Zona de Reflexión
Por: Lucía Lagunes Huerta*
Tras
el feminicidio de Mara Castilla, la pregunta vuelve a rondar una y otra
vez ¿por qué los hombres asesinan a las mujeres? Y la respuesta es
sencilla, porque pueden.
Y cuando hablo de que pueden no me refiero a la fuerza física, me
refiero a que históricamente han construido un sistema que les permite
violentar a las mujeres, incluso asesinarlas, como un privilegio de
poder masculino.
¿Por qué nos matan? porque la vida de las mujeres no les importa. Ni
la vida, ni la integridad. No les importa ni la edad, ni la apariencia
física; y no les importa porque han aprendido que la vida de las mujeres
no importa, porque nada de lo femenino tiene valía en esta sociedad
profundamente patriarcal.
Porque antes de asesinar a una mujer aprendieron a devaluar todo lo
femenino “porque el que llega al último es vieja”; “porque llorar es de
viejas”; “porque el que pega suave, pega como vieja”… y un largo
etcétera.
No es que amanecen un día convertidos en asesinos. No. Lo van
aprendiendo, sobre todo aquellos que viven en donde la misoginia es
aceptada abiertamente.
Por ello se criminaliza a las víctimas, porque también han
desarrollado un mecanismo para exculparse y no asumir su
responsabilidad.
Por ello tenemos que salir a las calles, porque la rabia se desborda,
porque estamos hartas de la violencia y de la inacción del Estado para
garantizarnos poder vivir sin miedo.
¿Por qué nos matan? Es una pregunta que ha llevado a las feministas a
investigar y documentar por años la respuesta. Porque ellos tienen
poder y las mujeres no.
En 1971 la bibliotecaria americana Elizabeth Gould, en su libro “El
primer sexo” hizo un recuento de los pretextos empleados para quemar
vivas a las mujeres durante la época medieval: “por amenazar a sus
maridos, por contestarle a un cura, por rechazar a un cura, por robar,
por prostitución, por adulterio, por ‘salir embarazada’ fuera del
matrimonio, por permitir la sodomía, aún cuando el marido o el sacerdote
que lo practicaban eran perdonados, por masturbarse, por lesbianismo,
por descuidar a sus hijos, reprender y regañar y aún por haber tenido un
aborto espontáneo, aunque el mismo hubiera sido producto por un
puntapié o un golpe propinado por el marido.”
“De este modo la crueldad física y hasta el asesinato, que ha llegado
a institucionalizarse, pueden convertirse en cuestiones de costumbre.
Los hombres, al incorporar a la cultura dominante sus actitudes
inhumanas, evitaban asumir la responsabilidad de sus propias conductas
individuales”, afirmó Elizabeth Gould.
Algunos de esos pretextos han sido sustituidos por otros que
responden a la actualidad: la ropa que vestimos, el horario en el que
transitamos las mujeres o las formas de divertirnos.
Todos ellos pretextos inmundos para deslizar la responsabilidad de la
agresión a las víctimas, y tal cual lo señala Gould, evitar asumir la
responsabilidad propia de sus conductas individuales y sociales,
agregaría yo.
Como colectivo, los hombres deben hacerse cargo de sus
responsabilidades. Tolerar cualquier violencia contra las mujeres es
aceitar el camino al feminicidio.
No es que haya violencias chiquitas, tolerables, y otras grandotas
como el feminicidio, intolerables para algunos. Los chistes misóginos,
el cuchicheo masculino sobre la vida sexual de las mujeres, sobre el
cuerpo de las mujeres, es parte de esas costumbres de la cultura
dominante.
Dudar, casi en automático, de la palabra de las víctimas de cualquier
tipo de violencia; divulgar los mitos que mantienen la desigualdad
entre mujeres y hombres, es parte de la cultura que permite que ellos
puedan matarnos.
A tal grado llega el desdén de la violencia contra las mujeres y el
cinismo patriarcal, que un hombre acusado de violencia física por parte
de su compañera, puede ser Premio Nobel de la Paz. Me refiero al ex
primer ministro de Japón Eisaku Sato, quien recibió el Nobel en 1974,
pese a que Hiroko Sato, su cónyuge, denunciara que él la golpeaba. La
paz de ella no importó.
De ese poder hablo cuando digo que ellos pueden violentarnos porque han creado un sistema que se los permite.
¿Por qué no han funcionado las leyes que han creado las feministas
para desterrar la desigualdad y garantizar la vida y la integridad de
las mujeres? ¿Por qué los dineros del erario público gastados para
erradicar la violencia contra las mujeres no han tenido buenos
resultados? ¿Por qué en las escuelas la violencia contras las niñas
sigue creciendo sin que las autoridades hagan algo?
¿Por qué un agresor sexual puede ir a la marcha que busca erradicar
todas las violencias contra las mujeres? Es como si un torturador fuera
a la marcha de las víctimas de tortura. ¡A ningún torturador se le ha
ocurrido este disparate! ¿por qué a un agresor de mujeres sí se le
ocurre ir a vender panqués y colocarse justo al lado donde se imprimen
las serigrafías de Mara Castilla? Porque aún persiste esta impunidad
masculina que les hace creer que no les pasará nada y es necesario que
sí les pase.
Eliminar esta impunidad y los pretextos que justifican la violencia
masculina, construir realmente una equivalencia humana de las mujeres,
es el camino más efectivo para eliminar la violencia contra nosotras.
*Periodista y feminista, Directora General de CIMAC
Twitter: @lagunes28
CIMACFoto: Lucía Lagunes Huerta Cimacnoticias | Ciudad de México.-