Leonardo García Tsao
Toronto
Keith Richards, guitarrista de los Rolling Stones, arriba a la alfombra roja del festival de cine de Toronto, para asistir al estreno del filme Keith Richards: Under the influence. El músico confirmó los planes de
la banda de grabar un disco el próximo año Foto Reuters
En esta edición, el Festival
Internacional de Cine de Toronto (TIFF, por sus siglas en inglés) ha
logrado reunir las películas con los premios mayores de cuatro
festivales de primera línea: de la Berlinale está Taxi, de Jafar Panahi; de Cannes, Dheepan, de Jacques Audiard; de Venecia, la ya comentada Desde allá, de Lorenzo Vigas, y de Locarno, Right Now, Wrong Then, del surcoreano Hong Sang-soo, que era la que me faltaba ver.
Su título original es kilométrico: Ji-geum-eun-mat-go-geu-ddae-neun-teul-li-da.
A saber cómo se traduce en español, pero su título en inglés se refiere
a dos momentos, uno acertado y otro equivocado. Así se resume la
estrategia narrativa de Hong, quien relata la misma situación dos
veces, con ligeros, aunque significativos, cambios entre una y otra. De
visita en la ciudad de Suwon para presentar una película suya y dar una
conferencia, un célebre cineasta (Jung Jae-yong) trata de ligarse a una
linda artista incipiente (Kim Min-ji). En el transcurso de un día la
acompaña a su estudio para ver sus pinturas, luego la lleva a comer
sushi y beber soju, y él se emborracha. Por supuesto, hace el ridículo.
Sin embargo, las consecuencias son diferentes.
Hong ha reconocido su admiración por la Nueva Ola francesa. De
hecho, por su manera intelectual de describir los curiosos fenómenos
del enamoramiento y su posible desencanto, se le podría considerar la
versión asiática de Eric Rohmer. En este caso, son sólo matices en una
constante conversación entre los personajes los que producen un
desenlace diverso. Además, su estilo formal es en extremo simple. Hong
resuelve todas sus secuencias con la cámara fija y sólo emplea un paneo
o el desacreditado zoom para acentuar algo en su encuadre. A
algunos, su tipo de cine puede resultar tedioso –varios espectadores
abandonaron la sala en su función de prensa. Los más pacientes –el
jurado de Locarno, entre otros– son capaces de encontrarle su encanto.
En un giro de 180 grados también pudo verse la película The Devil’s Candy (Los dulces del diablo), en la sección Midnight Madness. En su segundo largometraje después de su elogiada Cita de sangre (The Loved Ones, 2009),
el director australiano Sean Byrne le da un giro a la trama de la casa
maldita, pues en este caso la posee nada menos que Satanás, quien le da
órdenes mentales a un poseído (Pruitt Taylor Vince) para que le
sacrifique niños (que son, se explica, los dulces titulares). La nueva
familia que ocupa la casa es víctima de los ataques de aquel.
La historia en sí no es particularmente original. Sí lo es, en
cambio, la barroca imaginería conseguida por Byrne, que promete ser un
estilista de la estridencia (toda la acción sucede a ritmo de rock
metalero). En particular afortunada es la caracterización del padre de
familia (Ethan Embry) que, con barba, pelo largo y salpicado de sangre,
es una copia maliciosa de un Cristo de estampita. Muy apropiado en una
lucha entre el Bien y el Mal.
Si bien las multitudes del TIFF continúan en su apogeo en las
funciones públicas, en las de prensa e industria es notoria la
disminución de personal. Ya desde el martes empezó el abandono de
compradores y distribuidores que, ya se ha vuelto norma, prefieren
limitar su asistencia al primer fin de semana de cada festival. Incluso
desde el lunes se volvió a abrir la calle King,
la calle del festival, para el tránsito normal, quitándole al asunto el aire carnavalesco de los primeros días. Sin embargo, la lluvia del fin de semana ha dado lugar a días de sol y calor. Lo que desmiente la superstición de que la presencia de Arturo Ripstein en un festival viene acompañada invariablemente de chubascos.
Twitter: @walyder
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