La Jornada
El 3 de septiembre pasado un grupo de encapuchados vandalizó el edificio de la rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México,UNAM. Luego, el 14 de noviembre, unos 50 encapuchados rompieron vidrios de varios edificios de Ciudad Universitaria, incendiaron el frente del de rectoría, al que lanzaron objetos. Dentro del edificio plasmaron con aerosol:
Asesinos,
Acosadoresy
Fuera Graue, el rector. Ello ocurrió luego de una protesta, principalmente de mujeres, contra el acoso sexual en los diferentes planteles. Las autoridades de la UNAM prometieron denunciar los hechos ante la instancia correspondiente. Igual otros cometidos en instalaciones ubicadas fuera de Ciudad Universitaria.
El pasado 26 de septiembre, encapuchados a los que se les identifica como
anarcos, se unieron a una marcha pacífica para recordar los cinco años de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Los
anarcosvandalizaron la Puerta Mariana del Palacio Nacional. Integrantes de Ejército que custodiaban el recinto, se resguardaron en el mismo. Responder la agresión habría causado una tragedia. También dañaron negocios y edificios públicos en Paseo de la Reforma, avenidas Juárez y Madero. Arrojaron cohetones y rompieron cristales de la Secretaría de Bienestar. La policía no intervino para evitar los desmanes, pero dijo tener identificados a los encapuchados.
En la marcha del 24 de noviembre por el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, un pequeño grupo de mujeres destruyó mobiliario urbano y de varios negocios en el centro de la ciudad. Los daños pudieron ser mayores, pero se evitaron gracias a la presencia de más de 2 mil 500 mujeres policías.
La marcha celebrada el 8 de marzo por el Día Internacional de la Mujer fue multitudinaria. Pero tuvo su nota negra: un pequeño grupo pintó fachadas y causó destrozos en avenida Juárez; tiraron vallas de protección de monumentos, destrozaron los vidrios de los parabuses, casetas telefónicas y mobiliario urbano. Además, estallaron una bomba molotov frente a Palacio Nacional; las llamas alcanzarona varias mujeres, entre ellas a una reportera de El Universal. La policía no intervino para evitar los desmanes. Tampoco detuvo a ninguna rijosa.
El lunes pasado las imágenes del vandalismo cometido por
anarcosen el centro de la ciudad dieron nuevamente la vuelta al mundo. Tanto por los daños causados en el mobiliario urbano, monumentos y edificios históricos, sucursales bancarias y otros negocios, como por el saqueo de comercios. No marchaban en protesta por la agresión que suelen cometer los policías en México y otras partes del mundo. Ni en apoyo del movimiento antirracista que por doquier cosecha solidaridad. Simplemente se dedicaron a destruir lo que encontraban a su paso; a agredir reporteros y a personas que les reclamaban su violencia. Y, además, a burlarse de los agentes del orden ubicados en sitios emblemáticos para defenderlos de la destrucción.
Tras el recorrido, los
anarcosse dispersaron en medio de la impunidad total. No fueron bien recibidas las explicaciones que dio la jefa de Gobierno para justificar la pasividad de los uniformados. En ocasiones, grupos ultra buscan la intervención de la fuerza pública para luego denunciarla por violar los derechos humanos y utilizar métodos violentos contra los manifestantes. En esa trampa, por fortuna, no han caído las instancias de seguridad citadinas.
Pero el lunes pasado, y con tantos antecedentes sobre cómo actúan los
anarcos, la policía bien pudo establecer un protocolo de protección para evitar la violencia y destrucción que ocasionaban y detenerlos. No lo hizo porque sus mandos ordenaron no intervenir. Esto desató el malestar entre varios integrantes de la fuerza pública, mudos testigos de lo que sucedía. Y como en ocasiones anteriores, las autoridades pidieron a los dueños de los negocios afectados levantar las denuncias correspondientes. ¿Quién pagará los 100 millones de pesos que perdieron?
Se supone que la policía capitalina cuenta con un aparato de inteligencia para detectar y neutralizar a los que tomaron ya la ciudad como su coto de violencia y, en su caso, quien o quienes los patrocinan. De tenerlo, ha fallado dejando a la ciudadanía en manos de un pequeño y peligroso grupo. ¿Hasta cuándo?
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