Por Kate Chapell
Foto: Melanie Wasser /Unsplash
KINGSTON, 3 mar 2021 (IPS) -
Marcela Loaiza tenía apenas 21 años cuando un hombre se le acercó en su
lugar de trabajo en la ciudad de Pereira, en Colombia, con promesas de
fama y dinero. El misterioso compatriota, bien vestido, le dijo que
podía darle una oportunidad para una vida mejor.
“Dijo que quería ayudarme a convertirme en una bailarina
internacional, que me llevaría a otro país a cantar», dijo Loaiza a IPS
desde su residencia actual en la ciudad estadounidense de Vegas, sobre
aquel momento en que fue abordada cuando trabajaba en un supermercado
para mantenerse a sí misma y a su hija de tres años y medio.
Al principio, ella se negó, pero la economía empeoró y perdió su
trabajo en el supermercado. Además, su hija fue hospitalizada por asma.
Estaba desesperada, así que aceptó la oferta. El hombre pagó
inmediatamente las facturas médicas, le consiguió un pasaporte y le
compró un billete de avión.
“Me alegré de la oportunidad, y me creé mi propia fantasía de que iba
a ser famosa y rica y que iba a dar dinero a mi familia, pero también
me entristeció tener que dejar a mi familia», contó.
Loaiza emprendió el largo viaje a Tokio, la capital de Japón, y en el
aeropuerto una agradable mujer, también colombiana, le dio la
bienvenida. Pero le quitaron el pasaporte y Loaiza se dio cuenta de cómo
la mujer la miraba de arriba abajo, examinándola de pies a cabeza. La
llevaron a dormir a un lugar y, al día siguiente, comenzó la pesadilla.
“Ella se volvió un monstruo total”, contó Loaiza. Fue obligada a
teñirse el pelo, a llevar lentillas y a prostituirse. Si quería irse,
tendría que pagar 50 000 dólares a los traficantes. “Comencé a llorar,
me sentía enloquecer”, rememoró aquel momento. Luego le dijo a la mujer
que llamaría a la policía, y la mujer respondió con una amenaza de
muerte para su hija.
Más tarde, Loaiza se enteró de que la habían vigilado: sabían todo
sobre su vida, los miembros de su familia, dónde vivían y las rutinas de
todos.
Durante los siguientes 18 meses, Loaiza trabajó como prostituta con
otras 30 mujeres. No cuenta los detalles de los horrores que vivió, solo
dice que se trataba de explotación sexual.
Había pagado su «deuda» con lo que ella llama la mafia, pero seguía
teniendo miedo de irse. Finalmente, la esperanza surgió cuando un
cliente le tendió la mano. Le dijo que tenía que escapar y le compró una
peluca, un mapa para llegar a la embajada de Colombia y le dio algo de
dinero.
De esa manera, Loaiza se dirigió a la embajada, donde los
funcionarios la alojaron durante una semana, ayudándola a prepararse
para salir de Japón.
De vuelta a Colombia, Loaiza presentó una denuncia ante la policía,
pero fue inútil. Las autoridades no creían que Loaiza no supiera de
antemano que se convertiría en prostituta.
Seis meses más tarde, acudió a la comisaría para comprobar su caso.
“Todavía tenía miedo. Me dijeron que nunca habían tenido ese caso. Esta
gente es más poderosa que nadie», aseguró, refiriéndose a la mafia que
cree que está detrás de lo que le ocurrió.
Loaiza sabe ahora que fue víctima de la trata de personas, pero en
aquel momento no tenía ni idea del tipo de delito del que había sido
víctima.
De hecho, es un delito con muchas nebulosas, que cambia rápidamente para adelantarse a las autoridades y adaptarse a la demanda.
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) lo describe como «la
captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de
personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas
de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una
situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o
beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga
autoridad sobre otra, con fines de explotación”.
Puntualiza que “la explotación incluirá, como mínimo, la explotación
de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los
trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a
la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos”.
También incluye el trabajo sexual, la pornografía, el
entretenimiento (bailes exóticos y otros similares), el trabajo
doméstico, el trabajo agrícola/construcción/minero, el trabajo en
fábricas, la industria de servicios alimentarios, la mendicidad, así
como la pesca comercial, cuando se realiza en forma forzada y/o en
condiciones de esclavitud moderna.
La trata de personas puede ser realizada en el propio país de la
víctima, bajo diferentes formas de coacción, o en otros países, a los
que es llevada la víctima bajo engaño. Cuando el delito es
transfronterizo hay por medio en ocasiones traficantes que trasladan a
las personas cooptadas al país de destino. El delito de tráfico humano
puede ser parte del de la trata de personas, pero no necesariamente.
Ana Margarita González, abogada sénior de Women’s Link Worldwide
(enlace mundial de mujeres), una organización sin ánimo de lucro que
trabaja para promover los derechos humanos de las mujeres y las niñas,
afirma que hay varias razones por las que la trata no se ha erradicado.
“Es un delito complejo», explicó, antes de asegurar que hay
evidentes fallos en las políticas públicas. “La falta de formación de
los funcionarios, así como la falta de atención a la trata de personas
como delito, son también problemas”, añadió.
La ONU estima que hay unas 50 000 personas que son víctimas cada año
de trata. Pero esa cifra se limita a aquellas víctimas del delito que
contactaron con las autoridades, así que el número real se da por hecho
que se multiplica varias veces.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) informa de que, en un
momento dado de 2016, había 40,3 millones de personas en situación de
esclavitud moderna, un término que se utiliza indistintamente con trata
de personas. De ellos, 25 millones realizaban trabajos forzados (de los
cuales 4,8 millones se encontraban en situación de explotación sexual) y
15 millones habían sido víctimas de matrimonios forzados.
En América Latina y el Caribe se carece de cifras confiables, pero
sí se sabe que es una región ideal para las mafias de trata y tráfico
humano, según un documento académico realizado por Mauricia John. Las
razones son las vastas, variadas, porosas y costeras fronteras; la
prevalencia del turismo y la migración, que dificulta el control de los
movimientos; y los altos índices de delincuencia y violencia combinados
con la escasez de recursos.
Entre los ciudadanos más vulnerables, destaca otro estudio de 2016
del gobierno de Estados Unidos, se encuentran los que se encuentran en
situación de pobreza, los desempleados, los miembros de un grupo
indígena, las personas analfabetas o que abusan de las drogas y alcohol,
las sin techo, las que tienen antecedentes de abusos físicos o
sexuales y de pertenencia a bandas, así como las personas del colectivo
LGTBI.
En Trinidad y Tobago, Adrian Alexander dirige el Caribbean Umbrella
Body for Restorative Behaviour (organización paraguas caribeña para la
restauración del comportamiento), una organización que lucha contra la
trata, entre otras actividades, aseguró a IPS que en ese país insular
caribeño hubo 16 víctimas identificadas en el trienio 2016-2018. Según
la experiencia, allí por cada víctima identificada, hay otras 100 fuera
del radar.
A su juicio el delito se está ampliando por variadas razones. “Las
vulnerabilidades siguen existiendo. La demanda está ahí, y la impunidad
con la que los traficantes pueden operar sigue ahí. Es una actividad muy
lucrativa y de bajo riesgo, y la gente se involucra en ella; muchos de
los individuos que realizan este trabajo carecen de humanidad», afirmó
Alexander.
«Otra cuestión que preocupa mucho a nuestra comunidad es la creciente
sensación de inseguridad provocada por la lacra del tráfico ilícito de
bienes y personas en nuestra región”, indicó Keith Rowley, primer
ministro de Trinidad y Tobago y presidente rotatorio de la Comunidad del
Caribe (Caricom).
En declaraciones a medios de su país, aseguró que “el tráfico ilícito
de personas, han sido particularmente desconcertantes mientras la
comunidad continúa su lucha contra la pandemia de covid-19”.
En la región latinoamericana y caribeña, el tráfico implica varios
flujos, incluyendo la migración ilegal hacia la región de personas en
tránsito hacia otros destinos, aquellos que buscan una vida mejor hacia
América del Norte y Europa y la migración intrarregional de los países
en mayor crisis de pobreza a los vecinos con mejor situación, destaca el
estudio de John.
Ninna Sorensen, profesora del Instituto Danés de Estudios
Internacionales, investiga la migración. Su trabajo más reciente se ha
centrado en República Dominicana, donde la trata se manifiesta sobre
todo en el trabajo sexual forzado.
Afirma que la trata es también resultado de unas medidas de control
fronterizo más estrictas que obligan a quienes quieren migrar a buscar
otros medios irregulares para llegar a los países de destino.
“Muy pocas de las personas que han sido objeto de la trata en la
región que he conocido han sido conscientes de los riesgos que corrían
al viajar de la forma en que lo hicieron o si eran objeto de la trata
para el trabajo sexual», aseguró.
Según su experiencia, las mujeres suelen ser conscientes de que son
objeto de trata con fines de explotación, pero creen que podrán sortear
la situación y les vale más intentar una oportunidad de una vida mejor.
Tampoco forman parte de una amplia red criminal, sino de una red
comunitaria o familiar, aseguró.
Los expertos afirman que hay que tomar varias medidas para frenar la
trata de personas, como una legislación más estricta, campañas de
educación, la lucha contra la corrupción y la reducción de la pobreza.
Loaiza, la superviviente colombiana de la trata de personas, dice que
aunque ahora ha logrado tener una vida segura y satisfactoria, no es la
misma persona que antes de su brutal experiencia en Tokio.
“Es como tener un tatuaje en el alma. Llevo 15 años casada y tengo
tres hermosas hijas, un trabajo, mi propio negocio, pero siempre hay
algo en cualquier circunstancia que me lo recuerda. Algún olor, alguna
comida, siempre sale algo en cualquier momento y en cualquier
circunstancia”, aseguró con tristeza.
Loaiza se ha convertido en una empresaria exitosa, es oradora
motivacional, ha escrito dos libros y tiene una organización que ayuda a
los supervivientes de la trata de personas.
Ella urge a los gobiernos a reforzar las políticas, a realizar
campañas de educación pública y a proporcionar más recursos a las
víctimas. Las familias también deberían hablar abiertamente sobre la
trata, dice, especialmente en las redes sociales, que son un gran
instrumento para las mafias de la trata.