Tanalís Padilla*
En abril, aproximadamente
a un mes de que las normales en Michoacán tuvieran que dar por
terminadas sus clases presenciales debido a la crisis sanitaria generada
por el Covid-19, el gobierno estatal anunció una reducción en la
matrícula del año académico entrante. De las 2 mil fichas que se
ofrecieron el año anterior, sólo se entregarían mil 200. Esta reducción
de 40 porciento afectaría a seis normales públicas del estado,
incluyendo la Escuela Normal Rural Vasco de Quiroga, en Tiripetío. Sus
estudiantes, que desde varias semanas atrás habían tenido que abandonar
el internado, regresaron de sus comunidades para defender el normalismo
de su más reciente ataque. Arriesgando su salud e integridad física,
junto a estudiantes de otras normales oficiales del estado, organizaron
marchas, manifestaciones y bloqueos a las vías férreas.
La respuesta del gobierno estatal no se hizo esperar. Por sus
acciones, ocho normalistas de Tiripetío se encuentran detenidos en el
penal de Mil Cumbres, en Morelia. Además, 22 estudiantes de esta escuela
fueron expulsados por su presencia en las instalaciones, dadas las
órdenes de confinamiento obligatorio. Estos normalistas, como lo hacen
en periodos de vacaciones, se habían quedado en calidad de guardia. A
cinco maestros del grupo directivo se les hizo responsables de que
siguieran allí y fueron cesados por desacato a las órdenes de
confinamiento.
Gracias a las movilizaciones de la Organización de Normales Oficiales
del Estado de Michoacán (ONOEM), las autoridades han retractado la
orden de expulsión de los alumnos. A los maestros cesados se les ofrece
levantar el cese laboral si salen por un año de la normal. Los
estudiantes procesados judicialmente llevan más de un mes en la cárcel;
la reducción de la matrícula sigue en pie.
Este reciente ataque al normalismo en general, y a las normales
rurales en particular, debe entenderse dentro de un contexto histórico
de corto, mediano y largo plazos. El gobernador de Michoacán, Silvano
Aureoles, no ha ocultado su desdén por los estudiantes de Tiripetío. En
2015, mofándose de la demanda que entonces hicieran los normalistas por
plazas automáticas, amenazó que era la última vez que permitía que
bloquearan la autopista.
Dos años después, cuando estudiantes de la normal rural de Tiripetío
fueron atacados por policías en Aguascalientes, al regresar de un acto
de solidaridad con su hermana escuela de Cañada Honda, Aureoles
burlonamente expresó que a ver si
la garrotiza que les pusieronlos amansaba un poco. Menos de 15 días después, los jóvenes de Tiripetío fueron atacados en sus propias instalaciones por demandar becas y recursos para su escuela. En esa ocasión la policía michoacana ingresó a balazos en la normal hiriendo a un estudiante y a un menor de la comunidad donde se encuentra la escuela.
En este contexto, no sorprende que la reducción de inscripciones en
las normales del estado produzca una sensación de alarma entre los
normalistas michoacanos. Tampoco sorprende que el anuncio de la
reducción de matrícula en la actual situación de aislamiento se
interprete como un intento de prevenir la oposición por parte de alumnos
y maestros. Esta dinámica nos debe llevar a reflexionar sobre cómo
pudiera ser utilizada la
nueva normalidada corto y a largo plazos para restructurar la educación pública.
Esta cuestión es especialmente seria en el caso de las normales
rurales cuya condición como internado es una de sus más importantes
características. Es también un elemento que representa evidentes retos
para evitar contagios del Covid-19. Será de suma importancia velar
porque quienes siempre han criminalizado a las normales rurales no
utilicen la actual crisis para, de forma permanente, reducir o eliminar
su modalidad de internado.
Históricamente los internados han incomodado al Estado y a los altos
funcionarios de la SEP. Tras la poderosa huelga estudiantil del
Instituto Politécnico Nacional en 1956, se clausuraron sus dormitorios.
En 1959, después de las masivas protestas de los estudiantes de la
Escuela Nacional de Maestros, también fue cerrado su internado. En esa
ocasión, Jaime Torres Bodet, entonces secretario de Educación Pública,
sentenció:
no volveríamos a cometer el error de mantener un régimen de internado al servicio de jóvenes tan violentos. En 1960, cuando la SEP empezó a fundar los Centros Regionales de Enseñanza Normal lo hizo como alternativa a las normales rurales deliberadamente prescindiendo del internado.
En décadas más recientes, dentro del marco neoliberal, el internado
representa un obstáculo adicional. No sólo continúa siendo un espacio
que facilita la convivencia, concientización y acción colectiva de los
alumnos, sino que viola la lógica de recortar, eliminar o privatizar
servicios asistenciales, infraestructura pública, ya ni se diga derogar
derechos de índole material. Si bien el presidente Andrés Manuel López
Obrador ha declarado el abandono de este modelo económico, los hechos
revelan otra realidad. En el caso de las normales rurales, su tan
esperada promesa de reabrir la normal El Mexe se cumplió sólo a medias
al ser refundada sin internado.
El actual conflicto en Michoacán, la cuna del normalismo rural –en
2022 se cumple un siglo de la fundación de la primera normal rural– nos
dice mucho de los riegos que confrontará el normalismo en los años que
vienen. Por eso estudiantes y docentes, conscientes de su realidad e
historia, insisten en resistir. Y lo hacen como los pueblos agredidos en
tantas partes del mundo, con los únicos métodos a su alcance.
* Profesora-Investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Autora del libro Después de Zapata: El movimiento jaramillista y los orígenes de la guerrilla en México , 1940-1962 (Akal/Inter Pares, 2015)
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