Héctor Alejandro Quintanar
“Ideología” es un concepto muy manoseado en el debate público, donde no goza de muy buena fama. Y ello se debe a la historia polémica del vocablo. La noción de “ideología” nació en Francia durante la ilustración, cuando el filósofo Destutt de Tracy en 1796, bajo la premisa que era necesario crear una ciencia que estudiara la facultad de pensar.
Poco después, sin embargo, las cosas se dificultarían. Como consecuencia también de la ilustración y la Revolución Francesa, Napoleón se tornó en un conquistador indeleble en Europa, que si bien extendió con fiereza sus dominios, lo hizo siempre esbozando un lenguaje antimonárquico, proceso que a la larga favoreció reformas liberales en el viejo continente.
Ante las críticas, Napoleón tenía una tesis, pues solía referirse a sus críticos como “ideólogos” que vivían en una torre de marfil; mientras él era un pragmático y un realista de la política, a la que conocía de primera mano, con todos sus entretelones, y distinguía en ella a sus enemigos y tenía claros sus objetivos, cosa que los ideólogos, embebidos en un inexistente mundo ideal, ignoraban.
Así, ideología tenía un significado napoleónico peyorativo, que quería decir algo así como falta de realismo ante el mundo. Más tarde, el sentido marxista abonaría a la concepción peyorativa de la palabra “ideología”, porque para Carlos Marx, ésta significaba algo así como una falsa conciencia, es decir, una visión distorsionada de la realidad donde las personas reproducían, por repetición y manipulación, pero no por reflexión y realidad, las ideas del amo.
Fue hasta la sociología estadunidense del Siglo XX cuando se trató de darle al concepto de ideología un significado sin carácter peyorativo, y hacía alusión a que ideología significaba algo así como la cosmovisión de la sociedad, la manera en la que las personas ven e interpretan al mundo.
En esta complejidad, podemos hoy concebir a la palabra ideología como una forma no sólo de interpretar la realidad, sino como una visión que necesariamente conlleva una noción de cómo de estructurarse, organizarse o gobernarse, idealmente, la colectividad humana. Así, las ideologías legitiman o rechazan a las formas distintas de ejercer el poder.
Hoy, en una visión reduccionista, se trata de vender al término como algo malo: como si ideología significara desdeñar los hechos para aferrarse a las creencias. Pero en realidad es que liberalismo, izquierdismo, socialismo, conservadurismo, neoliberalismo y etcétera son ideologías que tienen un marco más o menos definido sobre cómo quieren que se organice la vida humana en colectivo, y eso las hace ideologías, sin que sea ello algo en sí mismo malo.
Ya que se le quitó la carga peyorativa al concepto de ideología, vale la pena observar a un personaje en boga en estos días, como es Ricardo Salinas Pliego, quien estuvo recientemente en Argentina para emitir una arenga presuntamente en favor de la libertad. Y es ahí donde el concepto de libertad no se define por sí mismo, sino a través de la presunta ideología de Salinas Pliego.
Y es que el millonario mexicano emitió su discurso en la Conferencia Política de Acción Conservadora, organización que trata de organizar a las “nuevas derechas”, que se distinguen por dos cuestiones: son grupos que han priorizado la “batalla cultural” en el mundo de la posguerra fría, es decir, pugnan por lograr avances políticos a través de los marcos culturales y mediáticos; y son grupos que se ven a sí mismos como outsiders de la política, es decir, que no se sienten representados del todo por el sistema de partidos tradicional, o los partidos de derechas existentes, y buscan lograr espacios de poder a través de candidaturas independientes, partidos emergentes, o mediante un discurso contestatario donde acusan a todos de ser iguales.
Y ahí radica la primera mentira. Los outsiders no lo son tanto. Enfoquémonos en la voz principal de esa conferencia en Buenos Aires, que fue el mandatario argentino Javier Milei, personaje que se siente a sí mismo como un candidato quijotesco que luchó contra el sistema político en su conjunto para poder llegar al poder. Y eso es falso, se trata de un personaje que no hubiera ganado la Presidencia de su país sin la ayuda de los políticos tradicionales de lo que él llama “la casta” (a los cuales su partido vendió candidaturas), y sin una alianza con los sectores más retrógradas y miserables que aún reivindican la dictadura militar argentina de 1976 a 1983 -como Patricia Bullrich-.
Con esa voz cantante como marco central, Salinas Pliego dio su discurso en el mismo evento a favor de la libertad. Muy convenientemente, al magnate mexicano se le olvidó aclararle a su audiencia cómo hizo su fortuna, que fue a través de recibir a la mala una televisora estatal privatizada -producto de su connivencia con hombres del poder-, y reproduciendo la práctica añeja de su padre: construir vías ilegítimas para evadir impuestos, cosa que consolidó con años de articulaciones también ilegítimas con espacios del poder político y judicial.
Así, el hombre que se las da de constructor de sí mismo resulta simplemente como un júnior prepotente que heredó una fortuna construida mediante malos modos, y que sin anclajes con el Estado no hubiera logrado su preeminencia. Así, aunque Milei y Salinas despotrican contra “la casta” y “los gobiernícolas”, ambos requirieron de ellos en sus biografías para alcanzar cotas del poder político y económico.
Con ese antecedente, vale decirlo con claridad: el concepto de “libertad” de Salinas Pliego no es más que la libertad de pasar por encima de otros, y la noción de que la sociedad y el Gobierno tienen que ser complacientes ante la ruptura de reglas básicas y abusos perpetrados para no cumplir con obligaciones legales que atañen a todos.
Seguir la mirada al entorno de Milei y Salinas Pliego confirma esa cuestión: ahí se encuentran perdularios retardatarios como Eduardo Verástegui, para quien “libertad religiosa” significa imponer una moral puritana y pre-moderna a todos para paliar culpas personales. Ahí se encuentran personajes que disfrazan de rebeldía sus taras misóginas y homofóbicas -propias del oscurantismo anti-liberal medieval- llamándolas “incorrección política”.
¿Cuál es al final de cuentas la ideología de Salinas Pliego? Aunque se quiera construir la imagen de un libertario de polendas, no se trata más que de un hombre en permanente contradicción y en batalla con logros políticos incluyentes que ha hecho la sociedad en tiempos recientes. Ello, porque el libertarismo que encarna Milei, y que Salinas dice secundar, no es más que una postura que abrazan las personas que, incapaces de socializar sanamente, disfrazan de una ideología del individualismo exacerbado a sus taras antipáticas y a su aislamiento emocional. No por nada, las únicas relaciones sociales duraderas que ha tenido Milei en su vida han sido con su hermana y con su perro fallecido, al cual clonó y, como Calígula ante su caballo, aún le escucha consejos políticos.
Eso es el libertarianismo realmente existente. Eso es lo que Salinas Pliego, aunque quizá con un estilo más apegado a los guiones de las mojigangas de TV Azteca, quisiera representar en México.
Héctor Alejandro Quintanar
Héctor Alejandro Quintanar es académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, doctorante y profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Hradec Králové en la República Checa, autor del libro Las Raíces del Movimiento Regeneración Naciona
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