La Jornada
Carlos Bonfil
Para la celebración del centenario del fin de la Primera Guerra Mundial, el realizador neozelandés Peter Jackson (trilogía de El señor de los anillos, 2001/03) aceptó participar con un extraordinario trabajo audiovisual. Tomando como punto de partida imágenes de archivo provenientes del británico Museo Imperial de la Guerra, recuperó las voces de un grupo de sobrevivientes grabadas en los años 60, editó filmaciones originales en blanco y negro, algunas silentes, y luego las intervino digitalmente añadiéndoles color y un sofisticado diseño sonoro, incluida su presentación en 3D, con el propósito de acentuar el dramatismo y crudeza de los horrores de la guerra.
El resultado es el documental Jamás llegarán a viejos (They Shall Not Grow Old, 2018), realización técnicamente impecable, aun cuando en términos estéticos y morales el conjunto de la experiencia resulte, en el contexto de la conmemoración, una provocación inquietante. No se trata, explicó el cineasta, de aludir a los motivos o justificaciones políticas de una guerra, sino simplemente a la dura experiencia que significó haber participado en ella; a sus efectos devastadores en el ánimo moral y la conciencia colectiva de los sobrevivientes, quienes refieren su amargura por la engañosa incitación a un sacrificio tan heroico como inútil, y por el olvido, desdén o rechazo que al término de la guerra sufrieron casi todos por sus compatriotas.
Regreso sin gloria. El inventario de padecimientos físicos en el frente de batalla es impresionante, y la recreación tan vívida que de ellos hace el cineasta redobla su intensidad: una insalubridad absoluta a la que los soldados se aclimatan con la misma resignación con que conviven al lado de cadáveres putrefactos, cuerpos mutilados, padeciendo bombardeos ensordecedores, plagas de ratas y chinches, y la mugre acumulada como una segunda piel. En esa desalentadora extensión de la mierda y el lodo, los soldados ingleses que muestra Jackson poseen una increíble reserva de humanidad que les permite relajarse y jugar en sus tiempos libres, desplegar buen humor y mostrarse incluso generosos con el soldado alemán –camarada inesperado– al que tanto habían aprendido a odiar. El director dedica la cinta a un abuelo suyo sobreviviente y al millón de muertos que no tuvieron su suerte, y como advertencia implícita a quienes un siglo después siguen enarbolando la irracionalidad del nacionalismo extremo y la barbarie bélica. Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional, a las 12 y 17:30 horas.
Twitter: Carlos.Bonfil1
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