La digna voz
México está al borde
del colapso humano. Esta verdad inexorable prologa las elecciones
federales de 2018. Y no es catastrofismo infundado: los indicadores de
seguridad, justicia y derechos humanos dan cuenta de una tragedia
humanitaria en curso: 200 mil homicidios en 10 años de guerra; 32 mil
desaparecidos (organismos civiles estiman que la cifra asciende a 60
mil); 2 millones de personas desplazadas territorialmente por la
violencia; 110 periodistas asesinados desde el año 2000 hasta la fecha;
un repunte de 700% en materia de secuestros (ninguna familia en México
se salva de este delito lacerante); feminicidios al alza (con especial
virulencia en el Estado de México, actualmente base operativa de los
poderes federales); pobreza galopante (55.3 millones de pobres, de
acuerdo con el Coneval); y una militarización sin freno de la vida
pública ( las quejas presentadas por violaciones a los derechos humanos
por parte de militares se han incrementado en un 1000 por ciento ). Pero
nadie en los circuitos de arriba parece estar intranquilo por esta
calamidad o siquiera dispuesto a nombrarla. México es un holocausto sin
relato ni reconocimiento oficial. Fuera de ese oficialismo resueltamente
sordomudo, florecen, desde la izquierda –una de arriba y otra de abajo–
dos fuerzas anti(extra)establishment: Movimiento de Regeneración
Nacional y Concejo Indígena de Gobierno (propuesta conjunta del Congreso
Nacional Indígena y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional).
La primera fuerza (Morena), apunta al cambio de régimen político por la
vía electoral (temporalidad política de corto-mediano alcance). La
segunda (CIG-CNI-EZLN), apunta al cambio civilizatorio (transformación
radical del orden social) por la vía de la articulación-organización de
base (temporalidad política de mediano-largo alcance).
Morena
es un movimiento electoralista, anti-neoliberal y tibiamente
nacionalista. El CIG-CNI-EZLN es un movimiento social de amplio
espectro, anticapitalista y decididamente autonomista. El propósito acá
no es equipararlas. Nadie discute que se trate de izquierdas de signo
diferente: una, de arriba-moderada (coyuntural); la otra, de
abajo-radical (de largo aliento). A la segunda la acusan de no querer
dialogar con la primera, o incluso de “colaborar” ( sic ) con las
“fuerzas de la derecha”. Pero la historia constata que la
responsabilidad del desencuentro recae en la otra parte. La izquierda
electoral-institucionalista nunca quiso dialogar con la rebelión
indígena anticapitalista, e incluso traicionó flagrantemente la
posibilidad de un encuentro. En 1996, las principales fuerzas
partidarias, incluida esa izquierda institucional (Partido de la
Revolución Democrática, antecedente de Morena) establecieron las bases
del ordenamiento político-electoral, en beneficio irrestricto de los
partidos, y en detrimento de los Acuerdos de San Andrés (apertura y
democratización del sistema político en su conjunto), suscritos por el
EZLN y el gobierno federal. Acaso por eso los zapatistas han dicho que
el dirigente de Morena, Andrés Manuel López Obrador –signatario de ese
arreglo partidocrático–, no es diferente del resto de los políticos.
En esas coordenadas discurre la interferencia que impide el diálogo. La factibilidad de desalojar a la narco-
derecha del poder e instalar “sosteniblemente” las agendas de “las
izquierdas” en 2018 (esfuerzo absolutamente urgente, legítimo e
inaplazable), estriba en la habilitación de un diálogo, aunque fuere
sólo transitorio o coyuntural, entre las bases sociales que movilizan
esas dos fuerzas.
Esto de ninguna manera es un intento por
dirimir, por orden de las teclas, una discusión entre dos propuestas
políticas tan apartadas una de la otra, objetiva y subjetivamente. Pero
sí es un esfuerzo por exhortar a un diálogo que involucre a la
militancia de base de las izquierdas, que, afortunadamente, ya en
algunos foros y espacios está teniendo lugar. La prioridad es que la
izquierda se levante, apuntando a una tarea común: pensar-desarrollar
colectivamente el anticuerpo. México es un organismo desprotegido, y a
merced de las inercias políticas más adversas e infaustas.
Ni
Morena es exactamente igual a los otros partidos (todas las coaliciones
partidarias en curso responden a una acción concertada de la derecha por
frenar el lopezobradorismo), ni el CIG-CNI-EZLN aspira a escamotear la
candidatura de Andrés Manuel López Obrador (la rebelión indígena ha sido
radicalmente fiel al programa de resistencia; y es acaso el único actor
social con autoridad moral irreprochable). La condición de posibilidad
de un encuentro radica en admitir que las descalificaciones recíprocas
contribuyen a fortalecer la continuidad en el poder de una derecha
obscenamente criminal, y, por consiguiente, la hegemonía del PRI-Estado.
Por definición, el poder es eso que gobierna, y que ha tenido
capacidad de alcanzar hegemonía. En México gobierna el PRI-Estado, cuyos
dominios gubernativos abarcan: 1) el sistema político en su conjunto,
es decir, la totalidad de los partidos –tricolor, blanquiazul, amarrillo
o verde; 2) la tradicional cultura política clientelista, corrupta e
influyentista; 3) el ensamblaje estructural con el narcotráfico; 4) la
anglofilia o adhesión ideológica a Estados Unidos por oposición a la
identificación con Latinoamérica; 5) el neoliberalismo antinacional.
El imperio del privilegio (criminal) en México descansa sobre esas columnas del PRI-Estado.
Las izquierdas tienen básicamente dos asignaturas urgentes, una de
corto plazo, otra de largo alcance: la primera, desarrollar el
anticuerpo (anti-PRI) y derruir las bases del PRI-Estado; la segunda,
reconstruir el tejido social y parir un orden social radicalmente
“otro”.
Que en 2018 la izquierda (no unificada pero sí en diálogo) se levante.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario