Esa noche mirábamos una película. La tierra tembló. No escuchamos la alarma. La verdad, desde que existe solo la he escuchado una vez. Los perros del vecindario comenzaron a ladrar unos segundos antes, son nuestra alarma anti-sísmica. En el edificio de enfrente, mientras temblaba, el gemido largo de una mujer que se asomó a su ventana, es un edificio muy alto. Agitaba un pañuelo rojo y cargaba a su perrito. Corrí hacia la recámara y regresé para agitar (también) una bufanda roja. Podríamos pensar en la inutilidad de los gestos, pero quizá estaba sola, así nos acompañamos. De todas maneras ya no teníamos tiempo de intentar bajar. Tal vez ella vivió el terremoto del 85. El trauma está allí. El trauma regresa apenas se mueve la tierra. ¿De qué dimensiones es? ¿Cuándo se detiene? ¿Qué estará sucediendo en las zonas de la Ciudad de México más susceptibles al daño? ¿Dónde habrá sido el epicentro? La omnipresencia del sismo de 1985.
Mi
amigo me dijo que me quitara de la ventana, pero esa comunicación a
distancia con la mujer que lloraba me permitió aferrarme a la esperanza
de que hay tragedias que no van a repetirse. Fue largo.
Se detuvo. La mujer se retiró de su ventana. Me sorprendió la velocidad
con la que apagó su luz. Los vecinos de los pisos inmediatos nos
asomamos a saludarnos. En pijamas. Así, como en las decenas de miles de
edificios y calles de la Ciudad de México. Jamás hubiera imaginado ni la intensidad del temblor, ni los daños que causaría. Al día siguiente nos llegaron las imágenes de la destrucción. El número de personas muertas y extraviadas fue en aumento. Las viviendas destruidas. La falta de electricidad, de agua. Las direcciones de los centros de acopio. La lista de los artículos más urgentes. Alimentos de larga duración, medicamentos, botellas de agua.
El temblor en México y las ciudades inundadas, las zonas destruidas por el huracán. Las islas a las que los vientos devastaron a su paso. Las aguas que toman Florida, Cuba. Esa sensación de miedo ante las fuerzas de la naturaleza que se desatan, que reclaman nuestras décadas de descuidos. Los defensores del medio ambiente
nos han advertido por años. No los escuchamos demasiado. Las imágenes
se nos graban una detrás de la otra. Los rescatistas separando los
escombros en Oaxaca. Los muchachos en el techo de una casa sumergida. Las filas de carros para entregar los donativos en los centros de acopio.
Un video absurdo del Presidente de la República que comenzó a circular: una vez hubo un temblor que sólo él sintió.
Un tráiler volcado en la carretera y algunos habitantes de los pueblos
vecinos saqueando la ayuda para los damnificados. Un hombre que recorre
los caminos en su camioneta, salvando a los animales extraviados ante la
huida de sus amos en una zona afectada por el huracán. Los memes tan inadecuados.
Las contradicciones de la condición humana. Una nota de la periodista
Diana Manzo en La Jornada, nos informa que los migrantes del Refugio
Hermanos en el Camino fundado por el padre Alejandro Solalinde, trabajan
duro para apoyar a los damnificados en el Istmo de Tehuantepec.
Los migrantes provenientes de Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala tienen entre 18 y 30 años y su finalidad es colabora con un granito de arena para los mexicanos
Escribe Diana.
Hoy, un texto de Ulises Rodríguez Wong, "El hospital Juárez de México a 25 años del terremoto de 1985 en la Ciudad de México".
Homenaje. Memoria. Mil personas murieron en el hospital esa mañana. La
información fluye en las redes en este ir y venir de los tiempos. Los
científicos nos explican qué provocó las luces que irrumpieron en el cielo después del temblor más reciente. 80 000 casas afectadas en Oaxaca. Las réplicas. Más de dos millones de personas afectadas en Oaxaca y Chiapas. Los cambios climáticos.
Estamos
obligados a detenernos y reflexionar de manera individual y colectiva
en los graves daños que el "desarrollo" desordenado inflige a la tierra.
A leer esas notas que continuamente dejamos pasar.
Por el momento: agua, cobijas, alimentos no perecederos. Vamos hacia los centros de acopio, con lo que podamos. Quienes tuvimos la suerte – durante esos tres largos minutos – de estar a salvo. Vamos. "Nuestro granito de arena",
como expresaron los jóvenes migrantes. Vamos haciéndonos saber entre
vecinas/o que estamos para apoyarnos. También ante el pánico. Que nadie
se quede solo, aislado. En mi edificio, siempre he agradecido el respeto
y la armonía de nuestra convivencia, pero nunca antes sentí tanto
alivio al escuchar la voz de Carmelita, como esa noche (son las personas
mayores del edificio), cuando abrió su puerta y le dijo a su esposo:
Ya se acabó Heriberto, vamos a salir a darles las buenas noches a nuestros vecinos
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