones; obras hidráulicas, 415 mil millones; turismo, 180 mil y salud, 72 mil.
El programa incluye la construcción y ampliación de aeropuertos como Tlaxcala, Hidalgo, Cancún, Chetumal, Nuevo Laredo y Toluca. Igualmente se propone la modernización de 5 mil 242 kilómetros de autopistas. Total, una carta a Santa Claus en el mes de abril. Ahora falta que nos cumpla.
Aunque ese, a mi entender, no es el enigma. El problema es la carta misma; lo que contiene y lo que excluye. Por supuesto que nadie podría oponerse a dejar atrás el tercermundismo de aeropuertos de segunda y carreteras de cuarta; aquí hemos sostenido hasta la saciedad que es impensable un país con grandes reformas, mientras sigamos teniendo carreteras ineficientes y hasta criminales.
Sin embargo, extrañan omisiones fundamentales: ¿cómo es que no hay una asignación significativa y hasta gigantesca a la educación? ¿De verdad este Gobierno cree que es suficiente una reforma educativa extraordinaria, como la que ha propuesto, sin un presupuesto igualmente extraordinario? ¿Quienes pusieron los numeritos ignoran que la gran palanca que cambió el destino de Corea del Sur, Singapur y la India, fue precisamente la educación?
Otra ausencia notoria y preocupante es la producción de alimentos. Sí, ya sé que me dirán que las obras hidráulicas irán en su beneficio y que hasta el aumento en la fabricación de fertilizantes en el ramo de energía también contribuirá a ese propósito. Pero sigo pensando que todavía falta el entendimiento pleno de que nuestros déficits en la materia –cada vez importamos más granos básicos– no son un tema meramente comercial, sino un asunto de Estado.
En los últimos 30 años, pasamos de productores a compradores, además de seguir confrontando el reto del hambre con las viejas gafas de la subsidiariedad y el reparto a los pobres. Ha faltado en cambio la visión amplia, contemporánea y además probada en el ámbito internacional, de que una gran Estrategia Alimentaria Integral no sólo nos llevaría a utilizar óptimamente 2 millones cuadrados de territorio y el doble en el mar, sino que además sería un gran negocio. Tan productivo como lo es para los países que han entendido la importancia geoestratégica de la producción de alimentos y cotizan en la correspondiente Bolsa de Chicago.
En síntesis, creo que todos los mexicanos tenemos derecho a opinar sobre la carta a Santa Claus. Después de todo, se trata no sólo de los recursos que aportamos o generamos todos y cada uno, sino del destino de la nación entera. No propongo un farragoso mecanismo de discusión de posturas partidistas. Pero creo que al menos el Gobierno está obligado a escuchar. Si su propuesta es de buena fe, debe suponer que las críticas y sugerencias también lo son. Porque ¿a alguno de ustedes le preguntaron?
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