Desde antes de que el movimiento sufragista triunfara en Europa hasta las mareas verdes de hoy, pasando por las guerrilleras o las lideresas indígenas, las mujeres llevan décadas alzándose como una de las fuerzas sociales más importantes de América Latina. En la última década, el feminismo ha ganado fuerza, exigiendo el fin de la violencia machista, la legalización del aborto y la transformación social.
“La culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía. El violador eras tú”.Un violador en tu camino nació en Chile en el contexto de las protestas iniciadas en octubre de 2019 contra el Gobierno neoliberal de Sebastián Piñera. Fue interpretada por primera vez frente a una comisaría de carabineros, denunciando los abusos sexuales y violaciones que los policías perpetraban contra las manifestantes. La performance fue repetida el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, frente al Palacio de los Tribunales de Justicia de Santiago, elevando un grito acusatorio contra la impunidad y la complicidad del Estado.
Las redes sociales hicieron el resto: el vídeo dio la vuelta al mundo en cuestión de días. Miles de mujeres lo fueron replicando en sus países adaptándolo a sus realidades: desde India cargaron contra el sistema de castas patriarcal, las mujeres turcas lo cantaron en el parlamento en protesta por la represión policial de una marcha feminista, mexicanas y argentinas reclamaron la despenalización del aborto, las hondureñas acusaron al narco-Estado, las boricuas desafiaron a la Iglesia a golpe de cadera con su “perreo combativo”. Se estaba consolidando un himno internacional histórico del movimiento feminista.
El año 2019 fue turbulento en América Latina. Las llamadas “primaveras latinoamericanas” atravesaron el continente con diferencias, pero también con elementos comunes: la desigualdad y la pobreza fruto del agotamiento del modelo neoliberal, la sensación de exclusión de una población decepcionada con el proyecto político de las democracias nacidas el pasado siglo y la corrupción enquistada en las instituciones fueron los factores detonantes de las protestas. Cuando el descontento estalló, la sociedad civil respondió organizándose y exigiendo ser escuchada.
En ese contexto, el movimiento feminista ha destacado por su gran capacidad de convocatoria y articulación, teniendo un papel notable en las protestas de los últimos años. No obstante, las feministas latinoamericanas no tienen una única agenda; ni siquiera se consideran un único movimiento. El feminismo latinoamericano es diverso, e incluye a campesinas, afrodescendientes, indígenas, lesbianas, trans y trabajadoras sexuales, entre otras. Además, sobrepasa los objetivos tradicionales del feminismo blanco occidental: no se queda en exigir derechos civiles y la igualdad formal, e incluye una perspectiva decolonial y de comunidad que entiende el cuerpo de la mujeres como un territorio en disputa. Dentro de esta amplitud, dos reclamos han adquirido una importancia central en el feminismo latinoamericano: el fin de la violencia machista y el acceso a derechos reproductivos y sexuales.
Esas demandas son una respuesta a la realidad latinoamericana. Esta región es considerada como una de las más letales para las mujeres: de los veinticinco países con las tasas más altas de feminicidios en el mundo, catorce están en América Latina y el Caribe. Solo en el año 2018, más de 3.500 mujeres latinoamericanas fueron asesinadas por razones de género. América Latina también es la región con la segunda tasa más alta de embarazos adolescentes, mientras que los embarazos en menores de quince años van en aumento. Paradójicamente, este continente reúne a los países con las leyes de aborto más restrictivas, como El Salvador, República Dominicana u Honduras, donde la interrupción voluntaria del embarazo se castiga con hasta decenas de años de cárcel. Las altísimas tasas de impunidad de los feminicidios, que llegan a ser superiores al 95%, completan esta estremecedora imagen.
Las ancestras
Frente a esta realidad hostil las feministas se llevan organizando desde hace décadas, y sus antecedentes datan incluso antes de las campañas sufragistas occidentales. Desde las guerras de independencia libradas contra España en los albores del siglo XIX hasta las guerrillas de las décadas de 60, 70 y 80, las mujeres latinoamericanas se han involucrado en movimientos políticos: han organizado huelgas, participado en movilizaciones y se han afiliado a los partidos incluso antes de obtener el derecho al voto. A principios del siglo XX fueron las mujeres criollas de clase alta las que se protagonizaron la lucha por el sufragio. Sorprendentemente, en muchos países fueron las fuerzas conservadoras las que finalmente concedieron el derecho a voto a las mujeres, puesto que pensaron que la gran influencia que la Iglesia tenía en ellas evitaría que votaran por opciones progresistas.
Así, las primeras en acceder al voto fueron las uruguayas, en 1927, aunque no fue hasta cinco años después que obtuvieron el derecho efectivo a votar y tener representación pública. Los sucesivos golpes de Estado que sufrió América Latina en este periodo dificultaron la lucha de las sufragistas, deshaciendo en muchos casos los logros civiles y políticos obtenidos. Todavía pasarían varias décadas hasta que el resto de países de la región aprobaran el sufragio femenino, terminando con México en 1953, Colombia en 1954, Honduras, Nicaragua y Perú en 1955, y Paraguay en 1961.
Después, las mujeres plantaron cara a las sangrientas dictaduras militares de los años 60, 70 y 80. En Argentina, en 1977, un grupo de madres desesperadas desafiaron a la dictadura de Rafael Videla y ocuparon la plaza de Mayo exigiendo el regreso de sus hijos desaparecidos por la dictadura. En Chile y Uruguay las madres y abuelas también se enfrentaron a la Operación Cóndor, demandando la vuelta de sus familiares secuestrados por el Estado. Su causa sentó un precedente histórico y constituyó la espina dorsal de los posteriores grupos de defensa de los derechos humanos y feministas en el continente.
La mujer y la guerrilla
Las mujeres jugaron un papel imprescindible en los movimientos revolucionarios de Cuba, Nicaragua y México, ya fuera como guerrilleras o como sostén de las familias insurgentes. Sin embargo, en estos los tres casos los movimientos de mujeres se desarrollaron y articularon de manera completamente diferente.
Tras el triunfo de la Revolución en Cuba en 1959 las organizaciones femeninas del país fundaron en 1960 la Federación de Mujeres Cubanas con el objetivo de representar los intereses de las mujeres y garantizar su participación en la construcción de la nueva sociedad fuera del sistema capitalista. Pocos años después, Cuba se convirtió en el primer país latinoamericano en incluir en su legislación el derecho al aborto seguro y gratuito en 1968. No obstante, la obtención de este derecho no respondió a un movimiento feminista organizado, pues la Revolución rechazaba el feminismo, asociándolo al imperialismo estadounidense: desde la lógica marxista revolucionaria que imperaba en la Cuba castrista, la emancipación de la mujer era una cuestión relacionada exclusivamente con la lucha de clases. No sería hasta principios de los años 90 cuando la Federación cambió de actitud hacia el feminismo, cautamente y con reservas, aunque el feminismo en Cuba se ha seguido desarrollado a través de la institucionalidad comunista.
En Nicaragua la tasa de participación de las mujeres en los combates armados durante la insurrección fue la más alta de cualquier movimiento revolucionario en América. Mujeres y hombres combatieron codo con codo hasta derrotar a la dictadura somocista. Pese a todo, una vez tomó el poder, el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) excluyó a las mujeres de la dirección del país durante la década de los 80 e ignoró sus reclamos sobre la violencia contra las mujeres, el acoso sexual el trabajo, el aborto y la educación sexual pública. Las mujeres sandinistas terminaron creando sus propios espacios autónomos, al constatar que dentro de los movimientos de izquierda radical nicaragüenses se reproducía la lógica patriarcal, y que su lucha por la transformación y la justicia social no pasaba necesariamente por reconocer a las mujeres como iguales. La derrota electoral del FSLN en 1990 trajo la ruptura del movimiento feminista con el partido, que cortó definitivamente con Daniel Ortega —líder del FSLN y hoy presidente del país— cuando este fue denunciado por su hijastra por haberla violado en múltiples ocasiones desde que era una niña.
Un grupo de indígenas y mestizos fundó en 1983 en Chiapas (México) el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Durante diez años de clandestinidad, el zapatismo organizó a insurgentes de los pueblos indígenas con una fuerte participación de las mujeres, tanto en la base como en el mando. A diferencia del sandinismo, el zapatismo sí incluyó dentro de su plataforma las demandas de género a través de una Ley Revolucionaria de Mujeres. Las mujeres se involucraron en la lucha zapatista creando otra lucha feminista dentro, una revolución dentro de una revolución.
Los movimientos feministas latinoamericanos consiguieron articularse a nivel internacional celebrando el primer Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe en Bogotá en 1981. Los Encuentros fueron realizándose de forma periódica cada dos años y, lejos de ser espacios de conciliación, se convirtieron en foros de debate que incluyeron diferentes posiciones políticas. El V Encuentro, en 1990, marcó un punto de inflexión que transformó el movimiento feminista: nuevas voces de mujeres negras, indígenas, mestizas, campesinas, pobres, migrantes y lesbianas irrumpieron con fuerza en un escenario dominado eminentemente por un feminismo blanco que no las representaba. Esta heterogeneidad de luchas no impidió la creación de alianzas, que cristalizaron en el lema “Libertad de vientres. Libertad de esclavos. Legalización del aborto. Libertad de la mujer para decidir”.
De forma paralela a estos procesos, el feminismo comenzó a desarrollarse en otro cauce más institucional por vía de las ONG. Se profesionalizaron grupos feministas que, siguiendo las líneas de trabajo de las agencias de cooperación, se enfocaron en la incidencia en políticas públicas y cambios legislativos. Esto produjo un gran malestar en los grupos de base feministas, que cuestionaron el papel de estas organizaciones en relación a los Estados y vieron cómo sus propuestas se despolitizaban y desradicalizaban. Fue en esta época de democratización de la región cuando los países latinoamericanos comenzaron a implantar instancias especializadas en “asuntos de la mujer”. En 1994, en el seno de la Organización de los Estados Americanos, se firmó la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer, más conocida como Convención de Belem Do Pará. Con todo, pese a los avances dados desde las instituciones, la violencia contra las mujeres ha seguido aumentando.
Ni una menos
El feminismo ha pasado de ser un movimiento contracultural radical a un fenómeno social de masas capaz de interpelar a Gobiernos. En 2015 el movimiento masivo Ni Una Menoscontra los feminicidios en Argentina puso contra las cuerdas al Gobierno del derechista Mauricio Macri y le obligó a comprometerse con la lucha contra la violencia de género. Tres años después, un nuevo movimiento feminista inundó las calles: la marea verde por la despenalización del aborto. Debido a la presión, Macri abrió el debate en el legislativo sabiendo que la iniciativa de ley no sería aprobada en un Senado de mayoría conservadora.
El cambio de Gobierno en Argentina de diciembre de 2019 augura un futuro más esperanzador. En sus primeros cien días de mandato, un nuevo presidente de corte progresista, Alberto Fernández, ha prometido que presentará un nuevo proyecto de ley para la legalización del aborto. No conviene, sin embargo, hacer pronósticos fáciles: Fernández tiene aliados territoriales muy conservadores con los que tendrá que negociar para obtener su voto favorable. Sobre la mesa está la objeción de conciencia para médicos e instituciones privadas, el límite de semanas de embarazo hasta el que se puede practicar el aborto y las disposiciones relativas a la educación sexual. El escenario es complicado y, de no aprobarse la ley, la reforma tendrá que esperar hasta 2021, cuando se renueve el legislativo.
Durante la campaña presidencial de 2018 en Brasil movilizaciones masivas lideradas por mujeres se enfrentaron al candidato ultraderechista Jair Bolsonaro al grito de Elle Ñao (‘Él no’). Las declaraciones de Bolsonaro, abiertamente misóginas, racistas y homófobas, alarmaron aún más a un sector de la sociedad todavía conmocionado por el reciente asesinato de la política y activista feminista Marielle Franco, una mujer lesbiana, negra y proveniente de las favelas. Sin embargo, las movilizaciones no lograron detener el avance de la extrema derecha, resultando en la victoria de electoral de Bolsonaro, que tiene mandato hasta 2023.
En Chile, el movimiento feminista estudiantil protagonizó masivas revueltas en las universidades en 2018 al calor de movimientos como Ni Una Menosy #MeToo, además de sumarse a las numerosas movilizaciones convocadas en favor de la despenalización del aborto. Ya en enero de 2020, tras el éxito de Un violador en tu camino, las creadoras del himno, el grupo feminista Las Tesis, han formado un nuevo partido político, el Partido Alternativo Feminista (PAF), con la intención de hacer campaña para el plebiscito a favor de cambiar la actual Constitución heredera de la dictadura de Pinochet por una nueva de inspiración feminista. Si consiguen el apoyo necesario, las feministas planean presentarse a las elecciones constituyentes.
Por el contrario, en otros países se está demostrando que los planteamientos de la izquierda latinoamericana no siempre van de la mano del feminismo. La influencia de la Iglesia también alcanza a partidos de izquierda, cuyos sectores más conservadores han presionado para mantener las restricciones al aborto y defender la idea tradicional de familia. Daniel Ortega en Nicaragua y Rafael Correa en Ecuador son el paradigma de esta postura: los dos pertenecen a movimientos de izquierdas, pero el líder nicaragüense ilegalizó el aborto en 2006, mientras que el dirigente ecuatoriano amenazó con dimitir si el legislativo aprobaba el aborto en caso de violación en 2013. Ambos se caracterizaron por liderazgos hipermasculinizados asociados a la idea de “hombre fuerte”. En respuesta, los movimientos feministas se han articulado fuertemente en ambos países y, especialmente en Nicaragua, están asumiendo un rol de liderazgo en las protestas contra el Gobierno.
El feminismo va permeando las instituciones y las sociedades latinoamericanas. En enero de 2020 la costarricense Elisabeth Odio Benito, una declarada feminista con amplísima experiencia en justicia desde una perspectiva de género, asumió la presidencia la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Los jueces son elegidos por los Estados, y la elección de Elisabeth Odio Benito no es casual, tiene una fuerte carga simbólica. También el mismo mes tomó posesión de la alcaldía de Bogotá Claudia López, activista feminista y del colectivo LGTBI, tras ganar unas disputadas elecciones locales. Esto ha supuesto todo un hito en una Colombia tradicionalmente católica y conservadora. Su posicionamiento público a favor de la despenalización del aborto y su discurso antimachista, antirracista y antihomofóbico apuntan a un cambio de ciclo en la política colombiana y latinoamericana.
Los movimientos feministas se han convertido en uno de los actores políticos más relevantes a nivel internacional, tejiendo redes, globalizando los mensajes y aumentando su incidencia a todos los niveles. Además, en América Latina en particular, poner el foco en la lucha contra los feminicidios y a favor del aborto ha permitido aglutinar a movimientos feministas de distintos ejes ideológicos. En un contexto de gran inestabilidad política en la región latinoamericana, parece que hay algo seguro: las mujeres y las feministas seguirán estando en pie de guerra.
Fuente: https://elordenmundial.com/feminismo-en-america-latina/
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