Carlos Bonfil
Los cinco sangres no mueren, sólo se multiplican. Cinco sangres (Da 5 Bloods), el largometraje más reciente del afroestadunidense Spike Lee (Haz lo correcto, El infiltrado del KkKlan), comienza, de modo característico en el realizador, con un oportuno recuento histórico del abuso y el estigma social que ha padecido la comunidad negra en Estados Unidos. Esta irrupción de imágenes propias de un documental en una cinta de aventuras que combina la comedia y el drama bélico, permite documentar muy bien el naufragio moral de una generación de antiguos combatientes afroestadunidenses en la guerra de Vietnam que en su regreso sin gloria al país natal sólo descubrieron el desdén o el oprobio y la certeza de haber peleado una guerra inmoral ajena y por derechos que nunca habían sido ni podrían llegar a ser suyos.
Spike Lee recuerda la numeralia de la desigualdad racista: a
finales de los años 60, la población afroestadunidense representaba 11
por ciento del total en ese país, pero en la guerra de Vietnam esa
comunidad constituyó 32 por ciento de las tropas en combate. Las
promesas de libertad y reconocimiento igualitario se tradujeron, en las
cinco décadas siguientes, en la persistencia de una brutalidad policiaca
de la que el cineasta ha sido cronista fiel y que hoy anima la
reivindicación social del Black Lives Matter.
El título de la cinta alude a los cuatro protagonistas, viejos
compañeros de combate, hoy veteranos sexagenarios, que se siguen
llamando entre sí sangres (Bloods) para mantener vivo el lazo de fraternidad con uno de sus camaradas, Stormin’
Norman, el quinto sangre caído en el terreno de combate. Los cuatro
amigos, acompañados de David, hijo de uno de ellos (el quinteto
restituido), se imponen una doble misión: recuperar en Vietnam un tesoro
perdido y a la vez ubicar y repatriar los restos de Norman. Ese
propósito será el detonador de un relato de aventuras, propias de una
tira cómica, que incluye varios mercenarios vietnamitas, un guía local
capaz de detectar y conjurar peligros, un venal traficante francés (Jean
Reno), y el insípido añadido de un vacilante romance del joven David
con una activista social encargada de desactivar minas de guerra.
Los
toques de comedia en este curioso full monty ambientado en una
exuberante selva vietnamita (con locaciones en Tailandia), reposan en
los previsibles desencuentros y reacomodos afectivos de los cuatros
sangres que se insultan cariñosamente (
you nigger,
your black assy un largo etcétera) como forma de compensar por las enormes cargas de remordimiento y culpa que afloran durante el viaje a Saigón (hoy, Ho Chi Minh), visita convertida en un largo camino de expiación.
Al convencionalismo de esta trama, plantada sin rodeos en las rutinas
y clichés del género de aventuras, la matiza por fortuna el ocurrente
recurso a una parodia abierta. En el interior de un bar en Vietnam se
lee en letras de neón un gran Apocalypse Now, viene luego la imagen de
un enorme sol crepuscular atravesado por helicópteros, o el recurso a la
wagneriana cabalgata de las Valquirias, o el personaje que exclama
locura, locuracomo un eco a
el horror, el horrorcon que concluye Corazón de tinieblas, el relato de Joseph Conrad.
El propósito de Spike Lee es contrarrestar,
mediante la ironía, la larga invisibilización del afroestadunidense en
el cine bélico de Estados Unidos, y ofrecer en ese mismo género otro
planteamiento narrativo desde el punto de vista de Paul (formidable
Delroy Lindo), un personaje negro con trastorno de estrés postraumático,
quien para colmo es presentado como votante de Donald Trump con una
gorra que ostenta un Make America Great Again.
Las
alucinaciones de Paul, su desfase progresivo con la realidad, la
conflictiva relación con su hijo David y el delirio bipolar con que
derriba toda concordia amistosa, es la ilustración mordaz de una
generación de veteranos de guerra afroestadunidenses desmoralizada por
el doble rasero que siempre los condena a ser combatientes y ciudadanos
de segunda clase. Muchos seguidores de Spike Lee podrán añorar el
frenesí visual del joven realizador de Fiebre de selva o el sostenido vigor documental y combativo de su Malcolm X,
pero habrán de apreciar, en esta cinta, una suerte de balance más
sereno de los agravios reiterados y las resistencias renovadas que aún
suscita un rancio racismo institucional. A su nueva propuesta visual y
narrativa, de suyo muy decorosa, el cineasta añade como atractivo máximo
la excelente pista sonora del compositor cómplice Terence Blanchard
(disponible en Spotify), y como un complemento estimulante la
revaloración musical de un Marvin Gaye poco conocido, a un tiempo
melancólico y combativo, muy a tono con el renovado impulso fabulador
del cineasta.
Cinco sangres es el estreno más reciente de la plataforma Netflix.
Twitter: @CarlosBonfil1
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