La credibilidad ciudadana es uno de los principales
problemas que enfrenta el PRI desde hace tiempo; los fraudes electorales
que ha tenido en su historia, siendo el más emblemático el de 1988 y
los casos de corrupción de muchos de sus militantes, sobre todo en la
administración de Enrique Peña Nieto, han minado la imagen del priismo
hasta el último rincón del país donde tiene un comité.
El fraude es sinónimo de priismo para una buena parte de la población
y esa marca parece estar tatuada en la piel de este partido, que vive
hoy una de las más severas crisis de su historia, la cual podría
profundizarse si es que no se lleva a cabo una elección transparente y
creíble para su nueva dirigencia.
El reconocimiento del Consejo Político Nacional del PRI de que su
padrón de militantes no es de 6 millones y medio, como lo declararon
ante el Instituto Nacional Electoral, sino de apenas 1 millón 300 mil
evidenció una sospecha que se tenía: que dicho registro de militantes
fue inflado con el padrón de beneficiados por los programas sociales del
gobierno peñista.
La decisión de que se elija a la nueva presidencia del partido a
través del voto directo de la militancia lleva consigo la
responsabilidad y la necesidad que el PRI tenga un registro preciso de
quienes pueden participar. Hasta ahora, el dato que se tiene del propio
partido es que hay 1 millón 300 personas con credencial de militancia
que podrían participar en el proceso interno de selección de su nueva
dirigencia para la primera semana de septiembre.
Pero esta decisión del voto directo trae consigo también la tentación
de algunos de los candidatos de meter la mano en el padrón definitivo
que se use el día de la elección a través de militantes a modo que hayan
sido comprados a través de programas sociales o de prebendas
económicas.
Bajo las circunstancias de crisis por las que atraviesa, el fraude a
sí mismo sería para el PRI tanto como un suicidio político, porque nunca
más podría salir de la trampa que ellos mismos han construido y jamás
recuperarían la credibilidad que les urge tener para refundarse o
renovarse tras la derrota histórica del 2018.
La tentación de hacerse trampa para quedarse con la franquicia
llevaría a la extinción del PRI y ni siquiera el nombre y el logo del
partido servirían para quienes quisieran renovarlo cambiándole la imagen
o dándole una denominación diferente.
¿Quién votaría por un partido tan desconfiable que entre ellos mismos
se hacen trampa para quedarse con el cascarón de un instituto político
desacreditado? Muy pocos se atreverían a seguir confiando en una
organización con estas características.
El fantasma del fraude que ronda en el PRI parece una mala
broma, pero no lo es tanto si tomamos en cuenta que en lo que va del año
se han registrado de manera inexplicable casi 80 mil nuevos afiliados
en algunos estados como Coahuila, Campeche y Yucatán, número que bien
podía haber sido muy útil en la campaña presidencial.
Por cierto… Dicen que entre gitanos no se leen las
cartas y en el caso del PRI bien podría aplicarse este dicho entre los
cuatro candidatos a la presidencia del partido: Ivonne Ortega, Alejandro
Moreno, José Narro y Ulises Ruiz. Todos y cada uno de ellos saben cómo
jugar en la cancha política y también saben de las consecuencias que
acarrearía la intentona de querer manipular la elección: se estarían
jugando no sólo el futuro y la sobrevivencia no sólo del partido, sino
de la de ellos mismos.
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