8/15/2015

Programa Tiempo de Mujeres en CFRU la radio comunitaria de la Universidad de Guelph sabado 15 agosto

Desde cfru 93.3 fm la Radio de la Universidad de Guelph
en Ontario, Canadá
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MUJERES POR LA DEMOCRACIA

Bienvenida al programa de hoy
Noticias de Género en la Red



Género en la mira con

 Daniela Villegas
de vacaciones por motivos academicos

cuando hablamos de violencia contra las mujeres, entendemos que el principal responsable es el estado, ya que es el estado el encargado de proveer paz y seguridad al administrar un gobierno que se proclame democrático, pero esto no sucede, sea por cuestiones políticas o ideológicas, el gobierno no asume su rol y la violencia crece en el caso contra las mujeres en diversas formas y caminos, no llevar politicas públicas que pongan límites y castiguen conductas que violenten derechos de las mujeres lo hace participar en esos hechos delictivos porque es del Estado donde deben partir formas, prácticas y leyes de respeto para el buen vivir de sus pueblos, pero también debemos responsabilizar a Instiruciones u Organizaciones que participan en esta violencia, hace poco en México sucedio el feminicidio de 4 mujeres en la capital del país hecho que impactó a la sociedad no sólo por el simple hecho en sí que ya es trágico, sino por la forma en la que medios llamados de información han cubierto la nota, sin ética periodística han sido racistas, clasistas, sexistas entre otras cosas, no es la primera vez que sucede pero si debemos hacer que sea la última y avanzar en el respeto de las víctimas y de la sociedad en su conjunto

Y hablando de respeto que mejor que empezar con el respeto a la naturaleza, a la madre tierra, Agosto es el mes de la pachamama el 1° de agosto es cuando se alimenta a la Pachamama, para lo cual se entierra una olla de barro con comida cocida, junto a hojas de coca, alcohol, vino, cigarros y chicha, entre otras cosas. También es costumbre que los festejantes usen cordones blancos y negros –atados en los tobillos, muñecas y cuello- confeccionados con lana de llama hilada hacia la izquierda.La divinidad Pachamama representa a la Tierra, pero no solo el suelo o la tierra geológica, así como tampoco solo la naturaleza; es todo ello en su conjunto. No está localizada en un lugar específico, pero se concentra en ciertos lugares como manantiales, vertientes, o apacheta. Pero es una deidad inmediata y cotidiana, que actúa directamente y por presencia, y con la cual se dialoga permanentemente, ya sea pidiéndosele sustento o disculpándose por alguna falta cometida en contra de la tierra y todo lo que nos provee, hoy este programa festeja a la Pachamama

Y siguiendo el respeto y la naturaleza hablemos de ecofeminismo, "El ecofeminismo es un movimiento que ve una conexión entre la explotación y la degradación del mundo natural y la subordinación y la opresión de las mujeres. Emergió a mediados de los años 70 junto a la segunda ola del feminismo y el movimiento verde. El ecofeminismo une elementos del feminismo y del ecologismo, pero ofrece a la vez un desafío para ambos. Del movimiento verde toma su preocupación por el impacto de las actividades humanas en el mundo inanimado y del feminismo toma la visión de género de la humanidad, en el sentido que subordina, explota y oprime a las mujeres". El ecofeminismo dice 'basta ya de esperar'... Nos encontramos en un estado de emergencia y tenemos que hacer algo al respecto ya... alrededor del mundo las economías, las culturas y los recursos naturales están siendo saqueados, así que el 20% de la población mundial no pueden continuar consumiendo el 80% de sus recursos en nombre del progreso

y continuamos con el programa de   nuestra querida amiga María Néder y sus Mujeres de Puerto Almendro, un espacio para conocer de las mujeres latinoamericanas instrumentistas, compositoras y cantautoras a lo largo del tiempo

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Hoy por ti, mañana por mí

Justicia para l@s cinco. Vamos a nombrarl@s.


lasillarota.com

“Existen diversas definiciones de feminicidio. La más común, empleada sobre todo en la prensa, se refiere al asesinato de mujeres. El término proviene del idioma inglés, de la palabra femicide, acuñada por Jill Radford y Diana Russell en el libro Femicide: the politics of women killing. Las autoras clasifican el término por el tipo de asesinato, ya sea feminicidio íntimo, social o por animadversión… ese conjunto de brutales asesinatos de mujeres, donde los cuerpos se utilizan para dejar mensajes -como plantea por ejemplo Rita Laura Segato- y que suelen quedar impunes”: Lucía Melgar Palacios.         

La vida de un niño, un adolescente, un hombre vale poquísimo en México. “La vida” ha ido perdiendo significado en una escalada deshumanizante. Pero la vida de una niña, una adolescente, una mujer vale bastante menos.  A la salida de la escuela, de la maquila, de una fiesta. Desaparecida. Pasamos la página. Nos seguimos de largo. “Se halló el cuerpo de una mujer asesinada con signos de violencia sexual”. Cada día. Todos los días.

Milé Virginia, Nadia, Olivia Alejandra, Rubén y Yesenia fueron asesinados. Tiro de gracia. Una de ellas, sin la menor duda, fue víctima de violación y tortura. Un periódico inmundo publicó una foto suya tomada entre las cortinas a través de una ventana. Hay quien es capaz de tomar una foto así. Y hay quienes son capaces de publicarlas. La violencia “naturalizada”. Los cuerpos de las mujeres cosificados. Las pieles marcadas en los crímenes de odio. Materiales de desecho.

Las bordadoras llegan al Ángel con sus telas blancas, sus agujas, sus bastidores. Toman un cuadrito de pasto junto a la escalinata. Extraen el material de sus bolsas, lo comparten. Escriben un texto, los nombres de mujeres víctimas de feminicidio, un dibujo. Cada una elige. Después bordan silenciosas sobre sus diseños.
               
Bordan –esta vez- al ladito de la Ángela. Así deseé escribirlo esa tarde de domingo. Así, en femenino, he deseado escribirlo muchas veces. ¿Sería  incorrecto feminizar ese espacio emblemático de protesta en un país en el cual seis mujeres son asesinadas al día? La maquinaria implacable de los crímenes de odio. La maquinaria implacable de la negación y el silencio. La impunidad.

“¿En qué andaría su hija, señora? ¿Por qué no la cuidó?”. “Al rato llega, se huyó con el novio”. “A las buenas muchachas no les pasa nada”. Ese puñal que atraviesa la carne, esa bolsa de plástico, esa cinta canela. Esos cuerpos desnudos, semidesnudos y con marcas de abuso sexual y tortura que aparecen tirados en un lote baldío, en un tanque de agua, en un bote de basura. Desde el viernes 31 de julio, la información comenzó a filtrarse a cuentagotas: cinco personas asesinadas con saña y tiro de gracia en la colonia Narvarte. “Un hombre y cuatro mujeres”. 
               
“Pórtense bien”, advirtió el gobernador de Veracruz a los periodistas.  Me imagino que a los “buenos muchachos”, tampoco “les pasa nada”. El viernes la familia de Rubén reportó su desaparición, su último mensaje (suponiendo que él lo haya escrito) decía: “Ya voy de salida a la calle”. No llegó. Fue la primera de las víctimas en ser reconocida y nombrada. Sus compañeras/os y amigas/os hicieron circular de inmediato su imagen, su trabajo fotográfico, sus declaraciones.
               
Se dieron a conocer en medios y redes sociales las amenazas de las que había sido objeto. Leíamos con horror. Con indignación. Con miedo y más miedo por esa oleada creciente de asesinatos de periodistas en Veracruz. En México. Ningún ánimo misógino en el duelo doloroso que comenzó a atravesarnos por el joven fotoperiodista: Rubén vivía en circunstancia de alerta máxima y sus familiares lo buscaron casi de inmediato. Sabíamos que era él. Pero las horas pasaban y cada vez más esa mención en medios y redes: “y cuatro mujeres” comenzó a incomodarnos, a doler, a indignarnos. ¿Quiénes eran ellas? ¿Por qué no las nombraban también? ¿Por qué tantas demandas de justicia circulaban sin incluirlas?
               
El cartel que citaba al mitin del domingo antepasado. Próxima cita: “Justicia para l@s cinco. #Las vamos a nombrar”, sábado 8 de enero, 16:00 horas. Hemiciclo a Juárez.
La omisión de sus nombres en un país en donde el feminicidio silenciado, ignorado, negado, es un gravísimo problema nacional. Un país en donde Eruviel Ávila, gobernador del Estado de México, pudo declarar tranquilamente: “Hay cosas más graves que atender”, refiriéndose al asesinato en serie de niñas, adolescentes y mujeres. ¿Qué tantas “cosas” serán más urgente de atender? ¿Qué? Si se aceptara la realidad que nos devasta.

               
Pero los representantes del Estado Mexicano se escurren y se han escurrido por años a todos los niveles: Las defensoras y los defensores de Derechos Humanos “exageran”, las y los feministas “exageran”. “Campañas de desprestigio”, “Una alerta de género causaría pánico en la población”. Ocultar la información. A ellas: Desaparecerlas.


El cartel que citaba al mitin del domingo antepasado. Próxima cita: “Justicia para l@s cinco. #Las vamos a nombrar”, sábado 8 de enero, 16:00 horas. Hemiciclo a Juárez.
  
El domingo (2 de agosto), ya sabíamos que una de las mujeres asesinadas era Nadia Vera Pérez. Su nombre y su rostro llamaron al comienzo de otro duelo. Las/os compañeras/os y amigas/os de Rubén convocaron al mitin en la Ángela: su hermana toma la palabra. Se exige que se respete y se siga la línea de investigación abierta por las amenazas de Duarte a Rubén Espinosa.

Es allí, ese domingo, en donde escuchamos el nombre de otra de las mujeres asesinadas: Yesenia Quiroz Alfaro. La semana pasada supimos que “Alejandra”, “la trabajadora doméstica”, es Olivia Alejandra Negrete Avilés. Y sí, hubo quienes escribieran: “la sirvienta”, “la chacha”. Ese lugar –tan frecuente- en el que misoginia, racismo y clasismo se entrecruzan en su voracidad deshumanizante.
               
El viernes  leímos que “la colombiana”, se llama Milé Virginia Martín. Los comentarios misóginos se incrustaron debajo de las notas de imágenes de Yesenia, los misóginos y clasistas debajo de las menciones de Olivia Alejandra, pero nada comparado con las “opiniones” alrededor de “la colombiana”. Desatada la fantasmagoría misógina, clasista y xenófoba. ¿Acaso no era parte de la intención de las filtraciones? ¿Acaso no estaba insinuado en las –torpes, desafortunadas?- muy ofensivas maneras de frasear de algunos medios.

Comentarios (abundantes) de lectores: “Una colombiana cachonda”, “Una buenota”, “una prostituta”. “Una muerta de hambre que vino a venderse”. No sé cuál era el oficio de Milé Virginia,  pero la escalada deshumanizante comienza con esos aberrantes sobreentendidos y sus telones de fondo: “Ah, ¿pues entonces qué esperaba, no?”. Como si fuera, no sólo concebible, sino legítimo, que un ser humano fuera asesinado por “cachondo”, o por guapo, o porque ejerce como trabajador sexual, si fuera el caso.
               
“Una fiesta que dura hasta la mañana del día siguiente”, se hablaba de cinco hombres y tres mujeres, música de salsa, y “una colombiana”. ¿Qué hacía Rubén en tan malas compañías sino andar de calenturiento? Qué bueno que no invitó.  Algo así. “Sí andaban de putas porque les iba muy bien, hasta sirvienta tenían”. La naturalización del horror. ¿En qué nos convertimos? ¿Defendernos del pánico a golpe de prejuicios? Les sucedió porque caminaban por el lado oscuro de la acera, pero “yo, en cambio”, se dice quien aún logra decirse esas miserias “salvadoras”, “no corro ni el más mínimo peligro”. 
               
¿QUÉ NOS PASA?
               
Cuando leo esos fraseos velados o abiertamente discriminatorios en los medios: los que culpabilizan a las víctimas, cuando los leo en los comentarios bajo las notas y en las redes sociales– construidos con una rabia temible- me parece palpar en tantos y tantos de nosotros, los mexicanos, ese antiguo odio hacia nosotros mismos. Ese desprecio interior que volcamos en el/la de al lado. Esa necesidad de discriminar, colocar a otros seres humanos en situación de inferioridad. Denigrarlos.

Esa rivalidad inconsciente que intenta “protegernos” de la impotencia: para ser “mejor”, tengo que destruir la imagen del otro, y que obstaculiza –también y entre tantas otras razones- la posibilidad de reconocernos, respetarnos y sumarnos en las más elementales demandas de justicia.
               
La misoginia cotidiana -¿ordinaria?- es violencia contra las mujeres. La misoginia “ordinaria”, abre la puerta grande a todas las formas de violencia contra las mujeres, y sostiene –irresponsable y ciega- el feminicidio. Ayer, en San José Acateno, Puebla, dos mujeres -aún no identificadas- fueron encontradas en un arroyo: violadas y asesinadas a machetazos.

No sé cómo iban vestidas. No sé cuáles eran sus oficios. No sé –porque no entiendo en qué consiste- si eran “buenas muchachas” o no. Dos mujeres fueron asesinadas a machetazos. La mano de una de ellas permanecía pegada a su muñeca por un pequeño hilito de piel.
               
Se le llama “tejido social” a esos vínculos que mantienen la cohesión –la interacción positiva, la solidaridad y la cooperación- entre los habitantes de una comunidad. Entre los habitantes de un país. Desgarrado. Roto. Hecho pedazos en comunidades enteras. No confiar. No querer saber. Amurallarse.  Y ellos se siguen de largo, los poderosos, los del narco, y los que representan a las instituciones del Estado. A veces separados y a veces tan los mismos.
               
Labor de aguja. Colectivo de mujeres Bordadoras de Feminicidios.
Las bordadoras trabajan en silencio con sus telas y sus agujas.  Narran historias en sus telas. Son guardadoras de memoria. Todas/os podríamos ser bordadoras/es. Nos preguntamos: ¿cómo participo? ¿Por dónde comienzo? ¿Cómo me sumo? La desaparición de los jóvenes estudiantes de la normal de Ayotzinapa y la respuesta ciudadana se convirtió en un mar inmenso contra la impunidad.


Sumemos nuestras causas. No olvidemos a las víctimas. No dejemos solos a sus familiares. No nos vayamos quedando –cada una/o- cada vez más solos. Vámonos a tomar las calles de manera organizada, rotunda y pacífica. Recuperemos el “codo a codo” que nos fortalece y nos es indispensable. Tenemos las redes sociales.

Bordemos – cuadra por cuadra- los vínculos de la empatía y la solidaridad humanizantes, desde el más básico de los principios: “Hoy por ti, mañana por mí”.


Labor de aguja. Colectivo de mujeres Bordadoras de Feminicidios.

Cobertura de feminicidio en Narvarte, sin ética periodística



   Académicas y comunicadoras critican falta de respeto a víctimas


El manejo informativo de la prensa mexicana sobre el feminicidio de Alejandra Negrete Avilés, Nadia Vera Pérez, Yessenia Quiroz Alfaro y Mile Virgina Martín, perpetrado el pasado 31 de julio en esta capital, no respeta los Derechos Humanos (DH) de las mujeres, ni es un ejercicio ético del periodismo, denunciaron hoy académicas, informadoras y abogadas.

Lo anterior como parte del foro “Comunicar el feminicidio: debates éticos”, al que convocó el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (Ceiich), de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

En el evento se discutió el trato mediático que la prensa oficial, “amarillista” y “progresista” han hecho del feminicidio de cuatro mujeres y el asesinato del fotorreportero Rubén Espinosa Becerril, cometidos en la céntrica colonia Narvarte.

Aimée Vega Montiel, investigadora del Ceiich, señaló que este caso dejó al descubierto como ningún otro que la forma en la que se comunica la violencia de género dista mucho de promover un ejercicio ético, que se caracterice por la diversidad de fuentes, el análisis de los hechos, la protección a los DH de las víctimas, y el manejo de información veraz y oportuna.

Por el contrario –observó–, la cobertura informativa de los hechos dejó entrever una práctica periodística que usa informaciones falsas, basadas en rumores y plagadas de estereotipos “sexistas, clasistas y racistas”.

La también integrante de la Alianza Global de Medios enlistó prácticas negativas y discriminatorias en las que incurrieron los medios de comunicación al informar sobre este caso. Entre ellas: la estereotipación, invisibilización, revictimización, naturalización, individualización, “hiperrepresentación”, el eufemismo y el sensacionalismo.

Como botón de muestra –detalló Vega Montiel–, al difundir las imágenes de las víctimas ellas fueron “cosificadas y transformadas en objetos sexuales”, además de que sus nombres fueron invisibilizados, ya que fueron los últimos en ser difundidos por los medios después del nombre del fotoperiodista asesinado Rubén Espinosa.

La experta dijo que la revictimización de las cuatro mujeres asesinadas se puede ejemplificar con una nota del diario Reforma, en la que se difunde que “a todas les gustaba la fiesta”, con lo que el diario deja entrever que ellas crearon las condiciones para que ocurriera el crimen en su contra.

A ese estigma se suma la versión que difundieron algunos medios de comunicación sobre un presunto “crimen pasional”, por lo que se pretende deslindar al Estado y a los agresores de los hechos.

Además, los medios en general retomaron la violencia de género como un suceso y no como un problema estructural.

Aimée Vega también criticó que varios medios impresos publicaran las fotografías de las víctimas tal como fueron encontradas en el departamento.

La experta señaló la responsabilidad del Instituto Federal de Telecomunicaciones (Ifetel) para transversalizar el enfoque de género en la regulación a los medios de comunicación, así como la importancia de que los mismos medios utilicen manuales y reproduzcan buenas prácticas para ejercer un periodismo que respete los DH.

Por su parte, Lucía Lagunes Huerta, directora de Comunicación e Información de la Mujer (CIMAC), enfatizó que en el caso de feminicidio de las cuatro mujeres las “filtraciones” de las autoridades judiciales a los medios deben ser castigadas por el Estado.

Apuntó que la cobertura mediática del feminicidio no cumple con los principios de precisión, independencia, humanidad e imparcialidad, que caracteriza a un periodismo responsable. Destacó que, al contrario, la narrativa de los medios difunde un “espectáculo de la violencia contra las mujeres y una pedagogía de la crueldad”.

No obstante, acotó, el tema resulta “un gancho” para la audiencia y se resaltan el morbo y los estereotipos de género. Puso como ejemplo que CIMAC recopiló 786 textos periodísticos publicados en 2011 y 2012 sobre feminicidio en seis diarios nacionales (entre ellos El Sol de México, El Universal, Reforma y La Jornada), donde los casos se trataron  como “hechos aislados”, sin referencia a la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (LGAMVLV), y sin ser objeto de análisis editorial.

La periodista con más de 20 años de experiencia en el gremio detalló que no basta respetar los DH de las mujeres en el cuerpo de las notas, sino que este enfoque debe estar presente en las cabezas, las fotografías que se difunden, y en la ubicación de esta información al interior de los periódicos.

Recordó que en la Legislatura federal pasada quedó rezagada en la Cámara de Diputados una iniciativa para reformar la LGAMVLV a fin de que incluyera el término de “violencia simbólica”, que se refiere a un manejo responsable y de respeto a la dignidad y la vida de las mujeres, por parte de los medios de comunicación.

Lagunes Huerta también señaló la responsabilidad de los representantes de las industrias de comunicación en la reproducción de estas prácticas, quienes han hecho muy poco por mejorar las condiciones de trabajo de las periodistas, y garantizarles la paridad al interior de las empresas de medios.

En conjunto, la jurista e investigadora Cynthia Galicia Mendoza, la  académica Gloria Ramírez Hernández y la periodista Elia Baltazar coincidieron en que el Estado mexicano tiene múltiples responsabilidades para garantizar una comunicación respetuosa y responsable sobre el feminicidio en el país.

En primer punto, remarcaron, el Estado tiene que responder a las recomendaciones que ha recibido a nivel internacional sobre qué va a hacer para generar estadísticas sobre feminicidio y desaparición de mujeres, además de un diagnóstico sobre esta problemática en México.



CIMACFoto: César Martínez López
Por: Angélica Jocelyn Soto Espinosa
Cimacnoticias | México, DF.- 

Las mujeres no se rinden: ecofeminismos y desarrollos en América Latina


El ecofeminismo está en todas partes en América Latina. Seamos capaces de reconocerlo o no, existe una estrecha relación entre los problemas ambientales y las asimetrías de género.

Si utilizamos una definición amplia, los ecofeminismos son un conjunto de miradas, reflexiones y prácticas que abordan la dominación que opera simultáneamente sobre mujeres y la Naturaleza. La relevancia de esa mirada ya es evidente desde las comunidades locales.

En efecto, se ha visto que en algunos sitios las mujeres reaccionan de manera distinta que los hombres cuando los ambientes donde viven se ven contaminados o amenazados. Una lideresa indígena, en Bolivia, pocos meses atrás señalaba que las mujeres son las que “sienten que la contaminación nos entra por todos lados, sobre todo cuando estamos gestando.” O sea, que sienten y perciben a esos contaminantes invadiendo sus propios cuerpos. En cambio, agregaba la lideresa boliviana, los “hombres llegan sucios de la mina y se bañan y ya está”. Nosotras sabemos que la contaminación no se limpia con un baño, ésta se mete y se integra a nuestro cuerpo, a las moléculas que sintetizamos, a las nuevas vidas que generamos.

Estos tipos de testimonios son impactantes. En ellos están por un lado, ideas de conexión, entendiendo que el ambiente nos afecta y nosotros afectamos al ambiente. No somos entes independientes e intocables separados del resto del mundo, separados por nuestra piel, como si ella fuese una muralla. Por otro lado, en esas posiciones queda claro que las mujeres somos receptoras y dadoras de vida. Nuestro cuerpo genera conexiones y espacios para albergar y nutrir a nuevas vidas. Este tipo de vínculos provoca una conciencia de conectividad que es bidireccional y que genera un sentir de responsabilidad. Responsabilidad por lo que comemos y bebemos, por el ambiente en el que vivimos, por nuestro cuerpo, y por muchos otros factores que directa o indirectamente nos afectan como dadoras de vida. Finalmente, también debe reconocerse un sentido de vulnerabilidad, al aceptarse que no se tiene un control completo. Todo esto hace diferencias sustanciales con la impostura patriarcal, que la concibe como una debilidad negativa.

Los ecofeminismos abordan este tipo de cuestiones. Algunas corrientes sostienen que las sociedades actuales, en su gran mayoría, se insertan en estructuras patriarcales, jerárquicas, bajo relaciones de dominación que afectan tanto a las mujeres como a la Naturaleza. Así como se domina a las mujeres, también hay una imposición sobre la Naturaleza. Es más, se desvaloriza y suprime todo aquello que es concebido como femenino o con características femeninas. Otras ecofeministas, en cambio, le dan más trascendencia a la construcción occidental de una cultura basada en dualismos. Es decir, pares de conceptos que son considerados histórica y culturalmente como opuestos (más que complementarios) y exclusivos (más que inclusivos) y que además están jerarquizados, donde uno es mejor o superior al otro. Ejemplos clásicos serían los dualismos sociedad/Naturaleza, hombre/mujer o razón/emoción.

En otras palabras, todo lo que histórica o culturalmente se asocie con la Naturaleza, el cuerpo, la emoción y la mujer es entendido cómo inferior, débil, vulnerable, más “animal”; mientras que, lo que se refiere a la mente, la razón y el varón, es conceptualizado como superior, objetivo y racional, incluso más humano. Es así que la opresión de las mujeres y la crisis ecológica son explicadas por muchas autoras ecofeministas como originadas de estas dicotomías sobre cuya base se generan los conceptos de “mujer” y de “Naturaleza”. Allí están ancladas las posturas utilitaristas que justifican desmembrar la Naturaleza, o la obsesión economicista con aprovechar el entorno para asegurar el crecimiento económico. Son posturas que por cierto no son exclusivas de varones, sino que en la actualidad también defienden muchas mujeres.

Cuando se entiende esto, queda en claro que aquel reconocimiento de la vulnerabilidad está muy lejos de ser una debilidad, sino que es una de las fortalezas más importantes desde una mirada de género, ya que deviene de una conciencia real de nuestra profunda interdependencia con la Naturaleza.

En esa línea, otro testimonio de una lideresa indígena aporta más precisiones: “la mujer comparte con la Madre Tierra el dar vida. La Madre Tierra es una gran familia de la que nos vemos como parte y donde todos cumplen una función. Había un equilibrio, pero ya no lo hay. Por eso es necesaria la mujer y que tomamos el rol que tomamos”. Ese tipo de perspectiva, concibiendo a la Naturaleza como parte de la propia familia, es común en muchos otros sitios. Allí está, a mi modo de ver, una de las razones por las cuales muchas veces son las mujeres las primeras en reaccionar, en colocarse en primera línea en la lucha contra emprendimientos depredadores. Es una postura que también, explica su fortaleza y consistencia en mantener las luchas en el tiempo y no ceder ante tentaciones económicas. Las mujeres no negocian. Resisten. Saben que la compensación económica no limpia ni sus cuerpos ni sus ambientes.

Es que esos y otros ejemplos muestran que las mujeres no están atrapadas en el utilitarismo frente a la Naturaleza. Tienen claro que una compensación, por ejemplo económica, no restituye los ambientes destruidos ni significa sanar la salud. No caen en las tentaciones de las prácticas usadas por empresas y gobiernos de usar alguna compensación para obtener el permiso de las comunidades para la extracción de recursos naturales de sus territorios. Afirman una y otra vez que el propio cuerpo, la familia, la comunidad o la Naturaleza, están todos profundamente conectados, y a ello no se le puede poner un precio.

Estas y otras posiciones se discuten en la revisión “Género, ecología y sustentabilidad”, con el ánimo de fortalecer la mirada propia y privilegiada de muchas mujeres sobre la Naturaleza, lo que nos convierte en jugadoras claves en procesos de cambio. Sin dudas que esta no es una tarea exclusiva para las mujeres, y es por ello importante que los varones nos acompañen, pero también es hora de reconocer las voces y liderazgos femeninos que, bajo valoraciones patriarcales, son sistemáticamente ignorados.

Los ecofeminismos no se encandilan con discursos desarrollistas, sean éstos propuestos por varones o mujeres, y brindan muchas opciones para pensar y analizar estas cuestiones. Son abordajes que van hacia las raíces de los problemas y que no actúan solamente sobre las consecuencias que éstos generan. Son posturas indispensables para un nuevo activismo que debe enfrentar una grave crisis social y ambiental.


- Lucía Delbena-Lezama es investigadora en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), en Montevideo. El documento “Género, ecología y sustentabilidad” se puede descargar aquí: http://www.alainet.org/es/file/2763/download?token=6L9k5T4G
http://www.alainet.org/es/articulo/171668  

Estoy en duelo


   CRISTAL DE ROCA

Tengo el alma en duelo desde hace días. Y en duelo quiere decir llena de tristeza, coraje, frustración, impotencia. Me duele el “asesinato de la Narvarte”, como se le llama al horror más reciente.

Me duele que no sea una novedad que asesinen a un periodista y a una defensora de Derechos Humanos. ¿Cuántos ya suman? Me duele que muchas personas se hayan convertido en defensoras de Derechos Humanos, sólo porque el horror les tocó la puerta.

Porque nadie despierta un día diciendo: “Me encantaría defender los Derechos Humanos”. Nos hacemos defensoras, defensores porque el horror toca a la puerta o porque el nudo en la garganta necesita salir. Es decir, porque el Estado no hace su trabajo.

Me duele que la frase “Fue el Estado” se repita como coro, como rumor de tornado, como tsunami. ¿Cuándo empezó? Me duele que miles de personas vivan exiliadas en su propio país o en cualquier otro. ¿Alguien lleva la cuenta?

Me duele que al asesinar a cuatro mujeres, sus cuerpos hayan sufrido más violencia por el hecho de ser mujeres. Me duele su feminicidio que es más que un asesinato a secas, como si el asesinato a secas no bastara.

Me duele que nos dijeran que su vida valía menos que la del fotoperiodista. Y nos lo dijo el gobierno cuando no les dio mayor importancia. Y nos lo dijeron muchos medios, cuando ni siquiera les interesó nombrarlas.

Me duelen los prejuicios y los estigmas. Porque de Alejandra, la trabajadora del hogar, se ignoró el nombre, pero sí nos dijeron que era divorciada.

Y Mile Virginia, de quien sólo se dijo que era modelo y edecán colombiana, lo que fue como decir –escribe mi colega colombiana Catalina Ruiz-Navarro– que era puta, como todas las colombianas (“La colombiana de la Narvarte”, El Espectador, agosto 10).

Me duele que nos digan que el móvil fue el robo. ¿No importa que Nadia haya dejado un video acusando al gobernador de Veracruz de lo que pudiera pasarle? ¿No importa que Rubén se haya refugiado en el DF huyendo del gobernador de Veracruz?

Me duele que su verdad legal y su verdad histórica, como en el caso de Ayotzinapa, sólo nos muestre el tamaño del cinismo.

Me duele que a veces el miedo me asalte. Me duele que vigile la palabra precisa, la coma exacta. Me duele hablar en voz baja. Me duele escribir en voz baja. Y eso que yo vivo donde, dicen, nun-ca-pa-sa-na-da.

Me duele que tenga razón Leticia Bonifaz, al recordar que quienes coreábamos en los 70 “Yo te nombro libertad” para denunciar los horrores de las dictaduras de América del Sur, hoy recordemos esa misma canción para nuestro país (“Los sueños rotos”, El Universal, 8 de agosto).

Estoy en duelo. Como muchas y muchos periodistas. Como muchas y muchos defensores de Derechos Humanos. Como muchas madres y padres. Como muchas mujeres y hombres de bien.

Y me aferro a Victoria Camps: “Cuando flaquean las certezas tenemos que volver la mirada a las convicciones. Y me aferro a Leticia Bonifaz: “Que la pregunta sea qué sigue y no quién”.

Y me aferro a lo que escribiera en 1995 el colombiano Luis Carlos Restrepo: “¿Qué pasaría si el botín se rebelara?... ¿Si nos declarásemos en insurgencia civil? ¿Si confrontásemos con vehemencia ética a quienes nos quieren domesticar por el terror?...

“Si ellos están dispuestos a fraccionar y dominar el territorio con el uso de las armas, declaremos que nuestras batallas se librarán en el terreno de las conciencias…

“Ejercitémonos en la fuerza para imponer justicia y poder entonces abrirnos al perdón… Si era necesaria pagar tan alta cuota de dolor, declaremos saldada la deuda y que florezca por fin en este país desgarrado una fuerza de paz, una voluntad de reconciliación, un pacto de ternura”.

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com.

*Periodista y feminista en Quintana Roo, México, e integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.


CIMACFoto: César Martínez López
Por: Cecilia Lavalle*
Cimacnoticias | México, DF.- 

Apuntes introductorios sobre el ecofeminismo


Hegoa

El Ecofeminismo es una corriente de pensamiento y un movimiento social que explora los encuentros y posibles sinergias entre ecologismo y feminismo. A partir de este diálogo, pretende compartir y potenciar la riqueza conceptual y política de ambos movimientos, de modo que el análisis de los problemas que cada uno de los movimientos afronta por separado gana en profundidad, complejidad y claridad (Puleo, 2011). Es una filosofía y una práctica que defiende que el modelo económico y cultural occidental se ha desarrollado de espaldas a las bases materiales y relacionales que sostienen la vida y que “se constituyó, se ha constituido y se mantiene por medio de la colonización de las mujeres, de los pueblos “extranjeros” y de sus tierras, y de la naturaleza” (Shiva y Mies, 1997:128).
La primera vez que aparece el término ecofeminismo es en 1974 con la publicación del libro Feminismo o la muerte de Francoise D´Eaubounne. Ella apuntaba que existía una profunda relación entre la sobrepoblación, la devastación de la naturaleza y la dominación masculina y que para salir de la espiral suicida de producción y consumo de objetos superfluos y efímeros, de la destrucción ambiental y la alienación del tiempo propio, era preciso cuestionar la relación entre los sexos. (Cavana, Puleo y Segura, 2004). Para D´Eaubounne, el control del propio cuerpo es el comienzo del camino no consumista, ecologista y feminista.
Este primer ecofeminismo no despertó gran interés en Francia, pero sí encontró cierto eco en Norteamérica y en Australia, por ejemplo en el trabajo de Ynestra King que realiza un interesante análisis de las diferentes relaciones de dominación interconectadas y la posición histórica de las mujeres respecto a esa dominación.
Igualmente, durante la década de los setenta tenían lugar en varios países de la periferia manifestaciones públicas de mujeres en defensa de la vida. La más emblemática fue la del movimiento Chipko, en la India. También en el mundo anglosajón se desarrollaban numerosas actividades feministas pacifistas impulsadas por el vínculo entre las mujeres y la defensa de la vida. Así por ejemplo, las manifestantes de Greenham Common ejercieron una gran presión alrededor de las bases de misiles y centros de investigación militar, organizado actos no violentos, como el tejido de redes con las que cerrar las entradas de abastecimiento.
Estos movimientos fueron abordando la problemática de las relaciones entre las personas y con la naturaleza desde visiones muy diferentes, originando varias corrientes que nos obligan a hablar de ecofeminismos. Simplificando mucho la variedad de propuestas ecofeministas, se podría hablar de dos corrientes: ecofeminismos esencialistas y ecofeminismos constructivistas (Cavana, Puleo y Segura, 2004).
Los ecofeminismos de corte esencialista, denominados también clásicos, entienden que las mujeres, por su capacidad de parir, están más cerca de la naturaleza y tienden a preservarla. Esta corriente tiene un enfoque ginecocéntrico y esencialista que encontró un fuerte rechazo en el feminismo de la igualdad, que renegaba la vinculación natural que había servido para legitimar la subordinación de las mujeres a los hombres. Las ecofeministas clásicas otorgan un valor superior a las mujeres y a lo femenino y reivindican una “feminidad salvaje”. Consideran a los hombres como cultura, en el sentido roussoniano al hablar de la cultura como de degradación del buen salvaje. Este ecofeminismo presenta una fuerte preocupación por la espiritualidad y el misticismo y defiende la idea de recuperar el matriarcado primitivo.
Este primer ecofeminismo pone en duda las jerarquías que establece el pensamiento dicotómico occidental, revalorizando los sujetos antes despreciados: mujer y naturaleza. Las primeras ecofeministas denunciaron los efectos de la tecnociencia en la salud de las mujeres y se enfrentaron al militarismo, a la nuclearización y a la degradación ambiental, interpretando éstos como manifestaciones de una cultura sexista. Petra Kelly es una de las figuras que lo representan.
A este primer ecofeminismo, crítico de la masculinidad hegemónica, siguieron otros propuestos principalmente desde el Sur. Algunos de ellos consideran a las mujeres portadoras del respeto a la vida. Acusan al “mal desarrollo” occidental de provocar la pobreza de las mujeres y de las poblaciones indígenas, víctimas primeras de la destrucción de la naturaleza. En esta amplia corriente encontramos a Vandana Shiva, María Mies o a Ivonne Guevara.
Críticos con el esencialismo del ecofeminismo clásico, surge el ecofeminismo constructivista. Desde este enfoque, se defiende que la estrecha relación entre mujeres y naturaleza se sustenta en una construcción social. Es la asignación de roles y funciones que originan la división sexual del trabajo, la distribución del poder y la propiedad en las sociedades patriarcales, las que despiertan esa especial conciencia ecológica de las mujeres. Este ecofeminismo denuncia la subordinación de la ecología y las relaciones entre las personas a la economía y su obsesión por el crecimiento.
En esta línea, Bina Agarwal (Agarwal, 1996) señala que el papel de las mujeres en la defensa de la naturaleza es importante porque son las que se preocupan por el aprovisionamiento material y energético, no porque les guste particularmente esa tarea ni por predisposición genética, sino porque son ellas las que están obligadas a garantizar las condiciones materiales de subsistencia.
Sin restar valor a muchas de las aportaciones, análisis y luchas sociales que se han derivado de los ecofeminismos de corte esencialista, esta introducción se sitúa en un ecofeminismo constructivista. Este ecofeminismo es deudor de todos los campos de pensamiento en los que el feminismo ha deconstruido muchos de los dogmas dominantes, mostrando que existen formas de entender la historia, la economía, la ordenación del territorio, la politología, o la vida cotidiana que pueden permitir construir otras formas de relación y organización emancipadoras para todas las personas.
A pesar de las diferencias de enfoques, todos los ecofeminismos comparten la visión de que la subordinación de las mujeres a los hombres y la explotación de la Naturaleza son dos caras de una misma moneda y responden a una lógica común: la lógica de la dominación y del sometimiento de la vida a la lógica de la acumulación.
Un ecofeminismo crítico y constructivista
El ecofeminismo somete a revisión conceptos clave de nuestra cultura: economía, progreso, ciencia… Considera que estas nociones hegemónicas han mostrado su incapacidad para conducir a los pueblos a una vida digna. Por eso es necesario dirigir la vista a un paradigma nuevo que debe inspirarse en las formas de relación practicadas por las mujeres.
Desde los puntos de vista filosófico y antropológico, el ecofeminismo permite reconocernos, situarnos y comprendernos mejor como especie, ayuda a comprender las causas y repercusiones de la estricta división que la sociedad occidental ha establecido entre Naturaleza y Cultura, o entre la razón y el cuerpo; permite intuir los riesgos que asumen los seres humanos al interpretar la realidad desde una perspectiva reduccionista que no comprende las totalidades, simplifica la complejidad e invisibiliza la importancia material y simbólica de los vínculos y las relaciones para los seres humanos.
Desarrolla una mirada crítica sobre el actual modelo social, económico y cultural y proponen una mirada diferente sobre la realidad cotidiana y la política, dando valor a elementos, prácticas y sujetos que han sido designados por el pensamiento hegemónico como inferiores y que han sido invisibilizados.
Posiblemente todos los ecofeminismos estén de acuerdo con King, cuando afirma que: “desafiar al patriarcado actual es un acto de lealtad hacia las generaciones futuras y la vida, y hacia el propio planeta.” (Agra, 1997)
Desde parte del movimiento feminista, el ecofeminismo se ha percibido como un posible riesgo, dado el uso histórico que el patriarcado ha hecho de los vínculos entre mujer y naturaleza (Cavana, Puleo y Segura, 2004). Esta relación impuesta se ha usado como argumento para mantener la división sexual del trabajo. En la misma línea advierte Celia Amorós contra lo que ella denomina la práctica de una “moral de agravios” (Amorós, 1985) con respecto a las mujeres.
Esta moral de agravios, para Amorós, se produce cuando lo que se pide y se exige no es el cambio de estatus de las mujeres, sino simplemente el respeto y consideración a las tareas que ellas realizan. Para un ecofeminismo constructivista, no se trataría de exaltar
lo estereotipado como femenino, de encerrar a las mujeres en un espacio reproductivo, aun cuando fuese visible, negándoles el acceso al espacio público. Tampoco se trata de responsabilizarles en exclusiva de la ingente tarea del cuidado del planeta y la vida. Se trata de hacer visible el sometimiento, señalar las responsabilidades y corresponsabilizar a hombres y mujeres en el trabajo de la supervivencia.
Si el feminismo ha denunciado cómo la naturalización de la mujer ha servido para legitimar el patriarcado, el ecofeminismo plantea que la alternativa no consiste en desnaturalizar a la mujer, sino en “renaturalizar” al hombre, ajustando la organización política, relacional, doméstica y económica a las condiciones materiales que posibilitan la existencia. Una “renaturalización” que exige un cambio cultural que convierta en visible la ecodependencia para mujeres y hombres (Herrero y otros, 2006).
Algunas bases conceptuales
No pretende este epígrafe agotar la amplitud de temas que forman parte de la preocupación del ecofeminismo, como son la deconstrucción y reconstrucción de las miradas emancipadoras, la conciencia crítica de la tecnología y la ciencia, la crítica al mito del progreso indefinido, la bioética, el culto al trabajo, la producción, o la concepción de riqueza hegemónica.
En este avance, solamente van a ser abordados aquellos que forman parte del diálogo que establece la economía ecológica con la economía feminista.
El ecofeminismo denuncia cómo los ciclos vitales humanos y los límites ecológicos quedan fuera de las preocupaciones de la economía convencional. Esta denuncia trastoca las bases fundamentales del paradigma económico capitalista.
Contribuye a desmantelar el artificio teórico que separa humanidad de naturaleza; establece la importancia material de los vínculos y las relaciones; se centra en la imanencia y vulnerabilidad de los cuerpos y la vida humana; y otorga papel esencial a la producción y a la reproducción como elementos indisociables del proceso económico.
Una economía que crece de espaldas a la ecodependencia y a la interdependencia
La vida de las personas tiene dos insoslayables dependencias: la que cada persona tienen de la naturaleza y la de otras personas.
Los seres humanos obtenemos lo que precisamos para estar vivos de la naturaleza: alimento, agua, cobijo, energía, minerales… Por ello, decimos que somos seres ecodependientes: somos naturaleza. Sin embargo, a pesar de la evidente dependencia que las personas tenemos de la Naturaleza, el ser humano en las sociedades occidentales ha elevado una pared simbólica entre él y el resto del mundo vivo, creando un verdadero abismo ontológico entre la vida humana y el planeta en el que ésta se desenvuelve.
La idea de progreso se relaciona, en muchas ocasiones, con la superación de aquello que se percibe como un límite. La dominación sobre la naturaleza toma cuerpo en la obsesión por eliminar los obstáculos que impidan la realización de cualquier deseo. Cualquier límite que impida avanzar en este dominio se presenta como un reto a superar. La modificación de los límites de la naturaleza ha sido vivida como una muestra de progreso. En la cara oculta de la superación de los límites se sitúa la destrucción, agotamiento o deterioro de aquello que necesitamos para vivir.
Pero además, cada ser humano presenta una profunda dependencia de otros seres humanos. Durante toda la vida, pero sobre todo en algunos momentos del ciclo vital, las personas no podríamos sobrevivir si no fuese porque otras dedican tiempo y energía a cuidar de nuestros cuerpos. Esta segunda dependencia, la interdependencia, con frecuencia está más oculta que la anterior.

En las sociedades patriarcales, quienes se han ocupado mayoritariamente del trabajo de atención y cuidado a necesidades de los cuerpos vulnerables, son mayoritariamente las mujeres, porque ese es el rol que impone la división sexual del trabajo en ellas. Este trabajo se realiza en el espacio privado e invisible de los hogares, organizado por las reglas de institución familiar.
Si no se politiza el cuerpo y su vulnerabilidad, no podemos ver la centralidad del trabajo de quienes se ocupan del mantenimiento y cuidado de los cuerpos vulnerables ni la necesidad de que el conjunto de la sociedad, y por supuesto los hombres, se responsabilicen de estas tareas. En las sociedades occidentales cada vez es más difícil reproducir y mantener la vida humana, porque el bienestar de las personas encarnadas en sus cuerpos no es una prioridad (Carrasco 2009).

Asumir la finitud del cuerpo, su vulnerabilidad y sus necesidades, es vital para comprender la esencia interdependiente de nuestra especie, para situar la reciprocidad, la cooperación, los vínculos y las relaciones como condiciones sine qua non para ser humanidad.
La ignorancia de estas dependencias materiales (eco e interdependencia) se traduce en la noción de producción y de trabajo que maneja la economía convencional y que ha contribuido a alimentar el mito del crecimiento y la fantasía de la individualidad. El ecofeminismo, al analizarlas conjuntamente, ayuda a comprender que la crisis ecológica es también una crisis de relaciones sociales.

Una producción que no tiene en cuenta el sostenimiento de la vida

La reducción del valor a lo exclusivamente monetario configura aquello que forma parte del campo de estudio económico. Esta reducción expulsa del campo de estudio de la economía a la complejidad de la regeneración natural y todos los trabajos humanos que no forma parte de la esfera mercantil. Sin ser contabilizados por la vara de medir del dinero, pasan a ser invisibles. La producción pasa a ser exclusivamente aquella actividad en la que se produce un aumento del excedente social medido exclusivamente en términos monetarios.

Razonar exclusivamente en el universo abstracto de los valores monetarios ha cortado el cordón umbilical que une la naturaleza y la reproducción cotidiana de la vida con la economía. Hemos llegado al absurdo de utilizar un conjunto de indicadores que, no solamente no cuentan como riqueza bienes y servicios imprescindibles para la vida, sino que llegan a contabilizar la propia destrucción como si fuera riqueza.

Desde el punto de vista ecofeminista, la producción tiene que ser una categoría ligada al mantenimiento de la vida y al bienestar de las personas (Pérez Orozco 2007), es decir, lo producido, debe ser algo que permita satisfacer necesidades humanas con criterios de equidad. Hoy, se consideran como producciones la obtención de artefactos o servicios que son socialmente indeseables desde el punto de vista de las necesidades y del deterioro ecológico. Igualmente, se considera como producción lo que es simplemente extracción y transformación de materiales finitos preexistentes. Distinguir entre las
producciones socialmente necesarias y las socialmente indeseables es imprescindible y los indicadores monetarios al uso (como el Producto Interior Bruto) no permiten discriminar entre ambas.

Al visibilizar la dependencia de la economía de la naturaleza y de los trabajos ligados al cuidado de la vida humana, se derrumban las fronteras entre la producción y la reproducción, socavando de esta manera el patriarcado capitalista.

Una mirada ecofeminista sobre el concepto de trabajo

La noción de trabajo acuñada en las sociedades industriales se reduce a la tarea que se realiza en la esfera mercantil a cambio de un salario. Todas las funciones que se realizan en el espacio de producción doméstica de forma no remunerada, aunque garantizan la reproducción social y el cuidado de los cuerpos pasan a no ser nombradas, aunque obviamente siguen siendo imprescindibles y explotables, tanto para garantizar la supervivencia como para fabricar una "mercancía" muy especial: la mano de obra (Carrasco 2009).
La nueva economía transformó el trabajo y la tierra en mercancías y comenzaron a ser tratados como si hubiesen sido producidos para ser vendidos. Pero ni la tierra ni el trabajo son mercancías porque, o no han sido producidas – como es el caso de la tierra – o no han sido producidas para ser vendidas – como es el caso de las personas. Polanyi advierte que esa ficción resultaba tan eficaz para la acumulación y la obtención de beneficios como peligrosa para sostener la vida humana. Se puede entender el alcance de esta Gran Transformación si se recuerda que "trabajo no es más que un sinónimo de persona y tierra no es más que un sinónimo de naturaleza" (Polanyi 1992)

La nueva noción del trabajo exigió hacer el cuerpo apropiado para la regularidad y automatismo exigido por la disciplina del trabajo capitalista (Federeci 2010). El cuerpo se convierte en una maquinaria de trabajo, fortaleciendo las nociones previas que la Modernidad había asentado. La regeneración y reproducción de esos cuerpos no son responsabilidades de la economía que se desentiende de ellas, relegándolas al espacio doméstico. Allí, fuera de la mirada pública, las mujeres se ven obligadas a asumir esas funciones desvalorizadas a pesar de que sean tan imprescindibles tanto para la supervivencia digna como para la propia reproducción de la producción capitalista(Carrasco 2009). Desde este punto de vista, podemos defender que las mujeres efectúan una mediación con la naturaleza en beneficio de los hombres.

Mies propone reformular el concepto de trabajo definiéndolo como aquellas tareas dedicadas a la producción de vida. Cristina Carrasco (Carrasco, 2001) profundiza estas propuesta cuando señala que es preciso reorganizar todos los trabajos y corresponsabilizar a los hombres y al conjunto de la sociedad de esos trabajos que han realizado a lo largo de la historia las mujeres. Se trata de un trabajo repetitivo y cíclico intensivo en tiempo, que libera a los hombres - y a algunas mujeres - para hacer trabajos menos esenciales y en muchas ocasiones dañinos para las propias personas y para la naturaleza. De esta forma, se plantea también la ruptura de la dicotomía que separa el trabajo reducido al empleo, del resto de los trabajos que sostienen cotidianamente la vida.

Desde este punto de vista, el trabajo sólo puede ser productivo en el sentido de producir excedente económico mientras pueda obtener, extraer, explotar y apropiarse trabajo empleado en producir vida o subsistencia. La producción de vida es una precondición para la producción mercantil. El trabajo de las mujeres es esencial para producir las
propias condiciones de producción. Por ello, el capitalismo no puede mantenerse sin el patriarcado.
La valorización del cuidado lleva a la economía feminista a acuñar la idea de sostenibilidad de la vida humana (Carrasco, 2001) bajo un concepto que representa un proceso histórico complejo, dinámico y multidimensional de satisfacción de necesidades que debe ser continuamente reconstruido, que requiere de recursos materiales pero también de contextos y relaciones de cuidado, proporcionados éstos en gran medida por el trabajo no remunerado realizado en los hogares.

En nuestra opinión, este concepto se relaciona dentro de la idea más amplia de sostenibilidad ecológica y social. De acuerdo con Bosch, Carrasco y Grau (2005:322) entendemos la sostenibilidad:
“Como proceso que no sólo hace referencia a la posibilidad real de que la vida continúe –en términos humanos, sociales y ecológicos–, sino a que dicho proceso signifique desarrollar condiciones de vida, estándares de vida o calidad de vida aceptables para toda la población. Sostenibilidad que supone, pues, una relación armónica entre humanidad y naturaleza, y entre humanas y humanos. En consecuencia, será imposible hablar de sostenibilidad si no va acompañada de equidad”

Recomponiendo un espacio seguro de vida para la humanidad desde el ecofeminismo

Las dimensiones ecológica y feminista son imprescindibles para transformar la concepción y la gestión del territorio y para reorganizar los tiempos de la gente... Sin ellas, es imposible alumbrar un modelo compatible con la biosfera y que trate de dar respuesta a todas las diferentes formas de desigualdad. Se esbozan a continuación, de una forma somera, algunas pautas imprescindibles para orientar desde una perspectiva ecofeminista las transiciones hacia un modelo económico, cultural y político que permita la sostenibilidad de la vida humana.

El punto de partida es la inevitable reducción de la extracción y presión sobre los ciclos naturales. En un planeta con límites, ya sobrepasados, el decrecimiento de la esfera material de la economía global no es tanto una opción como un dato. Esta adaptación puede producirse mediante la lucha por el uso de los recursos decrecientes o mediante un proceso de reajuste decidido y anticipado con criterios de equidad.
Una reducción de la presión sobre la biosfera que se quiera abordar desde una perspectiva que sitúe el bienestar de las personas como prioridad, obliga a plantear un radical cambio de dirección. Obliga a promover una cultura de la suficiencia y de la autocontención en lo material, a apostar por la relocalización de la economía y el establecimiento de circuitos cortos de comercialización, a restaurar una buena parte de la vida rural, a disminuir el transporte y la velocidad, a acometer un reparto radical de la riqueza y a situar la reproducción cotidiana de la vida y el bienestar en el centro del interés.

La economía convencional valora exclusivamente la economía del dinero y formaliza la abstracción del Homo economicus como sujeto económico (My economy). Frente a esta concepción, el ecofeminismo se centra en la “We economy”, una economía centrada en la satisfacción de las necesidades colectivas. Se trata de buscar nuevas formas de socialización, de organización social y económica que permitan librarse de un modelo de desarrollo que prioriza los beneficios monetarios sobre el mantenimiento de la vida.
Abandonar la lógica androcéntrica y biocida obliga a responder a las preguntas ineludibles: ¿Qué necesidades hay que satisfacer para todas las personas? ¿Cuáles son las producciones necesarias y posibles para que se puedan satisfacer? ¿Cuáles son los trabajos socialmente necesarios para ello?
Responder a estas preguntas implica el cambio radical de la economía, de la política y de la cultura. Se trata por tanto de abordar un proceso de reorganización del modelo productivo y de todos los tiempos y trabajos de las personas.

Abordar esta transición con criterios de equidad, supone abordar la redistribución y reparto de la riqueza, así como una reconceptualización de la misma. En un planeta físicamente limitado, en el que un crecimiento económico ilimitado no es posible, la justicia se relaciona directamente con la distribución y reparto de la misma. El acceso a niveles de vida dignos de una buena parte de la población pasa, tanto por una reducción drástica de los consumos de aquellos que más presión material ejercen sobre los territorios con sus estilos de vida.
El ecofeminismo, poco a poco, va calando en los análisis de otros movimientos sociales y políticos. Creemos que esta mirada resulta imprescindible para realizar un análisis material completo del metabolismo social y establecer diagnósticos más ajustados sobre la crisis civilizatoria. Esta mirada es central para ayudar a diseñar las transiciones necesarias hacia una sociedad más justa y compatible con los límites de la naturaleza.

Agenda Post 2015 de la ONU es insuficiente para las mujeres


   Más de 600 organizaciones en el mundo la consideran limitada

Aunque la Agenda de Desarrollo Post 2015 incluye compromisos históricos para lograr el empoderamiento de las mujeres y la igualdad de género, el documento tiene algunos “vacíos” que podrían trabar la eliminación de las desigualdades económicas que persisten entre los sexos.

Así lo consideró el Grupo Principal de Mujeres –constituido por más de 600 organizaciones civiles y redes feministas de todo el mundo–, al destacar que la Agenda de Desarrollo Post 2015 si bien es un avance, no llega al fondo de las causas de la desigualdad económica entre mujeres y hombres.

Tras dos años de deliberaciones, el pasado 2 de agosto los Estados miembro de la ONU aprobaron el texto final de la Agenda, la cual establece las líneas de acción que deberán ser aplicadas por los países, para alcanzar el desarrollo sostenible en los próximos 15 años.

El texto será sometido a la aprobación de los jefes de Estado y de gobierno en septiembre próximo, durante el 70 periodo de sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas.

Como parte de la Agenda de Desarrollo Post 2015 se aprobaron 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y 169 metas que serán evaluadas por indicadores, que deberán ser adaptadas a las condiciones de cada país. Tales metas sustituyen a los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) que definieron el rumbo de las naciones a partir del año 2000.

En un comunicado, el Grupo Principal de Mujeres reconoció que  la nueva agenda incluye compromisos “históricos”, para expandir las oportunidades económicas de las mujeres, y destaca la importancia del trabajo doméstico no remunerado.

Al mismo tiempo, el documento elimina las disparidades de género en las escuelas, busca poner fin a la violencia y discriminación contra las mujeres, eliminar el trabajo infantil y la mutilación genital, y asegura el acceso a la salud sexual y reproductiva de la población femenina.

Con su incidencia en las negociaciones de la Agenda Post 2015, el Grupo Principal resaltó que se aseguró que la declaración del documento incluyera un lenguaje basado en Derechos Humanos para todas las personas.

Aunque los gobiernos también se comprometieron a abordar una serie de factores sociales que impactan a las mujeres, como la agricultura, el cambio climático y la paz y seguridad, aún existen “debilidades” en el texto, advirtió el Grupo Principal de Mujeres.

Por ejemplo, la Agenda no aborda de fondo la redistribución de la riqueza, pues sólo se dirige a los síntomas de la pobreza extrema, dejando de lado sus verdaderas causas, por ejemplo el hecho de que casi la mitad de la riqueza en el mundo está en manos del 1 por ciento de la población, y que 60 por ciento del capital económico que circula en el mundo es generado por el trabajo no remunerado de las mujeres.

¨Esto significa que debido a la falta de derechos, las mujeres subvencionan toda la economía con su trabajo no remunerado, y la agenda hace muy poco para rectificar esta injusticia, perdiendo la oportunidad histórica de hacer un cambio hacia un nuevo enfoque macroeconómico”, apuntó el Grupo Principal.

El Grupo Principal consideró que el siguiente paso para la implementación de la Agenda es garantizar el financiamiento de las metas, al mismo tiempo que el éxito del desarrollo sostenible está estrechamente vinculado con los recursos específicos para las organizaciones por los derechos de las mujeres, y una fuerte participación de estas agrupaciones en los procesos de implementación y monitoreo a nivel mundial, regional y nacional.


Por: Anaiz Zamora Márquez
Cimacnoticias | México, DF.-