"El feminicidio debe ser considerado
como un crimen contra la humanidad", fue la conclucíon de la última
jornada del taller sobre feminicidio y medios de comunicación en la
Casa Encendida de Madrid.
RESUMEN LATINOAMERICANO/
Ésta es una de las reivindicaciones que
Mercedes Hernández, presidenta de la Asociación de Mujeres de Guatemala
(AMG), planteó en la última jornada del taller sobre feminicidio y el
papel de los medios de comunicación, que tuvo lugar esta semana en la
Casa Encendida de Madrid.
“Si logramos que se declare como delito de lesa humanidad a
determinados tipos de feminicidio les dotaríamos de la condición de
imprescriptibilidad, inindultabilidad e inamniestable. Y podrían ser
perseguidos por el principio de jurisdicción internacional, sin tener
en cuenta la nacionalidad de las víctimas o los perpetradores”.
En esta dirección hay que avanzar, anunció la defensora de los
Derechos Humanos guatemalteca, que junto a las periodistas Sandra
Rodríguez (México), Lauren Wolfe (EE.UU.) y la escritora y jurista
Isabel Agatón (Colombia) abordaron el papel de los medios de
comunicación, la escandalosa impunidad que rodea este “fenómeno” y la
importancia de narrar lo que hasta ahora era “inenarrable”, desde una
visión transformadora.
En primer lugar, hablar de feminicidio significa no sólo tratar las
agresiones contra las mujeres en el ámbito de la pareja, sino que
incluye todo un abanico de violencia extrema contra la mujer “por el
hecho de ser mujer”. Esto tiene su máxima y desgraciada expresión en el
denominado “triángulo norte” o “corredor de la muerte” ubicado en
Centroamérica, que atraviesa el Salvador, Guatemala y Honduras, tres
países donde las cifras de asesinatos de mujeres ocupan los primeros
puestos.
“Es la región más violenta del mundo en tiempos de paz, por la que
transitan todo tipo de activos criminales, no sólo vinculados al
narcotráfico, sino a personas convertidas en activos ilegales, sobre
todo mujeres y niñas”, indica Mercedes basándose en el informe
International Crisis Group. La criminalidad se atribuye a la
delincuencia común, el crimen organizado, los grandes cárteres, etc.
Entre otras razones por el “poderoso” papel que desempeñan los medios
de comunicación y los gobiernos en la construcción de las figuras
míticas de las maras y las pandillas delictivas.
La oficina federal de investigación de EE.UU. define a las maras
como “una empresa delictiva que tiene una estructura organizativa, que
actúa con una continúa conspiración delictiva, que emplea la violencia
y cualquier otra actividad delictiva para conservar su empresa”. En su
opinión, se ha magnificado la capacidad de estos grupos teniendo en
cuenta que están formados por menores de edad que carecen de
capacidades técnicas: “Hemos asumido que son los responsables de todos
los homicidios, sabiendo que no tienen esa capacidad, e invisibilizando
así la responsabilidad real que tiene el Estado, por no haber cumplido
con su papel de garante y perseguidor del delito”
El término feminicidio fue definido como “asesinato por el hecho de
ser mujer” y reconocido por la Corte Interamericana de Derechos Humanos
por primera vez en noviembre de 2009 a raíz del caso del “Campo
algodonero”, en Ciudad Juárez. En esta región de México, con uno de los
mayores índices de feminicidio, la sentencia en este caso declara que
el Estado es responsable por tolerancia estatal e impunidad en el
asesinato de tres mujeres, Esmeralda, Laura y Claudia (dos de ellas
menores de edad). El Estado se percata de la existencia de prejuicios
en torno a las víctimas, que impide realizar las investigaciones
oportunas por parte de las autoridades y operadores, y no hace nada al
respecto, por lo que es responsable por omisión.
“Aquí empezamos a arar un campo que antes no había”, explica Julia
Agatón. Constituye uno de los precedentes fundamentales para situar en
el escenario público las formas de violencia que se ejercen contra las
mujeres, que antes no eran identificadas como tales. En este sentido,
la escritora es tajante: “El feminicidio es evitable, se debe y se
puede prevenir”. Considera que para lograr este objetivo es esencial el
hecho de narrar y hacerlo como un hecho político, histórico y
transformador. “Las feministas hemos construido un relato
transformador” al nombrar lo innombrable. En el caso de Latinoamérica
ha consistido en “sacar las palabras del sepulcro del olvido”.
Paralelamente resalta la importancia de transformar la narrativa
jurídica. Es significativo, resalta la activista colombiana, el caso de
la profesora María da Penha Peña Fernández contra el Estado de Brasil.
Después de sufrir durante 15 años múltiples formas de violencia física,
psíquica y sexual por parte de su marido y denunciarlo ante las
correspondientes instancias públicas, en lugar de obtener la debida
protección, su pareja intenta asesinarla disparándole en la columna
vertebral, lo que le provoca una paraplejía.
Desde entonces “recorre el mundo en su silla de ruedas narrando su
historia”, logrando que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
reconozca la responsabilidad del Estado por omisión y llevar a cabo un
“patrón de tolerancia estatal a la violencia de género” como tentativa
de homicidio. Por tanto, se distingue entre la responsabilidad penal
del agresor y la del Estado por no prevenir ni intervenir con la debida
diligencia. A raíz de este litigio, unido al apoyo y la lucha del
conjunto de mujeres feministas, en Brasil la Ley contra la violencia de
género, aprobada en agosto de 2006, lleva el nombre de Maria da Penha.
Pese a estos avances, la impunidad sigue siendo uno de los mayores
obstáculos que se ciernen sobre el feminicidio. Coautora del libro “La
guerra por Juárez”, la periodista de investigación Sandra Rodríguez
apunta que, según el resultado de su análisis, la impunidad asciende al
97% de los casos durante el proceso penal, llegando al 99% cuando
termina: “El delito en Ciudad Juárez no se castiga y los indicadores
son casi similares a toda la República mexicana”.
Su investigación sobre la impunidad comienza a partir de la
entrevista que hace a un chico de Ciudad Juárez, Vicente León, que
asesinó a su hermana y a sus padres en el año 2004. Pero además el
joven convenció a dos amigos para que le ayudaran a culminar el
homicidio, diciéndoles que iba a resultar muy fácil. La respuesta de
uno de ellos consiste en que sí le ayudará pero sólo si es antes de las
once de la noche porque a esa hora ha quedado con su novia.
Aún más impactada resulta la periodista mexicana cuando le pregunta
a Vicente “¿Por qué te parece tan fácil asesinar a tu familia?. “Porque
nosotros nacemos con la idea de que esto es Ciudad Juárez, México es
corrupción, la policía está de adorno. Cuántas mujeres han muerto y
nadie ha hecho nada”. Su respuesta la lleva a un trabajo incansable de
averiguaciones, delito por delito, año tras año, preguntándose “por qué
hay una percepción generalizada de que en estos territorios asesinar no
tiene consecuencias y el homicidio es legal de facto”.
Como factores determinantes señala la cultura patriarcal, el modelo
económico empobrecedor y, en el caso de los homicidios, es esencial la
falta de investigación. De 100 homicidios que se registran en Chihuahua
sólo se investigan 3. Ciudad Juárez ha permanecido en el ojo de la
atención internacional durante al menos 20 años por crímenes de mujeres
no resueltos.
“Si no sabemos el móvil y quiénes cometen los crímenes no se podrá
buscar soluciones y, por el contrario, se continuará enviando un
mensaje constante de impunidad”, afirma la investigadora. Ella misma ha
podido experimentar esta realidad cuando se ha visto en peligro por su
trabajo: “¿qué se puede hacer?. No me sirve de nada si me ponen unos
guardias detrás o cualquier otro mecanismo de protección, lo que
necesitamos es que se agarren a los asesinos de los periodistas, el
mensaje de que el homicidio y el asesinato no está tolerado en la
comunidad”.
En este contexto Sandra añade un elemento adicional: la guerra del
narcotráfico. En el año 2007-8 se inicia en Ciudad Juárez una disputa
por el territorio “que ha dejado toda una estela de muerte”. Mientras
el discurso oficial ofrece sus cifras de asesinatos e insiste en que es
el resultado de una guerra entre narcos, “reforzando la idea de que
quien muere a balazos en México en algo andaba”, la periodista
confronta los datos y señala que del total de homicidios apenas se
registran personas con antecedentes penales. Y agrega otro dato: de
3.000 homicidios sólo en 50 de los casos las víctimas tenían un arma,
el resto estaban desarmados.
¿Se investigan estos crímenes?, ¿dónde están las pruebas que indican
que mueren porque estaban en un conflicto?, ¿dónde están los
responsables de los homicidios?, se pregunta. “Y volvemos a la
impunidad que en este caso permite al gobierno justificar esta barbarie
y el problema es que no hay investigación en absoluto, y así no hay
justicia ni se hace un camino hacia la paz”. Sobre las familias de los
asesinados recae una especie de estigma y para la periodista “es
terrible observar que lo primero que dicen las madres es que su hijo
estaba limpio, me parte el alma ver cómo en medio del dolor por la
pérdida tienen que limpiar el nombre de la víctima”.
En Guatemala las referencias sobre feminicidio reflejan uno de los
índices más altos de violencia contra las mujeres, que es constante
durante los casi 40 años del conflicto armado y que tiene por objeto
simbólico “humillar a la comunidad”. Según los informes de la Comisión
de la Verdad sobre esta contienda que, para la presidenta de la AMG,
“es el genocidio más grande de América Latina y también el más
desconocido” hay: 626 masacres de aldeas, más de un millón y medio de
desplazadas y 200 mil personas entre asesinadas y desaparecidas. Los
datos recientes “en tiempos de paz” revelan que como promedio 2 mujeres
son asesinadas cada día y por cada 100 mil habitantes hay un 80 % de
homicidios en la ciudad.
Y la pregunta que plantean las ponentes frente a todo esto es ¿qué
podemos hacer?. Las cuatro coinciden en que es necesario una mayor
implicación y voluntad política para investigar, crear narrativas de
cambio, y que la justicia nacional, extraterritorial, internacional
empiece a mirar hacia este tipo de crímenes. Por esta razón creen que
es conveniente la creación de una Convención contra el Feminicidio,
considerando que este fenómeno es reflejo de una crisis global. “Es
necesario que se conviertan en homicidios de derecho internacional y
que se equiparen determinados tipos de feminicidio como crímenes de
lesa humanidad”, concluye Mercedes.
Insisten las cuatro activistas en que el feminicidio es evitable.
Lauren Walfe matiza que para evitarlo “se tiene que incluir dentro del
ámbito de los Derechos Humanos y no sólo como algo que afecta sólo a
las mujeres”.
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