La palabra prostitución, proviene del latín “prostitutio”, que a su vez proviene de otro término látino “prostituiere”, que significa literalmente exhibir para la venta.
La prostitución es esto: mujeres exhibidas como un mero producto carente de humanidad, sentimientos y/o voluntad. Brutal y absolutamente cosificadas en pos de anular la empatía de los varones para poder violarlas sin un atisbo de culpa.
Como bien dice Andrea Dworkin: “La prostitución es el uso del cuerpo de una mujer para el sexo por parte de un varón. Él paga dinero, él hace lo que quiere. Cuando te mueves de lo que es la realidad, te mueves de la prostitución al mundo de las ideas.
Hay mucho que discutir, pero estarás discutiendo ideas, no prostitución. La prostitución no es una idea. Es la boca, la vagina, el recto, penetrado usualmente por penes, algunas veces por manos, objetos, por un varón, y luego otro, y otro, y otro y otro. Eso es lo que es.»
La prostitución es el uso y abuso, deshumanizante y feroz de una mujer, de su ser (porque somos cuerpo) para obtener los hombres, a través de la violencia y el sufrimiento que padecen ellas, placer sexual y regocijo en su privilegio. Porque los varones disfrutan haciendo daño a las mujeres en prostitución, y construyen, a través de esta forma de tortura sexual y dominio, su poder en la sociedad patriarcal.
Sigue Dworkin: «La gente que defiende la prostitución y la pornografía quiere que [ustedes] sientan poco cada vez que piensen en algo clavado en una mujer. Yo quiero que sientan los tejidos delicados de su cuerpo que están siendo abusados. Yo quiero que sientas lo que se siente cuando pasa una y otra y otra y otra y otra y otra vez. Porque eso es lo que es la prostitución.»
Porque lo que viven las mujeres en situación de prostitución es lo que vivimos las mujeres en el Patriarcado, todos los días, de una forma atroz y sádica que, además, es avalada por la moral patriarcal.
La prostitución es la violación sistemática y sistémica de mujeres más evidente y totalmente amparada por una sociedad que hace de la violencia de los hombres contra las mujeres la norma.
«La prostitución es, en sí, un abuso del cuerpo de la mujer. Las que decimos esto somos acusadas de ser simples. Pero la prostitución es muy simple. En la prostitución, ninguna mujer se mantiene entera» – continúa Dworkin. «Es imposible usar un cuerpo humano de la manera en que se usa el cuerpo de las mujeres en prostitución y tener un ser humano entero al final de eso, o durante, o al principio. Es imposible. Y ninguna mujer se completa después.»
Si aplicamos estas últimas palabras de Dworkin a todas las mujeres, «es imposible usar un cuerpo humano de la manera en que se usa el cuerpo de las mujeres y tener un ser humano entero… ninguna mujer se completa después», a cómo nos afecta el patriarcado a las mujeres, entenderemos mejor la magnitud de la prostitución y la violencia sexual en la que se nos educa, a todas las mujeres, el sistema prostitucional.
Porque la prostitución nos inculca, a toda la sociedad, a dar por hecho que si un hombre quiere tener sexo, a pesar de que una mujer no lo desee, puede violarla impunemente si ésta se encuentra en una situación de vulnerabilidad suficiente; sea económica, social o emocionalmente.
Asimismo, como dice C. Mackinnon, «La pornografía es una rama de la prostitución, es una variante tecnológicamente sofisticada de trata de mujeres. Las mujeres son las mismas, las actividades son las mismas, las relaciones de poder son las mismas, la desigualdad es la misma.»
Es decir, que a través de la prostitución y la pornografía, a través de la violación de mujeres por dinero, los hombres legitiman su abuso y normalizan la violencia sexual, que después trasladan a todas las mujeres de su alrededor.
Esta cultura de la violación, como explica Gail Dines, funciona «mediante la normalización, legitimación y justificación de la violencia contra las mujeres. En una imagen tras otra, el sexo violento se presenta como algo sexy y profundamente satisfactorio para todas las partes. Estos mensajes de la pornografía socavan las normas sociales que definen la violencia contra las mujeres como algo inaceptable o anormal, normas que ya son constantemente atacadas en una sociedad dominada por los hombres.»
Por lo tanto, la industria de la violencia sexual genera un entremado ético-legal de sustento de la ideología patriarcal más salvaje y violenta contra las mujeres, y que impacta directamente en cómo entendemos nuestra sexualidad, tanto los hombres como nosotras mismas.
En palabras de Sheila Jeffreys, “las niñas aprenden a amar y a tener sentimientos sexuales en una posición de inferioridad, y la erotización de su indefensión forma parte de la construcción de la feminidad. La pornografía como propaganda, según el análisis feminista, representa a las mujeres como objetos que adoran ser abusadas”.
Y, de hecho, cada vez son más los mensajes que nos bombardean con la idea de que el abuso sexual por dinero o filmado son «deseables». Esto se hace, por ejemplo, con la mal llamada «prostitución de lujo»; cuyo único «lujo» son la ropa y alto poder adquisitivo de los puteros. Sin embargo, dentro de ese “envoltorio”, son las mismas mujeres explotadas sexualmente por el Patriarcado.
Citando a Patricia Hill-Collins, “las formas contemporáneas de opresión no fuerzan a las personas a someterse. En cambio, articulan un consentimiento hacia la dominación, de modo que perdemos la habilidad de cuestionarla y, así, nos coludimos en nuestra propia subordinación”.
Entender que la industria de la explotación sexual, en todas sus ramificaciones, es un pilar fundamental para la ideología patriarcal y la violencia machista, y contar con argumentos radicales y sólidos para acabar con la opresión sexual de las mujeres es esencial.
Por último, no olvidemos nuestra genealogía. Seamos pragmáticas y utilicemos este vasto recurso (nuestro propio trabajo, el de todas las compañeras) para construir, conjuntamente, una lucha colectiva por los DDHH de todas las mujeres. Para eso, hay que abolir la prostitución.
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