Ripley
La idea del robo de una identidad, presente ya en el cine de Antonioni ( Profesión: reportero, 1975), o el de Christian Petzold, ( En tránsito, 2018), cobra en el caso de Tom Ripley una dimensión más compleja por la relación de poder que se establece entre los tres protagonistas centrales de una historia permeada de un deseo erótico ambiguo, continuamente contrariado. A la autora siempre le pareció que la adaptación que de su obra hizo el francés René Clément en su película A pleno sol ( Plein soleil, 1960) había capturado con acierto, mediante la interpretación de un Alain Delon radiante, la turbiedad angelical del personaje original de la novela El talentoso Ripley escrita cinco años antes. Su punto de comparación sólo podía ser hasta ese momento el Ripley metódico y frío que encarnó Denis Hopper en El amigo americano (1975), formidable cinta de suspenso de Wim Wenders, inspirada en otro relato de Highsmith, El juego de Ripley (1974). No pudo ya la escritora juzgar la adaptación de El talento de Sr. Ripley (Anthony Minghella, 1999), con Matt Damon como Tom Ripley y Jude Law en el papel de Dickie, aunque cabe suponer que le habría decepcionado mucho menos que lo acometido después por Liliana Cavani en El juego de Ripley (2002), una cinta bastante fallida a pesar de la actuación de John Malkovich como un Ripley laboriosamente perverso.
Dos décadas más tarde, cuando la explotación mediática de este personaje parecía haberse desgastado, surge Ripley (2024), una versión novedosa y muy atractiva de El talentoso Sr. Ripley, dirigida por el californiano Steven Zaillian en formato de miniserie de ocho capítulos para la plataforma Netflix. Su apuesta formal fue filmarla en blanco y negro, incrementando el dramatismo en escenas nocturnas con enfoque expresionista y un vistoso aprovechamiento de escenarios naturales en la fotografía de Robert Elswitt. Todo en una costa meridional italiana pintoresca y bizarra, con pueblos como Atrani encaramados en colinas, con calles y largas escaleras que son dédalos miste-riosos. Estos ámbitos, tan seductores como potencialmente siniestros, son el reflejo idóneo de la propia personalidad inasible y compleja del Tom Ripley que interpreta de modo brillante el irlandés Andrew Scott ( Todos somos extraños, Andrew Haigh, 2023). A lado suyo palidecen irremediablemente los otros dos protagonistas del trío pasional, Richard Greenleaf, Dickie (Johnny Flynn) y Marge Sherwood (Dakota Fanning). Resulta imposible no encontrar acentos de actualidad en la caracterización que hace Scott de un personaje aspiracionista y corrupto, moralmente analfabeta, deseoso de imitar hasta la parodia el estilo de vida de los poderosos y deshaciéndose en el intento del lastre de cualquier otro escrúpulo. Ese aventurero con vocación de dandi decadente, talen-toso en el arte de la simulación y el engaño, procura también ennoblecer sus felonías improvisándose una filiación con el lado criminal y pendenciero del pintor tenebrista Caravaggio. Esta elucubración fantasiosa es posiblemente el aspecto menos sólido de una miniserie que destaca por su lectura original y arriesgada de una saga de suspenso que todavía hoy conserva una vitalidad sorprendente.
Ripley se encuentra disponible en la plataforma digital Netflix.
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