3/11/2023

La violencia que clama el cielo

 Tlachinollan

Desde que nacieron un gran número de mujeres se sienten apresadas y condenadas a padecer la violencia de los hombres, llámese padre, hermano, esposo, abuelo, cuñado, en el ámbito familiar. A nivel comunitario los hombres mayores se encargan de ejercer el poder a través de la violencia contra las mujeres. Predomina la fuerza como el único medio de control a la población en general y el sometimiento a las mujeres en particular. Las ofensas, las burlas, los acosos sexuales y la misma violación son las marcas que los hombres impregnan a las mujeres como parte de esta cultura machista. Los acosadores pululan por todos lados y los violadores ubican a sus víctimas en los lugares más seguros para cometer sus fechorías. La complicidad entre los hombres es generalizada. Hay una tendencia enfermisa de causar daño a cualquier mujer que está en una situación de vulnerabilidad.

Así como la violencia se ha expandido por todas partes, la agresión contra las mujeres se ha multiplicado en las ciudades y en las pequeñas comunidades. Nada ha cambiado a pesar de que hay nuevas leyes que protegen los derechos de las mujeres, porque el sistema de justicia estatal se mantiene con las mismas prácticas e inercias, cosifican a la mujer y la tratan como un ser inferior. No respetan su palabra y con sus mismos interrogatorios las revictimizan y atemorizan. Los delitos contra las mujeres son parte de los jugosos negocios que se barajean en las agencias del ministerio público y en los mismos tribunales. Son aparatos que en la práctica castigan a las mismas mujeres por atreverse a denunciar la violencia y tener el valor de señalar a los responsables. En lugar de protegerlas se les increpa y al mismo tiempo se les impone un viacrucis con peritos que no tienen el perfil, ni el compromiso para atender con respeto el dolor de las mujeres.

No es casual que el ambiente de violencia que respiramos en las diferentes regiones del estado y que padecemos por parte de quienes se han especializado en matar y violar a mujeres nos coloque como un estado feminicida, donde las alertas de género forman parte del anecdotario de los funcionarios y funcionarias que dan cuenta de cómo dilapidan el dinero con la sangre de las mujeres. Al grado que la muerte de una niña, una adolescente, una universitaria o una madre de familia se han trivializado, son la nota roja que alimenta el morbo de quienes se regodean con estas atrocidades.

La violencia contra las mujeres clama al cielo porque en su tierra no encuentran quien las proteja, en su estado no existen como personas con plenos derechos, no son tomadas en cuenta en la toma de decisiones y en todos los espacios tanto públicos como privados se subestima su palabra, se les subordina y se les somete. Es el purgatorio donde se les obliga a pagar penas por el hecho de ser mujeres, se sienten prisioneras en sus propios hogares y centros de trabajo. Se tienen que acostumbrar al acoso laboral y sexual para sobrellevar la vida en medio de los asedios de los hombres. Tienen que ponerse a salvo a cada momento ante las asechanzas y peligros de los perpetradores que andan libres. Han tenido que salir al frente poniendo en riesgo su propia vida para replegar a los machos y alzar la voz ante tanta complicidad de las autoridades con los violadores y feminicidas. Son las mujeres tanto del campo como de la ciudad las que nos están demostrando que el poder machista tiene pies de barro y que su fuerza es la expresión de su propia cobardía, del miedo que ocultan cuando gritan y usan la fuerza. Ellas a pesar de las adversidades y de inumerables obstáculos institucionales han salido a las calles para demostrar su fuerza y su valor, para desenmascarar este sistema misógino y para denunciar las complicidades de las autoridades con los violadores y feminicidas. Sus consignas son el grito más estruendoso que desafía al poder patriarcal y demuestra que ya no están dispuestas a padecer estoicamente tantos abusos, mucho menos a guardar silencio, ni ser cómplices de las violencias que sufren. Cobrarán venganza por tanta crueldad y cobardía de los hombres, por eso luchan para romper con estas esclavitudes y para acabar con este sistema obsoleto que encubre a los feminicidas y hace negocio con la violencia que sufren las mujeres.

Por su parte, las autoridades viven en el mundo de la farándula, de los actos suntuosos y banales, de las pasarelas frívolas para enaltecer su ego. Se la pasan orondamente en los escenarios ficticios para el lucimiento personal y para ver de arriba a bajo a sus fans que les aplauden. En su agenda no hay espacio para atender a las víctimas, más bien, son catalogadas como personas incómodas que increpan a la autoridad y descomponen los escenarios de las presentaciones públicas. Sus prioridades están centradas en sus negocios y en sus proyectos políticos buscando cómo acumular dinero y cómo pocisionarse dentro de la próxima contienda electoral. Su glamur no les permite estar junto a las víctimas porque no tienen ánimo de escuchar historias tristes y mucho menos de atender sus necesidades más apremiantes. El clamor de justicia de las víctimas queda como un mensaje quejumbroso que no encuentra eco, mucho menos respuesta efectiva en las autoridades.

Ante tanta impunidad que impera en el estado se ha multiplicado el número de feminicidas que hacen carrera delictiva para seguir cegando la vida de más mujeres. Los mismos violadores ya saben cuál es la tarifa de estos delitos y conocen el entramado legaloide que se da en los aparatos de justicia para salir absueltos. Los daños son incomensurables para miles de familias que luchan en este mar de lágrimas para que no queden impunes estos delitos que destruyeron a toda la familia y marcaron de por vida a los hijos e hijas que perdieron a su madre. Estos delitos son los que más han dañado a nuestra sociedad porque han cortado de tajo la vida de decenas de mujeres que cobardemente fueron asesinadas, destruyeron sus redes familiares y han desangrado su corazón para toda la vida. Somos una sociedad que está de luto, pero que lamentablemente la autoridad no respeta su dolor ni se solidariza con ellas, más bien, las ignora y las abandona, dejando una cauda de muerte a lo largo y ancho de nuestro estado.

La violencia contra las mujeres en Guerrero es desgarradora. A pesar de las dos Alertas de Género en el estado, en los dos primeros meses del 2023 fueron asesinadas 22 mujeres, sin que las autoridades realizaran investigaciones con perspectiva de género. La información que resalta en la opinión pública es sólo la punta de un iceberg inmenso de agresiones contra las mujeres y niñas, que, además, viven en el desamparo, sobreviviendo en medio de la violencia y la pobreza. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en la entidad hay un millón 840 mil 73 mujeres, de 3 millones 540 mil 685 habitantes, donde sólo en el 2021 hubo 11 mil 798 muertes, más que en el 2020 con 10 mil 482 defunciones. Sin embargo, respecto a las muertes violentas registradas durante el mes de enero y febrero de este año son asesinadas dos mujeres por semana.

En 2022, el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Publica registró 3 mil 755 mujeres asesinadas, solo 968 casos de ellos se turnaron para ser investigados como feminicidios. Mientras que en Guerrero fueron 128 mujeres asesinadas, 13 se investigaron como feminicidios y 115 como homicidios. Acapulco e Iguala tienen los índices más altos de asesinatos de mujeres. Le siguen Buenavista de Cuéllar y Atoyac, municipios que no fueron incorporados en las declaratorias de Alerta por Violencia de Género contra las Mujeres. La primera alerta en Guerrero fue por violencia feminicida el 22 de junio de 2017 y la segunda por agravio comparado el 5 de junio de 2020, abarcando los municipios de Acapulco, Ayutla de los Libres, Chilpancingo, Coyuca de Catalán, Iguala, José Azueta, Ometepec y Tlapa.

Las olas de la violencia siguen azotando al puerto de Acapulco.  El 5 de febrero de 2023 encontraron a una mujer asesinada a golpes cerca de la costera. Eran las 11 de la mañana cuando había sido reportado a la policía ministerial. Un hombre la golpeó hasta matarla. La policía se desplegó por las calles, pero nunca dieron con el responsable para castigarlo. No pasa nada porque las agresiones son recurrentes porque el 6 de febrero otra mujer de 40 años fue encontrada con torniquete y golpes en la colonia Libertad. La versión oficial es que hombres armados lanzaron el cuerpo desde un automóvil en plena luz del día. A las cuatro de la mañana de ese mismo día hallaron una más asesinada a golpes en el fraccionamiento Las Playas, cerca de las instalaciones de la CAPAMA.

En Iguala, la mañana del 17 de febrero apenas empezaban las horas agitadas por el trajín de la cotidianidad, muchas personas desfilaban rumbo el trabajo como de costumbre. Tomaron la Urvan, transporte público, pero no imaginaron que la joven Elizabeth de 25 años sería asesinada con arma de fuego a cinco cuadras del zócalo, por un hombre frente a los pasajeros. Los disparos fueron en la cabeza y en el tórax. El agresor detuvo impunemente a la Urvan en la esquina de la calle Manuel Doblado y disparó a la joven en cinco ocasiones desde la puerta. Nadie lo pudo detener por el miedo de que les disparara a los pasajeros. Los policías estatales llegaron horas después para realizar las diligencias correspondientes. En el mismo día como a las cinco de la tarde pobladores de la comunidad de El Tomatal, Iguala, informaron el hallazgo de una mujer asesinada a golpes dentro de su casa. Se presentaron peritos forenses y personal del Semefo, pero  las autoridades no revelaron más información.

La capital del estado también es escenario de una violencia rampante, generada por los grupos de la delincuencia organizada. En sus banquetas corre la sangre no sólo de hombres, sino de mujeres que sus cuerpos son vilipendiadas, amordazadas y golpeadas sólo por ser mujeres. Uno de los hechos recientes que estremeció el centro de Chilpancingo fue la de una mujer de unos 35 años de edad, asesinada a golpes en la cabeza. Eran las 10 de la mañana cuando avisaron a la policía de que se encontraba tirada en el piso de una habitación del hotel Plaza, en la avenida Juan N. Álvarez.

El 10 de febrero de 2023 el cuerpo de Briseyda, de 32 años de edad, fue hallada en un motel de la comunidad Colonia Central de Atoyac de Álvarez. La víctima era originaria de la localidad serrana de Agua Fría, trabajaba de recepcionista cuando la privaron de la vida. Hace un mes en Buenavista de Cuéllar otra mujer la encontraron extrangulada en una zona conocida como El Arco. Esta breve crónica de la violencia feminicida nos dibuja un escenario lúgubre donde las mujeres tienen que salir al frente para encarar y doblegar no solamente a sus victimarios, sino al mismo sistema de justicia patriarcal que se ha erigido en el principal verdugo de las mujeres. Serán las mismas mujeres que hoy claman al cielo las que tendrán que llamar a cuentas a las autoridades y llevar a juicio a los violadores y feminicidas.

Publicado originalmente en Tlachinollan

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