Álvaro Cepeda Neri *
Toma tus muertos uno a uno, ciento a ciento,
mil a mil, cárgalos todos sobre tus hombros
y desfila al paso delante de sus madres,
es hora de echar cuentas…
Ángela Figueroa Aymerich
Calderón
ha sido otro Victoriano Huerta al dejar una nación con más víctimas
inocentes asesinadas por su guerra, casi golpismo militar, al intentar
llevar a cabo su estrategia fallida contra la barbarie sangrienta de la
delincuencia organizada, cuya punta de lanza es el narcotráfico que se enseñorea por todo el territorio.
Marinos, soldados y policías, además de matar a discreción, torturan en sus madrigueras,
violan domicilios y secuestran igual que los sicarios de las drogas. No
resolvió el sangriento problema aunque hizo alarde de solucionarlo con
sus generales, almirantes y jefes policiacos. En cambio, cientos de
miles de familias han perdido a uno o más familiares. Mientras,
sobrevivimos en el terror, por esa guerra de Calderón que ha superado
al mismísimo Victoriano Huerta.
Abortado del panismo más derechista, ultrarreligioso y el
autoritarismo antidemocrático, Calderón abusó del presidencialismo para
combatir, a muerte si era necesario y factible, a quienes no aceptaron
su ilegitimidad por no respetar lo de “un ciudadano, un voto” y hacerse
de la complicidad del Instituto Federal Electoral (IFE) y del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF);
mismos que este año también se robaron la elección. Favoreció a amigos,
empresarios y banqueros en nombre de la globalización del
neoliberalismo económico.
No tocó al sindicalismo tradicional y, en cambio, apoyó a la
tenebrosa Elba Esther Gordillo, del Sindicato Nacional de Trabajadores
de la Educación; y al perverso Romero Deschamps, del Sindicato de
Trabajadores Petroleros de la República Mexicana. Por su odio a los
trabajadores y un ajuste de cuentas personal con sus dirigentes, echó a la calle a miles de ellos, del Sindicato Mexicano de Electricistas, y dejó en la mano invisible
de los patrones el despido de empleados. Nombró a sus panistas
incondicionales en los cargos de la administración pública. Y manipuló
la publicidad oficial para que no la recibieran los medios escritos que
lo criticaban con el sustento de una información verídica sobre su mal
gobierno. Todo esto lo hizo también Victoriano Huerta, del 19 de
febrero de 1913 al 14 de julio de 1914.
Se va tan tranquilo Calderón, cuando debió haber sido cesado del cargo y puesto en el banquillo de los acusados
en un juicio político por incapacidad y traición a la patria; y
después, en un juicio penal por el daño social, económico y político
hecho al país. Lo deja destruido, al llevarse entre las patas a
su partido a punto de la extinción. Transó con Peña, con tal de impedir
una competencia equitativa con el Partido de la Revolución Democrática,
que al interior contó con el visto bueno de los Chuchos, Ebrard y el mismo Cárdenas.
Nadie como los calderonistas encabezados por este segundo
Victoriano Huerta, que llevaron la corrupción, el robo, el saqueo y la
descomposición política a sus últimas consecuencias. Los fideicomisos
–como cuando Fox– manejaron millonadas y nadie sabe nadie supo
a dónde fueron a parar. Su amigo y cómplice García Luna y su pandilla
en Seguridad (¿seguridad?) Pública federal cometieron abusos y tienen
metidas las manos en una escandalosa corrupción, en la compra-venta de
uniformes, armas y gastos para justificar raterías.
Lo mismo hicieron los amigos y cómplices de Huerta. Lo mismo ha
hecho Calderón. Los dos adictos al alcoholismo, al militarismo, a los
asesinatos, a la impunidad y al mal gobierno antirrepublicano y
antidemocrático. Con un golpe de ilegitimidad, Calderón se apoderó de
la Presidencia, apoyado en el IFE y el TEPJF. Siguió el ejemplo del
golpismo de Victoriano Huerta. Éste tuvo apoyo de los estadunidenses.
También Calderón. Tan es así que ya tiene el salvoconducto peñista para
refugiarse bajo la protección gringa en Galicia, España, con sus empresarios favorecidos; en Texas, o tierra adentro, bajo el cuidado de agencias estadunidenses.
Y es que Calderón, como Huerta, gobernó para favorecer a la
economía estadunidense. Permitió la introducción de armas para los
narcotraficantes, con el camuflaje de Rápido y Furioso. Casi canceló el
gasto social y la inversión pública para dejar al país con 60 millones
de pobres y más de 30 millones sin empleo formal. Construyó más
cárceles que escuelas, de lo que acaba de enorgullecerse el hombre de
todas sus confianzas: García Luna; como lo fue de Victoriano Huerta el
señor Aureliano Blanquet, quien apresó a Madero y a Pino Suárez para
luego asesinarlos al estilo de los sicarios.
Con su Yo acuso, el grande Emilio Zolá denuncia el abuso del poder presidencial en aquel célebre texto del 13 de enero de 1898 en el periódico La Aurora
de París, Francia. Con esa misma bandera: yo acuso a Calderón, a los
Cordero, Lozano Alarcón, las Sotas y demás pandilla, de haber llevado a
la sociedad, al gobierno y al Estado a su peor desastre; y por dejar un
país sometido a militares y delincuentes que se disputan el control del
Estado e interrumpen la observancia de la Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos para establecer un gobierno contrario a los
principios que ella sanciona.
Joaquín Guzmán Loera, el Chapo; los cárteles,
y Calderón –como un nuevo Victoriano Huerta– sumieron a la nación en
una crisis general a punto de estallar. Esto porque la sangrienta
inseguridad, la terrible pobreza masiva, el brutal desempleo, la
salvaje impunidad (los calderonistas se van sin rendir cuentas de sus
actos y omisiones) y desacato constitucional no tardan en cerrar el
circuito para el estallido. Calderón, el nuevo Victoriano Huerta, hizo del incumplimiento de sus obligaciones y la corrupción, su abuso de poder presidencial.
*Periodista
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