6/21/2015

Inside Out


Visión, ejecución, destreza, arte, belleza.Inside Out, el largometraje número quince de los estudios Pixar es, valga la expresión, una de sus cintas más complejas y simples a la vez; uno de sus proyectos más ambiciosos, mejor logrados y, sin duda, de lo mejor que se podrá ver este 2015.

Alejandro Alemán

Inside Out representa el regreso de Pixar en varios sentidos, no sólo es una nueva apuesta por las tramas arriesgadas e inusuales (en contraposición a las secuelas de fórmulas con éxito probado), en el fondo es también una reafirmación de principios.


Y es que este viaje a la mente de una pequeña niña de 11 años, conflictuada por la reciente mudanza de su familia de Minnesota a San Francisco, sirve como ocasión ideal para que los directores (Pete Docter y Ronaldo Del Carmen) puedan decir algo de Pixar mismo: describir cómo entienden la creatividad, su mecanismo para fecundar ideas, crear personalidad y tener como resultado auténticas obras de arte. Inside Out es, como bien lo dice el título, una mirada desde la colmena de pensamiento de Pixar hacia afuera. Ello convierte a esta en la obra más personal que haya realizado el estudio hasta el momento, una especie de atisbo interno que, en el mejor de los casos, hablaría de un nuevo comienzo.

Pixar mismo está fundado a partir de la obsesión de un hombre (Steve Jobs) por el funcionamiento de la mente humana. Fue Jobs quien diseñó el actual campus de Pixar pensando en estructuras cerebrales: los espacios sirven para determinar actitudes, generar ideas y detonar creatividad. Para Jobs, el edificio de Pixar debería funcionar como un enorme cerebro donde cada uno de sus empleados aportaría a esa gran suma de ideas y conceptos que dan siempre como resultado un blockbuster con alma.
El antecedente no parece gratuito, Docter y Del Carmen conciben el cerebro de la pequeña Riley como una serie de estructuras arquitectónicas (un recurso que Christopher Nolan usara también en Inception): un cuartel central desde el cual cinco emociones básicas (alegría, furia, miedo, desagrado y tristeza) determinan al actuar de la niña y una serie de "islas" que representan sus valores y personalidad propia construidos a partir de recuerdos y momentos determinantes en su vida: la isla de los valores familiares, la amistad, la honestidad, el juego (o las tonterías), las aficiones, etc.
Lo genial de este modelo es que a partir del mismo se hace posible explicar toda una serie de fenómenos y conceptos que van desde el olvido, el stress, la depresión, la angustia, el pensamiento abstracto, la imaginación, el subconsciente e incluso explica la razón del porqué a veces no nos podemos quitar de la cabeza una tonadita.
Las implicaciones del modelo son enormes, pero todo ello funciona y se entiende (incluso por los niños) gracias al fino y paciente destilado de un guión (escrito por los mismos directores) que va de lo simple a lo complejo. El día a día de Riley es casi intrascendente, lo que importa es lo que sucede dentro de su cerebro y las consecuencias de lo que ocurra en él serán determinantes para su vida. Pixar, sin buscarlo, explica de manera dramática cómo es que alguien puede volverse un mezquino, un asesino o incluso un psicópata. Así es, la profundidad de ideas que esta cinta aborda son de una trascendencia que rebasa al supuesto género que la arropa (el cine infantil), e incluso al espacio de la propia sala de cine: la conversación se irá con ustedes y se mantendrá por horas. Es, llanamente, una cinta inolvidable y que genera ideas.
La conexión con el público hacia el filme no sucede a través de los personajes, sino de las emociones. La empatía no es porque hayamos vivido la misma angustia que Riley al mudarnos de casa, sino porque reconocemos y evocamos como propios aquellos momentos felices con nuestra familia, con nuestros amigos, y -muy importante- aquellos momentos de tristeza absoluta. Pixar logra algo que no es menor: reconocernos a nosotros mismos en pantalla.
El colectivo de las emociones y su forma de trabajar, siempre con el objetivo de que Riley siga viva y a salvo es el gran ejemplo de cómo funciona el cerebro Pixar: todo guión se somete al escrutinio colectivo, donde la opinión de todos es importante en el proceso de destilación de la idea, todas, incluso aún más, las opiniones negativas.
Y es justo aquí donde se reconoce la idea más disruptora de la cinta. En la primera mitad, el personaje de Alegría intenta mantener a toda costa feliz a Riley, lo cual evidentemente suena lógico y deseable. El choque con el personaje de Tristeza es obvio e incluso por algún momento pareciera que lo mejor por hacer sería contener, erradicar, reprimir a la tristeza. ¿Que no acaso todos queremos ser felices, siempre y a toda costa?
La película resulta en una crítica brutal a la dictadura de la felicidad, aquella propia del "Club de los Optimistas", de algunos locutores de radio o de la mayoría de los programas de televisión. Una filosofía que permea incluso a una empresa como Disney que hace de aquel sentimiento su leit motif y uno de sus productos más rentables. Pixar reconoce una verdad que pocas veces se acepta y mucho menos se dice a los niños: estar triste está bien. La película se torna en una revaloración de la tristeza como factor de cambio. Simple y sencillamente es inhumano pensar que se puede ser feliz todo el tiempo, pero la suma de los sentimientos, el abrazar nuestros momentos tristes y felices por igual, es justamente lo que nos hace crecer, lo que nos hace avanzar, lo que nos hace no sucumbir en la depresión, lo que nos hace verdaderos humanos.
La tristeza, representada aquí como una chica bajita, de color piel azul, medio gordita, con enormes lentes de pasta redondos y suéter de cuello de tortuga, se convertirá en uno de los grandes y más entrañables personajes de este año.
Finalmente, Inside Out es también una película sobre el difícil proceso de crecer, sobre los costos de hacerlo y la inevitabilidad del hecho. Ataca así otro mito, el del "niño interno" y la conveniencia de siempre "mantenerlo vivo" como un signo más de creatividad latente. Y aunque viniendo de Pixar pareciera una contradicción (la oficina de John Lasseter está rodeada de libreros atestados de juguetes) es imposible no estar de acuerdo con el argumento y asombrarse hasta las lágrimas con la contundencia con que se muestra: Inside Out tiene algunos de los momentos más conmovedores en la historia de Pixar y que a la vez resultan en los más devastadores, la aceptación de que la niñez pasa, de que el crecer cuesta, duele, pero que es inevitable y deseable que así sea.

La genialidad es que toda esta gama de conceptos e ideas se muestra con una sencillez que abruma. Un diseño de producción colorido e impecable (fuertes trazas del estilo Miyazaki) que empujó de nueva cuenta a la tecnología: los personajes de las emociones están compuestos de partículas, no de líneas continuas, lo cual supuso un reto mayúsculo para los animadores. La película es un nuevo triunfo visual para el estudio.

La música, de Michael Giacchino es el otro gran protagonista. Nunca chantajista ni manipuladora, la música acompaña la acción en lugar de sugerirla. El score por sí sólo es una pequeña obra de arte en una cinta que, además, funciona también al nivel del cine de aventuras, muy en la tradición de un Indiana Jones, donde nuestros héroes se enfrentarán a mil y un obstáculos aún cuando pareciera que todo está por resolverse y termina por complicarse aún más.
El logro de esta cinta no es menor: mostrar toda una serie de conceptos abstractos, de una forma sutil y sencilla, para al final reconocerse a uno mismo en pantalla. Una crítica al terrorismo de la felicidad a ultranza y una revaloración de la tristeza como factor de cambio, todo ello encerrado en una entrañable cinta de aventuras.
Siempre hay que tener cuidado con las palabras y las emociones que las provocan pero, quien esto escribe no encuentra mejor forma de hacer justicia a esta cinta: Inside Out es, simple y sencillamente, una obra maestra

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