No
asombra. Duele e indigna a rabiar. Veracruz es una historia sin fin de
agresiones contra la población, señaladamente contra lo más admirable
de esa población: activistas, académicos, estudiantes, periodistas,
defensores de derechos humanos. Con Digna Ochoa (egresada de Derecho
por la Universidad Veracruzana) se inaugura una usanza atroz en
Veracruz: matar y hacer notar que acá en la costa del Golfo se mata sin
reparos (aún cuando los crímenes se ejecuten fuera de su terruño).
Transcurrieron algunos años y no pocos muertos (recuérdese el otro caso
mediático de Regina Martínez, egresada de Periodismo por la Universidad
Veracruzana) para que el país y el mundo descubrieran que Veracruz es
un calabozo, cuidadosamente orquestado desde las estructuras formales
del poder público.
Todavía algunos incautos prefieren creer que se
trata de hechos aislados o penosas coincidencias. Tomar conciencia de
que una autoridad agrede por deporte, oficio o vocación es anímicamente
insoportable. El subterfugio de la “coincidencia” es un antídoto que
alivia la angustia provisionalmente. Pero Rubén Espinosa Becerril
(colaborador de la revista Proceso, excompañero de Regina
Martínez) y Nadia Vera Pérez (egresada de Antropología por la
Universidad Veracruzana) –las más recientes víctimas de ese leviatán
veracruzano– no son casos judiciales inconexos: murieron por el fuego
criminal de un poder público que no admite siquiera una contestación o
réplica palabraria. Hasta la palabra sin fines de lucro es inaceptable
para ese poder. La denuncia no derroca gobiernos ni remueve
estructuras socioeconómicas.
A lo mucho señala la podredumbre de una
fuente de autoridad o previene acerca de los abusos que frecuentemente
acompañan al ejercicio de poder. Pero en Veracruz esa práctica básica
es una herejía meritoria de persecución, tortura, y no pocas veces la
muerte. El mensaje es claro: no se tolerará ni un connato de crítica, y
el brazo de venganza veracruzano no conoce fronteras geográficas. No
sin razón alerta Julio Hernández: “El modelo Veracruz se extiende,
agravado”. Tampoco exageraron Nadia y Rubén, cuando sostenían en foros
públicos que en Veracruz “nos están aniquilando”.
Ellos salieron
huyendo del clima de violencia, hostigamiento e inseguridad que priva
en el estado. La violencia homicida los alcanzó en su fallido refugio.
La razón les asistía: “nos están aniquilando”La práctica
crítica, a través del activismo o el periodismo, es un quehacer con
altos contenidos de letalidad en Veracruz y en México. Rubén y Nadia
tenían en un rasgo común con otras figuras de la resistencia: no
recularon ante la disyuntiva intimidatoria de “plata o plomo”, que es
la fórmula de alineamiento más socorrida por el poder y sus esbirros.
Además que esa formación ético-política maduró durante su estancia en
Xalapa.
En esa ciudad capital veracruzana, Rubén y Nadia condenaron
resueltamente la barbarie institucional, y acompañaron con compromiso
firme el largo ciclo de protesta que arrancó con la movilización en
contra del alza a la tarifa del transporte público, y que en su curso
recorrió varias luchas (movimiento por la paz con justicia y dignidad,
marchas anti-EPN, movimiento #Yosoy132, movilización popular
magisterial, jornadas de acción por Ayotzinapa) hasta arribar a la
consolidación de una asamblea-movimiento estudiantil que tanto incomodó
e incomoda a la camarilla de poder en turno, y en cuya incomodidad
presumiblemente se incuba la fuente explicatoria de los últimos
atentados criminales contra ese grupo de estudiantes activistas: a
saber, el brutal ataque a ocho alumnos de la Universidad Veracruzana el
pasado 5 de junio (peligrosamente equiparable con el modus operandi de
la represión en Ayotzinapa), atribuido a una banda parapolicial
“presuntamente al servicio de la Secretaría de Seguridad Pública”, y el
reciente multihomicidio en la colonia Narvarte, en la ciudad de México,
que acabó con la vida de Rubén y Nadia. No basta con denunciar
la corrupción e impunidad que campea a sus anchas en el país. Ya casi
no es noticia la obstinada presencia de esos flagelos virulentos.
Esa
situación impresentable no cejará por una mera cuestión de voluntades
institucionales. Urge más bien alertar acerca de cuan inerme está la
población civil, y de cuan imperioso es desarrollar anticuerpos con
base en la organización para frenar la espiral de violencia, crimen e
inseguridad que desde el poder y las instituciones formales se cultiva
entusiastamente. Que la investigación pericial escamotee el
elemento político de la ecuación indagatoria es sintomático de esa
indefensión de la sociedad ante un poder embriagadamente tiránico. Por
la memoria de Rubén y Nadia, corresponde demandar organizadamente que
el crimen no se trate como un asunto judicial desprovisto de
motivaciones políticas. No es una tarea menor. Del resultado de esa
asignatura política depende el futuro de nuestra generación. No se debe
minimizar la advertencia de Rubén y Nadia: “nos están aniquilando”. Mis
condolencias a las familias de Rubén y Nadia. Ejemplares personas, en
cuyo admirable camino tropezaron con el brazo homicida de un poder
criminal. Fuente: http://lavoznet.blogspot.com/2015/08/nadia-y-ruben-nos-estan-aniquilando.html
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