Al banquillo, el Poder Judicial
Litigio
(social) por remuneraciones
Austeridad contra legalidad
Tribunal
avala fraude poblano
Una de las propuestas
centrales del lopezobradorismo ha entrado en un conflicto de
definiciones con el aparato tradicional de justicia. El litigio no es
menor ni secundario y va más allá del tema específico de las
remuneraciones a servidores públicos: es la reivindicación que el Poder
Judicial federal pretende hacer, en favor de sí mismo, ante la
abrumadora concentración de poder en el Ejecutivo (el presidente Andrés
Manuel López Obrador) y el Legislativo (bajo control, en los hechos, del
mismo titular del Poder Ejecutivo), más los venideros nombramientos que
en instituciones como la propia Suprema Corte de Justicia de la Nación
habrá de impulsar el combo Palacio Nacional-San Lázaro y Senado.
La contienda judicial podría resultar interesante si se desenvolviera
en un escenario de normalidad jurídica y política. Recurrir a las
instancias de justicia para impugnar un acto de poder que se considere
lesivo es uno de los derechos indiscutibles de los ciudadanos y de las
instancias de organización social, como son los partidos políticos.
Ninguna mayoría electoral, sólo por su fuerza numérica, debería
pretender frenar o satanizar la recurrencia de particulares e
instituciones ante la potestad del Poder Judicial.
Sin embargo, el escenario político y social es particularmente
adverso para el ejercicio judicial de escrutinios y eventuales
sentencias en favor de causas en las que se incluye ese mismo poder. Así
sea un exceso el estribillo propagandístico que propone al sexenio
lopezobradorista como proceso de una Cuarta Transformación del país y
así sea insostenible la hipótesis de un
cambio de régimen, lo cierto es que los poderes judiciales, el federal y los estatales, requieren una profunda transformación y un cambio verdadero, pues hasta ahora han sido, en lo general, parte del conjunto de complicidades y retorcimientos que ocasionaron la crisis de un sistema que ahora tiene en López Obrador, y sus propuestas correctivas, una oportunidad de saneamiento desde lo electoral (Morena) y lo institucional (la Presidencia de la República y el control del Congreso) sin estallidos violentos.
El choque en curso (con movilizaciones populares contra el freno a
los sueldos excesivos) es, a fin de cuentas, entre una legalidad en
bastante entredicho (la de los poderes judiciales) y una legitimidad de
índole política y social (la exigencia de austeridad en cuanto a sueldos
y prestaciones de una élite abusiva y despilfarradora). La suspensión
de la aplicación de la ley sobre remuneraciones ha sido abiertamente
rebatida por López Obrador, en un tono sin consideraciones, y por los
conductores morenistas de las cámaras, Ricardo Monreal y Mario Delgado,
quienes han hecho pronunciamientos secos, de absoluta descalificación
hacia esa decisión judicial y han advertido una virtual desobediencia
legislativa, pues han asegurado que el próximo presupuesto federal no
considerará la resolución imperativa emitida preventivamente por un
ministro de la Corte.
La controversia en curso exhibe penosamente la situación interna de
ese Poder Judicial en el que jueces, magistrados y ministros (entre
éstos Olga Sánchez Cordero, ministra en retiro, senadora con licencia y
ahora secretaria de Gobernación, pensionada con los mismos montos que
ahora tanta irritación producen) han permitido que se les identifique
ampliamente con los fenómenos de dispendio, corrupción e impunidad que
el nuevo gobierno federal pretende erradicar.
Un ejemplo de esa disparidad, entre lo que el Poder Judicial pretende
ser y lo que parte de los ciudadanos percibe, se acaba de producir en
Puebla, donde el tribunal electoral, integrante del Poder Judicial de la
Federación, ha confirmado la asignación de la gubernatura de esa
entidad a la esposa del senador Rafael Moreno Valle, quien ya fue
mandatario del mismo estado), a pesar de las múltiples pruebas de que en
los comicios de referencia hubo un escandaloso fraude electoral.
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