En esta región en la que las transnacionales se roban el viento
para venderlo, Bettina Lucila Cruz Velázquez camina erguida enfundada
en su huipil de flores de colores y nagua vaporosa. Enormes planicies
con miles de aerogeneradores rodean Juchitán de Zaragoza, uno de los 570
municipios en los que se encuentra dividido el estado de Oaxaca. Aquí
creció, se formó, se casó y sigue luchando la integrante del Concejo
Indígena de Gobierno.
Es noviembre y han pasado dos meses desde el sismo que cimbró el
Istmo de Tehuantepec y destruyó más del 80 por ciento de las casas y
edificios de la cabecera municipal de Juchitán. Las calles parecen zona
de guerra. Maquinaria pesada recoge los escombros, mientras las casas de
campaña se ponen al sol, pues para colmo de males no ha dejado de
llover. El 7 de septiembre un terremoto de magnitud 8.2 cambió la
historia de esta región. El reloj del palacio municipal se detuvo junto
con la vida de un millón 500 mil damnificados. “Se fue el mercado, la
casa de la cultura, la iglesia, la escuela, el palacio municipal y casi
20 mil casas se derrumbaron, por lo que prácticamente toda la población
de Juchitán quedó en la calle”, refiere Bettina.
En las calles la gente monta salas y comedores. Hasta adornos les
ponen. Una con florero por ahí, otra con una lámpara en un buró. Cunas,
camas, libreros y máquinas de coser se despliegan en la nada, a un lado
de los escombros de lo que fue su casa. Ahí las familias retoman la
vida. Y en el mercado recién instalado florecen, entre iguanas en caldo,
huevos de tortuga, rebozos, huipiles multicolores y bolsas del mandado.
No ha dejado de temblar ni un solo día desde aquel 7 de septiembre, pero este pueblo no se rinde. Y sus mujeres menos.
Su modernización llegó para contaminar el suelo, matar aves y destruir la flora y la fauna de la región
Bettina es una de las fundadoras de la Asamblea de Pueblos Indígenas
del Istmo de Tehuantepec en Defensa de la Tierra y el Territorio
(APIITDTT), que se constituyó hace diez años para enfrentar al proyecto
eólico encabezado por las empresas españolas Unión Fenosa Gas Natural,
Endesa e Iberdrola. Son ya 25 los parques construidos en el Istmo de
Tehuantepec, “todos sin ningún tipo de beneficio para la gente”, señala
Bettina. Aquí no le preguntaron a nadie si querían que la fuerza del
viento se utilizara para la generación de energía, “aquí la descubrieron
y vinieron a imponerse”, acusa.
Del calentamiento global y el cambio climático, realidades emergentes
en el mundo, los políticos y los empresarios crearon un discurso para
instalar los parques. La Concejala explica que la energía renovable
llegó en forma de empresas, prometiendo empleo para la gente y
desarrollo para la región “que jamás se vieron”. Ni siquiera cumplieron
con el pago de impuestos, dice, se ampararon para no pagarlos. “Los
empresarios en Juchitán deben más de 3 mil millones de pesos de
impuestos y en toda la región del Istmo suman más de 6 mil millones”,
señala Bettina.
Bettina no habla de lo que no sabe. Se doctoró por la Universidad de
Barcelona, a la que llegó como beneficiaria de una beca para estudiantes
indígenas, en Planificación Territorial y Desarrollo Regional, con la
tesis “Desarrollo regional en el Istmo de Tehuantepec: una perspectiva
desde el territorio”. El discurso empresarial y gubernamental, dice, es
simple: “Llegan con el rollo del desarrollo y el empleo, dicen que se
tiene que modernizar el estado o la región, y con el desarrollo vienen
los parques eólicos y la energía renovable”. Pero para los istmeños,
refiere Bettina, “esa modernización ha significado despojo, impactos
negativos en la vida cotidiana, en la cultura, la economía y la vida
social. Su modernización llegó para contaminar el suelo, matar aves y
destruir la flora y la fauna de la región. Vino a acabar con actividades
económicas como la agricultura, la ganadería y el pequeño comercio
realizado por mujeres”, entre otras afectaciones.
| La energía renovable llegó en forma de empresas, prometiendo empleo para la gente y desarrollo para la región “que jamás se vieron” |
La dieta del pueblo zapoteco, basada en el maíz, animales de caza y
plantas de recolecta, también se transformó. “Todo es desplazado por la
presencia de los parques eólicos que se posicionan en el terreno, lo
cierran y ya no permiten que siga la vida como antes. Rompen el tejido
social que, como pueblo indígena, es lo más importante que tenemos”,
acusa Lucila Bettina.
Los pueblos, afirma, “hemos sobrevivido porque vivimos en colectivo.
Nos apoyamos mutuamente, estamos relacionados, nuestras fiestas son
masivas y colectivas. Todos tenemos formas de apoyar al otro y eso se
está rompiendo porque las empresas nos dividen beneficiando a unos,
pagándoles más a otros, enfrentándolos con los que nos oponemos. Ya no
podemos estar juntos ni en las fiestas, estamos divididos. Se han dado
intentos hasta de asesinarnos por la misma gente de la región que es
utilizada por las empresas”. En resumen, dice, “nos estamos perdiendo
como pueblo indígena, nuestras costumbres y nuestras relaciones”.
El manual del despojo se ha seguido en territorio juchiteco al pie de
la letra. Los empresarios van casa por casa ofreciendo dinero por las
tierras. Primero poquito, lo menos que pueden, por si pega. Aquí
empezaron pagando mil pesos el contrato y 12 mil 500 pesos al año por la
renta de las tierras para la instalación de cada aerogenerador. Cuando
los oponentes se empezaron a organizar, los empresarios aumentaron la
tarifa: 10 mil pesos por el contrato y hasta 20 mil pesos por
aerogenerador, además de 7 pesos por metro cuadrado por las
afectaciones.
La doctora binnizá explica cómo las empresas se han aprovechado de
las necesidades de la gente: “Si un campesino renta para dos
aerogeneradores (aproximadamente cinco hectáreas), más las afectaciones,
recibe aproximadamente 100 mil pesos al año, y eso lo ve como algo que
nadie más le dará. Pero no toma en cuenta las afectaciones a la tierra y
a la vida de los pueblos”. Para que alguien obtenga realmente una
ganancia que valga la pena, tendría que rentar por lo menos 50 hectáreas
para la instalación de varios aerogeneradores, pero nadie con
necesidades tiene tanto.
Las empresas, a diferencia de los campesinos, ganan tres millones al
año por un megawatt producido. Hay aerogeneradores que generan un
megawatt, otros megawatt y medio y otros de tres megawatts. La energía
la producen las empresas españolas y hay otras, como Gamesa, que venden
la tecnología. Las españolas se unieron a las mexicanas y formaron un
consorcio “para autoabastecimiento”. Producen para Walmart, Bimbo, Oxxo,
hasta para el Papalote Museo del Niño. Aparte, la Secretaría de la
Defensa Nacional cuenta aquí con su propio parque eólico. Y hasta las
minas tienen su propio parque, como Peñoles. Todos se benefician, menos
los pueblos, que cada día pagan más por el suministro. Bettina, por
ejemplo, muestra su recibo más reciente por la cantidad de mil 500
pesos. “De dónde vamos a pagar eso. Además, es justo de los dos meses
después del sismo, cuando ni siquiera ocupamos la casa”. Así las cosas.
Enormes franjas del territorio son ocupadas por los 25 parques
eólicos. Los pesados tráilers de doble y triple remolque pasan en dos
columnas para cubrirse de la fuerza del viento, que es tanta que los
voltea. Con Bettina subimos al cerro y desde ahí muestra la región
cubierta por los gigantescos rehiletes de aspas blancas. Por donde se
mire están metiendo la llamada “energía verde” que, asegura Bettina, “no
es renovable y no porque sea verde es buena”. Cómo puede hablarse de un
proyecto ecológico “si lo primero que hacen cuando llegan es
deforestar, tumbar la vegetación y el hábitat de los animales”.
Bettina conoce al revés y al derecho todo lo que a los parques se
refiere. “Yo no sé si la energía verde lo que busca es acabar con las
partes verdes”, ironiza, “porque aquí es lo que está haciendo, está
acabando con la vida”. Y explica: “Una energía que se sustente en la
explotación, el despojo y la aniquilación de los bienes naturales de los
pueblos indígenas no puede ser verde. Sólo podría serlo si los pueblos
se apropian de ella y la utilizan para lo necesario. En ese sentido, si
les preocupara realmente, tendrían que dejar de generar energía con las
hidroeléctricas y termoeléctricas que dañan enormemente. Pero el
gobierno no quiere hacer eso, sino producir para vender, sin importar el
medio ambiente”. Los eólicos, continúa, “les permiten comprarse la
etiqueta verde y seguir contaminando”. Todo es una mentira, “ni se baja
ni se sustituye la energía fósil por la energía renovable, y no hay
justicia ambiental hacia los pueblos”.
Con la mar de los pueblos y estrategias jurídicas se logró detener la
construcción del parque en el mar de la Barra Santa Teresa, de la
empresa Mareña Renovables, pero la amenaza entra en una segunda fase,
pues ese parque se renombró y se llevó a Juchitán con el nombre de
Eólica del Sur. “El gobierno, para no tener el mismo problema que tuvo
con los pueblos organizados de la zona huave, estrenó en Juchitán una
consulta supuestamente previa, libre e informada, pero no fue así. No
fue previa porque ellos ya habían dado permisos antes de hacerla y no
fue libre porque se hizo con personas coaccionadas, que ya tenían
contratos con la empresa y que ya estaban comprometidas. Los empresarios
han aprendido que para entrar a la comunidad deben tener aliados, y
ahora hasta grupos de porros tienen”.
El movimiento por la defensa del territorio obtuvo, vía amparo, la
suspensión definitiva de ese proyecto en diciembre de 2015, “pero el
gobierno cambió al juez y sustituyó al Séptimo de Distrito, quien estaba
tomando en cuenta la perspectiva de los pueblos indígenas. A este juez
lo enviaron a una zona de alto riesgo en Tamaulipas, y aquí trajeron a
otro que lo que hizo fue sobreseer nuestro amparo argumentando que la
empresa hizo la consulta previa antes de que el parque fuera construido y
estuviera funcionando. Nosotros argumentamos que no fue así y que
tampoco fue de buena fe, sino que vinieron a aprobar un parque que ya
estaba establecido”. Empresarios y gobiernos manejan este proceso como
“la consulta maestra”, pero el amparo 554/2015 continúa en la sala 1 de
la Suprema Corte de Justicia, probando lo contrario.
Hoy el mar y el viento siguen amenazados, pues el contrato del
proyecto original que hicieron con el comisariado de San Dionisio del
Mar sigue vigente y “lo tienen a la espera de que las condiciones
cambien”. El gobierno, insiste Bettina, “no está estático, nunca se
detiene. Está inyectando su veneno, contaminando, comprando gente,
compañeros mismos de la lucha y autoridades, controlando a la gente por
medio de dádivas de dinero”, como en todos lados.
Luchando solos no vamos a poder
El Istmo es parte del Corredor Biológico Mesoamericano, uno de los
más importantes del mundo, pero con los proyectos eólicos se ha ido
rompiendo esa conexión. Por su ubicación estratégica, forma parte
también de la Zona Económica Especial, y está bajo amenaza permanente
por la construcción de un puente interoceánico de Salina Cruz hasta
Coatzacoalcos. Recuperar el tren transísmico de alta velocidad y hacer
una autopista para acercar a las cuencas económicas del Pacífico por
medio del Istmo de Tehuantepec, que es mucho más barato que ir hasta
Panamá, es otro de los proyectos en ciernes.
El tren transísmico es un proyecto concebido desde que Hernán Cortés
llegó a esta región y se dio cuenta de que el trayecto de Coatzacoalcos,
Veracruz, hasta esta zona del mar, era corto e ideal para transportar
mercancía a Europa. Posteriormente, el dictador Porfirio Díaz retoma el
proyecto, pero fue Benito Juárez el que firma el Tratado McLane-Ocampo,
con el que el gobierno cede el Istmo de Tehuantepec. Afortunadamente,
señala Bettina, “lo regresan, pues de lo contrario seríamos una región
anexa a Estados Unidos”.
Las minas, como en todo el territorio nacional, se despliegan poco a
poco sobre el estado de Oaxaca. En el Istmo hay tres concesiones en San
Dionisio del Mar, dos en San Juan Atepec, y ya opera una en Ixtepec.
Oro, hierro, plata y litio son algunos de los recursos que le arrancan
al subsuelo. También hay minas de sal y otras para hacer cemento. La
afectación es devastadora.
La compra de voluntades es el modus operandi de las mineras. En
Ixcatepec, por ejemplo, rompieron la resistencia “comprando al
comisariado de bienes comunales, el mismo que ha facilitado las
concesiones a los parques eólicos y a la línea de transmisión”. La
estrategia del gobierno, explica la Concejala, “consistió en comprar a
los comuneros para que en una asamblea eligieran a este señor como
comisariado”.
| Quieren acabar con nosotros porque menosprecian nuestra vida como pueblos indígenas, lo que somos y nuestra cultura |
En San Juan Atepec la resistencia va ganando. Aquí la población cerró
la oficina de una consultoría que trabajaba para la mina y declararon a
la comunidad territorio libre de minería, con el aval del presidente
municipal. “Son cuestiones aún declarativas”, advierte Bettina, pero
“ahí va la organización”. Se trata, indica, “de no esperar a que se
instalen, pues si lo logran ya no se van”.
El despojo y destrucción avanzan también con el decreto de la Zona
Económica Especial, que se une a las que hay en Puerto Chiapas y Lázaro
Cárdenas, Michoacán. La experta en el análisis de estrategias
gubernamentales de desarrollo explica que son especiales “para que los
empresarios puedan tener exención de impuestos y decidir hasta los
salarios que pagarán a la gente o qué recursos deben utilizar los
municipios para los servicios que requieren las empresas, como la
recolección de basura o la construcción de una autopista. De por sí los
recursos son pocos, y se quedan en manos de los que administran,
presidentes municipales y cabildo. Bueno, pues ahora se los llevarán a
las empresas”, advierte Bettina Cruz.
“Quieren ocupar el agua, las tierras, el viento, los montes, y a
nosotros tenernos como peones. Quieren acabar con nosotros porque
menosprecian nuestra vida como pueblos indígenas, lo que somos y nuestra
cultura”, resume. Por eso, insiste, “nosotros como asamblea, con los
pueblos y la gente organizada, estamos en el Congreso Nacional Indígena y
el Concejo Indígena de Gobierno, porque pensamos que luchando solos no
vamos a poder”.
Encarcelada, encañonada, perseguida y amenazada
La represión y el encarcelamiento ha sido la respuesta a las demandas
de los istmeños. A ella la han perseguido y golpeado, le han apuntado
con una pistola en la sien y la han torturado. También ha estado presa y
ha tenido que refugiarse en diversas ocasiones fuera de su comunidad,
ante el acoso y la vigilancia.
Un día del 2012, llegó la policía a su casa y se la llevó. La
acusaron de atentar contra la riqueza nacional y de privación ilegal de
la libertad. Fueron 72 horas las que estuvo detenida y luego salió para
enfrentar un proceso jurídico de casi cuatro años, hasta que la
absolvieron en el 2015. “Ah, que tú eres defensora de derechos humanos,
pues aquí adentro se acabaron tus derechos humanos, aquí los que
mandamos somos nosotros”, le dijeron quienes la detuvieron de manera
ilegal durante cinco horas, tiempo en el que la trasladaron de una
camioneta a otra para infundirle temor. Cuando la presentaron viva en la
cárcel de Tehuantepec, se dio por bien servida. Ahí sus compañeros
hicieron vela.
| Un día del 2012, llegó la policía a su casa y se la llevó. La acusaron de atentar contra la riqueza nacional y de privación ilegal de la libertad |
En otra ocasión, durante una manifestación en el puente de La Venta,
llegó un grupo de trabajadores de la empresa Acciona con pistolas y
tirando patadas. La amenazaron de muerte y ella tuvo que salir de
Juchitán por tres meses. Más adelante, un año después de su detención,
también tuvo que huir, pues por el amparo contra Mareña Renovables
intentaron a asesinarla a ella y a su esposo. Sicarios armados vigilaban
su domicilio y la pareja tuvo que abandonar su comunidad por más de
seis meses.
Las mujeres del Istmo
En el Istmo lo mismo participan hombres que mujeres en las
luchas y en las decisiones importantes de la familia y la comunidad.
Bettina confirma que aquí las mujeres “se mueven, hablan y deciden”.
Aunque, reconoce, “hay algunas que no lo pueden hacer porque, aun
teniendo una familia de mujeres fuertes, se sojuzgan con la presencia de
un hombre, por eso no podemos decir que aquí se ha acabado el tema del
patriarcado”.
Las mujeres istmeñas, tan retratadas con sus iguanas por la
fotógrafa Graciela Iturbide, van con el hombre a la pesca y a la milpa y
“si tiene en sus manos el producto, lo transforma, le da un uso y con
eso puede hacer un intercambio. Las mujeres bordan, cosen, hacen comida,
hacen todo”, dice la orgullosa juchiteca.
En la organización, por supuesto, es común verlas en primera fila,
como en los enfrentamientos con la policía, donde no dudan en defenderse
con las herramientas que encuentran a la mano. “Las mujeres siempre van
al frente en las movilizaciones, con la creencia antigua de que a las
mujeres no las tocan, pero eso ya se acabó”, pues las golpean parejo,
sólo que ellas siguen avanzando. Cuando Mareña Renovables entró a la
Barra con 70 patrullas, ellas se organizaron con piedras, agua, palos, y
así, con su fuerza, enfrentaron la agresión. También están en las
asambleas y hablan, discuten, deciden, “pero no les gusta estar en
espacios para ser candidatas o algo, piensan que van a perder su tiempo y
mandan a alguien a que les informe”.
Por eso, dice, es importante que la vocera del CIG sea una mujer
indígena, “que habla una lengua y que viene de una comunidad”. Las
mujeres del Istmo se asombran y “se empieza a generar una reflexión,
queda claro que ser indígena y hablar una lengua no es una limitante,
sino todo lo contrario. Por eso este proceso nos fortalece a todas”.
| Cuando la empresa Mareña Renovables entró a la Barra con 70 patrullas, ellas se organizaron con piedras, agua, palos, y así, con su fuerza, enfrentaron la agresión |
“El Istmo no es un lugar idílico ni aislado”, indica la Concejala. El
machismo existe y sigue habiendo hombres que golpean a sus mujeres, que
no las dejan salir y que mantienen su dominio sobre ellas. Pero Bettina
no es una de ellas.
La entrevista se realiza en domingo. Está de regreso de un recorrido
con Marichuy, la vocera del CIG, por Santiago Jocotepec Choapan, y este
12 de noviembre va camino a Álvaro Obregón, una de las comunidades del
Istmo más combativas contra las eólicas. Ahí la espera una asamblea de
hombres y mujeres. Ella llega, saluda y habla en binnizá. En la asamblea
comunitaria se habla de los partidos políticos “que sólo ofrecen y
prometen, dividen y nada cumplen”. Se habla también de las amenazas al
territorio, de la organización y de la propuesta del CNI y del CIG.
Bettina explica cada uno de los siete principios, como el de “convencer y
no vencer” y el de “obedecer y no mandar”. Y todos hablan de los
tiempos duros que vienen.
En las calles me gritaban que cuánto para llevarme a la cama
Bettina Lucila empezó adolescente su participación política.
Entonces, dice, no hablaba tanto como ahora, pero ya participaba. A los
13 años se involucró en un movimiento de estudiantes campesinos que se
organizó en varias escuelas secundarias de la región. Se fueron a paro
exigiendo que bajara el precio del transporte. Se hicieron llamar nada
menos que Concejo Estudiantil de Apoyo Popular. Era 1977, año en el que
la Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo de Tehuantepec
(COCEI) iniciaba un importante trabajo organizativo.
La influencia de su madre, sin duda, fue preponderante para su
formación. En una época en la que la separación era inconcebible, su
mamá decidió dejar a su pareja porque no la trataba bien. Se había
casado a los 15 años, se separó a los 16, se regresó con su madre y a
partir de ese momento no dejó de trabajar hasta su muerte. Bettina y sus
hermanas crecieron con sus abuelos, y cuando éstos faltaron, fueron las
tías las que la cuidaron, pues la mamá se dedicó al comercio y viajaba a
Mérida y a Chetumal, donde compraba telas, juguetes, embutidos, quesos
grandes y mantequilla en una lata azul para vender.
Es famoso y hasta mítico el papel protagónico de las mujeres en la
sociedad istmeña. Todo es grande en ellas, empezando por la
inteligencia, la fuerza y la alegría. Son también grandes conversadoras y
organizadoras y han tenido, desde siempre, un papel relevante en los
movimientos sociales, como en la COCEI, que en 1981 ganó por primera vez
la presidencia municipal de Juchitán al hasta ese momento invencible
Partido Revolucionario Institucional. En este enramado femenino
crecieron Bettina, sus antepasadas y su descendencia. Ella es la cuarta
de cinco hijos, quienes cuidaban y alimentaban a los marranos mientras
su madre comerciaba. De ahí el dicho de “vete a ver si ya puso la
marrana”, pues lo común es que los niños cuiden de los animales y no se
metan en las pláticas de adultos.
| La lucha es también hablar nuestra lengua, comer nuestra comida, hacer nuestras fiestas, bailar nuestros bailes. Todo esto hay que reivindicarlo |
De niña Bettina tenía vestiditos comunes, aunque la mayoría de las
mujeres usaban la nagua tradicional. En las escuelas las obligaban a
portar el uniforme, por lo que, ya de grande y como parte de la lucha,
“de la resistencia y de la rebeldía”, decidió recuperar la vestimenta
binnizá: el huipil bordado de flores de colores y cadenilla, a juego con
la nagua de largo vuelo.
A diferencia de muchas comunidades indígenas en las que las mujeres
ya no visten su ropa tradicional, en el Istmo la mayoría porta su
vestimenta y habla zapoteco sin sufrir discriminación alguna. Es una
región en la que muchas veces hasta la gente de fuera se tiene que
vestir con el atuendo indígena para poder, por ejemplo, entrar a las
fiestas. El racismo lo viven cuando salen del Istmo y quieren seguir
hablando y vistiendo como lo que son.
Bettina, por ejemplo, lo vivió en carne propia en Barcelona, ciudad
cosmopolita a la que llegó a estudiar el doctorado. Ahí no sólo la
discriminaban por ser indígena, sino también por el simple hecho de ser
mexicana. “En las calles me gritaban que cuánto para llevarme a la cama,
pues piensan que una está en su país sólo por trabajo sexual o del que
sea”, recuerda.
En la Ciudad de México no fue ni es muy distinto. Cuando enfundada en
su huipil recorre las calles y acude a hoteles y restaurantes, “no te
atienden igual que a los demás”. Pero eso, dice, “es también parte de la
lucha. Una tiene que entrar a todos los lugares con orgullo. La lucha
es también hablar nuestra lengua, comer nuestra comida, hacer nuestras
fiestas, bailar nuestros bailes. Todo esto hay que reivindicarlo, y si
alguien tiene algún problema, pues tendrá que vivir con eso”.
Al salir de la secundaria, Bettina se fue a estudiar a la Ciudad de
México. Se matriculó en el CCH Sur y luego en la Facultad de Estudios
Superiores Cuautitlán de la UNAM, donde estudió la carrera de Ingeniería
Agrícola, “pensando en regresar a mi pueblo y trabajar en el campo”.
Paralelamente empezó a participar en la COCEI desde la Ciudad de México.
Eran los momentos álgidos de la Coordinadora Nacional Plan de Ayala,
del Frente Nacional Contra la Represión, de la CNTE y de otros grandes
movimientos de 1980.
Como integrante de la COCEI, participó activamente en el Frente
Nacional Contra la Represión y en la Coordinadora Nacional Plan de
Ayala, donde conoció a muchos líderes campesinos que después se
institucionalizaron. Pero aquellos eran tiempos de combatividad. En 1981
tomaron las embajadas y Bettina pisó la cárcel por primera vez. “Estuve
tres días presa por esa acción organizada para visibilizar la
problemática de Juchitán y el fraude electoral”. También organizaron una
huelga de hambre y otras acciones, hasta que lograron nuevas
elecciones. “Fueron momentos gloriosos en los que la COCEI pasó de la
lucha por la tierra y la democratización del comisariado de bienes
comunales a la reivindicación del ayuntamiento popular”. Años después,
lamenta Bettina, “el movimiento quedó en manos de los dirigentes y se
institucionalizó, y hoy son la gente contra la que tenemos que estar
luchando: mis antiguos compañeros”.
Cuando el movimiento empezó a institucionalizarse “y se hacían otras
cosas”, Bettina dejó de participar y se fue a la academia. Terminó la
universidad en 1986, se recibió de Ingeniera Agrícola, se casó con
Rodrigo, “un compañero de la costa” a quien conoció en la Universidad y
en la lucha. Y regresó a Juchitán. Ella tenía 26 años y hasta la fecha
están juntos.
Posteriormente, esta juchiteca inquieta y de carácter fuerte se
inscribió en la maestría de Desarrollo Rural Regional en la Universidad
de Chapingo, y al terminar obtuvo una beca para estudiar el doctorado en
Planificación del Desarrollo Territorial en la Universidad de
Barcelona. Era común verla por los pasillos de Chapingo con sus hijas, a
quienes se llevó también un tiempo a Europa, sin su marido.
Su vida transcurría entre la maternidad y la academia. Se tituló con
la tesis “Desarrollo regional en el Istmo de Tehuantepec: una
perspectiva desde el territorio”, y fue en el proceso de su escritura
que se encontró con información sobre el desarrollo contemplado por el
gobierno para la región, y decidió dársela a ex compañeros de lucha. La
información era sobre la actuación de las empresas y el tipo de
ganancias que tenían. La indignación los llevó a organizarse y así nació
la Asamblea de Juchitán en Defensa de la Tierra en 2007, que en 2009 se
convirtió en Asamblea de Pueblos del Istmo en Defensa de la Tierra y el
Territorio, pues se unieron San Francisco del Mar, San Dionisio del
Mar, Chahuites, San Juan Atepec, Tapanatepec, Unión Hidalgo, Álvaro
Obregón y Xadani, y juntos dieron la lucha contra Mareña Renovables.
Lo que ocurre en el Istmo, señala Bettina, “ocurre en todo México. Y
por eso pensamos que si nos unimos todas las luchas e iniciativas de
organización, por pequeñas que sean, nos hacemos grandes. Ése es el
proyecto del CNI, organizarnos, no para las elecciones, sino para la
vida”.
La lucha toda, asegura, “ha valido la pena”. Aquí han logrado
visibilizar el problema de las eólicas, “se desenmascaró el rollo de la
energía verde, se pusieron en discusión los impactos y se trabaja en la
resistencia. La organización ha crecido y han surgido nuevas para
defender el territorio”.
“No es posible, no es justo que haya unos cuantos ricos que se han
apoderado de nuestro país, junto con algunos extranjeros. Por eso sueño
con cambiar las cosas y tener una vida digna. No, no sé si soy fuerte.
Yo siento, y mucho, pero tenemos que sacar fuerzas porque tenemos
derecho a la libertad y a la vida”, finaliza.