Por convención, un narcoestado
es definido como una territorialidad política donde el narcotráfico es
un agente que disputa al Estado el control de las instituciones con
cierto éxito. Pero esa es una definición estéril, a todas luces
tributaria de ciertas prenociones funcionalistas que ignoran o
desnaturalizan el curso de los hechos. Un narcoestado es una
construcción histórica, que en algunos países como México, Colombia o
Italia llegó a alcanzar un estadio acabado. Su presencia en la historia
es transitoria. Es básicamente una forma de Estado cuya característica
fundamental es la de habilitar escenarios de excepcionalidad con altos
volúmenes de represión, con el propósito de anular procesos de
resistencia organizada en beneficio de negocios que por definición
concurren fuera de la ley, señaladamente el narcotráfico e industrias
criminales adyacentes. En este sentido, el narcoestado está
cruzado por dos procesos torales: uno, la configuración de un orden de
contrainsurgencia total; y dos, la organización delincuencial de la
política y la economía. La reforma educacional está marcada por este par
de procesos: represión a gran escala y despojo criminal de derechos
laborales y sociales.
Rafael de la Garza acierta cuando
observa que la acción represiva del Estado mexicano contra la protesta
magisterial no responde solamente a la premura de impulsar la reforma
educativa, que como bien se ha señalado tiene escasos o nulos contenidos
pedagógicos. El propósito es acabar con un actor político –la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación– que resiste
organizadamente a las reformas estructurales. Por eso el Estado mexicano
acude a la violencia y represión como un primer recurso para “dirimir”
el conflicto sin agotar otras instancias institucionales. El narcoestado
facilita la neutralización de la sociedad organizada, criminalizando a
la totalidad de la población (el magisterio, para el caso que nos ocupa)
con base en ciertas políticas recogidas de la noción de “seguridad
nacional”, señaladamente la trillada guerra contra un enemigo que no es
enemigo sino un actor neurálgico en las estructuras económico-políticas
del país: el narco.
En México, un capo de la droga tiene fuero
para delinquir, y cuando llega a ir preso recibe trato preferencial en
la cárcel. En cambio, un opositor político es perseguido a sangre y
fuego, y cuando es aprehendido recibe un trato barbárico, desde una
desaparición forzada hasta una tortura humanamente inenarrable. Ya
hubiera querido Julio Cesar Mondragón, uno de los chicos asesinados en
la trágica noche de Iguala cuyo rostro fue desollado, gozar de esas
“garantías individuales que establece la ley” que tanto preocupa al
gobierno en relación con ciertas figuras como Joaquín Guzmán Loera, El Chapo. Y mientras, por un lado, la “justicia” nacional concede el beneficio de “cárcel domiciliaria” a Ernesto Carrillo Fonseca, Don Neto,
o a Rafael Caro Quintero, antiguos líderes del cártel de Guadalajara,
alegando falta de pruebas o irregularidades administrativas en el
proceso de enjuiciamiento, por el otro, persigue a dirigentes
estudiantiles como Omar García, ex vocero de los normalistas de
Ayotzinapa, fabricando delitos que no tienen ningún asidero probatorio.
El narcoestado exonera los delitos de narcotraficantes y fabrica delitos a opositores políticos.
El narcoestado
es un modo específico de organización de la violencia en provecho de
los intereses dominantes. Estos intereses están estructuralmente
acoplados a la criminalidad e ilegalidad. Es la organización de los
negocios criminales alrededor del Estado. En el narcoestado las
bandas criminales son actores de reparto. La delincuencia organizada, lo
que se dice “organizada”, está en la política y la economía. La
contrainsurgencia no sigue un tenor selectivo, como en la época de la
guerra sucia, sino que alcanza un estadio omnicomprensivo. La
criminalización se traduce en exterminio. Los crímenes de lesa humanidad
tienen rango de normalidad. Y la gestión de la población se basa en el
terror. En 2014, la organización civil italiana Libera y el semanario
Zeta divulgaron un reporte cuyas cifras dan cuenta de ese terror
cotidiano: “La guerra iniciada por el entonces presidente Felipe
Calderón contra el crimen organizado el 8 de diciembre de 2006 provocó,
desde esa fecha hasta el último día de su gobierno… ‘la muerte de 53
personas al día, mil 620 al mes, 19 mil 442 al año, lo que nos da un
total de 136 mil 100 muertos, de los cuales 116 mil (asesinatos) están
relacionados con la guerra contra el narcotráfico y 20 mil homicidios
ligados a la delincuencia común’… Por lo menos desde diciembre de 2006,
un millón 600 mil personas se han visto obligadas a abandonar sus
estados de origen… Durante los primeros catorce meses del sexenio de
Peña Nieto… se registraron alrededor de 23 mil 640 muertes relacionadas
con la violencia en México. Mil 700 ejecutados cada mes. Guerrero ocupó
el primer lugar con 2 mil 457; el segundo sitio fue para el Estado de
México (lugar de nacimiento del actual presidente), con 2 mil 367
muertes violentas” (La Jornada Semanal 5-X-2014).
Cabe hacer notar que, en este contexto de terror rampante, la
movilización magisterial es uno de esos escasos actores políticos, acaso
junto con los zapatistas, que el gobierno no puede reducir a añicos con
base en la fórmula rutinaria del narcoestado: la represión y el
exterminio. Pero la evidencia sugiere que sí lo intentó. En Iguala,
desapareció estudiantes (que se oponían a la reforma educacional) para
proteger el negocio criminal de las drogas. En Nochixtlán asesinó a
maestros y civiles, también opositores a la reforma, para proteger el
negocio criminal de los empresarios de la educación.
Que el narcoestado
no pueda sofocar con represión a la movilización magisterial es un
indicador de la relevancia de esa lucha. En esa protesta radica la
posibilidad de frenar parcialmente el avance del narcoestado.
Tienen razón los zapatistas cuando previenen que en el México actual “el
capital manda, el gobierno obedece y el pueblo se rebela”. Y más razón
tiene esos que señalan que “este movimiento ya no es magisterial, es
popular”.
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