León Bendesky
La diplomacia comercial de México ha sido muy activa desde 1994. La Secretaría de Economía señala:
Actualmente contamos con una red de 12 tratados de libre comercio con 46 países, 32 acuerdos para la Promoción y Protección Recíproca de las Inversiones (Appris) con 33 naciones y nueve acuerdos en el marco de la Asociación Latinoamericana de Integración. Además, México participa activamente en organismos y foros multilaterales y regionales, como la Organización Mundial del Comercio, el Mecanismo de Cooperación Económica Asia-Pacífico, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos y la Aladi.
La misma secretaría concluye que México
se posiciona como puerta de acceso a un mercado potencial de más de mil millones de consumidores y 60 por ciento del PIB mundial.
Con esa extensa plataforma para el comercio y con aquel portón
abierto al mercado global es llamativo que cuatro quintas partes del
intercambio de productos y servicios esté concentrado con Estados
Unidos.
Eso no es extraño y tampoco es necesariamente negativo. Desde la
firma del TLCAN, en 1994, el intercambio con ese país mantuvo
esencialmente la misma proporción, pero cambió significativamente la
composición, pues se concentró en las manufacturas.
Se crearon redes de producción y comercio asociadas con los
requerimientos de la competitividad a escala global. México se asentó
como proveedor de algunas de las cadenas de valor en el mundo. Este
proceso tiene sus rasgos particulares y ha provocado condiciones muy
diferenciadas al interior del país: en la estructura de los sectores
productivos, las pautas del desarrollo regional, la conformación del
mercado laboral, el sistema de financiamiento y demás.
Estados Unidos exporta a México mercancías por alrededor de 235 mil
millones de dólares (mmdd) e importa alrededor de 295 mmdd. Tres son lo
principales rubros de ese intercambio: vehículos, 22 mmdd contra 74
mmdd; maquinaria eléctrica, 41 mmdd contra 63 mmdd, y maquinaria, 42
mmdd contra 49 mmdd.
Los datos del comercio exterior de Estados Unidos indican que el
déficit con México ha ido cayendo como porcentaje del PIB y del comercio
total. Este déficit se redujo de un punto máximo de 1.2 por ciento del
producto a menos de 0.2 por ciento.
Así que el TLCAN no tiene un efecto notorio en el tamaño del déficit
estadunidense. El déficit comercial está definido principalmente por el
saldo favorable a China, alrededor de 360 mmdd, a Alemania 75 mmdd y
Japón 70 mmdd.
Pero la discusión sobre las relaciones de comercio han tomado una
dirección que se aleja de este tipo de datos y, sobre todo, del sentido
económico que tienen las corrientes comerciales para ambos países. En
este asunto entra el complejo entramado del flujo de comercio y las
inversiones alrededor del mundo y la base que representa México en las
transacciones de otras naciones con Estados Unidos.
Esta circunstancia afecta ahora, ciertamente, más a México por
la postura adopta por el nuevo gobierno de aquel país. En caso de que
la revisión del funcionamiento del TLCAN reduzca el superávit que ahora
mantiene el país, el ajuste interno requerido será más grande. La
cuestión que podría ser complicada a corto plazo, pero mucho más
manejable en el mediano. Claro que nadie sabe cuál es el mediano plazo,
pues depende del tipo de medidas que se tomen para impulsar el
crecimiento de la producción y cuándo se vuelvan productivas. Pero un
cambio en el modelo general de gestión de la economía mexicana no
debería postergarse más.
Hace un par de días el economista Joseph Stiglitz afirmaba en
Colombia que América Latina tiene una oportunidad de oro para consolidar
la integración regional y las reglas de un tratado de libre comercio
sin Estados Unidos. Dicho así, en términos generales, es una apreciación
facilona. La integración económica en la región desde el siglo XX ha
estado llena de estudios, análisis y consultorías hechos por
innumerables organismos; consta de discursos y declaraciones política,
pero, en efecto, ha sido en general parcial y poco efectiva. La enorme
constructora brasileña Odebrecht sí que lo ha sido en la integración
regional de esa empresa.
El canciller Videgaray viaja a Wa-shington y Alemania en su intento
de establecer nuevas relaciones de negocios. Eso indica por dónde va la
diplomacia comercial, pero no quiere decir que la estructura de los
acuerdos establecidos en los últimos 25 años se vaya a destrabar y menos
aún que eso ocurra pronto. Es incierta la manera en que se ordenarán
las relaciones de comercio y el flujo de los capitales entre Estados
Unidos y el resto del mundo.
Un replanteamiento de los procesos de producción, generación de la
riqueza y distribución del ingreso en México habría de estar ya
explícitamente en el trabajo del gobierno, los legisladores, los jueces y
los muy diversos agentes privados y sociales que participan.
Es claro que muchos partes están activamente tomado posiciones para
tener ventaja en los ajustes que pueden preverse. Es claro también que
en muchas áreas los modos de pensamiento y las formas de actuar están
muy asentados y no serán conducentes a las modificaciones que hoy se
requieren.
Esta coyuntura puede ser muy favorable para deshacerse de los lastres
políticos e institucionales, de la corrupción y de las cansinas formas
de hacer las cosas.
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