7/12/2025

Las condiciones materiales que perpetúan la dominación sobre la mujer

 Feminismos. 

Por Susana Gómez Ruiz, Rebelión/ Resumen Latinoamericano, 4 de abril de 2025.

¿Por qué la dominación sobre las mujeres sigue vigente a pesar de tantos cambios históricos? ¿Qué condiciones se resisten a transformarse, para así posibilitar nuestra emancipación? ¿Cómo el capitalismo consigue adaptar las relaciones de dominación anteriores para favorecer su ciclo de acumulación? ¿Qué podríamos hacer para derribar esas condiciones?

Es fundamental debatir sobre todas estas preguntas ya que la explotación, opresión y violencia contra las mujeres no son problemas nuevos, sino penosas continuidades ancladas al pasado. El que antes no existieran registros y estadísticas adecuadas, no esconde una realidad que era descarnadamente visible -y audible- en todos y cada uno de los barrios y veredas de Colombia. El menosprecio, los insultos y los malos tratos contra las esposas eran el pan de cada día en buena parte de los hogares del campo y la ciudad. Es, por tanto, una lacra que viene de muy lejos en el tiempo. No arranca con el imperialismo y sus influencias culturales, aunque a través de algunas de ellas se muestre de la forma más grosera. Tampoco comienza con el capitalismo, aunque se aproveche de las estructuras de dominación anteriores, configurándolas a su favor e intensificándolas en los aspectos que le interesa. Ni tan siquiera empieza con el sistema colonial, absolutamente machista y opresor.

La dominación sobre las mujeres es muy anterior a estas épocas históricas. En muchas sociedades anteriores al neolítico, donde incluso la propiedad era todavía comunal, existían ya formas de dominación masculina para controlar el papel de las mujeres en la reproducción de la comunidad. Por tanto hay que prevenir la tentación de buscar salidas hacia atrás, que además de ilusas son irremediablemente conservadoras y contrarrevolucionarias. En realidad, como pasa con el resto de las relaciones de dominación y explotación, su superación sólo se puede acometer enfilando camino hacia adelante, hacia una sociedad que acabe con todas las formas de explotación, opresión y discriminación.

Y es que la tarea política de la emancipación femenina -que va de la mano de la emancipación proletaria- no permite idealizar el pasado, ni naturalizar las viejas costumbres, si no que implica actuar con audacia y resolución, siguiendo la máxima de “Para atrás, ni para coger impulso”. Al fin y al cabo en eso consisten los proyectos revolucionarios, en transformar radicalmente el presente y el pasado para construir un futuro basado en relaciones libres e igualitarias que rompan el calabozo de las tradiciones milenarias, las ideas conservadoras y las prácticas añejas. Como dijo Marx al inicio del Dieciocho de Brumario, la tradición de todas las generaciones muertas pesa como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos, y podemos afirmar sin temor a equivocarnos que esas tradiciones pesan doblemente sobre el cerebro y la espalda de las mujeres.

Pero, además de las condiciones que tradicionalmente habían apuntalado la opresión de la mujer y que siguen recargándose sobre nuestros hombros, con el desarrollo del capitalismo surgieron otras prácticas y medidas legales que buscaban mantener y redireccionar las relaciones patriarcales en su provecho. Estos determinantes de subordinación de las mujeres se afianzaron durante el siglo XIX y buena parte del siglo XX, cuando las mujeres fueron apartadas de la producción mercantil o relegadas en ella a un papel marginal, circunstancial e infravalorado.1 A la vez, se construyó un entramado social que volvió a encerrarlas parcialmente en el hogar, condenándolas al trabajo de la reproducción y cuidado del conjunto de la unidad familiar, trabajo que además de no remunerado, tampoco es reconocido socialmente. Este papel devaluado de la mujer le vino muy bien al capital, ya que a través del trabajo gratuito de la mujer en el hogar pudo comprar la fuerza de trabajo por debajo de su costo social de reproducción. Adicionalmente el capital usaba la fuerza de trabajo femenina como ejercito de reserva “basculante”, favoreciendo o dificultando su entrada al mercado laboral a través de diversas legislaciones, pero siempre manteniéndola como fuerza de trabajo de segunda categoría2. Al etiquetarlo como de segunda, los capitalistas pasaron a pagar un precio menor por el mismo trabajo, de tal forma que esa segregación laboral se convirtió además en una fuente de salvajes sobre-beneficios para los capitalistas.

Convertidas en una subclase dentro de la clase proletaria, utilizadas por el capital para abaratar la fuerza de trabajo y reducidas a ser un “cómodo” colchón con el que amortiguar los efectos más conflictivos de sus crisis periódicas, las mujeres no sólo quedaban bajo las sujeción y dominación del sistema capitalista de forma más precaria y deprimida, si no que además quedaban sometidas a la brutalidad y al menosprecio de las relaciones patriarcales dentro de la familia. Estas relaciones autoritarias y machistas dentro del hogar afianzan la devaluación y resometimiento histórico de la mujer a partir de una relación de complicidad entre el capital y los jefes varones de la familia. El capital convirtió entonces al proletario explotado, humillado y enajenado en la fábrica, en el “dueño y señor” de su casa y de su familia, consiguiendo que ese espacio social funcionara como válvula de drenaje para la frustración y la rabia del hombre proletario, transformándose en una especie de aliviadero doméstico de las contradicciones del capital.

Para las mujeres proletarias la situación era distinta, ya que fueron y siguen siendo explotadas y humilladas tanto en el lugar de trabajo como en el hogar, sin contar con ningún espacio en el que se compensasen sus sufrimientos. Al no tener ese espacio social donde resarcirse -ni individual, ni colectivamente-, se les impuso la idea de que su realización iba mediada por el matrimonio, la familia y el hogar. Es decir, se fechitizaron las mismas circunstancias que coartaban su emancipación.

Es claro que la configuración de las unidades familiares ha ido cambiando y con ello, en cierta medida, la forma en que se reproduce la sociedad y la clase proletaria. Las mujeres ahora tienen mayor posibilidad de inserción en la educación superior y en el mercado laboral. Además, las unidades familiares tienen menos hijos o deciden no tener ninguno, mientras que van aumentando y sucediéndose las uniones consensuales y las rupturas conyugales, en tanto los matrimonios ya no son “hasta que la muerte nos separe”- aunque muchos bestias feminicidas sigan pensado que sí-.

Sin embargo, estas circunstancias no han modificado mucho la situación de opresión de la mujer, sobretodo en los hogares proletarios más pobres. La mayor facilidad de disolución de los lazos conyugales -que debería haber contribuido a un gran avance en la emancipación femenina- se ha transformado en un incremento de la sobreexplotación que sufren las mujeres, ya que los padres en buena medida se lavan las manos respecto a la manutención y cuidado de los hijos, al igual que el Estado, que no implementa medidas suficientes de servicios sociales y de cuidado para garantizar la responsabilidad social en la crianza y educación de los niños y niñas. Según la Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ECV) 20233, el 64% de los menores de 5 años no asisten a espacios colectivos de cuidado como hogares comunitarios, jardines o colegios, si no que pasan la mayor parte de su tiempo al cuidado de su madre, abuela u otra familiar cercana. Las mujeres cabeza de familia- madres solteras, separadas o viudas- que ya alcanzan el 45,4%4 del total de hogares de Colombia, viven la carga familiar de manera más angustiante, viéndose abocadas a vender su fuerza de trabajo en las condiciones más precarias, a gastar un porcentaje importante de su salario en guarderías y servicios para complementar el cuidado y a no disponer de tiempo de ocio para ellas mismas. El 69% de estas mujeres cabeza de familia no tienen cónyuge o pareja y para el 31% que sí la tienen, suele suceder que su la “jefatura de hogar” se traduce en que “los hijos son tuyos y tuya es la responsabilidad de cuidarlos”.

Por tanto, a pesar de que el avance en algunas condiciones materiales deberían garantizar unas mejores condiciones de vida para las mujeres, vemos como esta mejoría no llega a todos los sectores. Las mujeres proletarias, a pesar de los cambios formales en la configuración de las unidades familiares siguen soportando la mayor parte de la carga, y sobretodo la más ingrata, de la reproducción de la clase proletaria.

Por estas razones, entre otras, las proletarias son protagonistas indispensables en el proyecto de superación del capitalismo, o sea en la construcción de una sociedad socialista. No por esos cuentos maternalistas y conservadores de una presunta superioridad natural o biológica de las mujeres, ni porque el supuesto “don” de dar vida o el papel de cuidadoras -impuesto históricamente- les hagan moralmente mejores. Lo que las convierte en un motor fundamental de transformación es el peso de unas condiciones materiales que perpetúan una opresión y explotación que es aún más cruenta y déspota contra las mujeres que contra el resto del proletariado. Esas circunstancias alientan a tensar los límites del capital, luchando por la transformación radical en la conformación y funciones de las unidades domésticas (familias), elemento clave para la reproducción de la propiedad privada, el mercado, la lógica de acumulación de capital y nuestras propias cadenas. Y ese impulso es mucho mayor en las mujeres proletarias que en los proletarios, ya que éstos tienden a acomodarse disfrutando de las ventajas que les otorga esa institución, sin reparar en el yugo colectivo que supone y retrasando así la emancipación colectiva del proletariado.

El papel de la “Sagrada Familia” y su entramado patriarcal en el sostenimiento del capitalismo

Para enfocar bien una lucha que apunte tanto a la superación de las relaciones patriarcales, como al debilitamiento de las bases de reproducción del capital, debemos entender en qué se basan esas condiciones que marcan el carácter diferencial y acrecentado de la opresión y explotación de las mujeres.

Estas circunstancias gravitan en torno al papel histórico asignado a la mujer en la reproducción social y física de la fuerza de trabajo y concretado en la institución familiar. Este papel a medida que se desarrolla el capitalismo, afianza e institucionaliza una división dentro de la esfera de la producción social, que se caracterizará en ir separando cada vez más: a) la esfera de la producción mercantil, que se considerará “producción social” y que se lleva a cabo en los espacios de trabajo asalariados; y b) la esfera de la reproducción de la fuerza de trabajo, que se considerará producción privada para uso doméstico y que se lleva a cabo en el hogar.

Esa escisión entre producción y consumo se mantiene a pesar de que cambien las conformación y tipología de las unidades familiares y refleja el doble carácter esclavizante del capitalismo, donde la clase proletaria está obligada a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario y después es nuevamente obligada a comprar, con ese mismo salario, los bienes que ella misma ha producido, es decir, los frutos generados por la utilización de su fuerza de trabajo. El capitalismo precisa que ese ciclo se repita de forma continuada. Es decir, que constantemente se reproduzcan esas unidades familiares necesitadas de acudir diariamente al mercado laboral para recibir un salario por producir mercancías, parte de las cuales tendrán que comprar ellas mismas, ya que funcionan como medios de consumo con los cuales se regenera la fuerza de trabajo. Así se segmenta la vida misma de los proletarios y proletarias y se garantiza la realización de la ganancia capitalista, que no es otra cosa que la apropiación del plusvalor que produce la clase proletaria (o el excedente social si hablamos para el conjunto de la sociedad). Esto lo reconoce de alguna forma el Observatorio de familia del DNP, en su Boletín n.º 17 cuando afirma que “las familias están en el centro de la reproducción y transmisión intergeneracional de la desigualdad»5 , es decir y para matizarlo mejor, están en el centro de la reproducción y transmisión intergeneracional de las condiciones de sostenimiento del capitalismo, que es el que genera y perpetua la desigualdad social.

Cuando examinamos la unidad familiar desde el mercado de bienes y servicios, el lugar del trabajo remunerado o extradoméstico es el espacio relacionado con la producción de mercancías, mientras que el espacio doméstico está relacionado con el consumo. Sin embargo, cuando analizamos el mercado laboral y la mercancía “fuerza de trabajo” nos damos cuenta que ésta se produce y reproduce en una buena medida dentro de la esfera doméstica, pero se consume en la esfera de la producción mercantil. En consecuencia, la unidad familiar tal como existe en la actualidad sirve de mediación y anclaje entre el mercado de la fuerza de trabajo y el mercado de bienes de consumo, y lo hace a través de trabajo doméstico y del salario.

En esa división, entre la esfera de la producción mercantil y la esfera de la reproducción de la fuerza de trabajo en unidades privadas individuales (familias), intervienen y se afianzan muchas relaciones sociales esenciales para el sistema capitalista, como la propiedad privada y su transmisión, la relación salarial, el mercado y su papel de mediación entre la dos esferas, la explotación capitalista directa y la explotación indirecta a través de la succión de trabajo gratuito en el hogar, o a través de los arrendamientos y de los préstamos hipotecarios, entre otras.

Pero además, cuanto más se refuerza el carácter individual de esas unidades, más se dificulta la construcción de una organización proletaria fuerte y solidaria. En la política, el proletariado puede avanzar hacia la construcción de organizaciones políticas fuertes. En la economía, el propio desarrollo del capitalismo le hace avanzar hacia la socialización de los procesos productivos y permite a los trabajadores y trabajadoras agruparse en sindicatos para defenderse mejor de las arremetidas del capital. En contraste, en la vida familiar, el proletariado se encuentra dividido en millones de células aisladas, protegidas por muros mucho más sofocantes de lo que aparentan, recintos cerrados donde no entran las decisiones colectivas, ni la solidaridad. El hogar es el espacio de lo privado por excelencia, por eso al capitalismo le interesa revestir a la familia con el manto de lo sagrado, natural e intemporal, ya que las unidades familiares privadas son la materialización de la fragmentación de la clase proletaria y el estandarte del mantenimiento de la propiedad privada.

Las unidades familiares son además el espacio donde, casi sin reflexionar, el proletariado defiende la propiedad privada y la herencia; la jerarquía y el autoritarismo; la obediencia y sumisión; las dependencias y subordinaciones económicas; así como, los valores morales burgueses y la diferenciación social como elemento de antisolidaridad proletaria. Es decir, dentro de las unidades familiares, además de la comida, se cocina una parte importante de las condiciones de reproducción del capital. Y esto sucede porque las unidades familiares, en su anquilosamiento costumbrista de siglos o milenios y en su papel de transmisión generacional de los valores pasados, son el espacio donde lo seres humanos en mayor medida somos el producto y no los y las creadoras de nuestras condiciones de vida.

Además son uno de los espacios donde más se reproduce y normaliza la violencia. Recordemos que la mayoría de los asesinatos, violaciones y malos tratos contra las mujeres se llevan a cabo dentro del hogar, así como los abusos sexuales y la violencia física y sicológica contra niños, niñas y adolescentes. Adicionalmente, la familia es el primer y más importante espacio de adiestramiento en la aceptación de la jerarquía y la verticalidad, donde se normaliza como en ningún otro espacio, que el mantenimiento y respeto a la autoridad justifica el uso de sanciones, castigos e incluso de la fuerza.

Por todas estas razones es que las unidades familiares domésticas son tan fundamentales para la realización y reproducción del ciclo del capital, y de ahí la importancia de luchar en pro de la superación de ese espacio.

Este reto lo podemos identificar desde los primeros socialistas que identificaron claramente la relación entre la dominación de la mujer y el sostenimiento del sistema capitalista; y también en consecuencia entre la liberación de la mujer y la construcción del socialismo. En “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”, Engels no trata este asunto como “un problema ético de inclusión”, como parecen comprenderlo algunos ahora, sino en su relación directa con las bases constitutivas del capitalismo. Es decir, en su relación con el mantenimiento de la propiedad privada, de las clases sociales, del fetichismo de la libertad individual y de la contradicción “producción social vs. consumo privado”, que sustenta el régimen del trabajo asalariado y, por tanto, la reproducción del capital, como acabamos de explicar.

Ya en 1921 Lenin afincó la idea de que bajo el capitalismo las mujeres son doblemente explotadas y oprimidas. “Las mujeres son explotadas por el capital de forma más acentuada, son oprimidas por unas leyes que les niegan la igualdad formal con el hombre, pero sobretodo se les mantiene en la «esclavitud casera», son «esclavas del hogar», viven agobiadas por la labor más mezquina, más ingrata, más dura y más embrutecedora: la de la cocina y, en general, la de la economía doméstica familiar individual…. El tránsito es difícil, pues se trata de transformar las normas» más arraigadas, rutinarias, rudas y osificadas (a decir verdad, no son “normas” si no bochorno y salvajismo).”

La revolución soviética inmediatamente proclamó leyes en pro de la igualdad entre hombres y mujeres, que ningún otro país había promulgado antes. Además dio pasos cardinales al abolir la propiedad privada sobre la tierra y las fábricas o al ser el primer país en reducir la jornada laboral a ocho horas diarias. “Ocho horas de trabajo, ocho horas de sueño, ocho horas de tiempo libre” era la vieja consigna del movimiento obrero. ¿Pero cómo ese logro iba a beneficiar a las mujeres si en sus ocho horas de tiempo libre tenían que dedicarse a las tareas del hogar? Sin duda para avanzar en el camino de la emancipación completa y efectiva de la mujer, para su liberación de la «esclavitud casera», se debía pasar de la pequeña economía doméstica individual a la economía grande y socializada. Lo que Lenin defiende en ese discurso no es sólo la incorporación de las mujeres a las fábricas, si no además la transformación de las unidades domésticas en economía socializada, lo que se conoce como “socialización del trabajo doméstico”.

Lenin identificara claramente el papel de la mujer en la familia como una traba fundamental en la superación del capitalismo y en el logro de la emancipación. “La mujer continúa siendo el esclavo doméstico a pesar de todas las leyes liberadoras, puesto que la pequeña economía doméstica la oprime, la ahoga, la embrutece, la humilla, atándola a la cocina, a la habitación de los niños, obligándola a gastar sus fuerzas en tareas terriblemente improductivas, mezquinas, irritantes, alelantes, deprimentes. La verdadera liberación de la mujer, el verdadero comunismo comenzará allí y cuando comience la lucha de masas (dirigida por el proletariado que posee el poder) contra esta pequeña economía doméstica o, más exactamente, durante su transformación masiva en gran economía socialista.”

Socialización del trabajo doméstico y generalización de los medios de consumo colectivos6

Socializar el trabajo doméstico significa en primer lugar “sacarlo de la casa”, del ámbito privado y recluido donde se lleva a cabo. Implica, por tanto, realizarlo en colectivo, convertirlo en industria social7 . Ese paso inicial es fundamental para romper con el aislamiento social de las mujeres que realizan día tras día, año tras año, el mismo trabajo simple, alienante e intrascendente, encerradas entre cuatro paredes. 8

La condición más subyugadora y opresiva del trabajo doméstico privado no es su falta de retribución, si no que se realiza en condiciones de aislamiento y que impide la interacción social directa. Mas que una cárcel, es una celda de aislamiento donde están condenadas a hacer diariamente un trabajo ingrato que no termina y que no es valorado socialmente. Es como si se repitiera el mito griego de las “Danaides”9, en el que cincuenta hermanas defienden el derecho a disponer de su vida, su sexualidad y su propio cuerpo, resistiéndose con todas sus fuerzas a la esclavitud del matrimonio; motivo por el que son condenadas en el Inframundo a llenar día tras día, eternamente, un tonel sin fondo con agua, usando jarras agujereadas. De la misma forma es que el trabajo doméstico sabotea el potencial creador, productivo y revolucionario de las mujeres.

Socializarlo significa que esas mismas actividades que cada día se realizan de forma individual, aislada, sin medios técnicos y que suponen sobrejornadas excesivas que consumen nuestra energía y vida, sean asumidas por el conjunto de la sociedad, de forma racional, tecnificada y planificada. Supone convertir el trabajo aislado, que se realiza de forma servil y arcaica, en industrias públicas (o público-cooperativas) que incorporen todos los avances técnicos-científicos y que pueden suponer interesantes experiencias de aprendizaje colectivo de planificación. Según el DANE las mujeres dedican 50.4 horas semanales al cuidado no remunerado, lo que supone más horas que la jornada laboral semanal misma. Por tanto, al socializar el trabajo doméstico se podría ahorrar más del 30% del tiempo social de trabajo de toda la sociedad para usarlo en mejorar el sector de la educación, la cultura, la salud, la producción agrícola, la industria, etc. mejorando enormemente la productividad social, y así generando condiciones reales para incrementar el tiempo lúdico-creativo.

La socialización del trabajo doméstico se puede plasmar de muchas formas: a través de lavanderías, restaurantes, fábricas de comida procesada, guarderías con instalaciones modernas y bien acondicionadas, ludotecas, sistemas de transporte escolar y extraescolar, gimnasios, espacios de cuidado y recreación para las personas mayores, entre otras muchas.

Es cierto que estos espacios ya existen dentro del capitalismo, pero una parte importante funcionan dentro de la esfera mercantil privada, por lo que en ellos prima el lucro y muchas veces la especulación. Por esta razón, los sectores sociales que más los necesitan no pueden utilizarlos porque son muy costosos o porque no hay suficiente y adecuada oferta pública.

Por ejemplo, la cobertura en Centros Día y teleasistencia para adultos mayores sólo llega al 8% y está concentrado en las ciudades10, mientras que el 80% del cuidado sigue siendo informal (familias, principalmente mujeres) (ENUT 2022). Por otra parte, según el DANE las guarderías públicas solo cubren 1.2 millones de niños, dejando por fuera al 60% de hogares de estratos 1-2 que demanda estos servicios11. En las ciudades grandes y los centros rurales la situación es peor. Según Informe de Cobertura Educativa 2023 de la Secretaría de Educación de Bogotá «En 2023, se disponía de 12,000 cupos en guarderías públicas (jardines infantiles oficiales y hogares comunitarios), frente a una demanda estimada de 150,000 niños en edad de 0 a 5 años no cubiertos por el ICBF o colegios privados». Por otro lado, la oferta de preescolares públicos es mayor, pero pocos tienen horario extendido, ofreciendo la mayoría atención en jornada única de 5 horas en la mañana o en la tarde, lo que difícilmente se adapta a las necesidades de las madres. En el resto de actividades como restaurantes, lavanderías, gimnasios o ludotecas la oferta pública es casi inexistente.

Por eso es fundamental que en el conjunto de las reivindicaciones de los movimientos sociales se incluya la exigencia de que estos servicios públicos se masifiquen, incrementen sus coberturas y horarios y sean de carácter publico y gratuito, además de ofrecer salarios dignos y plenas garantías laborales y de derechos sociales a quienes trabajen en ellos. Es importante constatar y continuar denunciando que una parte importante de la oferta de servicios públicos de cuidado se basan en la sobreexplotación, tercerización y desconocimiento de derechos de las personas que laboran en ellos.12 Igualmente, en el caso de los Hogares comunitarios por ejemplo, se sigue reproduciendo la forma de trabajo individual, aislada, sin medios técnicos y con sobrejornadas excesivas, sólo que con un salario que para colmo está en lo más bajo de la escala salarial13.

La verdadera socialización del trabajo domestico debe hacer parte de una política más general de incremento de los medios de consumo colectivos. Es decir, la socialización del trabajo doméstico y de las unidades familiares está inscrito dentro de la tarea de generalizar la socialización de los medios consumo colectivos. Es decir, que no estén mediados por el intercambio mercantil, si no que tenga carácter público y gratuito. Y aquí hay que recordar que el que los Bienes de Consumo Colectivo sean de prestación gratuita no significa que sean un regalo -ya que todos los bienes y servicios son producto del trabajo colectivo de la clase proletaria- si no que su disfrute no está mediado por el intercambio mercantil.

De esta manera, no sólo se avanzaría en romper las cadenas de dominación económica que aún pesan sobre las mujeres, sino también en atenuar la dependencia de las comunidades proletarias de los circuitos mercantiles del capital privado. Además, se limitarían las desigualdades económicas y sociales, con lo que aumentarían las condiciones para la solidaridad intraclasista y el fortalecimiento de las organizaciones proletarias. Pero, lo más importante es que con estas propuestas se contribuye a combatir un eslabón fundamental del ciclo autoreproductivo del capital, ya que se batalla contra la fragmentación de la esfera de la producción y la esfera del consumo, a través de la cual los capitalistas mantienen al proletariado dependiente de la relación salarial y del mercado.

Por tanto, igual que debemos recordar que un feminismo que no enfrente la explotación del proletariado y luche contra el capital, nunca será una verdadera lucha por la emancipación; también debemos recordar que ningún proyecto proletario podrá superar el capitalismo si subordina o posterga la lucha por la emancipación de la mujer, ya que esa lucha es una transformación proletaria fundamental en sí misma.

Susana Gómez Ruiz, Centro de Pensamiento y Teoría Crítica PRAXIS

Notas:

1El Código Napoleónico en Francia (1804) estableció que las mujeres casadas debían obediencia a sus maridos y limitaba su autonomía legal, incluyendo la capacidad para trabajar sin autorización marital. Este modelo se extendió después al resto de Europa donde las mujeres casadas tendrían restricciones legales para firmar contratos laborales o administrar propiedades sin permiso del esposo. Estas legislaciones restrictivas empeorarían con el auge del fascismo y con las políticas pronatalistas que se impondrían después de las dos guerras mundiales.


2https://www.centropraxis.co/post/la-emancipacion-de-las-proletarias-es-tambien-la-lucha-de-la-clase-proletaria

3(https://www.dane.gov.co/files/operaciones/ECV/bol-ECV-2023.pdf)

4Boletin ECV 2023, DANE.

5DNP, Observatorio de familia. Boletín n.º 17. Familias y matriz de la desigualdad social en Colombia. Pág 4 (https://observatoriodefamilia.dnp.gov.co/Documents/Boletines/Boletin%2017.pdf)

6Se utiliza el término Medios de Consumo Colectivo para referirse no sólo a los bienes, servicios y actividades que intervienen en la reproducción de los seres humanos, si no a los espacios y relaciones sociales a través de las que se lleva a cabo. Así, no sólo incluye los Bienes de Uso Colectivo actuales como servicios públicos, educación, salud,etc. si no todas las actividades de consumo y reposición de la vida que hoy aún se realizan de forma privada y fragmentada.

7https://www.aporrea.org/endogeno/a139570.html

8Susana Gómez, “La socialización del trabajo doméstico y la generalización de los medios de consumo colectivos como estrategias para eliminar el patriarcado y construir el modo de vida socialista”, El Papel de la Comuna en el proceso de emancipación, pp.10-30, 2011, Ediciones Insumisas.

9La obra del dramaturgo griego Esquilo escrita hacía el 500 a. C. con título “Las Suplicantes” es una corta e interesante obra de teatro que además de relatar el mito de las Danaides y su lucha por “la causa de las mujeres”, defiende el poder político de la Asamblea Popular por encima del rey y de los gobernantes.

10DNP. Documento CONPES 4080 de 2022: Política Pública Nacional de Equidad de Género para las Mujeres. Capítulo 4, página 67.

11 DANE. Encuesta Nacional de Calidad de Vida (ENCV 2022): «El 40% de los hogares con niños menores de 5 años en estratos 1-2 acceden a guarderías públicas, frente a una demanda potencial del 100%».

12https://www.observatoriosocioterritorial.org/post/bolet%C3%ADn-no-5-conflictos-sobre-el-trabajo-y-la-gestio-n-popular-del-territorio-en-bogota-sabana

13Susana Gómez, «No me llames madre en mi horario de trabajo” , Correo del Orinoco, 20 de enero de 2015, p.22 (https://www.noticiasdiarias.informe25.com/2015/01/opinion-no-me-llamen-madre-en-mi.html)

Cuidados y ONU Mujeres

Daniela Villegas

ONU Mujeres cumple quince años y con ello ha lanzado sus quince objetivos a lograr para el año 2035.


Desplegados en su página de Internet a manera de lista se lee: Hacer frente a la reacción en contra de los derechos de las mujeres; Poner fin a los conflictos; Promover la participación de las mujeres en el establecimiento de la paz; Erradicar la pobreza; Poner fin a la inseguridad alimentaria; Poner fin a la violencia contra las mujeres; Promover el acceso de las mujeres a la economía; Erradicar la brecha salarial entre hombres y mujeres; Proteger el planeta; Aumentar el liderazgo y la participación política de las mujeres; Desmantelar los marcos jurídicos discriminatorios; Cerrar la brecha digital de género; Garantizar la paridad de género en la educación; Erradicar la mortalidad materna; Aumentar la financiación de las cuestiones de género.

Si no reparáramos en leer con detenimiento la síntesis de cada uno de los objetivos, se nos pasaría de largo que el séptimo objetivo Promover el acceso de las mujeres a la economía, alude al sistema de cuidados. Y aquí refiero lo que el documento enuncia:

Dato: Las mujeres realizan 2,5 veces más trabajo de cuidados no remunerado que los hombres, incluido un total de 250 millones de horas diarias dedicadas a recoger agua, más del triple que los hombres y niños, lo que restringe su acceso al mercado laboral formal.

Solución: Invertir en sistemas de cuidados y en empleos dignos en este sector podría crear casi 300 millones de puestos de trabajo —en el cuidado de infancias y personas mayores o enfermas—, de aquí a 2035, lo que transformaría vidas y economías a la vez.

Una realidad donde las mujeres realizan más tareas del hogar que sus contrapartes masculinas sin un pago por su trabajo y una solución invertir en sistemas de cuidados, crear empleos formales de cuidado y ampliar el acceso de las mujeres al trabajo formal.

Todo esto suena muy bien y de entrada muy necesario. Sin embargo, me parece que la solución resulta limitada, pero no porque la respuesta sea menor, sino porque desde la formulación de la problemática no se plantea la complejidad de los cuidados desde lo conceptual, lo institucional y lo cultural y por lo tanto el remedio pareciese ser muy acotado.

Pero entonces para iniciar la reflexión ¿qué es el cuidado? Y ¿cuáles son los desafíos que se avisoran en un escenario latinoamericano?

Me apoyo en el trabajo de Karina Batthyány socióloga uruguaya y directora del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales CLACSO quien parte desde una epistemología feminista y latinoamericana.

Para Batthyány el cuidado es un concepto en construcción que si bien en un principio bajo la influencia de las teóricas anglosajonas de los 1970s, abarcaba ayudar a un niño, niña o persona dependiente en el desarrollo y bienestar de su vida cotidiana, hoy en día se ha extendido a dedicarles tiempo y atención a las personas que tienes a tu alrededor, así como al entorno que te rodea. Esta visión del cuidado más global e inclusivo se basa en la idea de que todo el mundo puede ser dependiente en algún momento y todo el mundo necesita atención en distinto grados; además, el planeta también debe ser cuidado desde diferentes ámbitos para desarrollarse en un contexto sano.

En conferencia en la Universidad Nacional de San Martín, Argentina en 2023, Batthyány hablaba de los desafíos en el tema de cuidados por un lado en el plano conceptual; en la política pública y presupuestal y en un aspecto fundamental que es el del cultural.

Al hacer referencia al carácter en construcción e interdisciplinar del concepto de cuidado, señalaba: “¿dónde ubicamos el cuidado? ¿es una política de salud, de igualdad, de los ministerios de la mujer? La respuesta es sí a todo, es eso y más”.

En cuestión de política pública hay que “colocar el cuidado como el cuarto pilar de bienestar junto a la educación, el trabajo, la seguridad social”, esto con el fin de mirar al cuidado como un derecho y darle los recursos que merece.

Y el aspecto más importante el cultural “que se entienda de forma generalizada en la sociedad cómo este cuidado se ubica en el centro de la división sexual del trabajo y por lo tanto en el centro de los mecanismos que generan dominación, opresión, desigualdad en materia de género”.

Por ello mismo cuando leo los objetivos de ONU Mujeres pienso que cada uno de ellos es atravesado por la categoría cuidado y no se puede dar una solución única enmarcada en la economía capitalista formal. Se requiere un cambio de paradigma cultural donde se destierre la idea de que las mujeres estamos hechas para cuidar, que es en la familia nuclear, en lo privado donde se dan los cuidados y que sólo a partir de la idea desarrollista que vamos a avanzar.

Sólo así las metas que se proponen los organismos internacionales pueden llegar a buen puerto, con una mirada transversal donde se resalte el hecho de que todxs necesitamos de cuidados, de forma recíproca con nuestra comunidad inmediata y con el planeta mismo.
Imagen: Mujer planchando de Julius Tanzer


“El acto más trasgresor que hizo fue ser ella misma”. 118 años del natalicio de Frida Kahlo

 

Ciudad de México.- “El acto más trasgresor que hizo fue ser ella misma” afirmó Perla Labarthe, actual directora del Museo Frida Kahlo, en entrevista para Cimacnoticias. A 118 años del natalicio de Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón, la pintora es reconocida por ser un icono y una figura que desafió los mandatos de género quien además rompió los estereotipos de la feminidad en su arte y vida personal.

Para Perla Labarthe, Frida fue una mujer con una visión única y honesta del mundo. La evolución de su persona, identidad y trabajo estuvieron marcadas por sus propias convicciones, necesidades y deseos de ser quien ella quería ser. Cómo resultado, apuntó que estos elementos fueron determinantes en la apreciación e inspiración que la artista es actualmente para muchas mujeres en el mundo.

En un contexto social del México post revolucionario, se esperaba que las mujeres regresaran al ámbito doméstico para encarnar su rol como madres. Sin embargo, Frida rompió muchos esquemas de su época: querer ser una pintora por derecho propio y proyectarse en sus pinturas, vestimenta y hasta en su propio hogar, la Casa Azul. De esta manera, sus pinturas, dibujos, diarios y cartas expresan su personalidad y resistencia desde el arte.

Manuel Alvarez Bravo, Frida Khalo, 1930.

“En los que también vemos a una mujer que a través del en arte, fue que puede encontrar una nueva manera de expresarse, una nueva de manera de entenderse, una nueva manera de vivir y de compartir”, compartió Perla Labarthe. Frida nunca se declaró parte activa de algún movimiento artístico, incluso nunca asistió formalmente a una escuela de pintura, ya que usaba el arte para entenderse a sí misma sin percatarse que encontró una vía para hacer eco su voz, algo que la mayoría de las mujeres no tenían.

También añadió que, de esta manera, Frida reflexiona acerca de ella misma, de su entorno, de quién quiere ser y eso lo hace también a través de su pintura. En muchos de sus autorretratos se lee cómo se percibe a sí misma, cómo se proyecta, cómo se representa generando una reflexión en el resto sobre su propia identidad y entorno.

Pese a que Frida usaba su arte para entender sus sentimientos, abordaba temas considerados complejos o poco comunes. A través de autorretratos y naturaleza muertas construyó temas que podrían resultar incomodos como los feminicidios, que en su tiempo no eran conocido como hoy los entendemos en toda la extensión de la palabra, pero que la manera en que eran proyectados logro hacer difícil olvidarlo: «Son imágenes que se quedan en la memoria, en el recuerdo por esta capacidad que tiene de impacto» menciona Perla Labarthe.

«Unos cuantos piquetitos» de Frida Kahlo

Su identidad

Parte importante de su identidad fue la manera en que se vestía. Perla Labarthe comentó que actualmente en la Casa Azul, hogar de la infancia de Frida y actualmente un museo en su memoria, está presente la exposición «Las apariencias engañan» que muestra más de 300 piezas de ropa de la artista que dividen su identidad en dos ideas: como una persona discapacitada y el amor por México.

Durante sus 18 años y tras haber sufrido poliomielitis (a los 6 años) que le dejó una pierna más corta que la otra, la artista comenzó a usar pantalones y trajes masculinos para disimular las secuelas físicas que le dejó la enfermedad, particularmente en su pierna derecha. Mas adelante, tras el accidente de autobús que fracturo su columna vertebral y dañó múltiples partes del cuerpo, su vestimenta se volvió aún más significativa.

En su etapa joven formó parte del grupo estudiantil «Los Cucarachas» y uso ropa de mezclilla, gorras de obrero junto con actitudes sarcásticas hacia figuras de autoridad. De adulta, optó por el vestuario tehuano, una indumentaria tradicional del Istmo de Tehuantepec compuesta por múltiples bordados, faldas largas, tocados florales, rebozos y joyas llamativas que le permitieron expresar su orgullo mexicano y ocultar sus corsés ortopédicos.

A través de su ropa, Frida jugo con las dualidades de género. Aunque solía mostrarse con faldas, bordados y trenzas que resaltaban su feminidad, también acentuaba su bigote y sus cejas gruesas en autorretratos. La mezcla entre lo masculino y lo femenino cuestionaba las normas impuestas sobre el cuerpo y el comportamiento de las mujeres.

La vestimenta de Frida tuvo muchos elementos estéticos, fue una declaración y una forma de resistencia para comunicar sus dolores físicos, herencia cultural y postura política que, en consecuencia, a lo largo de su vida Frida construyó una imagen visual que se convirtió en un modelo.

«Estos dos elementos permiten a Frida crear una identidad, crear prácticamente un icono, porque hoy es muy fácil reconocer a esa mujer, a esa artista a través de sus textiles, a través de su manera de arreglarse el pelo, de maquillarse, del uso de esta joyería y creo que pues para todos nosotros el vestir muchas veces se convierte en una expresión de quienes somos» -Perla Labarthe, actual directora del Museo Frida Kahlo

De acuerdo con Perla Labarthe, la artista manifestó muchos aspectos de los que hoy en día muchas mujeres pueden identificarse, incluso cuando nunca se autodenominó como «feminista», puesto que no era un término usado en aquella época, sino que fue una interpretación posterior que se hace desde la actualidad a su figura y lo que representa para algunas mujeres.

Su historia

Haciendo un repaso por su vida, Frida Kahlo nació el 6 de julio de 1907 en la Ciudad de México. Toda su vida vivió en la Casa Azul, conocida actualmente como el Museo Frida Kahlo, desde que sus padres el alemán Wilhelm Guillermo Kahlo y la mexicana Matilde Calderón la adquirieron en 1904. La artista fue la tercera de cuatro hijas: Matilde, Adriana, Cristina y Frida.

A los 6 años enfermó de poliomielitis, una enfermedad viral que puede causar problemas de parálisis o respiratorios, lo que le causó que su pierna derecha quedara más corta. Esto fue motivo para que recibiera burlas desde niña; sin embargo, las consecuencias de la enfermedad no le impidieron poder estudiar hasta que alcanzó el bachillerato en la Escuela Nacional Preparatoria.

El 17 de septiembre de 1925, tuvo un accidente, pues el autobús en el que viajaba fue arrollado por un tranvía provocando fracturas en varios huesos y lesiones en la espina dorsal. Fue gracias a la inmovilidad de varios meses que comenzó a pintar y, posteriormente, a relacionarse con varios artistas, entre ellos la fotógrafa Tina Modotti y el muralista Diego Rivera.

Fotografía retomada de @museofridakahlo

Cuando Frida se casó con Diego en 1929, ambos se mudaron a la Casa Azul y otras veces en el estudio del artista en San Ángel, aunque también tuvieron estancias cortas en Cuernavaca, Detroit, San Francisco y Nueva York. El matrimonio estuvo marcado de varios abortos e infidelidades de Diego que desataron una crisis emocional en la pintora y su divorció en 1939, un año más tarde volvieron a casarse.

En su vida fue maestra en la Escuela Nacional de Pintura y Escultura «La Esmeralda» y tanto su trabajo como vida cotidiana retrató el arte popular mexicano. Al contrario de los pintores surrealistas, ella describió que no pintaba sus sueños, sino su realidad. Esto la llevó a presentar su arte en diversas galerías en Estados Unidos, exposiciones y museos.

Su salud se vio perjudicada entre 1950 y 1951 cuando permaneció internada en el Hospital Ingles. Un año después tuvo una amenaza de gangrena, por lo que tuvieron que amputarle la pierna derecha. Respecto a actividad política, fue miembro del Partido Comunista y activista de izquierda. Logró acondicionar la Casa Azul para dar asilo a León Trotsky y a su mujer. Creía en su lucha fielmente, que semanas antes de fallecer participo en una protesta en contra del intervencionismo político de Estados Unidos en Guatemala, provocándole una embolica pulmonar que terminó con su vida el 13 de junio de 1954.

Magistrados que avalan la tortura

 

Una tarde hacia finales del años 2005, el empresario millonario Kamel Nacif hablaba en árabe creyendo que no se entendería su conversación, estaba planeando una conjura judicial con su operador de negocios ilícitos de la PGJ de Puebla. Juntos concertaron mi secuestro, amenazas y tortura con el comandante de la policía de Puebla Juan Sánchez Moreno.

El plan, como quedó plenamente demostrado ante los juzgados, consistía en asignar a dos policías judiciales que se harían cargo de mi tortura directa y del traslado desde Cancún a la cárcel de Puebla donde organizaron mi violación, además coordinaron a otro grupo de agentes que estaban asignados para impedir que mis escoltas federales pudiesen evitar el arresto ilegal, también controlaban a la jueza que me sentenció de inmediato por “difamar” a los pederastas.

El plan comandado por Nacif, avalado por el entonces gobernador de Puebla Mario Marín “El góber precioso” y por Manuel Quiroz del Consejo de la Judicatura, involucraba a más de veinte funcionarios públicos en una concertación antijurídica cuyo fin último era silenciarme para ganar la defensa legal de los líderes de la red de explotación sexual comercial infantil y trata de personas, que en ese momento eran ya perseguidos por la justicia a raíz de la publicación de mi libro de investigación periodística “Los demonios del edén: el poder detrás de la pornografía infantil”.

Con este ataque pretendían que yo negase la veracidad de mi investigación, que dejase solas a las víctimas menores de 15 años a quienes mi equipo protegía; que mis abogadas abandonasen el juicio contra la red criminal y que yo no me atreviese a declarar en contra el líder pederasta detenido en Arizona.  

Efectivamente me torturaron, me encarcelaron, me interpusieron múltiples juicios que eventualmente gané, fui a terapia, superé el trauma y seguí testificando contra los pederastas y contra mis torturadores.

El líder de los compradores y violadores de niñas fue sentenciado a 112 años y por más que se esforzó en salir de prisión protegido por Nacif y sus cómplices políticos, nunca lo logró (yo he testificado y he sido sometida a careos y peritajes psicológicos más de 50 veces).

Succar Kuri murió recientemente en prisión, sentenciaron a los dos policías que me torturaron y, poco a poco con enormes esfuerzos y desgaste, sobreviviendo ataques y atentados, logramos que Interpol arrestase en México al ex-gobernador que aún espera sentencia en el penal de alta seguridad de La Palma, y en Líbano detuvieron a Kamel Nacif, que con actos de corrupción y tráfico de influencias logró ser liberado por la misma Magistrada que defiende a sus cómplices criminales. Hay otras causas abiertas, y bajo amenazas y desde el exilio yo sigo testificando en contra de la red criminal, sus líderes y socios políticos.

A lo largo de estos veinte años, gracias al incansable trabajo de mi equipo de defensa legal de la organización Articulo 19, encabezado por Leopoldo Maldonado, hemos demostrado cómo las redes de delincuencia organizada transnacional no podrían operar en México si no fuese por los delitos y complicidades de las y los servidores públicos pertenecientes al poder judicial y al poder ejecutivo, y que sus maniobras permanecen activas sin importar qué partido político gobierne al país.

Como miles de sobrevivientes de delitos, he denunciado a las y los juzgadores que protegen a las redes criminales y en todos los casos hemos documentado que son justamente empleados del Tribunal Superior de Justicia y del Consejo de la Judicatura quienes se niegan a aplicar la ley contra actos de corrupción de jueces y juezas que protegen a miembros de la delincuencia organizada y a las redes de funcionarios públicos que hacen posible la impunidad.

Al denunciar la corrupción de jueces y magistradas demostramos que las y los jueces del Tercer Tribunal Colegiado que eliminaron la sentencia por tortura bajo el argumento de que mi “peritaje psicológico no demuestra plenamente que Juan Sánchez es responsable de mi sufrimiento”, son partícipes de los mismos delitos que denuncié originalmente: Ejercicio indebido del servicio público, colusión de servidores públicos, probable cohecho y protección de las redes criminales de trata de niñas, niños y adolescentes.  

Quienes defienden la medida populista de la elección popular de jueces y juezas, se equivocan, porque además de abrir las puertas directas del Poder Judicial a miembros de grupos criminales (como la abogada de El Chapo Guzmán), debilitan al endeble aparato de justicia mexicano y sus mecanismos de calificación previa que permiten que muchos delincuentes sean debidamente sentenciados.  

El Estado debería defender –y no debilitar– los mecanismos que robustecen la supervisión de personas que desde la función pública cometen actos de corrupción, esos que desencadenan la impunidad de las redes criminales y la vulnerabilidad ciudadana. Solo así podremos tener más jueces y juezas con gran preparación que con ética, responsabilidad y valentía defienden a las víctimas de delitos graves.

Llevamos veinte años demostrando cómo funciona el aprovechamiento concertado de los aparatos de poder a cambio de fuertes sumas de dinero, de bienes materiales y puestos de elección popular como premio por poner al sistema de justicia al servicio de las redes criminales.

Como miles de ciudadanas que no se rinden ante la impunidad, seguimos adelante y la próxima vez que otra mensajera de la presidenta Claudia Sheinbaum me diga que puedo volver a México porque el PRI ya no gobierna, le responderé lo mismo que en los últimos años: no volveré porque no tengo espíritu de mártir y las periodistas muertas no pueden testificar contra las y los servidores públicos que van de la mano de la delincuencia organizada, porque más allá del discurso, la supraestructura de la impunidad criminal sigue intocada como en sexenios anteriores y porque acaban de liberar a un policía que desde hace veinte años me quiere callada y sin vida.  

Feminismos. Reseña: ‘Narya’, historia de poder y perseverancia de mujeres iraníes modernas

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Por Fateme Torkashvand*, Hispan TV / Resumen de Medio Oriente, 2 de junio de 2025.

La serie ‘Narya’ es una historia sobre el poder y la perseverancia de mujeres iraníes modernas frente a una contranarrativa convincente de Occidente.

  • Drama: Narya
  • Director: Javad Afshar
  • Productor: Mohamad Mesripour
  • Guión: Hamid Rasoulpour
  • Elenco: Saman Saffari, Amir-Yal Arjmand, Kazem Balouchi, Fariba Motamed y los recién llegados Zahra Naderifar, Mohamad-Said Farazmand y Donya Fathi
  • Encargado por el Centro de Cine y Series del Servicio Mundial de IRIB

Aunque los medios occidentales a menudo retratan a las mujeres iraníes a través de lentes estereotipadas, la nueva serie Narya, producida por el Servicio Mundial de la Organización de Radio y Televisión de Irán (IRIB, por sus siglas en inglés), ofrece una contranarrativa convincente.

Este popular drama sigue a Houjan, una joven y brillante mujer kurda que administra una empresa de fabricación de componentes informáticos de alta tecnología en su ciudad natal de Kermanshah, situada en las faldas de la cordillera de Zagros en el oeste de Irán.

El viaje de Houjan no es nada fácil. Se enfrenta a un complejo laberinto de desafíos planteados por mafias globales y locales atrincheradas en negocios peligrosos e ilícitos.

A través de su apasionante historia, Narya dramatiza vívidamente los obstáculos de la vida real que los científicos, empresarios e innovadores iraníes han enfrentado durante las últimas tres décadas, desde sanciones crueles y paralizantes, aislamiento financiero y presiones sociales internas.

Pero las luchas y batallas de Houjan no son solo externas. También debe lidiar con la traición dentro de su propio equipo cuando uno de sus ingenieros clave es atrapado, sin saberlo, por agencias de espionaje extranjeras, una táctica demasiado común en los intentos de socavar el progreso científico en países considerados adversarios por las potencias hegemónicas occidentales.

Una escena del drama ‘Narya’

Como dijo el director Javad Afshar en una entrevista con ISNA: “Un día, me encontré con un artículo de un destacado político estadounidense que decía: ‘Nuestro enemigo es cualquiera que se acerque a nuestras líneas rojas científicas’”.

“En otras palabras, cualquier país o científico en cualquier parte del mundo que intente cruzar esas líneas se convierte en un objetivo: sujeto a reclutamiento, sabotaje o eliminación”.

Narya explora estas tres tácticas, arrojando luz sobre la guerra psicológica y política que se libra contra las naciones que luchan por alcanzar la autosuficiencia tecnológica y científica.

Sin embargo, la serie es mucho más que un thriller corporativo o de espionaje. Se adentra en los oscuros territorios del contrabando de diamantes, el mercado negro de manuscritos raros y el tráfico de tecnología avanzada.

Estas tramas superpuestas crean una narrativa rica en texturas que desafía a los espectadores intelectualmente y al mismo tiempo sigue siendo emocionalmente cautivadora.

Gestionar casi 100 personajes distintos, cada uno con motivaciones y arcos argumentales únicos, no es tarea fácil. Esta complejidad estructural se compensa con la claridad narrativa, un logro poco común en el género del thriller policiaco, que exige tanto profundidad narrativa como accesibilidad para el espectador.

Una escena del drama ‘Narya’

Más allá de su trama que invita a la reflexión, Narya impresiona por su excepcional calidad de producción. Filmada en más de 130 locaciones en cinco países, la serie ofrece una autenticidad visual impactante y una gran riqueza cultural.

El director Afshar, famoso por la serie Gandu, destaca que estos escenarios no solo sirven como espectáculo, sino también para mejorar el realismo y la resonancia emocional.

Desde las vibrantes calles de Estambul hasta los terrenos accidentados de las provincias occidentales de Irán, la diversidad geográfica agrega credibilidad y capas a la historia.

Al retratar el mosaico étnico de Irán (kurdo, turco, persa), Narya celebra la identidad multicultural de la nación y transmite sutilmente un mensaje de unidad a través de la diversidad.

La serie también destaca por su ejecución cinematográfica. La dirección de Afshar es precisa y decidida, utilizando amplios planos generales para evocar aislamiento y primeros planos cerrados para aumentar la tensión.

El ritmo es pausado, deteniéndose a menudo en momentos emotivos de crisis personal y complejidad moral. Una edición nítida, pero discreta permite que la cronología, con sus múltiples capas, se desarrolle con fluidez.

Uno de los logros más destacados de Narya reside en su música. La banda sonora, creada con un profundo sentido del suspenso y la profundidad emocional, realza la atmósfera sin recurrir a florituras grandilocuentes. En cambio, emplea tonos sutiles y persistentes que reflejan la carga emocional de cada escena.

Una escena del drama ‘Narya’

Este minimalismo de suspense funciona como un trasfondo psicológico que recuerda constantemente a los espectadores las amenazas omnipresentes sin eclipsar la narrativa. El delicado equilibrio entre sonido y silencio intensifica el impacto emocional de la serie y refleja las luchas internas y externas que enfrentan sus personajes.

En definitiva, Narya es mucho más que un drama criminal o corporativo. Es un retrato simbólico de la mujer iraní moderna, no como víctima de las circunstancias, sino como una fuerza de innovación y resiliencia.

Houjan, con su inteligencia, dignidad y perseverancia, es una metáfora de un movimiento social más amplio: el papel creciente de las mujeres educadas que impulsan la transformación científica y económica de Irán.

Quizás el elemento más poético de todos sea el propio título de la serie. “Narya” es “Irán” escrito al revés en persa: una inversión lingüística ingeniosa y deliberada, no accidental.

Refleja la tesis central de la serie: que dentro de Irán yace una fuerza de progreso más profunda, a menudo invisible, y que mujeres como Houjan son su corazón palpitante.

En un mundo que a menudo distorsiona, aísla o explota, Narya recupera la narrativa, recordándonos que el futuro de Irán bien puede ser moldeado por las manos decididas de sus capaces hijas.


Fateme Torkashvand es una periodista radicada en Teherán especializada en asuntos culturales.

Prostitución, puteros y la izquierda

 Izquierda, prostitución & Violencia estructural

Fuentes: https://www.infolibre.es

«La corrupción, la prostitución, la drogas y las diferentes economías ilícitas operan juntas, se alimentan entre sí»


En estos últimos días la prostitución se ha convertido en un debate colectivo. En primer lugar, las conversaciones grabadas entre Ábalos y Koldo han desvelado una trama de corrupción que nadie podía imaginar en un gobierno y en un partido que llegaron a la política precisamente para limpiar la trama corrupta del PP. 

Sin embargo, este diálogo sobre corrupción contenía también una grabación entre Ábalos y Koldo sobre su pretensión de tener sexo con algunas mujeres que estaban en prostitución. El intercambio de apreciaciones entre ambos sobre ellas ha mostrado el núcleo más profundo de esta realidad social: en la prostitución las mujeres son objetos, cosas, mercancías y, por ello mismo, presas fáciles para su deshumanización. Y la deshumanización es la condición de posibilidad para justificar cualquier forma de violencia contra ellas. El feminismo ha tenido (y tiene) históricamente la razón: la prostitución es una forma criminal de violencia sexual. Como también una vulneración de los derechos humanos de mujeres que fueron expulsadas de sus familias, de sus entornos e incluso de sus propias expectativas de vida a causa de la pobreza.

Esta conversación entre ambos deja al desnudo el imaginario del putero, para el que las mujeres prostituidas son solo medios para gozar del placer que les proporciona el poder que ejercen sobre ellas. Ese placer del poder les devuelve la imagen de sí mismos como seres poderosos, casi omnipotentes. Su poder se alimenta de la falta de límites de sus deseos y de la ausencia de resistencia a sus demandas. La impunidad es el asiento sobre el que se desarrolla la corrupción, pero también la prostitución.

Tampoco debe extrañar que, en medio de conversaciones sobre comisiones y dinero negro, aparezca la compra de mujeres prostituidas. Las economías ilegales no funcionan aisladamente: la corrupción, la prostitución, las drogas y diferentes economías ilícitas operan juntas, se alimentan entre sí, utilizan los mismos circuitos semi-institucionalizados para rentabilizar sus beneficios. En pocos lugares tiene un espacio tan asegurado e inevitable la prostitución como en las tramas de corrupción.

La conversación entre Ábalos y Koldo es una más –y no de las más violentas– de aquellas que tienen lugar en los foros de puteros donde las mujeres prostituidas son calificadas y puntuadas en función de distintos criterios. Desde su procedencia hasta algunas características de su cuerpo, pero también, y sobre todo, la puntuación depende de que ellas no muestren resistencia a los deseos de los puteros. Escuchar esta conversación entre estos dos puteros nos obliga a hacernos preguntas: ¿Cómo argumentar que la prostitución es un trabajo después de esta grabación? ¿Cómo sostener que los puteros no deben ser sancionados y el proxenetismo perseguido? ¿Cómo no hacer una ley abolicionista de la prostitución? ¿Cómo puede haber sectores de la izquierda que defienden que la prostitución no es una quiebra extrema de la igualdad y una forma intolerable de explotación sexual? ¿Cómo puede recuperar la izquierda el sentido común?

Por eso, y voy a la segunda cuestión, el congreso de Comisiones Obreras de este pasado fin de semana corrige en parte ese virus neoliberal que ha penetrado en los rincones ideológicos más profundos de algunos discursos de izquierdas. Al argumentar que la prostitución es violencia sexual y desigualdad patriarcal y al negar que los cuerpos de las mujeres puedan ser lugares de trabajo, el sindicalismo de clase ha asumido que los cuerpos de las mujeres no pueden ser articulados en un mercado de consumo masculino.

Me pregunto si esta inequívoca posición política de CCOO, en la que el feminismo de clase del sindicato hacía mucho tiempo que estaba trabajando, es el principio de una nueva era ideológica de la izquierda. Me pregunto si los aplausos a Unai Sordo por parte de la vicepresidenta, Yolanda Díaz, cuando el secretario general afirmaba que la prostitución es explotación sexual, anuncian un cambio de rumbo de aquella izquierda que ha entendido la prostitución como un acto de libertad (neoliberal) de las mujeres prostituidas.


Fuente: https://www.infolibre.es/opinion/plaza-publica/prostitucion-puteros-izquierda_129_2019104.html

Rosa Cobo es profesora de sociología de la Universidad da Coruña, escritora y teórica feminista.

Las preguntas que no estamos haciendo

 Medios de comunicación & Violencia machista

Fuentes: https://www.articulo14.es

Sobre cuando denuncia una mujer joven abuso de poder y se la culpabiliza a ella. El caso de Alejandro Sanz e Ivet Playá, 30 años más joven que él.


Por lo visto, que una mujer joven haya expresado su malestar con un famoso cantante en sus redes sociales, tiene indignadísima a media España. En menos de 24 horas se han puesto en marcha investigaciones periodísticas, escrito artículos, organizado tertulias en programas de televisión y hasta entrevistas en prime time con la protagonista.

Para ello se ha contado con las mejores expertas y expertos en violencia de género, ¡ah, no!, con las personalidades más destacadas del corazón, cuya misión era acorralar literalmente a la chica en un interrogatorio televisado para divertimento de la ciudadanía. No recurrieron al electroshock… pero poco les faltó.

Como era de esperar, las redes y los buzones de mensajes privados se han llenado de comentarios de burla y desprecio hacia la denunciante. “¡Qué vergüenza!, “Menuda caradura”, “Testimonios como estos son los que hacen daño al feminismo”, “Por mujeres así los hombres se alejan”…

Opinar y debatir es algo totalmente lícito que nos permite ver más perspectivas. Lo que llama la atención no son los artículos, ni las tertulias, ni las entrevistas al más puro estilo paredón: sino todas las preguntas que jamás se formulan.

¿Por qué no hemos visto ningún programa en el que se pregunte durante horas (y con cara de haber chupado un limón) a hombres famosos de cincuenta, qué les lleva a mantener una relación con una fan treinta años menor? ¿Por qué nadie se plantea que los hombres mayores también se aprovechan de los cuerpos de las mujeres jóvenes, de su inexperiencia y de su posición inferior? ¿Cuándo vamos a dedicar tertulias y artículos enteros a señalar que la diferencia de poder es un factor clave a la hora de analizar el abuso en las relaciones hombre-mujer? ¿Para cuándo las investigaciones periodísticas sobre la dificultad que tienen las mujeres para llegar al mismo grado de reconocimiento y dinero que disfrutan ellos?

Esta misma semana cinco hombres han asesinado a cinco mujeres y un niño y llama poderosamente la atención que no haya habido programas monográficos al respecto. Ni un solo celebrity engalanado y maquillado para denunciarlo. Cero focos, ningún micrófono, ¡tampoco interrogatorios! Por no dedicar no se le ha dedicado ni una mísera portada de periódico. Parece que el asesinato incesante de mujeres no resulta de interés para los medios.

“El calor aumenta la violencia de género” han titulado algunos, colocando al astro rey de sujeto. No solamente no se habla del tema, sino que, además, se comunica mal. Se confunde a la ciudadanía poniendo en peligro la vida de las mujeres. A Zunilda, a Marisa, a Susana, a Ramy, a Alejandra, a su hijo Manuel y a las cuarenta y cinco mujeres asesinadas en 2025 las han matado hombres machistas, no han tenido una insolación.

Como la cosa va de preguntas ahí van unas cuantas para sumarlas a las confesiones de culpabilidad públicas: ¿Por qué los periodistas no informan correctamente sobre un problema social que perjudica y acaba con la vida de tantas mujeres? ¿Por qué no se han llenado las redes y los buzones de comentarios despectivos hacia los asesinos en esta ocasión? ¿Por qué no se dedica el mismo espacio televisivo a denunciar la violencia machista que a desmontar el vídeo de una admiradora que cuestiona el comportamiento de su ídolo?

Lo que nunca falta ante los asesinatos a mujeres son los minutos de silencio. Estos son muy fáciles de realizar porque no requieren dar ninguna explicación, ni lectura de libros, tampoco formación. Basta con levantarse, quedarse quieto y demostrar seriedad por un breve espacio de tiempo. Condolencias en formato TikTok: son baratos de producir, no llevan focos ni maquillaje especial y se hacen donde estés con lo que lleves puesto. Quedan muy bien en los medios porque las fotos no salen movidas y tampoco hay que escribir demasiado texto. Minutos de silencio que van sumando declaraciones sin realizar, acciones sin hacer, medidas sin tomar. Minutos de silencio que encubren todas esas preguntas, incómodas, que no estamos haciendo.


Fuente: https://www.articulo14.es/opinion/las-preguntas-que-no-estamos-haciendo-20250629.html?fbclid=PAQ0xDSwLOJv9leHRuA2FlbQIxMQABp0Vnp9TtBprs5dnQXqPdjwHWwC1RwkVpIdpYrU4-IXXJjh6jJwXinhaTTEjs_aem_WA0Q4v-TZXbgGuILpYDJYg

El territorio tensionado entre madres e hijas

 pikaramagazine.com

Diana Oliver

Algo hay en las relaciones entre madres e hijas que a veces escuece. Puede ser una molestia ligera, como si un poco de jugo de limón cayera por accidente sobre un padrastro en el dedo meñique. Pero también hay dolores que deben parecerse más a una cirugía a corazón abierto sin anestesia. Las hijas y las madres, las madres y las hijas, han sido el territorio literario de una buena cuadrilla de escritoras. Simone de Beauvoir, Annie Ernaux, Marguerite Duras, Delphine de Vigan, Vivian Gornik, Terry Tempest Williams, Rebecca Solnit, Cristina Rivera Garza, Nelly Campobello, María Malusardi, Isabel Allende, Almudena Grandes o María Negroni son algunas de las que han puesto palabras a los vericuetos que transitan las unas y las otras, abriendo una puerta necesaria para repensar cómo estas relaciones son narradas en la literatura.

Y eso importa, porque el vínculo entre madre e hija ha sido durante mucho tiempo trivializado, relegado o directamente borrado del mapa literario. La única diada que parecía merecer atención era la de la madre y el hijo. Así lo contaba Laura Freixas en el prólogo de la fantástica antología de relatos Madres e hijas (Anagrama).  Las autoras que han logrado romper ese molde han hecho posible que nos veamos reflejadas en la complejidad de sus experiencias, luminosas o atroces.

“Cuestionar los matices reales es siempre desafiante”

“Los vínculos familiares en general suelen ser complejos, pero acercarse a la figura materna más allá de su imagen romantizada sigue siento hasta cierto punto un tema tabú”, dice la escritora mexicana Ave Barrera. Considera que suele ser mucho más cómodo quedarnos con la imagen aplanada del mito, de lo que se supone que debe ser la figura de la madre o de la hija o como se supone que debe ser su relación. “Cuestionar los matices reales es siempre desafiante, nos pone a prueba, nos incomoda. Pero me parece que el trabajo de la literatura, al menos la literatura que a mí me interesa, es justamente eso”, explica.

Adrienne Rich dedicó un capítulo entero en Nacemos de mujer a explorar las complejidades que emergen de las relaciones entre madres e hijas. Entre otras agudas reflexiones, explicó que “la mujer que se siente huérfana de madre puede pasarse la vida buscando a la madre; hasta puede buscarla en otros hombres”. Escribir a la madre y sobre la madre es también una forma de búsqueda. Lo fue para Ave Barrera que en Notas desde el interior de la ballena (Lumen) narra el proceso de elaboración del duelo para entender quién fue su madre, pero también qué encuentra de su madre en ella misma. “La escritura es una búsqueda que puede llevarnos a explorar rincones oscuros, nos permite atravesarlos y llegar a espacios luminosos y reconfortantes. Claro que cuestionar una figura tan mitificada como la de la madre puede hacernos sentir que estamos infligiendo el deber ser, pero son esas pequeñas resistencias lo que nos permite pensar desde un lugar más honesto algo tan valioso como el vínculo materno filial”, cuenta.

En el caso de la argentina Paula Vázquez la escritura de Las estrellas (Tránsito) surgió también en el proceso de la pérdida de la madre, y lo que le ocurrió es que en el proceso –durante su enfermedad, con su muerte, en el duelo– fue cuando encontró a su madre, o al menos una parte que no se había iluminado hasta ese momento. “Comprendí su dolor y una luz de amor que no había sentido hasta entonces. Podría no haber ocurrido, podría haber sucedido que el dolor no transmutara, que se quedara solo en dolor y en el registro de una herida doble, la mía como hija, la suya como madre, pero quizás entonces no hubiese sido literatura”, dice.

Las expectativas del amor maternofilial

Lo que se espera: el amor mullido e incondicional de las madres; la lealtad y la gratitud de las hijas. La realidad, sin embargo, está tejida con muchos más matices: silencios, contradicciones, temas no resueltos y mochilas vitales que pesan sobre ambas partes. Para Blanca Lacasa, autora del ensayo Las hijas horribles (Libros del KO), estas tensiones no son individuales, sino que responden a un marco cultural más amplio: “Creo que hay un componente cultural que tiene mucho que ver con el marco en el que nos movemos, que es básicamente el patriarcado”. Según la escritora, muchas de las aristas del vínculo materno-filial están atravesadas por una generación de mujeres que llegó a la maternidad sin haber podido elegirla plenamente, viéndose obligadas a anular otras identidades posibles y a sostener, sin cuestionamiento, la idea de que los cuidados son cosa de mujeres. En este contexto, el amor materno no es solo un lazo natural, sino también una construcción cultural cargada de exigencias, renuncias y heridas que rara vez encuentran espacio para ser nombradas.

Por momentos las madres pueden ser nuestras amigas, otros, nuestras rivales

“Mientras crecemos, esos mensajes se imprimen en las expectativas y moldean nuestra forma de pensar y de sentir, aunque son distintas las exigencias que tensionan las relaciones entre madres e hijas según las generaciones”, señala Paula Vázquez. En su caso, como hija nacida en la recién estrenada democracia argentina, le exigía y demandaba y recriminaba a su madre no haberse forjado una vida propia, estar atada a los hijos, al marido, sometida al hogar, le reprochaba, en definitiva, la falta de libertad y la tristeza que traía aparejada. “Es difícil despojarnos o alejarnos de esa mirada construida desde hace siglos y que cristaliza de algún modo en el prototipo de ‘el ángel de la maternidad’, sobre todo ahora que recrudecen, incluso en entornos feministas, nuevas exigencias que recaen sobre la mujer devenida madre, y que nos imponen un nuevo estándar de parto, lactancia extendida, alimentación de los hijos, colecho y otras yerbas que además ahora tenemos que compaginar con la expectativa de no retrasar nuestras carreras”, explica. Sin embargo, o precisamente por eso, sigue pensando que es urgente que la maternidad sea un tema de primer orden entre los feminismos: para poder despejar deseo de cumplimiento de mandatos y para, en todo caso, poder elegir no ser madre o serlo en condiciones que no nos hagan esclavas de esos mandatos y representaciones.

Es fácil ser más exigentes con nuestras madres que con nuestros padres

Dice Ave Barrera que es importante pensar que existen múltiples maneras de ver la figura materna: “Por momentos pueden ser nuestras amigas, nuestras cómplices, nuestras rivales, pueden ser nuestro mayor respaldo o convertirse un peso, en una limitante de la libertad. El rol materno es muy diverso y va cambiando con las etapas de vida, lo inmutable es el hecho de que son origen, nuestra conexión con el mundo y con el linaje que nos precede”. Es fácil ser más exigentes con nuestras madres que con nuestros padres. Para Blanca Lacasa no hay duda de esto. Para el libro, entrevistó a muchas mujeres para que le hablaran sobre la relación con sus madres. Después de un buen rato cuestionando y revisando este vínculo, al preguntarles por sus padres todas (menos una) dijeron que todo está bien con ellos. “Las razones que me daban para ello eran cosas tipo ‘me llevaba al zoo de vez en cuando’ o ‘me recogía de clase de lo que fuera’. Me llamó profundamente la atención este sesgo. Y que solo en el momento en el que yo se lo señalaba se dieran cuenta de que, efectivamente, igual no eran o no habían sido del todo justas o igualitarias en su mirada hacia sus progenitores. Creo que esa exigencia que tenemos las mujeres hacia nosotras mismas también se extiende a la que tenemos con nuestras madres”, explica.

¿Es necesario construir un lenguaje nuevo para hablar de la maternidad? La autora de Las hijas horribles considera que colocarse en los extremos es, en general, peligroso. Porque se pasa de la deificación a la demonización: “En la gran mayoría de los casos, no es ni una cosa, ni la otra. Entender que tu madre no va a ser esa persona perfecta que soñaste ayuda a que luego, cuando lo haga regular, mal o simplemente no del todo bien, no te parezca algo imposible de asumir o de asimilar. Y también posibilita el escoger el tipo de vínculo que se quiere tener y permitirse decidir cuál es la distancia adecuada”. Quizás lo más urgente no sea buscar respuestas definitivas, sino permitirnos habitar las preguntas: ¿qué esperamos de nuestras madres? ¿Qué esperan ellas de nosotras? Mientras, la literatura funciona como artilugio catalizador de una experiencia universal.