Con la sola compañía de un perro lastimado, la mujer se enfrenta como a los peores representantes del sexo masculino: un casero hostil y desagradable, un ligorio untuoso y, sobre todo, un gigante extranjero, casi deforme llamado Andreas (Hovik Keuchkerian) con quien establece una relación oportunista de sexo feroz. Si bien es desigual, el relato entretiene con las variantes con la que la protagonista se defiende de sus antagonistas.
Filmada en la proporción cuadrada y antigua de 4:3, Un amor abre su cuadro para mostrarnos el final baile celebratorio de liberación de la enjundiosa mujer.
Mucho más convincente fue la comedia argentina Puan, de la pareja formada por María Alché y Benjamín Naishtat. Cuando un estimado profesor de filosofía muere haciendo jogging, se plantea en la Universidad de Buenos Aires quién será su sucesor. El candidato más probable parece ser Marcelo Pena (Marcelo Subiotto), pero aparece un rival llamado Rafael Sujarchuk (Leonardo Sbaraglia), con créditos europeos, quien además es lo que los argentinos llaman un chanta. Todo le sale mal a Marcelo, cuyo apellido no es gratuito: se sienta sobre el pañal cagado de un bebé, se ve obligado a hacer el ridículo en el cumpleaños de una octogenaria, que le paga por clases privadas de filosofía, entre otras humillaciones. Sin embargo, la situación económica del país y el cierre de la universidad por falta de presupuesto le da a Marcelo la oportunidad de portarse como un héroe.
Alché y Naishtat emplean un agudo sentido del humor para burlarse de ciertos comportamientos de sus paisanos, pero se toman en serio la filosofía, cosa poco común, y concluyen con un comentario político a tono con las crisis frecuentes de ese país. Ayuda mucho que tanto Subiotto como Sbaraglia están graciosos en sus respectivos papeles.
La tercera película en competencia fue la coproducción franco-canadiense-belga Le successeur ( El sucesor), segundo largometraje de Xavier Legrand. La trama gira en torno a un exitoso diseñador de modas parisino (el poco carismático Marc André Grondin) quien se ve obligado a regresar a su nativa Montreal por el repentino fallecimiento de su padre distanciado.
No quiero revelar demasiado, pero resulta que el padre tenía escondido el proverbial esqueleto en el closet, casi literalmente. El resto de la película se dedica a describir la confusión y pánico de su protagonista, enfrentado a una situación extrema. Legrand resuelve todo con una frialdad glacial, que impide dedicarle mucha empatía. Y todo se antoja algo inútil.
X: @walyder
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