Hacia el final del segundo debate presidencial, Xóchitl Gálvez llamó a Claudia Sheinbaum “narco candidata”. Lo hizo al menos en tres ocasiones. Más al principio de la noche, cuando apenas arrancaba el encuentro, la candidata del PRI, PAN y PRD señaló que Sheinbaum era la candidata de un “narcopartido que rinde culto a la Santa Muerte”. Muchos nos sorprendimos. Aun con sus bemoles, hasta ahora, la campaña se había mantenido en el marco de cierta civilidad política. El domingo, Gálvez la rompió.
Las palabras de Xóchitl no fueron pronunciadas en el vacío. Están inscritas en un contexto particular: la campaña que intenta vincular —todavía sin fundamentos— al presidente López Obrador y a su familia con personajes del crimen organizado, en particular con el Cártel de Sinaloa.
La campaña comenzó a principios del año con la publicación de los reportajes “periodísticos” de ProPublica, InSight Crime y Deutsche Welle. Continuó con el fallido artículo del New York Times que López Obrador logró desactivar en una mañanera y encontró complemento en la operación digital (#Narcopresidente) cuyo financiamiento se ha atribuido a la alianza opositora. A un mes de la elección, es imposible no leer la publicación del nuevo libro de Anabel Hernández, “La Historia Secreta”, como un último intento por apuntalar la narrativa que vincularía al presidente con miembros del referido Cártel.
Sobra decir que estamos, en el mejor de los casos, ante una avalancha de conjeturas. En el peor, ante una estrategia política a la que se le han inyectado millones de pesos y que intenta, a la mala, disminuir los altos niveles de aprobación del presidente López Obrador y, así, acortar la distancia entre la intención de voto por Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez.
Al día de hoy, no existe una sola prueba o testimonio creíble que permita pensar que Claudia Sheinbaum o López Obrador hayan trabajado en algún momento de su vida política para (o con) un grupo criminal. Mucho menos para el Cártel de Sinaloa. Tampoco hay evidencia de que Morena, como partido político, haya sido cooptado por intereses del narcotráfico.
Esto no niega, por supuesto, que instituciones de todos los niveles de gobierno estén expuestas a procesos de cooptación criminal. En México, desde hace décadas, funcionan circuitos institucionales que reproducen prácticas ilegales y buscan, a toda costa, la obtención de rentas criminales. A no dudarlo, en estos circuitos participan candidatos de todos los partidos, autoridades electas y burocracias locales, estatales y hasta federales. El crimen organizado ha logrado corromper parte del tejido político de nuestro país. Negarlo sería necio.
Terminar con ello es un reto inmenso, quizás el más importante que tiene el Estado mexicano. Es un problema que no puede ser trivializado.
Eso es justamente lo que hizo Xóchitl Gálvez el domingo. Etiquetar a un contrincante como “narco” es volverlo un enemigo, no solo un adversario. Es deshumanizarlo y hacerlo corresponsable de una tragedia nacional con cientos de miles de muertos y desaparecidos. Es volverlo, en automático, el otro al que hay que combatir, aplastar, eliminar.
Las palabras de Gálvez son tan extrañas como inesperadas. Hasta hace semanas decía que su plataforma buscaba “unir a México”, no separarlo. Su campaña, decía, iba en contra de la polarización impulsada por el presidente. Ahora, sin embargo, en un vuelco de 180 grados, ha decidido quemar las naves y atizar la polarización política. Corre en llamas buscando hacer al otro arder.
El debate de Gálvez me recordó una vieja historia que recuperó Gay Talese en su último libro Bartleby y yo, reflexiones de un viejo escribiente. Trata de un doctor rumano que en 2006 voló su mansión en Nueva York con él adentro para evitar entregársela a su exesposa tras un duro divorcio. Antes de explotar la mansión, el doctor envió un email a su ex mujer con una triste despedida. Decía: “Cuando leas esto tu vida habrá cambiado para siempre. Te lo mereces. De una cazafortunas te transformarás en una buscadora de basura y cenizas […] “Siempre querías vender la casa, y yo siempre te dije que sólo dejaría la casa cuando me muriera”. Así quiere irse Gálvez: explotando todo alrededor.
En una campaña política se valen muchas cosas, pero no todo. La civilidad política es un valor democrático. En un país como el nuestro, las candidatas no pueden señalar a la otra de “narco” para escalar en las encuestas. Gálvez se da cuenta, pero etiquetas como ésas lastiman en lo más profundo las bases de legitimidad del Estado mexicano. Es un precio alto por pagar para subir un par de puntitos en las encuestas y garantizar un par de escaños más a los diputados del PRI, PAN y PRD. Allá ella.
Carlos A. Pérez Ricart
Carlos A. Pérez Ricart es Profesor Investigador del CIDE. Es uno de los integrantes de la Comisión para el Acceso a la Verdad y el Esclarecimiento Histórico (COVeH), 1965-1990. Tiene un doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad Libre de Berlín y una licenciatura en Relaciones Internacionales por El Colegio de México. Entre 2017 y 2020 fue docente e investigador posdoctoral en la Universidad de Oxford, Reino Unido.
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