En
febrero de 1982, ante una crisis económica que daba al traste con el
llamado “milagro mexicano”, nuestra moneda se devaluó de 28.50 a 46
pesos por dólar. Para intentar paliar los efectos de la crisis, el
gobierno ordenó aumentos de emergencia a los salarios del 10, 20 y 30
por ciento en marzo; pero, como era de suponerse, no todos los patrones
y dueños de las fábricas y las empresas obedecieron el decreto
presidencial de quien un mes antes había prometido defender el
circulante “como un perro” sin lograrlo.
Una de esas empresas fue
Refrescos Pascual, S.A. cuyo dueño y fundador, Rafael Víctor Jiménez
Zamudio, había conseguido que la compañía suiza Tetra Pak le otorgara
derechos exclusivos de sus empaques para comercializar su producto
insignia: Boing! La negativa de Jiménez Zamudio a aumentar los
salarios llevó a los obreros a asesorarse con abogados del extinto
Partido Mexicano de los Trabajadores; en represalia, Jiménez Zamudio
despidió a 150 obreros, lo que llevó al estallido de la huelga que a
poco más de tres años de una lucha que costó la vida de los compañeros
Álvaro Hernández y Jacobo García, vio nacer a la Sociedad Cooperativa
Trabajadores de Pascual, S.C.L.
30 años después, el caso de
la Embotelladora Sidra Pino y Soldado de Chocolate en Yucatán no puede
sino recordarnos aquella lucha: el 20 de enero de 2011, 117
trabajadores se fueron a huelga porque el dueño, Víctor Erosa
Lizarraga, en principio, redujo sus salarios al 50 por ciento; más
tarde, dejó de pagarles y, por último, cerró la empresa sin haberles
liquidado, luego de haberle cedido las marcas de la misma a su hijo
(con lo que obstaculiza el embargo ordenado por la Junta Federal de
Conciliación y Arbitraje para pagar la indemnización de ley) y de
haberse dado a la fuga con la caja de ahorros de los mismos
trabajadores.
El triunfo de los trabajadores de Pascual no
hubiera sido posible sin la solidaridad, tanto de sus familias, creando
el Comité de Lucha de Mujeres, Esposas y Familiares de los Trabajadores
de Pascual, cuanto de otras organizaciones gremiales que, como el
Sindicato de Trabajadores de la UNAM, asumieron los costos de rescate
que evidentemente nadie haría desde la clase patronal y empresarial;
por otra parte, artistas de diversas disciplinas, en especial plásticos
(visuales) y escénicos, sirvieron de resonadores de la lucha de los
trabajadores, llamando la atención de la sociedad civil.
En
el caso de Sidra Pino y Soldado de Chocolate no puede ser diferente o,
de lo contrario, su lucha se perderá y con ella perderíamos todos. Por
una parte, los trabajadores harían bien en ir más allá de las salidas
que les ofrecen legisladores y funcionarios de gobierno cuando éstas se
limitan a recibir despensas, obtener capacitación laboral para otros
oficios distintos al suyo y “hacer una vaquita” para resolver la
subsistencia. Ir más allá, insisto, no rechazarlas, pues, subsistir día
a día es básico; pero, hacerse de los recursos necesarios para
apropiarse de sus medios de producción es fundamental para el triunfo.
A las autoridades federales y estatales toca hacer que se cumpla la ley
y llevar ante los tribunales a Erosa Lizarraga por los delitos que
resulten de su, por decir lo menos, dolosa actuación; no es posible
seguir postergando más el que los trabajadores reciban lo que por
derecho les corresponde por salarios caídos, indemnización y caja de
ahorros, ni puede ser la impunidad el mensaje del jefe del poder
Ejecutivo estatal en una entidad donde el 48.5 por ciento de su
población vive en la pobreza debido, entre otras cosas, a una tasa
creciente de desocupación que tiene a una de cada tres personas en edad
de trabajar en el desempleo y a más de la mitad de quienes sí tienen
trabajo en la informalidad laboral.
A la sociedad civil nos
corresponde acercarnos a los trabajadores de Sidra Pino y Soldado de
Chocolate y caminar a su lado como ellos nos lo vayan indicando. Por lo
pronto, dos iniciativas comienzan a agarrar vuelo, la una es la pieza
escénica Vestigios de una serie que Murmurante Teatro está
creando en tanto archivo documental móvil y transformacionista de las
connotaciones afectivas y simbólicas que para la sociedad de la
península de Yucatán han tenido las bebidas de la embotelladora, así
como algunas repercusiones de su desaparición; la otra es la solicitud
pública
que estudiantes de la Universidad Autónoma de Yucatán le hacen al señor
Rolando Zapata Bello, gobernador del estado, para que manifieste cuál
es su postura frente al caso e intervenga a favor de los trabajadores
en el ámbito de su competencia.
La lucha que los trabajadores
de Sidra Pino y Soldado de Chocolate tienen enfrente será titánica; no
sólo porque se están enfrentando a un delincuente de la talla de Erosa
Lizarraga, dos veces preso por fraudes contra la Unión de Crédito
Empresarial del Sureste y defraudación fiscal contra el Servicio de
Administración Tributaria por las empresas Siderúrgica de Yucatán y
Siderúrgica Yucateca, la primera de las cuales ya había sido rescatada
por el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa) al ser
absorbida su deuda de 146 millones 354 mil 389.27 pesos; sino, también,
porque las compañías refresqueras Coca Cola, cuyo grupo embotellador en
la península es Bepensa, y PepsiCo harán todo lo que esté en sus manos
para que la Sidra Pino y el Soldado de Chocolate no regresen más al
mercado.
La moneda está todavía en el aire, pero no será así
por mucho tiempo más: el desgaste ha empezado ya también a hacer de la
suyas en el ánimo de los trabajadores y, sobre todo, en la solidaridad
de una sociedad que lamentablemente parece estarse acostumbrando a la
pérdida de dos de sus bebidas más emblemáticas.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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