Carlos Bonfil
¡Queridos camaradas! (Dorogie tovarischi!, 2020), largometraje de ficción más reciente del veterano octogenario ruso Andréi Konchalovski (El primer maestro, 1965; Siberiada, 1979), tiene como fondo histórico ese episodio, aunque en rigor la acción del filme se concentra en la figura de Lyudmila (Yulia Vysotskaia), alta funcionaria soviética nostálgica de los años de plomo de Stalin, y en su rudo despertar al percibir que una de las víctimas del aplastamiento obrero que ella misma ha promovido, pudiera ser su propia hija Svetka.
Filmada en blanco y negro, la cinta evoca el extraño clima de una falsa sensación de vivir nuevas libertades democráticas, a raíz del proceso de desestalinización iniciado por Kruschev. En el guion, del realizador y de Elena Kiseleva, los dirigentes de una fábrica estatal de construcción de locomotoras responden a la huelga obrera con negociaciones torpes y en medio de una gran confusión, para verse luego desbordados por un aparato de inteligencia estatal que presiona al ejército para reprimir a los trabajadores. Al día siguiente del crimen masivo, los burócratas ordenan borrar con pintura la sangre en el asfalto, y sobre el sitio organizan una fiesta popular con la que pretenden que víctimas y testigos olviden o minimicen lo recién sucedido. Ese espurio maquillaje de la realidad vaticina ya, 60 años antes, la sofisticada simulación actual de las noticias falsas.
El intento de recuperación de la memoria histórica de ¡Queridos camaradas! tiene un antecedente en Katyn (2007), del polaco Andrzej Wajda, que denuncia la masacre, también por largos años silenciada, de miles de oficiales polacos por la policía secreta rusa en 1940. La diferencia entre ambas cintas es que el mismo tipo de horror sucede igual en tiempos de guerra que en una época de paz.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional, a las 13 y 18 horas.
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