Carlos Bonfil
La Jornada
Doncellas hechizadas. Sofia Coppola, directora de Las virgenes suicidas (The suicide virgins, 1999) y Perdidos en Tokio (Lost in translation, 2003), propone en El seductor (The beguiled) un remake
interesante de la cinta que con ese mismo título realizó Don Siegel en
1971 a partir de la novela homónima de Thomas Cullinan. Ambientado en
los últimos meses de la guerra de secesión en Estados Unidos, el relato
transcurre en una escuela para señoritas, el seminario Farnsworth, en el
estado de Virginia, hasta donde llega, rescatado por la niña Amy (Oona
Laurence), el caporal John Mc Burney (Colin Farrell), un soldado yankee
herido. La llegada inesperada de este hombre apuesto y taciturno (en la
película de Siegel el intérprete era Clint Eastwood) provoca en esa
suerte de santuario de damiselas al abrigo de la brutalidad guerrera, un
alboroto enorme. La también directora de María Antonieta
(2006) toma una distancia prudente y muy hábil con los desbordamientos
de histeria femenina presentes en la versión de los años 70, donde
Burney, el petulante seductor decidido a ejercer un dominio tiránico
sobre su providencial harem sureño, padecía un escarmiento ejemplar de
sus pretendientes cautivas.
Lo esencial de la trama original se conserva en la versión nueva,
pero la cineasta ha elegido suavizar el tono dramático en la primera
parte del filme mediante la recreación de una atmósfera romántica a
partir de una fotografía impresionista de Philippe Le Sourd con el halo
casi onírico de un bosque en apariencia encantado. La cámara captura,
además, el interior de la escuela en una oscuridad espectral apenas
alumbrada por velas en candelabros, sugiriendo a cada instante que la
historia de seducción inocente puede virar de pronto a una pesadilla de
horror. En el exterior un paisaje bucólico muestra los rayos de sol
filtrandose entre los árboles y una calma aparentemente absoluta que
pareciera a su vez también amenazada. La barbarie está próxima, los
estallidos de cañones se escuchan a lo lejos, pero en el refugio escolar
todo es inmaculado y las faenas domésticas se suceden con un ritual
imperturbable. Sofia Coppola recrea con habilidad una atmósfera de
violencia soterrada tanto en el exterior de la campiña sureña como en la
lóbrega mansión donde habitan olvidadas este grupo de doncellas rubias
capturadas todas en el estilo manierista, cargado de erotismo núbil, del
fotógrafo David Hamilton. Como se ve, todo el conjunto parece estar muy
lejos de aquellas cargas de testosterona y del hembrismo brutal
presente en la ríspida vieja cinta de Don Siegel.
El talento combinado del cinefotógrafo Le Sourd, de la
diseñadora de arte Jennifer Dehgan y de la propia Coppola, toda esa
elaboradísima recreación y apuesta estilística, languidecería en el
recuerdo de muchos espectadores sin el evidente refuerzo dramático que
aportan a la cinta las actrices Nicole Kidman (una imperiosa Miss Martha
Fransworth), Kirsten Dunst (Edwina, la dócil profesora hechizada por Mc
Burney) y Alicia (Elle Fanning, un motivo erótico de discordia). Las
tres actrices aportan una complejidad y una sutileza dramática
particularmente ausentes en su antecedente fílmico. El casting
de Colin Farrell como un astuto diablo suelto en el convento es, de
igual modo, todo un acierto. Su engañoso perfil bajo, la ambigüedad de
sus propósitos (la indefensión como estrategia de dominio) y su
vulnerabilidad como prenda valiosa para un asedio femenino, ofrecen
ángulos más sugerentes que la reciedumbre unidimensional y canalla de
Clint Eastwood. Rescatar El seductor de aquellos años setenta y
exhibirlo en programa doble con la nueva versión de Sofia Coppola
podría ser una experiencia atractiva. Por lo pronto, en una cartelera
comercial carente de estímulos y sorpresas, esta nueva interpretación
fílmica de la novela de Cullinan no es algo en absoluto desdeñable.
Se exhibe en la sala 1 de la Cineteca Nacional a las 13:30 y 20 horas, así como en salas comerciales.
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