Víctor M. Quintana S.*
En el Macondo de Cien Años de Soledad
cayó un diluvio que duró cuatro años once meses y dos días. Cuatro
diluvios como ése apenas serían suficientes para que se recupere el
manto acuífero del que se surte Ciudad Jiménez, Chihuahua. De nuevo,
como dijo Gabriel García Márquez, la realidad es peor que la ficción.
El martes 28 en esta ciudad, de casi 50 mil habitantes, en el
desierto del Bolsón de Mapimí, cruzada por el río Florido, un nutrido
grupo de ciudadanas y ciudadanos iniciaron un movimiento y huelga de
hambre demandando agua potable de calidad para la población y para que
se ponga un alto al saqueo de su exhausto manto acuífero por parte de
los nogaleros de la región. Un puñado de empresarios, algunos de ellos
de La Laguna, son dueños de las más de 11 mil hectáreas de plantaciones
de nogal, que riegan con más de mil 200 pozos profundos, muchos de ellos
ilegales, cuando de los 18 pozos que surten a la comunidad, cinco ya se
han agotado. Se ha descendido tan profundo para extraer el agua, que el
líquido, supuestamente para consumo humano, tiene concentraciones de
arsénico y de metales pesados superiores a la norma oficial mexicana
(NOM 127-SSAI-1994). Con el agua de riego sucede lo mismo, o peor.
En la década de los 50 Jiménez, que por cierto es cuna de los
cineastas Roberto Gavaldón y Julián Soler y del pintor Benjamín
Domínguez, vivió un gran auge con el algodón. De pueblo se convirtió en
una ambiciosa ciudad, en los tiempos del llamado
desarrollo estabilizador. Pero las glorias del desarrollismo fueron apagándose y las fibras sintéticas produjeron una fuerte crisis de la producción algodonera.
Un nuevo ciclo de políticas federales hacia el campo bajo Luis
Echeverría y José López Portillo impulsó la producción de los ejidos
aledaños a Jiménez. Hubo una reconversión a la producción de chile,
cebolla, alfalfa y otros cultivos. Destacó el ejido Héroes de la
Revolución, formado y organizado por la Cioac, encabezado por el
luchador comunista José Viezca. En esa época, Jiménez experimentó un
auge menos espectacular, pero más sostenido, pues la actividad
productiva de los ejidos generaba una considerable demanda de productos y
servicios en la ciudad.
Pero en la década de los 90 volvieron a cambiar la realidad de
Jiménez. La imposición del neoliberalismo en el campo y la desaparición
de apoyos a la producción campesina generaron una fuerte dinámica de
privatización de las tierras ejidales y de concentración de éstas en
unos cuantos productores privados. Éstos comenzaron de inmediato a
perforar pozos para regadío de enormes plantaciones del
oro café: la nuez pecanera. Por esos años también empezó a operar la presa Pico de Águila sobre el río Florido y las aguas de éste dejaron de fluir por su cauce.
La proliferación de pozos profundos para el riego de las nogaleras y
la extinción práctica del cauce del río empezaron a provocar la baja
severa del nivel dinámico del agua en el manto freático de
Jiménez-Camargo, que ha venido presentando déficit entre la carga y la
recarga pluvial desde 1974 por la sobrexplotación de aguas subterráneas,
pues en promedio se extraen 580 millones de metros cúbicos anuales y la
recarga apenas ronda los 400 millones de metros cúbicos. La
sobrexplotación del manto freático, la apertura de pozos ilegales o con
títulos fraudulentos, a ciencia y paciencia de la Comisión Nacional del
Agua (Conagua), llevaron al colapso al acuífero, dejándolo con un
déficit de agua de más de 197 millones de metros cúbicos.
En Jiménez se presume la producción de
la mejor nuez pecanera del mundo. En Chihuahua, el estado que produce más de 60 por ciento de este fruto seco en la nación, Jiménez encabeza a todos los municipios con hectáreas sembradas, 11 mil 228, y toneladas producidas: 18 mil, más que todo el estado de Texas, la gran mayoría para la exportación. Todo a costa de la sed de los habitantes de Jiménez, pues cada kilogramo de nuez que se produce requiere 9 mil 850 litros de agua. Para empeorar las cosas, ahora la derrama económica de la producción nogalera beneficia menos a la ciudad, pues varios de los grandes productores se llevan el dinero a Torreón o a otras partes. Jiménez se queda con poco dinero y mucha sed.
Los y las jimenenses han sabido convivir armónicamente con el
desierto. Lo hicieron producir sin agotarlo y construyeron acequias que
riegan frondosos árboles en sus calles. Del desierto pueden ser amigos,
pero de la desertificación producto de la sobrexplotación del acuífero
sólo pueden ser víctimas. De seguir las cosas así, en 10 años Jiménez se
parecerá más a
Luvina, a los pueblos fantasma del escritor mexicano Juan Rulfo.
Por todo esto urge que se apruebe la nueva Ley General de Aguas.
Porque la ley actual, así como todo su entramado institucional, incluida
aquí la Conagua y algunos de sus funcionarios, obedecen al concepto
neoliberal del agua no como bien público que responde a un derecho, sino
como mercancía apropiable y concentrable por unos cuantos. La Cuarta
Transformación no puede seguir manejando el recurso más preciado y cada
vez más escaso en nuestro país con moldes neoliberales. Por el bien de
todos, primero quienes tienen sed.
* Investigador-docente de la UACJ
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