LABORAL
Especial | Retomada del sitio losandes.com.ar
Por: Carmen R. Ponce Meléndez*
Cimacnoticias | México, DF.- “A la pregunta de ‘¿y si se enfermaba?’, de inmediato exterioriza que el enfermarse era un lujo que no podía darse. Iba a trabajar aunque tuviera problemas de salud, pues no le pagaban las incapacidades.
“Durante la segunda entrevista, cuando narró cómo se sintió durante el trabajo y al salir de él para llegar a la segunda jornada que las mujeres no pueden evadir y expresaba su percepción de estar siempre todo el tiempo apresurada.
“Se convierte en una necesidad ocultar las enfermedades o no atenderlas, hacer caso omiso de malestares para no tener que dejar de trabajar; porque de hacerlo disminuirían sus ingresos, que en su situación era impensable: ella debía sostener a su familia”.
Es la historia de Magaly, costurera del Distrito Federal, pero también de muchas otras trabajadoras del país. Su entrevista fue recabada y analizada por la doctora Margarita Pulido, autora del libro “El lujo de enfermar. Historia de vida y trabajo”, editorial Miguel Ángel Porrúa/CEAPAC.
Estudio que representa una aportación importante a varios temas: la problemática de salud de las mujeres trabajadoras con el caso emblemático de las costureras.
También es una contribución a los estudios de género, y los relativos a la dupla mujer-trabajo, muy a propósito del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, su lucha de resistencia y sus reivindicaciones, en las que destaca el derecho a la salud.
En su condición de género padecen la enorme distancia que provoca el doble mandato: la exigencia de ser modernas, pero al mismo tiempo se les apremia a seguir los roles tradicionales:
cuidadoras de los miembros del hogar, trabajo doméstico no remunerado y ser productivas en el empleo, sin contar con una infraestructura que las apoye, pero eso sí, una supraestructura ideológica que permanentemente las somete, evalúa y las condena.
Son la Iglesia, el Estado y la familia los núcleos donde esta ideología patriarcal refuerza el papel masculino dominante, su finalidad de producir mujeres dóciles y sometidas en la casa y en el trabajo remunerado.
Un escenario donde siempre está presente la violencia. Magaly narra que fue objeto de una violación sexual, la familia la condena y le quita a su hijo como castigo, obvio ella es la culpable.
Magaly calla y asume su culpabilidad como algo “natural”, el entorno social protege al violador y a ella la condena; las cifras del silencio.
Ocultar la percepción del sufrimiento, de insatisfacción con las condiciones de trabajo y de vida llega a formar parte indisoluble de la forma de enfrentar la dominación resistiendo.
El callar, el ocultar el dolor es lo habitual en el intento de no derrotarse totalmente, de no sucumbir… la necesidad de “actuar con una máscara” en la presencia del poder produce una presión equivalente que no se puede contener indefinidamente.
Magaly ha interiorizado que la vida de una mujer es valiosa sólo en función de los otros, de vivir para otros, los hijos y en general los miembros de su familia; trasgredir el mandato de la maternidad sólo se les permite a los hombres.
Ella se explica su situación por la forma en que la sociedad y la familia han construido su identidad, cuando en realidad ha sufrido un doble despojo. La vergüenza, la culpa y la impotencia ante este hecho minaron su salud; el estrés está presente.
Las enfermedades crónico-degenerativas –como el cáncer, la hipertensión arterial o la diabetes mellitus– son los padecimientos más frecuentes y constituyen las causas principales de muerte en el país. Están estrechamente relacionadas con el estrés y su origen se ubica con mayor frecuencia en el trabajo. Magaly refiere un cáncer cérvico uterino.
El estrés está implícito en su entorno laboral. El trabajo a domicilio y el desempleo son el marco en el que se desenvuelven las y los trabajadoras de la costura.
Las demandas relacionadas con el tiempo; ellas deben trabajar a ritmos intensos para poder entregar a tiempo las prendas elaboradas; realizar tareas parcializadas y muy repetitivas, la productividad que los productos deben tener lo exige así; aceptar un sistema de pagos injusto, dada la situación de desempleo y la competencia entre sus iguales, esto les impide realizar una negociación justa de la remuneración por su trabajo.
Así, los principales padecimientos que presentan las trabajadoras de la costura son conjuntivitis crónica, várices, lumbalgia, trastornos músculo-esqueléticos, fatiga crónica, cefalea tensional, ansiedad, trastornos del sueño y sordera.
Debe tomarse en cuenta que la forma de pago es a destajo, lo que significa que cualquier demora en la productividad implica tensión, ya que los ingresos dependen del número de prendas producidas, intensificando las jornadas y con ello más daño a la salud.
Cuando supuestamente están “descansando”, y se sientan a ver la televisión aprovechan para remendar la ropa gastada de sus familiares o elaboran manteles y otro productos con lo que esperan obtener ingresos extras para su familia, pero no, ellas no “trabajan”, dicen, “sólo ayudan al esposo”, al padre, al hermano.
El trabajo a domicilio que realizan estas mujeres se caracteriza por la remuneración pequeña e irregular y por carecer de los beneficios de la seguridad social. Quienes desempeñan estos trabajos se encuentran aislados entre sí, con escasas posibilidades de organizarse y constituirse en asociaciones que los representen.
La mayoría de las trabajadoras no disponen de verdadero tiempo libre para desarrollar actividades recreativas, permanecen bajo la influencia de los medios masivos de comunicación como la televisión, que para colmo difunde mensajes muy estereotipados de las mujeres, y todo aquello que permita continuar con el orden social vigente.
Las mujeres que trabajan y perciben un sueldo pueden transformar su vida, sus relaciones podrían enriquecerse, participar más en la toma de decisiones y mejorar sus condiciones de vida.
Sin embargo, la cultura de subordinación femenina en la familia sigue teniendo un peso importante y repercute en el doble esfuerzo que realizan las mujeres que desempeñan un trabajo remunerado, no pueden abandonar el rol de ama de casa asignado por la cultura dominante.
Twitter: @ramonaponce
*Economista especializada en temas de género.
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