La experiencia ha demostrado que las mujeres pueden ser actoras relevantes para construir la paz, agentes de cambio que invitan al desarme como en Nueva Zelanda, activistas como Malala en Pakistán, mediadoras de conflictos entre comunidades hermanas como lo fueron en Irlanda.
Pero además de las mujeres líderes que se han decantado por caminos hacia una paz duradera y con justicia, todos los días, de una manera muchas veces invisible, las mujeres son esas manos que van entrelazando vínculos, haciendo contactos, estrechándose y que poco a poco zurcen de nuevo el tejido social.
Porque la paz duradera se construye día con día con la solidaridad y el bienestar de las personas y las comunidades. La paz no es sólo silenciar las armas y centrar los esfuerzos del Estado en la lucha contra el crimen organizado, sino transformar el entorno para que proporcione seguridad humana a quienes viven en él.
La paz es integral y es completa, parte desde lo individual hasta lo colectivo y abarca el derecho de las mujeres a una vida sin discriminación y sin violencias, a tener una relación armoniosa con el medio ambiente y a que impere un estado de derecho donde la edad, la pertenencia étnica, la orientación sexual, la identidad de género, la religión, la discapacidad o la condición social no sean un obstáculo para que mujeres y hombres vivamos una ciudadanía plena.
En nuestro país sobran los ejemplos de mujeres constructoras de paz: aquellas que han sido incansables en la búsqueda de las personas desaparecidas, las que han emprendido la defensa de nuestros recursos naturales, las que están cuidando de los niños y niñas huérfanas por feminicidio, las negociadoras en conflictos comunitarios, muchas como sostén de las familias y barrios; todas en sus invaluables aportes a los cuidados, y en su exigencia por la mejora de las condiciones de vida para toda la sociedad. Con las mujeres y sus habilidades como mediadoras debemos encontrar nuevas formas de pacificar al país.
Con esta idea nació el proyecto Mujeres Constructoras de Paz (Mucpaz) impulsado por el Inmujeres y el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública que alcanzará a 162 de los 286 municipios del país beneficiados con recursos del Programa de Fortalecimiento para la Seguridad (Fortaseg).
Nuestro objetivo es que los saberes y la experiencia de las mujeres se reconozcan y se pongan en la práctica. Que las mujeres sean partícipes en los procesos de reorganización de las comunidades en las que quieren vivir, que en sus municipios se vean estas características que muchas de ellas ya ponen en práctica sin que se repliquen y que, incluso, a veces se obstaculizan, como propiciar el diálogo, resolver diferencias sin violencia, acercarnos a quien es diferente, cuidarnos unas a otras.
Hombres y mujeres tenemos diferentes maneras de vivir la violencia; de percibir los peligros. Esta percepción diferenciada mejora las respuestas comunitarias para atender eventuales conflictos.
Las mujeres no son ajenas a la violencia, la conocen y la sufren día con día y de muchas maneras diferentes. Esto les permite también entender mejor sus detonantes y por tanto su experiencia debe ser sistematizada en las acciones de prevención.
Buscamos que las mujeres conozcan sus derechos y promuevan la igualdad de género, a la par de que detecten los principales problemas de su comunidad, propongan soluciones, fomenten la solidaridad y el trabajo comunitario, pero también queremos que se conviertan en multiplicadoras de estrategias para la generación de paz, lo que implica apoyar sus iniciativas, tomar en cuenta sus necesidades y aspiraciones profesionales, de emprendimiento y de participación política y social.
Sin igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres no habrá justicia. Y sin justicia, nuestra sociedad siempre estará amenazada.
Es tiempo de que las mujeres ayudemos a nuestro país a transitar de la violencia a la paz. Trabajaremos juntas para lograrlo.
* Presidenta del Inmujeres.
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