Grab them by the pussy.
Es la frase, ahora célebre, del candidato del Partido Republicano a la
presidencia de Estados Unidos, presumiéndole a Billy Bush (primo del ex
presidente) sobre lo que acostumbra hacer a las mujeres sin su
consentimiento, ya que, como es una gran estrella, ellas se lo permiten.
Desde que se filtró esa grabación, 12 mujeres han presentado quejas
contra los acosos de Trump, varias de ellas con testigos. Manoseadas
unas, besuqueadas otras, contaminadas todas por los toqueteos e
insinuaciones de un pelucón lascivo y depredador.
Ayer la esposa de este muy republicano sujeto, Melania, quien como
muchos de los trabajadores que construyeron la Trump Tower empezó su
carrera de migrante cobrando como indocumentada, lo defendió. La
conversación entre su marido y Bush –explicó la modelo ante las
cámaras–, no era sino boy talk. Además, en todo caso la culpa
la tuvo Billy, por darle alas a su marido. Como tantas mujeres jóvenes y
guapas que optan por casarse con hombres viejos y ricos, a Melania le
gusta hablar de su marido como si fuese un niño, travieso pero
inofensivo, y cuando Anderson Cooper, el entrevistador, objetó que Trump
tenía 59 años cuando presumió sus propensiones violatorias, Melania
asintió como diciendo ¡claro!,
a veces tengo a dos niños en casa: mi hijo (Barron, de 11 años) y mi marido.
Si Trump llegara a la presidencia, el mundo tendría que vérselas con
la misoginia desatada y desenfrenada de un plebeyo megalomaniaco. La
inmovilidad de rostro de Melania –su falta de expresión, reminiscente
del blue steel-look del modelo idiota actuado por Ben Stiller en la película Zoolander–
es la que cualquier acosador desearía para una esposa: una cara de
tolerancia infinitamente indiferente frente a la mentira como hecho
cotidiano. El aborrecimiento a Hillary, por otra parte, es el odio a la
mujer que se responsabiliza por quien es, un rechazo instintivo que
comparten no sólo los hombres que quisieran ser como Trump, sino también
las mujeres cuyo sometimiento matrimonial es un secreto a voces, como
Melania; las que transan su personalidad por la seguridad del
matrimonio, y se consuelan pensando que sus amos son
como niñosy que ellas sí saben manejarlos y controlarlos (muy a su modo).
La competencia electoral de Estados Unidos se ha transformado en un
referendo acerca del acoso sexual, por una parte, y la responsabilidad y
autoridad femenina por la otra. Lo interesante del caso, más allá del
morbo, es que el tema parece haber conseguido fracturar la opinión y el
voto de los evangélicos, que han votado de manera unificada desde la
formación de la llamada moral majority, durante la primera
elección de Ronald Reagan (1980). Así, según la agencia Pew, sólo 63 por
ciento de los evangélicos apoyarán a Trump en esta elección, frente a
79 por ciento que votaron por Romney hace cuatro años.
Hoy se notan divisiones generacionales y en ocasiones también
de género respecto de las prioridades políticas de los cristianos. Así,
en la evangélica Liberty University, fundada por el pastor de
megaiglesias y creador de la moral majority Jerry Falwell
senior, hubo una inaudita protesta estudiantil contra el rector, Jerry
Falwell junior, en que los jóvenes exigieron que el rector adoptara su
postura política a título personal, y no en nombre de toda la comunidad
universitaria. Donald Trump –decían–
promueve enérgicamente las prácticas que nosotros como cristianos debemos rechazar.En la misma tónica, Samuel Rodríguez, presidente de la National Hispanic Christian Leadership Conference, que agrupa a cerca de 40 mil congregaciones, se negó a formar parte del consejo evangélico reunido en torno de la candidatura de Trump.
Es cierto que el sector evangélico que apoya a Trump es aún
mayoritario; sin embargo, la comunidad evangélica está pasando
verdaderos problemas de conciencia en esta elección, que se notan en
diferencias y debates dentro de las familias mismas, así como en
divergencias y distancias en el liderazgo. Usualmente, el apoyo que sí
recibe Trump viene sin entusiasmo alguno por su personalidad moral, y
viene dado a cambio de una transacción política: Trump ha prometido
nombrar un conservador a la Suprema Corte, y los evangélicos temen que
si triunfa Hillary nombrará un liberal, y será ya imposible echar atrás
la legislación sobre el aborto o el matrimonio gay.
Sólo que aun en ese punto la hipocresía y el abuso del poder de Trump
están generando fisuras, porque en la generación más joven de
evangélicos hay mucha preocupación por la justicia social –por apoyar
cristianamente a los migrantes, por ejemplo, o por la defensa del medio
ambiente– y la idea de tener a un presidente antinmigrante, que no cree
en el calentamiento global y cuyos actos no se puedan siquiera discutir
frente a jóvenes estudiantes de la primaria o secundaria, parece estarse
convirtiendo en una verdadera objeción de conciencia entre muchos.
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