Carlos Bonfil
El irrebatible atractivo que sin embargo presenta esta cinta es su proceso de planeación y los avatares de su producción. A partir de un casting con 200 jóvenes, la directora eligió a 25 actores no profesionales con el propósito de que ellos mismos construyeran la trama con base en diálogos improvisados y siguiendo las líneas generales muy escuetas del guion. Así se fue armando un laboratorio actoral donde las experiencias reales de cada comediante alimentaron a las dos propuestas narrativas que coexisten en el filme: la descripción de un ambiente escolar y la historia romántica que se teje entre la estudiante Macha y su pretendiente Sacha. El resultado de esta vivencia se antoja deshilvanado y un tanto caótico, aunque no mucho más que la propia confusión y caos que la directora advierte en las vidas de sus protagonistas.
En muy poco difieren esas vidas de las que suele presentarse en comedias románticas juveniles estadunidenses o europeas. Un elemento en común –vuelto ya un cliché cultural– es la proverbial apatía o egocentrismo de una generación que concentra su atención en los smartphones, los videojuegos y los chats interminables; los sitios de ligue y las fiestas donde se evocan los viejos juegos sociales de sus padres: juegos de botella, de escondidas o juego de la verdad ( truth or dare), hasta la diversión a la que alude el título original de la película, Stop-Zemlia. Una posibilidad para el mayor disfrute de esta cinta es que cada espectador arme su propio juego interpretativo.
Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional. 13:30 y 18:30 horas.
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