Las
trabajadoras del hogar y de cuidados, junto a las limpiadoras de
hoteles, siguen siendo colectivos donde predominan los abusos laborales.
Las integrantes de “Territorio Doméstico”, “Las Kellys” y “Sedoac”
mantienen una lucha constante y crean alianzas para que se reconozca el
valor de sus trabajos y mejoren sus condiciones.
“El trabajo que hacemos es importante, se tiene que valorar como
cualquier otro; me pregunto cómo tratará esta clase política a las
empleadas que tienen en su casa”. Marta Arboleda es trabajadora del
hogar y vicepresidenta de Servicio Doméstico Activo (Sedoac).
Al igual que muchas de sus compañeras, ella conoce bien la multitarea
e indefinición del trabajo que realizan. “Nos contratan para
determinadas funciones, pero después se amplían. Nos toca hacer los
deberes con las niñas y niños, limpiar el coche, planchar, regar el
jardín o cuidar a una persona mayor”. Considera que hay una evidente
falta de interés en mejorar las condiciones de las empleadas del hogar,
un colectivo compuesto por mujeres en un 90 por ciento, muchas de ellas
en situaciones de vulnerabilidad.
Hace tres meses, las empleadas de hogar recibían una noticia que
supone una ralentización en el avance hacia sus derechos laborales.
La aprobación de la enmienda 6777 en los Presupuestos Generales del
Estado volvió a poner de manifiesto la situación de desigualdad a la que
se ven sometidas las trabajadoras del hogar y de cuidados con respecto
al resto de colectivos.
A través de esta modificación, PP, PNV, Ciudadanos, Coalición
Canaria, Nueva Canarias, Foro Asturias y Unión del Pueblo Navarro
votaron a favor de que las mujeres que desempeñan estos trabajos tengan
que esperar hasta 2024 para que su sistema de cotización se equipare al
sistema general de la Seguridad Social.
Estaba previsto que en enero de 2019 ambas bases de cotización se
igualaran y las empleadas del hogar alcanzaran el mismo porcentaje que
el resto de la población trabajadora. Sin embargo, y aunque no se
incluían otros derechos como la prestación por desempleo o algunos
beneficios en riesgos laborales, tendrán que esperar varios años más
para lograr estos derechos.
“Somos el único colectivo que no tiene derecho a paro”, indica
Rafaela Pimentel, de Territorio Doméstico. Aunque sus jornadas se
extienden el mismo tiempo o más que las de cualquier otra persona
asalariada, existe un agravio comparativo que hasta el momento no se ha
solucionado.
En 2011, un pacto político-social fijó una incorporación progresiva
en el Régimen General de la Seguridad Social, y se lograron las
coberturas por maternidad o incapacidad temporal, pero la prestación por
desempleo quedó fuera. Es decir, siguen vigentes una precariedad y una
desprotección social que no tiene lugar en otros ámbitos. “No se puede
consentir, por ejemplo, que haya internas que trabajen 16 horas al día
cobrando 600 euros (aproximadamente 13 mil pesos mexicanos), con
condiciones precarias, sin vacaciones, sin derecho a comidas, sin
cobertura de ningún tipo”.
Pimentel se siente una de las afortunadas. Lleva 21 años en la misma
casa y siempre ha visto reconocida su labor. Buscando horas libres entre
el trabajo fuera de su hogar y el que realiza dentro, estudió
Psicología Terapéutica. “Muchas hemos estudiado, quitándonos horas de
sueño, de fines de semana y de estar con nuestras familias”, explica.
Junto a sus compañeras de Territorio Doméstico se reúnen periódicamente,
comparten sus vivencias y se apoyan mutuamente para intentar mejorar
sus situaciones.
“En muchos casos, y aunque supuestamente no se incluya entre nuestras
funciones, nos toca hacernos cargo de personas mayores; faltan
políticas sociales de cuidados y ese trabajo recae en nosotras”.
Pimentel denuncia la “invisibilidad” del trabajo que realizan, en
muchos sentidos. “A muchas no nos dicen ni por nuestro nombre; nos
llaman ‘la chacha’ o ‘la chica del hogar’; cuando ya te conocen empiezan
a valorarte, y eso es precisamente lo que queremos. No queremos ser
parte de la familia sino que reconozcan que hacemos nuestro trabajo de
una forma muy profesional. Tenemos una vida, una historia y somos más
que una chacha”.
Considera que el terreno en el que se mueven es complicado porque es
un ámbito privado. “Estás en la casa de alguien y la precariedad está
más oculta, pero si existe el abuso tiene que haber una fiscalización de
alguna manera”. Desde el colectivo trabajan con una abogada que
gestiona casos en los que se están vulnerando sus derechos laborales.
Hasta el momento, han ganado doce juicios. “Cuando denuncias hay
amenazas y te dejan sin trabajo; uno de los últimos procesos que hemos
acompañado ha sido la de una mujer que se quedó embarazada y el
empleador quiso despedirla sin liquidación. Lo pasó muy mal”, explica
Rafaela Pimentel.
Se calcula que más de 600 mil personas trabajan en el ámbito del
trabajo doméstico en el Estado español, en su inmensa mayoría mujeres y
muchas de ellas, migrantes. “Cuando nuestras compañeras van en busca de
un empleo, les preguntan si tienen papeles y quien les va a contratar
prefiere que no los tenga porque saben que son situaciones más
vulnerables y no se van a poder permitir rechazar lo que les ofrezcan”,
indica Marta Arboleda desde Sedoac.
“Es complicado para las mujeres migrantes, porque para conseguir la
residencia nos piden contrato de trabajo, pero en las casas no te hacen
contrato de trabajo si no tienes papeles. Y en muchos casos la
regularización perjudica porque, si te pagan 800 euros y quieren
rebajarte 100 para darte de alta, cuando estás trabajando 16 horas al
día prefieres tener tú ese dinero porque te hace falta”.
Hasta el día de hoy, España se ha negado a firmar el Convenio 189 de
la Organización Internacional del Trabajo (OIT), un documento que recoge
varias medidas para mejorar la protección de las trabajadoras del hogar
y que ya han firmado 24 países. En 2012 se formó el “Grupo Turín”, una
plataforma integrada por personas y entidades que trabaja para
dignificar el sector y conseguir que el Estado ratifique el Convenio, a
través de acciones de incidencia política y sensibilización. Territorio
Doméstico forma parte de esta plataforma, al igual que Sedoac.
“Después de un período largo en régimen de internas, muchas mujeres
tienen problemas de depresión y ansiedad”, explica Arboleda. Sin
mecanismos para asociarse ni la opción de solicitar inspecciones de
trabajo que comprueben las condiciones en las que desarrollan sus
tareas, la desprotección a la que se ven sometidas permite toda clase de
abusos. “Dentro de los hogares no se ve lo que pasa pero ocurren muchas
cosas; las mujeres llegan a sufrir acoso sexual, tocamientos. Hay
hombres que les proponen que se acuesten con ellos a cambio de una
pequeña cantidad de dinero”.
Arboleda llegó a España hace nueve años. Después de trabajar siete
como interna, hace un año y medio decidió estar empleada por horas. “Yo
quería pasar tiempo con mi hijo, que había llegado de Colombia, y la
familia para la que trabajaba quería que yo pasara tiempo con sus
propios hijos. Llegan a casa y prefieren que haya una persona que
atienda a sus criaturas”. Indica que una de las reivindicaciones que
apoyan en Sedoac es la eliminación de este tipo de empleos en el que las
mujeres tienen una jornada laboral casi de 24 horas. “De interna no
tienes vida, es un trabajo que se tendría que abolir, una sola persona
hace el trabajo de tres”.
DEL HOGAR AL HOTEL
Trasladando lo que ocurre del ámbito privado de los hogares al área
de los establecimientos hoteleros, algunas situaciones tienen
semejanzas. Las mujeres que limpian los hoteles son otro colectivo que
ha ganado mucha fuerza en los últimos años y al que se conoce por
mantener una lucha permanente para mejorar sus derechos laborales. Las
Kellys comenzaron a organizarse hace cuatro años, en un principio a
través de redes sociales y posteriormente reuniéndose y preparando
acciones.
Actualmente, tienen presencia en ocho comunidades autónomas del
Estado. Entre sus reivindicaciones aparecen el derecho a la jubilación
anticipada, el fin de las externalizaciones, el aumento de las
inspecciones de trabajo o el reconocimiento de sus enfermedades
laborales.
Desde la entrada en vigor de la reforma laboral de 2012, la
externalización se ha generalizado en el sector hotelero y las
condiciones de trabajo de estas mujeres han cambiado considerablemente.
“Cada empresa externa a la que el hotel le adjudica el servicio tiene
contabilizado un número de habitaciones para rentabilizar a esa
camarera; en unas el ratio puede ser de 18 habitaciones por hora, en
otras 20, pero eso luego no tiene por qué corresponderse con la
realidad. Pueden contratar a alguien para 6 horas y después meterle una
carga de trabajo para 8, 10 o 12 horas.
Es decir, que en muchos casos se contrata como temporal a personal
con jornada completa”, detalla Ángela Muñoz, integrante de las Kellys.
Trabaja en un hotel desde hace varios años y, al igual que sus
compañeras, ha visto cómo han ido avanzando la precariedad y la pérdida
de derechos. “Ahora mismo ser profesional y llevar mucho tiempo en un
establecimiento no es sinónimo de ninguna garantía”, explica.
“Antes nuestras funciones en el hotel estaban definidas por zonas:
habitaciones, pasillos, office, recepción, etc; ahora auxiliares y
camareras de piso hacemos todas de todo”. Son palabras de Eva Escolar,
quien también forma parte de Las Kellys Madrid. Ella es una de las
‘afortunadas’ que tiene contrato indefinido y un calendario anual de
turnos. Se encarga de supervisar los Riesgos Laborales del hotel donde
trabaja. “En el área de riesgos laborales no se cumple absolutamente
nada, aunque La Ley de Prevención de Riesgos es de obligado cumplimiento
para las empresas”, comenta.
Según explica, la precarización y multitarea a la que se ven
sometidas las empleadas desemboca en un fomento de la competitividad
entre las propias compañeras. “Es importante el arma que utilizan. La
gobernanta te lo puede poner muy fácil o muy difícil: puede adjudicarte
habitaciones más grandes o más pequeñas, con el material más cerca o más
lejos… y estas decisiones marcan también las relaciones entre las
propias compañeras”.
Añade que la externalización que se ha generalizado desde hace unos
años supone una elusión de las responsabilidades por parte de los
establecimientos. “Cuando un hotel te contrata tiene un acuerdo contigo
en cuanto al tipo de contrato, las bajas por enfermedad o por
maternidad; al contratar a una empresa externa todo eso se pierde. Hay
unas trabajadoras a las que venden al mejor postor, con sueldos más
bajos, que no tienen posibilidad de sindicarse y donde prevalece la
temporalidad”.
“Se crean situaciones de mucha necesidad, la gente no reclama sus
derechos por miedo y las empresas se permiten echarte de un día para
otro porque lo tienen tan fácil como decirte que se te ha terminado el
contrato si les reclamas algo que no les interesa, como una baja por
enfermedad o por embarazo; para nosotras es más fácil buscarnos otra
cosa que denunciar una de estas ilegalidades, pues el proceso lleva
muchísimo tiempo”, prosigue Escolar, quien también pone de manifiesto la
imprevisibilidad de turnos y horarios a la que se ven sometidas en
muchos casos: “Miran la ocupación que tienen de un día para otro y,
dependiendo de eso, te avisan.
Esto es intolerable, cualquier hotel tendría que tener una plantilla
de personal que sepa cuándo va a librar, que nadie tiene que jugar con
mi tiempo libre, y aún menos con la miseria de sueldo que ofrecen”.
Cristina Guisado, también de Las Kellys, comenta las consecuencias de
exigir derechos que les corresponden: “Cuando reclamas tus derechos en
relación a días libres u horas de trabajo eres conflictiva; por eso
contratan a muchas personas muy jóvenes o mujeres extranjeras que no
entienden el idioma ni conocen las leyes; no quieren que ellas se
enteren de que pueden reclamar lo que les pertenece”. Un ejemplo de las
consecuencias a las que se refiere es la situación que vivieron a
principios de verano ocho camareras de piso del hotel EXE Getafe después
de organizarse como sección sindical en CNT para luchar contra los
abusos. En los dos años que trabajaron para el hotel, las empleadas
pasaron por tres subcontratas diferentes. Las despidieron después de
cuatro meses sindicadas.
Las Kellys aseguran que sus condiciones laborales no mejoran y que,
sin embargo, el turismo, sector directamente relacionado con su trabajo,
se potencia continuamente. “No puede ser que importen únicamente los
beneficios”, concluye Escolar: “En los hoteles no se tiene en cuenta que
hay gente que trabaja ahí. Si se te estropean las ruedas del carro
pesado que llevas puede que ni las arreglen, o que tarden días en darte
guantes, lo cual es una ilegalidad. Cuando hacen reformas, muchas veces
ponen un mobiliario que dificulta el trabajo: una cama encima de una
moqueta, mesillas que pueden pesar, un cabecero en el que te tienes que
subir, espejos tan altos que es imposible llegar arriba a limpiarlos”.
Pero como en cualquier sector, también hay locales con buenas
prácticas. En el mes de julio, Las Kellys de Barcelona solicitaron a la
plataforma TripAdvisor que destacase en su página a aquellos hoteles que
respeten los derechos de las trabajadoras. Una campaña veraniega que
pretendía dar visibilidad a los establecimientos “que lo hacen bien” y
que se viralizó en redes sociales. Llevar a cabo acciones de este tipo,
tanto de forma virtual como presencial, es habitual entre las
integrantes del colectivo. Organizan protestas, concentraciones,
piquetes y buscan distintas vías para conseguir sus objetivos. Pero
también buscan nuevas fórmulas con las que trasladar a la gente sus
reivindicaciones. Uno de los últimos proyectos en el que se embarcaron
Las Kellys Madrid fue la creación de la obra de teatro foro ‘Hotel
explotación’, en la que mostraban las malas prácticas que padecen
durante jornadas laborales por parte de sus superiores. Lo hicieron en
colaboración con el grupo de teatro La Trinchera, de La Tortuga
Lavapiés.
VULNERABILIDAD
Tanto el colectivo de trabajadoras del hogar como el de limpiadoras
de hoteles comparten muchas características. Se trata en su mayoría de
mujeres, de clase baja, muchas de ellas migrantes. “Cuanta más
vulnerabilidad, más fácil es que las empresas contraten”, explica Ángela
Muñoz. “Como es un trabajo que no se ve, no se valora; nos dicen que
cerremos las puertas de las habitaciones cuando las estamos limpiando,
por estética”, añade. Rafaela Pimentel, de Territorio Doméstico, tiene
claro el porqué de esa infravaloración: “No se tiene en cuenta lo que
hacemos porque somos mayoritariamente mujeres, es una cuestión de
género”, explica.
Para ella, hay una falta de voluntad de elaborar políticas públicas
para evitar que las mujeres carguen con este trabajo de limpieza y
cuidados. “Quieren que nosotras estemos en los hogares, como siempre”.
La lucha permanente es el camino de los tres colectivos. Hace algo
más de tres meses, este trabajo de incidencia política dio como
resultado que Las Kellys consiguieran un preacuerdo para incluir las
patologías derivadas por su actividad en el cuadro de enfermedades
profesionales. En otros casos, y junto a sindicatos afines, han logrado
negociaciones y readmisiones de empleadas a las que los hoteles habían
despedido. Pero también las alianzas entre los distintos grupos con
fines similares consiguen reforzar sus logros y potenciar sus vínculos.
Las Kellys, Territorio Doméstico y Sedoac colaboran en actos, eventos
y se muestran mutuamente su apoyo. “Muchas de nosotras tenemos una
trayectoria de lucha feminista en nuestros países de origen, y las
aportaciones del movimiento feminista han sido muy importantes en
nuestra lucha”, apunta Pimentel. Y es que después de años desempeñando
un trabajo tan necesario como invisibilizado, todas ellas lo tienen tan
claro como el lema de Territorio Doméstico: “Sin nosotras no se mueve el
mundo”.
*Este artículo fue retomado del portal Pikara Magazine
Imagen retomada del portal Pikara Magazine
Por: Esmeralda Vaquero*
Cimacnoticias | Madrid, Esp, .