Osbelia Quiroz González, con sus 80 años, es la mayor del Concejo
Indígena de Gobierno. Su fortaleza cansa al más ágil. Sorprende subiendo
y bajando cerros, poniendo el cuerpo frente a la maquinaria que los
despoja de su territorio o dejando el pase libre en la caseta de cobro
para difundir sus demandas. “La gacela” le decían a la maestra Osbelia
cuando de joven competía en las carreras de atletismo. Se entiende.
Tepozteca de nacimiento, no hay quien no la conozca en la cabecera
del municipio. Cientos de sus alumnos y alumnas hoy son personas adultas
con una vida hecha, padres e incluso abuelos. Es un domingo de
noviembre y Osbelia se dirige al plantón que el movimiento mantiene
frente a la presidencia municipal en contra de la ampliación de una
carretera que los divide y atenta contra su pueblo. Arregla el altar y
barre. Toma los carteles que le tocan y con ellos en su bolsa se dirige a
alcanzar a sus compañeros a la caseta de cobro, quienes la tomaron
simbólicamente e instalaron el pase libre, acción que consiste en
pedirle a los trabajadores de la Secretaría de Comunicaciones y
Transportes (SCT) que se retiren de las casetas o se hagan a un lado,
mientras ellos dejan pasar a los automovilistas sin que paguen cuota,
depositando una cooperación voluntaria en sus botes. Osbelia despliega
su cartulina y se pone a un costado. La policía la observa, y ella ni
voltea.
“No tengo miedo a la represión”, dice, segura de sí misma. “Si algún
día me detienen, iré al lugar a donde me lleven. No importa que me
encarcelen, ahí puedo estar, y si tengo la oportunidad de seguir
leyendo, leeré lo que han hecho nuestros antepasados, lo que por derecho
nos corresponde: nuestro territorio”. Heredera de sangre de guerreros,
lo mismo se enfrenta al actual gobernador Graco Ramírez que a los
trabajadores de las transnacionales que los despojan del territorio. No
hay descanso, dice, y “menos tiempo”.
Pueblo trágico
En los últimos años, la oferta turística ha desbordado la cabecera
municipal de Tepoztlán. Hoteles, restaurantes y deportes de aventura se
ofrecen para todos los bolsillos. Los fines de semana prácticamente no
se puede transitar por el centro y enormes filas de vehículos
congestionan las avenidas y las estrechas calles. La derrama económica,
sin embargo, no es para los tepoztecos. En 1999 fue declarado uno de los
111 Pueblos Mágicos del país, estatus que, dice Osbelia, “nos ha venido
a empobrecer”, y no sólo por el color amarillento con el que
homogenizaron las fachadas, “como si tuvieran hepatitis”, sino por la
sobreexplotación de sus recursos. “En los pueblos ni siquiera hay
drenaje, ni pavimentación ni alumbrado, pero eso sí, las obras de
maquillaje son para que venga más turismo, todo para la ganancia de los
hoteleros”.
“Nada de mágico”, insiste Osevlia, lo están conviertiendo en “un
pueblo trágico”, en el que los tepoztecos “ya no podemos ni siquiera
caminar por las aceras, todo está muy caro y nos vamos a comprar nuestro
mandado a Yautepec y a Cuautla, que es más barato”. Además, los del
“patronato se quedan con las partidas presupuestales destinadas a los
Pueblos Mágicos”. El encargado por Tepoztlán, acusa, “es un señor que
vendió el movimiento magisterial”. Aunque también, reconoce, “hay en eso
algunas personas honestas”.
Contrario a lo que se piensa, los pobladores originales de la antigua
Villa de Tepoztlán no viven del turismo. Al contrario, huyen de él. La
majestuosidad de sus valles y montañas ha atraído a hoteleros y
restauranteros, “pero en su mayoría son de fuera”. El verdadero
tepozteco es el maletero, el mesero, el que acomoda los carros, es
decir, el que presta sus servicios. Es también el que “apretadito en el
mercado vende sus productos del campo, con sus puestos de chalupas,
quesadillas y enchiladas. Es al que quieren expulsar, pues quieren
desaparecer el mercado tradicional del centro, con su maíz y su
verdura”.
| El verdadero tepozteco es el maletero, el mesero, el que acomoda los carros, es decir, el que presta sus servicios. Es al que quieren expulsar |
Hoy, los patios de las casas ya no se abren para las bestias de
carga, sino para dar paso a las enormes filas de vehículos, pues más de
100 se han convertido en estacionamientos tan sólo en el primer cuadro.
Los cerros ya nos son el principal atractivo, sino el espacio a vender,
con la especulación correspondiente. Hace 20 años el metro cuadrado se
valuaba en 200 pesos, ahora en el centro de Tepoztlán está entre tres y
cuatro mil pesos, lo que representa un incremento de mil por ciento.
Sobre la avenida Revolución se despliegan los fines de semana y días
festivos puestos de artesanía, ropa hippie, huaraches y comida a cargo
de tepoztecos y gente de fuera. Los turistas recorren la calle “y
compran sus cositas y eso sí beneficia al comercio local”. El “otro
turismo” llega hasta en helicópetro y avioneta, asiste a los spas
y consume comida gourmet. Ese turismo es el que los despoja, explica la
maestra. No es el que se toma su “michelada”, su nieve, camina, sube al
cerro y descansa de la ciudad. Ellos, aclara, no se oponen al turismo,
pero sí al que ha convertido a Tepoztlán en la cantina más grande del
mundo y al que viene a hacer turismo de aventura y destruye los cerros.
La maestra refiere que “acaban de desbaratar parte de un cerro en el
que había pinturas rupestres”. A Tepoztlán, reitera, “se lo están
acabando aquellos ambiciosos y no los tepoztecos, o unos cuantos que se
suman por un tiempo, porque después también los hacen a un lado”.
Descendiente de los tlahuicas, “raza de resistencia, raza guerrera”,
Osbelia se organiza con su pueblo para defender lo que les corresponde.
El Tepozteco, refiere, “nos dejó palabras importantes, nos dijo que
defendiéramos el territorio, que no nos creyéramos de esas gentes que
venían a engañarnos con luces que son de luna y no de estrellas”.
Y como todavía queda riqueza, “como no se lo han llevado todo”, las
empresas transnacionales “vienen a terminar el trabajo llegando a las
entrañas del territorio, destruyendo a nuestra Madre Tierra con las
minas, los gasoductos, las termoeléctricas, con estas plastas de cemento
que son las autopistas”.
Cemento por cultivos
El 20 de mayo de 2017, Tepoztlán amaneció con tres mil árboles
tirados en la carretera La Pera-Tepoztlán, “un crimen ambiental para el
que no tienen permiso”, explica la Concejala. La tala se inscribe en los
trabajos de la ampliación de la autopista La Pera-Cuautla, obra
“totalmente ilegal que divide a nuestro pueblo, atraviesa nuestros
lugares sagrados y arremete contra el medio ambiente”.
Una parte de esta ampliación, explica la maestra, la que va del
kilómetro 17 al 20+700, fue vendida por los ejidatarios “en la mísera
cantidad de 43 pesos el metro”. Ahí, dice, la Secretaría de
Comunicaciones y Transportes (SCT) “puede hacer sus destrozos, porque
tiene el convenio de ocupación previa, pero el proyecto está destruyendo
todo lo que se encuentra a partir del kilómetro 0 al 20+700”.
La entrevista se realiza en lo poco que queda de la pirámide
Yohualichan, “vigilante nocturno”, en el cerro del mismo nombre. Las
piedras ancestrales han sido saqueadas y ahora adornan paredes de la
casa de algún funcionario. “No es justo”, remata Osbelia, quien sube el
cerro y participa en una ceremonia tradicional por la defensa del
territorio.
La maquinaria pesada ha sido parada por los tepoztecos en
innumerables ocasiones. Han puesto el cuerpo al tiempo que pelean en los
tribunales. Ganaron un primer amparo a la empresa Tradeco, que tenía la
concesión de la construcción, y lograron parar la obra durante tres
años, pero después regresó la maquinaria, esta vez de la empresa
Angular, entre otras, las cuales intentan recuperar el “tiempo perdido”.
“El daño es tremendo”, explica Osbelia, “pues detruyen el medio
ambiente en su totalidad”. Se trata de “un negocio carretero y casetero
cuyo beneficio es sólo para ellos” y no viene solo, “conlleva
megatiendas y casas como las que acostumbran, pues ya dieron la orden de
que pueden destruir las zonas protegidas a perpetuidad”, mientras que
al pueblo de Tepoztlán “le toca la contaminación y el ruido de los
tráilers”. Es, pues, una autopista para los ricos, para llevar y traer
mercancía, un proyecto del Plan Integral Morelos, que se deriva del Plan
Puebla-Panamá.
| El daño es tremendo, pues destruyen el medio ambiente en su totalidad. Se trata de un negocio carretero y casetero cuyo beneficio es sólo para ellos |
“El gobierno es maldito”, resume Osbelia. A las megatiendas no les
faltará el agua, pero “al pueblo, mediditos con un día a la semana”,
además de la devastación de la flora, incluyendo las más de 500 plantas
medicinales y la fauna local. En el kilómetro 8, por ejemplo, había
venados, pero con la ampliación se han ido, “lo sé porque tengo un
pedacito de monte ahí”, dice Osbelia.
El territorio al que afecta esta ampliación es el Parque Nacional El
Tepozteco, donde hay zonas protegidas a perpetuidad, y el Corredor
Biológico Ajusco-Chichinautzin, el pulmón de México. Este corredor
biológico está conformado por ocho municipios: Atlatlahucan, Tlayacapan,
Totolapan, Yautepec, Tepoztlán, Huitzilac y Jiutepec.
Tepoztlán es mayoritariamente una tierra comunal en la que se
encuentran los poblados de Santa Catarina, San Andrés de la Cal, San
Juan Tlacotenco, Ocotitlán, Amatlán, Ecatepec, Jilotepec y Santiago
Tepetlapa, todos amenazados de ser divididos por la ampliación. En 1937
la región fue decretada por Lázaro Cárdenas como el Parque Nacional El
Tepozteco, en 1988 fue declarada Corredor Biológico Ajusco
Chichinahuatzin y en el año 2000 esta riqueza quedó protegida por el
Programa de Ordenamiento Ecológico Territorial.
Para Osbelia la lucha contra la autopista es la lucha por la vida y
por ella ha peleado desde hace más de cinco décadas junto a su pueblo.
No es nueva la defensa del territorio para los tepoztecos. Resistir es
su verbo. Los habitantes se refieren a la resistencia emblemática en
tiempos de la Revolución, con Emiliano Zapata y Rubén Jaramillo al
frente de los pueblos. Posteriormente, ya en 1979, los comuneros
rechazaron la construcción de una cárcel y tiempo después libraron
varias batallas contra proyectos turísticos, como un teleférico desde el
cerro del Chalchi al Tepoztec, y después un periférico, circuito
carretero al pie del mismo cerro. Más adelante encabezaron la
emblemática resistencia contra la construcción de un club de golf, que
los llevó al ejercicio de autogobierno.
Es memorable la lucha contra el campo de golf en 1994. “La gente se
levantó y se paró ese proyecto, pero lo más imporrante es que el
presidente municipal tuvo que salir junto con sus compañeros. El cabildo
se fue de Tepoztlán porque fue tan fuerte la lucha que ya no se
permitió más y salieron como traidores”, recuerda Osbelia.
Nosotras sabemos controlar el miedo
En esa lucha, como en todas las que ha librado Tepoztlán, la
participación de las mujeres ha sido vital. “Las mujeres nos estamos
abriendo el paso, y estamos ocupando el primer lugar, pero no
descartamos el lugar de los hombres”, afirma la maestra, quien está
convencida de que “ellos van a ir a los lados, nuestros jóvenes y
nuestros niños, porque la lucha ya es de todos”. Los hombres, continúa,
“ya estuvieron en el poder e hicieron mal su trabajo, abusaron, es hora
de que entiendan, que reflexionen que es tiempo de la participación de
la mujer, de querer a nuestra Madre Tierra”.
Las mujeres, dice Osbelia con su experiencia, “sabemos cuál es el
temor, sabemos controlar el miedo”. Por eso, insiste, “ya es tiempo de
que participemos bien, pues en la lucha política somos un punto clave
porque no nos dejamos engañar y actuamos con honestidad. Ya hemos
convencido a nuestros compañeros, nuestros hijos, nuestros hermanos, de
que participemos las mujeres. Es hora de que nos unamos, que se acabe
ese machismo y el patriarcado. Que ellos ayuden en la cocina, mientras
las mujeres salimos al frente. Tenemos que distribuir bien nuestros
tiempos”.
En estos tiempos, reflexiona esta mujer octagenaria, “se necesita la
fuerza de la inteligencia y su fortaleza”, sin descartar al hombre “pero
sin que nos descarte a nosotras”. Ella era fuerte desde niña. Todo le
ha costado y todo se lo ha ganado. La palabra es lo suyo, platicadora
era desde pequeña, cuando caminaba descalza por el rancho de sus
abuelos, en Tecmilco. Los huaraches se los puso por primera vez a los
siete años, cuando la inscribieron en el primer año de primaria.
| Es hora de que nos unamos, que se acabe ese machismo y el patriarcado. Que ellos ayuden en la cocina, mientras las mujeres salimos al frente |
La habladera la agarró en el mercado, cuando iba a vender leche,
requesón, queso y nata a Amatlán, Santiago Tepetlapa e Ixcatepec, a
donde llegaba caminando por una veredita, o en burro o a caballo, cuando
acompañaba a su abuelo a misa. En el mercado ayudaba también, desde los
siete años, a vender lo que su padre producía: jícama, jitomate,
tomate, frijol, ejotes. Ahí también aprendió a escuchar. “Cuando
probaban la jícama las señoras me decían, tzopelli, tzopelli,
que en náhuatl significa que estaba dulce. Luego me saludaban en náhuatl
y como yo no sabía, llegaba a la casa y preguntaba. Antes se
acostumbraba el pilón en la venta y cuando les daba me decían, tlazohcamati, que quiere decir gracias”.
De Tepoztlán, Osbelia se fue a vivir con sus abuelos a Ixcatepec.
Cursó la primaria en la escuela Escuadrón 201, la secundaria en
Tepoztlán y la Escuela Normal en Cuernavaca, capital de Morelos. Su
tesis fue sobre la salud en el pueblo en que nació. Su vida, dice, “es
larga y muy bonita”. Estudió cuando “no se usaba que la mujer
estudiara”. De todos sus hermanos fue la única, pues ellos no quisieron.
En 1951, justo cuando ella cursaba el sexto de primaria, instalaron la
primera secundaria del pueblo y Osbelia dijo “yo quiero” y la enviaron.
En aquel tiempo, dice, la mujer no estudiaba no sólo porque la gente
hablaba mal, sino porque además no había dinero para el pasaje. Los dos
obstáculos los libró ella.
“Miren a esas mujeres”, “cómo no se quedan en su casa”, “ahí andan de
chismosas y escandalosas”, “por qué no se quedan a lavar en su casa”,
son algunas de las frases con las que se referían, y aún lo hacen, a las
mujeres de los pueblos. “No saben que ya hicimos el quehacer, nos
apuramos y estamos en la lucha. Eso no lo saben los que no participan,
porque hay mucha apatía también”, dice doña Osbelia.
Cuando terminó la secundaria, reflexionó sobre qué seguía para ella.
Tenía claro que quería seguir estudiando y se debatía entre la enseñanza
y la medicina. También se le atrevesó el oficio de corte y confección
porque un día se le cayó el tejolote y rompió varios platos. Ella pensó
que debía ganar dinero rápido para comprar otros, aunque su mamá le dijo
que no valían nada. “Yo quiero ganar para reponerlos”, pensó, y como la
carrera de corte y confección era rápida, pues “más rápido juntaría el
dinero”. Nadie pudo sacarla de ahí, así es que se puso a estudiar la
costura y le gustó. Más adelante se fue a la Escuela Normal de Maestros.
Estudió la Normal en Palmira, pero antes de terminar tuvo la
oportunidad de cubrir un interinato en Palpan. Luego tomó cursos
intensivos para terminar la carrera sin haber perdido ni un año. Le
dieron la plaza de maestra estatal, luego la plaza federal y así
concluyó la Normal con apenas 15 años de edad. A los 17 se tituló y a
partir de ese momento trabajó en muchos lugares a los que llegaba
caminando o a caballo. Pero quería saber más, así es que se fue a Puebla
a estudiar la Normal Superior y ahí, entre clase y clase, se enamoró,
se casó y siguió estudiando.
¡Ya la hice!
“Me casé a los 26 años con un joven que conocí en Tepoztlán. Fui
perseguida por muchas personas fuera de mi pueblo, pero yo quería
regresar aquí porque estoy enamorada de los cerros. Me costó trabajo
encontrar a un tepozteco a mi gusto, pero me esperaba un muchacho que
vive en el centro y me propuso ser su novia. Yo sabía que no estudiaba,
nada más había terminado la secundaria y se había ido a México a
estudiar artesanía. Así es que le dije, ‘sí, me simpatizas, pero cuando
tú me entregues una credencial de que estás estudiando algo, entonces
empezamos a ser novios’. No tardó mucho, me enseñó la credencial de que
ya estaba inscrito en la Escuela Nacional de Pintura, en la Esmeralda.
No me quedó de otra y empezamos a ser novios, y con el tiempo nos
casamos. Bien casados, cuando yo tenía 28 años”.
Con su novio recorrió entonces los museos y los teatros de la
entonces región más transparente de México. Exposiciones de Modigliani o
El Greco, y la obra de teatro “Silencio, pollos pelones, que les van a
echar su maíz”. Treinta años después de haberse casado, él murió de una
neumonía. Seis hijos “bien programados” tuvieron: tres hombres y tres
mujeres. Al mayor lo registró ya grandecito “para que él eligiera su
nombre”. Y, contrario a las reglas de pueblo, a ninguno lo bautizó.
Después de casada, continuó trabajando por 32 años un interinato.
| La primea vez, cargando a su primer hijo, llegó a la asamblea contra el teleférico y “mi marido se sorprendió mucho, pero no dijo nada” |
Su marido murió en 1994, cuando iniciaba la batalla contra el club de
golf, y había participado en la lucha contra el teleférico, contra el
tren escénico y contra el periférico. Y ella, rebelde, se le “aparecía”
en cada lugar. La primea vez, cargando a su primer hijo, llegó a la
asamblea contra el teleférico y “él se sorprendió mucho, pero no me dijo
nada. Cuando ya se retiraba me dijo ‘vámonos’, y yo pensé, ‘ya la
hice’. Así fui participando en todas las luchas, porque aquí en
Tepoztlán las mujeres somos bien entronas”.
En la lucha actual contra la ampliación de la autopista, doña Osbelia
participa de tiempo completo. “Me apuro a hacer mi quehacer y me voy”,
dice, aunque algunos de sus hijos le insisten en que “ya está grande y
es peligroso”. Ella responde que sólo tiene 80 años y que además no hay
problema, pues “los compañeros de los Frentes me han dado muy buena
acogida en una lucha que empezaron los jóvenes”. Ahora, dice, los del
movimiento son también su familia.
Es el tiempo de los pueblos
Los Frentes en Defensa de Tepoztlán decidieron participar con el CNI
en la conformación del Concejo Indígena de Gobierno, que tiene la
intención de visibilizar y organizar las luchas de los pueblos. Algunos
tepoztecos han visitado las comunidades zapatistas de Chiapas y han
asistido a los encuentros contra el neoliberalismo en tierras del EZLN.
“Ahí nos damos cuenta de la forma de vida que tienen ellos, una vida
sana, que es la que todos los pueblos quisiéramos tener, con libertad,
igualdad, donde las cosas son totalmente claras. Ahí se siente el amor,
la seguridad”, dice Osbelia, quien recorrió junto a la vocera del CIG
los cinco Caracoles zapatistas. “Ellos, los zapatistas, son nuestros
hermanos, estamos de acuerdo con su pensar y por eso decidimos entrarle a
este camino que no es nada fácil”.
El discurso de doña Osbelia es claro: “Ya no soportamos más a este
sistema corrupto, a este sistema capitalista que nos está acabando y que
está vendiendo a nuestra Madre Tierra. Se la está arrebatando
directamente a los campesinos y a los que no lo son, y quieren acabar
con los pueblos originarios, que se olviden de que existimos, pero
nosotros somos los que le damos vida a México, porque el sustento viene
de la tierra y los campesinos la trabajan. Así de simple”.
A los que dicen representarnos, explica la maestra, se les va a
acabar su tiempo, “a todos estos que no han sabido aprovechar lo que
tuvieron en sus manos, sino que se desbalagaron y se fueron por el
camino de la corrupción y nos dejaron solamente una vida triste,
insegura, de desastre”. El cambio, profundiza, “se hará con la unión de
todos los pueblos, no nada más de los originarios, sino también con los
de las ciudades. Aquí no habrá una ciudad que quede excluida, estamos
invitando a que todos caminemos unidos porque sólo así se va a lograr
nuestro objetivo, que no es otro que derrocar a estos malvados que están
ocupando el poder”. Osbelia insiste en que “a ellos ya se les acabó el
tiempo. Que eso les quede muy claro. Viene el tiempo de los pueblos, que
florezcan totalmente, y que la vida sea para todos buena”.
Osbelia no para. Dio clases durante más de 30 años, y se nota. De
mente extraordinariamente ágil, hilvana la propuesta del CIG de manera
didáctica. “El cambio lo haremos paso a paso, con inteligencia y
preparación”, dice convencida. Y, ante un grupo de comuneros, esboza el
plan de acción: “Tenemos que llegar a cada pueblo y escuchar las luchas,
las tristezas, los gozos que han tenido, explicar que las luchas se
ganan con unidad”.
De la resistencia, explica, “estamos pasando a la etapa de caminar,
de dar pasos firmes para, poco a poco, ir arrancando la maldad metida en
los que nos representan”. Va a costar trabajo, confirma, “no será
fácil”, y por eso “tenemos que ser sensatos, inteligentes, nos van a
poner emboscadas y no sé qué tantas cosas más estén tramando, pero
nosotros con claridad, con certeza, firmeza y fortaleza, iremos
avanzando”.
| A los que dicen representarnos se les va a acabar su tiempo, a todos estos que no han sabido aprovechar lo que tuvieron en sus manos, sino que se desbalagaron y se fueron por el camino de la corrupción |
Clara en cuanto al pretexto de participar en el proceso electoral,
con o sin firmas para el registro de la vocera María de Jesús Patricio,
la integrante del CIG explica que “todo es para tener participación,
visibilidad y organización”, sin recursos y sin dinero de nadie, sino
con “el apoyo de los propios pueblos, quienes darán su apoyo para seguir
caminando”.
De Marichuy, mujer, indígena y sanadora, vocera del Concejo, Osbelia
señala que representa a la Madre Tierra. “Ella sabe de dolores porque es
curandera, y sabe de nuestros hijos porque es madre”. Su elección para
representarlos, dice, “fue por unanimidad, no al azar, porque tiene una
trayectoria muy limpia, porque es inteligente, porque es mujer”.
La propia Osbelia fue elegida también por consenso, porque “así lo
determinaron los Frentes en Defensa del Territorio”. Ella se tomó unos
días para pensarlo, pues “no era una decisión fácil, pero acepté y asumí
el compromiso”. Su trabajo, explica, “no es hacer proselitismo, porque
nosotros no ofrecemos ni prometemos nada, sino que llamamos al pueblo a
no dejarse y le explicamos la lucha”. Les dice “que hay que controlar el
miedo, que hay que ser sensatos, y que a pesar de la represión no
debemos callarnos. Definitivamente no”.
Unos días antes de la entrevista, un cuerpo de policías municipales
reprimió el plantón que los activistas contra la autopista mantienen
frente al palacio municipal. También los han agredido cuando intentan
parar la maquinaria pesada, como en una ocasión que llegó la policía
federal, estatal y municipal y los golpearon a todos. En aquella ocasión
Osbelia fue la última en abandonar el lugar. “Yo no les tengo miedo, o
lo he sabido controlar”, dice.
En estos seis años de lucha no siempre ha sido la policía la que los
ha atacado directamente, sino grupos de choque pagados por los
funcionarios municipales o por la constructora. Los comuneros de
Tepoztlán explican que los integrantes del grupo de choque provienen del
pueblo de San Juan Tlacotenco, parte de Tepoztlán, pero que ha jugado
en otros momentos a favor del gobierno porque quiere apropiarse de la
mitad de las tierras. Veinte años atrás, cuando Tepoztlán logró cancelar
el proyecto del campo de golf, este mismo grupo jugó a favor del
gobierno a cambio de beneficios personales.
Hay personas, dice la maestra Osbelia, “que necesitan ganar dinero y a
ellos los contratan, les dan sus 250 pesos y vienen a maltratarnos,
pero yo pienso que también a ellos hay que hablarles, hay que invitarlos
a que reflexionen. Hay que decirles que nuestra lucha es por la vida y
que no la estamos haciendo por unos cuantos. Que ellos entiendan que lo
que queremos es salvar al medio ambiente, salvar nuestro entorno, el
aire que respiramos, el canto de las aves que escuchamos, que nos
alienta, que nos da la bienvenida para un nuevo día”.
Envuelta en su rebozo negro, de falda larga y blusa bordada con
flores multicolores, Osbelia Quiroz se declara, como su pueblo, en
resistencia. “Nadie nos va a decir lo que debemos de hacer. Nosotros
sabemos lo que es bueno y dignamente entregamos nuestra existencia. Nos
estamos organizando y paso a paso vamos caminando con los pueblos
originarios de este país que se llama México”, finaliza.
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