10/12/2013

Programa de este sabado 12 de octubre


Desde cfru 93.3 fm la Radio de la Universidad de Guelph 
en Ontario, Canadá 
escuchalo cada sabado en www.cfru.ca


MUJERES POR LA DEMOCRACIA

Bienvenida al programa de hoy
 con Hilda Venegas 

  POR UNA SOCIEDAD SIN CLASES Y SIN GÉNEROS.

Feminismo Socialista Cuba
Conferencia "Mujeres en Cuba, conquistas, luchas y desafios"

Por el Socialismo Feminista Venezuela
Rebeca Madriz, Viceministra para la participacion
y formacion del Ministerio del Poder Popular para la Mujer y la igualdad de Genero

Escucha el programa aquí:

BIENVENIDAS, BIENVENIDOS AL VIGESIMO ENCUENTRO DE RADIOS COMUNITARIAS EN CANADA !!!


DESDE ONTARIO, CANADÁ
24 HORAS DE PROGRAMACIÓN ALTERNATIVA EN ESPAÑOL

Sabado 12 de Octubre 2013

6.00 pm a 12.00 pm

Domingo 13 de Octubre 2013

06:00 am a 12:00 pm
Alternativa Latinoamericana
Colectivo
El vigésimo encuentro de radios comunitarias y universitarias de Canadá,llega a ustedes en Canada para las regiones de Wellington y Waterloo
por CFRU 93.3 FM y el resto del mundo por interntet
Por: 


www.cfru.ca

los temas de este XX Aniversario son :


El Socialismo del Siglo XXI

Canto a la poesia Latinoamericana
el canto y la poesia como arma de lucha!!

El modelaje, ¿rechazo a la belleza convencional? (+Video)


           

GENERO-EN-LA-MIRA-ok
A tan sólo un mes de que la ex modelo Bethann Hardison, pionera de la industria de la moda, denunciara la falta de diversidad racial en las pasarelas de Nueva York, Londres, Paris, y Milán, el diseñador californiano Rick Owens empleó bailarinas de step dancing, (un tipo de baile cuyo compás se acentúa golpeando el suelo con los pies), en su mayoría negras, en lugar de las tradicionales modelos blancas de 1.80 metros de estilizadas figuras, para su colección primavera/verano 2014 en la Semana de la Moda de París.

Todo indica que Owens ya había orquestado la presentación de su nueva colección antes de que Hardison junto con las supermodelos Naomi Campbell e Iman, evidenciaran la preponderancia de modelos blancas en las colecciones de los principales diseñadores por encima de las modelos negras, a quienes ellas representan.

Hardison escribió en una acalorada misiva: “todas las miradas están sobre una industria de la moda, que temporada tras temporada, ve que las casas de la moda usan constantemente una o ninguna modelo negra. No importa cuál es la intención, el resultado es racista”.

Justo ha sido el marcado uso de modelos blancas lo que fue desafiado en la presentación de Owens, donde las bailarinas pertenecientes al equipo de step  dancing de la hermandad Zeta Phi Beta de la Universidad Howard en Estados Unidos,  demostraron su pericia y habilidad en el baile y la ruptura con los cánones del modelaje.



Las bailarinas de atlética condición, muslos gruesos y cuerpos curvilíneos, hacían gala de gesticulaciones transgresoras, lanzaban gruñidos, fruncían el entrecejo, lucían enérgicas, muy alejado del estereotipo que tenemos de las modelos donde se las ve con un halo de etérea nostalgia y solemnidad.

En un principio el desfile de modas me generó una reacción mixta. Por un lado el físico musculoso de las bailarinas capaz de realizar todo tipo de proezas físicas fue una bocanada de aire fresco, una vuelta de tuerca a la homogeneidad de los cuerpos extremadamente delgados carentes de fortaleza que solemos ver.

Pero por otro lado me generó desconcierto, en particular, por el hecho de que las bailarinas lucieran enfadadas, parecían cumplir el estereotipo de mujer negra enojada, retomando los tipos de estigma de las cuales son depositarias las mujeres negras, al ser consideradas con tendencia a la ira.

Con el ceño fruncido, expresiones de determinación y ferocidad, las mujeres se mecían al ritmo del baile, echaban la cabeza de atrás hacia adelante, movían los brazos con soltura y lanzaban  patadas laterales.

Es de esta manera que el desfile de modas de Owens con una amplia presencia de mujeres negras enfundadas en ropas cómodas, desenfadas y con actitudes desafiantes causara tal sorpresa  y un parteagüas en las pasarelas de la moda.

Considero que el espectáculo de Owens estaba repleto  de estereotipos raciales y de género, ya que a través de las expresiones y movimientos agresivos de los modelos parecían caer en los viejos mitos de las mujeres negras como enojonas y duras
fashion
Hubiera preferido que el diseñador presentara a esas mismas atléticas bailarinas sin las gesticulaciones de enfado y rechazo que les pidió hacer, ya que en el afán de celebrar la belleza diversa, me parece Owens erra y muestra al público que lo contrario a las lánguidas y hermosas modelos blancas son las mujeres negras, gruesas y enojadas.

Aunque por otro lado se entiende que lo hiciera de esa manera, ya que deseaba que el público se diera cuenta de manera contundente, de la estereotipada representación de la modelo. De hecho, Owens señaló en la presentación de su desfile que este era un: “vete al diablo a la belleza convencional”.

La forma de representación de las mujeres en la pasarela varió, de eso no hay duda,  pero en el fondo se volvió a utilizar los cuerpos de las mujeres, en este caso de tez oscura para presentar lo que él cree que es un alternativo modelo de belleza basado en movimientos agresivos y gesticulaciones de enojo, que según su postura, ha calificado de ser ejemplos de poder y confianza.

El espectáculo de Owens no es tanto una apuesta por el que las mujeres de diversas razas y tipos de cuerpo se empoderen, no es la mujer el fin, sino es el medio.

Dudo mucho que este sea el tipo de participación dentro de las pasarelas que Hardison, Campbell e Iman quieren conseguir para las mujeres negras.

Viceministra del MinMujer Rebecca Madriz: Mamá Rosa, por el socialismo feminista

Las mujeres y el socialismo



Las teorías que relacionan la opresión y la desigualdad de la mujer se han desarrollado en su mayor parte dentro de la tradición liberal de la filosofía política. Las demandas se han formulado por lo general con base en argumentos morales que se vinculan con la justicia y los derechos naturales, desentendiéndose de las condiciones económicas que vuelven insignificantes esas demandas de justicia en el contexto del capitalismo. Las feministas “socialistas”, aunque reconociendo la importancia de la lucha de clases, han mostrado que teóricamente se hallan confundidas por su fracaso en combinar realmente la teoría socialista con la feminista.

Hemos visto la manera como ha cambiado el papel de las mujeres en la sociedad con el paso del tiempo y también la enorme diversidad de comportamientos, atributos y actitudes diferentes que han sido asignados tanto a los hombres como a las mujeres en culturas diferentes. Así, pues, lo que es “natural” es que en una cultura dada en un momento en particular se diga que tal o cual arreglo es natural para justificar cierto conjunto de ordenamientos sociales. Ese conjunto de ordenamientos sociales está determinado en gran medida por las condiciones materiales prevalecientes: el nivel de la técnica, la escasez o abundancia de alimento, trabajos, etc., la forma en que se producen los bienes y la forma jurídica de la propiedad.

Es innegable que el papel de las mujeres en la sociedad ha cambiado con el tiempo, pero igualmente innegable es el hecho de que de tales cambios no ha resultado la igualdad real para ellas, lo cual hace destacar nítidamente los límites de lo que puede alcanzarse mientras siga existiendo el capitalismo. No son sólo las condiciones económicas y la naturaleza de la sociedad de clases un terreno inhóspito para la igualdad, sino que también crean un conjunto de actitudes que son apropiadas para las condiciones sociales y económicas particulares que prevalecen. Es posible entonces que las actitudes sexistas persistan a pesar de los esfuerzos de las feministas y otros por cambiarlas porque esas actitudes se acomodan perfectamente al patrón de la sociedad creada por el modo de producción capitalista.
Hay tres componentes esenciales en la noción de liberación de las mujeres:
  1. Un redivisión del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos de modo que estas tareas ya no se sigan viendo como terreno natural de las mujeres, sino que en lugar de ello sean realizadas voluntariamente por personas de cualquier sexo.
  2. Ponerle fin a la dependencia de las mujeres respecto de los hombres.
  3. Un cambio fundamental de las ideas relativas al género, la sexualidad y la familia.
Es fácil ver que las probabilidades de que se efectúe esta clase de cambios en la sociedad capitalista son ínfimas. Es difícil (aunque no del todo imposible) imaginar la clase de revolución de gran trascendencia en las relaciones sociales y sexuales que entrañan las condiciones descritas sin una correspondiente revolución económica si por no otra razón que requerirían una vasta reasignación de recursos y revaluación de necesidades. En realidad, aun las limitadas ganancias logradas por las mujeres en los últimos quince años están ahora bajo una amenaza que desenmascara la falta de genuino compromiso político con la idea de igualdad sexual.
No puede subestimarse el grado en que las teorías feministas han aclarado las formas en que la categoría de sometimiento de las mujeres es reforzada y mantenida por las formas sociales y culturales. Pero utilizar estas claves como base de argumentos para las organizaciones políticas de todas las mujeres descansa en una premisa falsa y tiene resultados políticamente desastrosos. La premisa es que de algún modo la opresión de las mujeres en el capitalismo es fundamentalmente diferente de la experimentada por los hombres de la clase laborante. Aunque es indudable que las mujeres experimentan ciertas formas de opresión cultural y social y discriminación por el mero hecho de ser mujeres, la base económica de las relaciones sociales de explotación no es específica de género. Al argumentar que la experiencia de las mujeres dentro del capitalismo es decisivamente diferente de la de los hombres se corre el riesgo de estereotipar el sexo. Esto significaría que el papel de las mujeres como esposas y madres las define más completamente que sus papeles como trabajadoras. Para que el socialismo se desenvuelva con éxito, debemos tratar de buscar la manera de poner de relieve las similitudes esenciales de las experiencias de los miembros de la clase trabajadora, antes que las diferencias entre ellos.

La lección que nos dejan las experiencias de las mujeres de Rusia y sus satélites no es la de que el socialismo nada tiene que ofrecer a las mujeres, sino que el particular sistema social y económico de esos países no mejora gran cosa la situación de las mujeres. El mero reemplazo de la propiedad privada por la propiedad estatal no es socialismo y no puede resultar de ella la emancipación de las mujeres. El socialismo es un sistema de sociedad basado en la propiedad común y el control democrático de los medios y los instrumentos para producir y distribuir la riqueza por toda la comunidad y en interés de esta misma. Está completamente claro que Rusia no tiene socialismo.

El socialismo será una sociedad tajantemente diferente del capitalismo. Mientras que en el socialismo se producen mercancías para extraer ganancia de ellas al venderlas en el mercado, lo cual significa que mucha gente se queda sin las cosas que necesita porque no puede comprarlas, en el socialismo se producen los bienes para que la gente los utilice, sin necesidad de comprar ni vender. Y porque no hay ni compra ni venta, tampoco habrá necesidad de dinero; en lugar de eso, la gente tomará libremente lo que necesite de la tienda común.

El trabajo dejará de implicar la explotación de que es objeto en el capitalismo, donde la mayoría de nosotros—la clase trabajadora—vende su fuerza de trabajo a un patrón, que es propietario de las máquinas, las fábricas, las herramientas, la tierra, etc., a cambio de un salario. En el socialismo, porque los bienes ya no se producen por el afán de lucro, la sociedad ya no estará dividida en clases cuyos intereses nunca pueden ser conciliados. El trabajo adoptará la forma de esfuerzo cooperativo, que será realizado libremente por personas conscientes de que toda la sociedad se está beneficiando y, como consecuencia, ellas también se estarán beneficiando.

En el capitalismo, por la necesidad de que la clase dominante proteja sus intereses en contra de los intereses opuestos de los trabajadores, la mayoría tiene muy poco que decir en el proceso de toma de decisiones del gobierno central, a nivel local, o en el puesto de trabajo. En el socialismo, sin embargo, cada individuo podrá participar íntegramente en la toma de decisiones que afecten su vida. La democracia en el socialismo no será la simulación que es en el capitalismo, sino un proceso pleno de significado para toda la sociedad de acuerdo con sus habilidades, conocimientos o experiencias particulares. Y en tales condiciones los hombres y las mujeres serán reconocidos en plano de igualdad.

En el capitalismo el mundo se divide en estados-nación, reflejo de los intereses territoriales de la clase capitalista. Esta es la causa del patriotismo (patrioterismo), el nacionalismo y las guerras sin sentido, en que la clase obrera es enviada a matar entre sus propios miembros o a otros trabajadores para salvaguardar los intereses de sus amos. El socialismo será un sistema mundial sin distinciones arbitrarias y divisionistas entre una zona del mundo y otra.

El socialismo incluirá la liberación de las mujeres como parte de su proyecto de emancipación de la humanidad. Esto no ocurrirá de modo automático o inevitable. Una organización política cuyo objetivo es el socialismo no puede permitir el sexismo dentro de sus filas, fundándose en que nada puede hacerse ahora y que el problema se resolverá “después de la revolución”. Para que una organización tenga credibilidad, debe incorporar las actitudes, valores y prácticas que trata de instituir en la sociedad en su conjunto. Los socialistas creen que toda la gente, hombres y mujeres, son dignos de respeto—y el Partido Socialista de la Gran Bretaña incluye en su Declaración de principios, y lo ha hecho desde 1904, la siguiente cláusula:

como en el orden de la evolución social la clase trabajadora es la última clase en alcanzar su liberación, la emancipación de la clase trabajadora implicará la emancipación de toda la humanidad, sin distinción de raza ni de sexo.

Fuente :http://www.worldsocialism.org/noneng/esp/Las_mujeres_el_socialismo.php#Cap%C3%ADtulo_4Las_mujeres_y_el_socialismo

La Revolución Socialista revindicó al género femenino





Cuando han pasado más de cinco meses de la partida física del Comandante Supremo, Hugo Chávez, se entrevistó a la defensora de los derechos humanos, activista política y revolucionaria, Judith López Guevara, quien realizó un balance de los diversos aportes que dejó como legado en el ámbito de género el líder del proceso socialista y que hoy lo continúa acertadamente el mandatario obrero, Nicolás Maduro Moros.

- ¿Economista qué se logró con el Proceso Revol ucionario en materia de género?

- El presidente Chávez, siempre tuvo claro que no habría revolución posible sin la participación de las mujeres, por eso los grandes logros en materia de género, donde se nos visibilizó a través del lenguaje no sexista, se puso en práctica cotidiana el respeto por la otra y el otro, en su tren Ejecutivo colocó mujeres capaces de dirigir junto a él los destinos de la Patria de Bolívar, logramos tribunales, fiscalías, defensorías delegadas en materia de género adscrita al INAMUJER, oficinas de atención en los hospitales “Ana Francisca Pérez de León”, “Magallanes de Catia”, “Maternidad de Carrizales”, Oficina de Atención al Publico en el Palacio de Miraflores, Casa de la Mujer, Institutos Estadales y municipales.

- ¿ En cuanto a la población indígena si obtuvo avances significativos?

- Si, con la creación del Instituto de la Mujer en el Alto Orinoco, además la exposición de los aportes durante el MERCOSUR en el 2012, donde Venezuela se destacó y fue noticia en los diversos titulares a nivel internacional por los notorios avances en materia de género; además la fundación de la Casa de la Mujer Añu, en el estado Zulia en enero del 2013, en el ámbito jurídico una Ley Orgánica Sobre el Derecho de la Mujer a una Vida de Violencia, un Banco para la Mujer, una línea 00800mujeres para la atención directa las 24 horas del día los 365 días del año, Tantos logros y de gran importancia debemos defenderlos, mantenerlos y hacerlos avanzar para que se sigan materializando en la práctica.

- ¿Ahora cuál es el compromiso de las mujeres en este proceso?

- Las revolucionarias tenemos el compromiso de mantener este proceso y seguir avanzando hacia el Estado Comunal, hemos luchado durante décadas para que estos avances en materia de género fueran posibles, muchas ya no están, muchas dieron su vida por lograr un mundo mejor, con equidad, respeto, nos toca a las que quedemos seguir adelante hasta lograr la transformación de esta sociedad capitalista, que divide al hombre y a la mujer, que nos explota y nos convierte en mercancías. No basta con cambiarle el nombre a algo y ponerle socialista y decir que ya hicimos el trabajo, si las relaciones sociales de producción no cambian, como nos enseñó el Comandante Chávez en su valioso libro “Golpe de Timón”.

-¿Ahora que menciona el capitalismo, podríamos ahondar en este término y el socialismo?

- Lucía el capitalismo destruye al ser humano, las relaciones sociales de producción están sustentadas en la propiedad privada, donde priva lo económico, donde el mercado es quien dice qué producir, cómo, para quién producir y las decisiones financieras se toman de acuerdo a la inversión del capital, con visión a la competencia a través de los mercados de consumo y el beneficio que también se obtiene de la división del trabajo y el trabajo asalariado. En cambio, en el socialismo las relaciones de producción son otras, no existe la propiedad privada sobre los medios de producción, al menos sobre los principales y más importantes, no existe la explotación de las mujeres, los hombre, niños y niñas, las relaciones de producción no se basan en la competencia, se produce de acuerdo a la necesidades de la población, es el control por parte de la sociedad organizada, donde se define lo que se produce mediante la planificación participativa y se organiza colectivamente, donde van desapareciendo las clases sociales en la medida que van aumentando las relaciones sociales de justicia, igualdad y equidad para todas y todos.

Cabe destacar, que e sta revolucionaria ha recibido innumerables reconocimientos a nivel nacional e internacional por su destacada trayectoria política y por su gestión en los distintos roles que ha desempeñado en la Administración Pública; actualmente está a la espera que la ministra de la Mujer, Andreína Tarazón le firme su notificación de jubilación aprobada por la pasada gestión gubernamental, pues ya cumplió 25 años laborando con el Estado.

-Economista ya tiene cuarenta años de ser de izquierda. ¿Qué recuerda de esas personas que estuvieron en esas luchas por la igualdad?

- Hay una trayectoria, un ejemplo que nos dejaron grandes luchadoras y luchadores que ya no están, como el legado de nuestro querido Presidente Chávez. Otras y otros siguen vivos y luchando en este Proceso Bolivariano. Visión corta tienen los que creen que debemos olvidar los tiempos vividos y olvidar a esas mujeres y hombres que lucharon en el pasado, que luchan en el presente por un mundo igualitario, con equidad y respeto, sólo porque acumulan años de experiencia, y se cree que lo nuevo es un corte abrupto con el devenir de la vida y la historia. Claro que hay saltos, todas las revoluciones en cualquier campo significan lo nuevo, pero hace rato sabemos que no es que de repente se hace la luz y todo lo que había antes era oscuridad. Al contrario, como lo decía Mao en los años 30 y 40 para la Revolución China, la llama de la Revolución la crean y la mantienen viva los jóvenes, los maduros y los viejos luchadores y luchadoras, actuando y aprendiendo juntos. Por eso, hoy por hoy no podemos perder el rumbo, como hasta el cansancio lo señaló Chávez: Unidad, lucha, batalla y victoria, de todas y de todos los patriotas. A trabajar juntas y juntos sin sectarismo, ni rivalidades debemos luchar para mantener el legado del Comandante Supremo, Hugo Chávez.

La autora es periodista, analista político y colaboradora para este medio de comunicación.-

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

El feminismo “socialista”



Las mujeres que se llaman a sí mismas feministas “socialistas” reconocen la existencia de dos clases en pugna en la sociedad, pero también afirman que hay una división sexual que completa o parcialmente afecta a ambas clases. De esto resultan varias posiciones teóricamente contradictorias.

La relación entre las divisiones en clases y en géneros es crucial para la teoría feminista “socialista”. Las feministas “socialistas” han tendido a rechazar la idea que es una consecuencia del modo de producción. Tal análisis, argumentan, deja de lado la naturaleza específica de la opresión de las mujeres, que es diferente de la que sufren los obreros. Para que este argumento tenga algo de peso, sin embargo, las feministas “socialistas” deben responder las siguientes preguntas:
  1. ¿Qué es privativo de las mujeres que hace que su relación con los medios de producción sea diferente de la de los hombres?
  2. Si las mujeres son oprimidas de alguna manera diferente, por su género, ¿experimentan las mujeres de la clase capitalista la misma opresión y, de ser así, cuál es entonces su verdadera posición de clase?
Al tratar de responder la primera pregunta, las feministas “socialistas” han tendido a subrayar lo siguiente: que la teoría socialista, en especial la marxista, se ocupa exclusivamente de los trabajadores hombres; que la posición de las mujeres es diferente en que muchas de ellas no están ocupadas en trabajo estrictamente productivo pues su área principal de actividad es el trabajo doméstico; que dentro de su propia clase las mujeres sufren la opresión de los hombres; que las mujeres constituyen un ejército de reserva del trabajo, el cual puede ser usado por la clase capitalista.
No es verdad, sin embargo, que Marx haya levantado su teoría económica en torno de la noción de trabajadores masculinos; o que cuando usa términos como capitalista o “proletario” se esté refiriendo sólo a los hombres. Es posible criticar a Marx por no haber atacado específicamente el asunto de las mujeres (aunque en sus escritos sí hace explícito que la explotación de las mujeres sí difiere fundamentalmente de la de los hombres.

Es verdad que muchas mujeres están entregadas al quehacer doméstico, ¿pero significa esto que se hallen en una clase diferente de la de los hombres? Esta cuestión ha dado lugar a un debate dentro de ciertos sectores del movimiento feminista, sobre el papel del quehacer doméstico en el capitalismo, debate que se ha enfocado en estas dos áreas relacionadas: el grado en que puede decirse que el quehacer doméstico es “productivo” y la posición de clase de las mujeres que realizan quehaceres domésticos.

Algunas feministas han criticado a las organizaciones izquierdistas por no haber considerado seriamente el asunto del trabajo doméstico ni impugnado la división sexual del trabajo. Históricamente, el movimiento sindicalista se ha concretado a demandar un “salario familiar” adecuado, en lugar de plantear problemas relativos al sentir de las mujeres sobre su dependencia económica. Las feministas “socialistas” también han criticado la omisión en que han incurrido algunos izquierdistas al no reconocer el trabajo doméstico como “trabajo”. Esta omisión obedece sobre todo al desentenderse de muchos hombres de lo que entraña el trabajo doméstico y el cuidado de los niños, pero también es un malentendido de algunos de los conceptos que se aplican comúnmente al trabajo. Por ejemplo, en 1912, Rosa Luxemburgo escribió:

Este trabajo [el quehacer doméstico] es no productivo dentro del significado del presente sistema económico del capitalismo.
Pero enseguida agrega:
Sólo es trabajo productivo es que produce plusvalía y por ende ganancia para el capitalista (Luxemburgo, Rosa. Women’s Suffrage and the Class Strugle [Sufragio femenino y lucha de clases], reimpreso en H. Draper y A. Pow, Marxist women versus bourgeois feminism, Socialist Register, 1976).
Partiendo de tal análisis muchas feministas “socialistas” han tratado de argumentar que la concepción marxista es problemática en su criterio de pertenencia a la clase obrera, que parece excluir a todas las mujeres que no son parte del proceso productivo, y que las mujeres que están dedicadas al trabajo pagado son, en general, también responsables del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, por lo que son “sobreexplotadas” de un modo que no lo son los hombres. Como consecuencia, han tratado de elaborar nuevas teorías que expliquen la categoría aparentemente ambigua del trabajo doméstico. Sin embargo, muchas de estas teorías se vienen abajo porque, al colocar a las mujeres en una categoría exclusiva de ellas, suponen que la división sexual del trabajo es total, es decir, que todos los hombres están dedicados a la producción de mercancías y todas las mujeres al trabajo doméstico, lo que simplemente es falso.

Aunque la mayoría de las feministas “socialistas” ha aceptado correctamente que el trabajo doméstico es parte del proceso de reproducción total del capitalismo y como tal es de importancia económica (y que también desempeña una importante función ideológica), ha habido considerable desacuerdo sobre el vínculo preciso entre trabajo doméstico y proceso de trabajo capitalista. Sobre el tema del trabajo productivo en general y del doméstico en particular, Marx escribió:
El único trabajador que es productivo es aquél que produce plusvalía para el capitalista o, en otras palabras, el que contribuye a la autovalorización del capital (K. Marx, Capital, vol. 1, Penguin, 1982, p. 644).
Pero decir que una persona es “productiva” en este sentido es no decir nada sobre la posición de clase de la persona: una persona (un obrero) puede ser productivo o improductivo y aun así seguir siendo parte de la clase obrera según la definición de Marx (es decir, no dueño de los medios de producción). Del mismo modo, la primera parte de la declaración es modificada ligeramente por la segunda parte para incluir a quienes “contribuyen” a la producción de plusvalía. Esto debe tomarse en cuenta con los comentarios de Marx sobre “el trabajador colectivo”. Aquí Marx observa que, conforme se desarrolla el capitalismo, así también el proceso de trabajo va adquiriendo cada vez más naturaleza cooperativa.
Para trabajar productivamente, ya no es necesario que el propio individuo ponga sus manos sobre el objeto; pues basta con que sea un órgano del trabajador colectivo y realice cualquiera de sus funciones subordinadas (K. Marx, Capital, Vol. 1, Penguin, 1982, pp. 643-4).
Además de este concepto del “trabajador colectivo”, debemos tomar en cuenta los comentarios de Marx sobre la reproducción de la fuerza de trabajo:
El consumo individual del trabajador... sigue siendo un aspecto de la producción y la reproducción del capital, del mismo modo que lo es también la limpieza de la maquinaria (K. Marx, Capital, Vol. 1, Penguin, 1982, pp. 7717-8).
En este análisis se puede considerar que la clase obrera en su conjunto es el “obrero colectivo”, y aun si se distinguiera entre los que cobran salario y los que no (por ejemplo, las amas de casa y los desempleados) se puede ver a ambos grupos como “productivos”, pues contribuyen al proceso de producción en su conjunto.
La confusión que rodea este tema parece haberse originado en el uso del término “productivo” en un sentido específicamente capitalista dándole el significado de generador directo de plusvalía y, usado de este modo, los “improductivos” (incluidas las amas de casa) son, por implicación, inútiles (términos económicos) y por tanto carentes de importancia.

Algunas feministas “socialistas” se han concentrado en potenciar la categoría de ama de casa con una campaña por “salario para el trabajo doméstico”. Quizá sea cierto que no ganar nada por ser ama de casa aumenta el sentido de impotencia, no es verdad que el pago de un salario resuelva la situación. Como Ellen Malos observa acertadamente:
Que las mujeres reciban un salario no necesariamente les dará poder para ponerle fin al gobierno del capital o a la subordinación de las mujeres a los hombres, como tampoco el salario que cobran los obreros termina con su subordinación al capital (The Politics of Housework [La política del trabajo doméstico], Allison and Busby, 1982, p. 119).
Las amas de casa desde luego contribuyen a la producción de plusvalía pero en ningún caso pueden verse como parte de la clase obrera en virtud de que no son propietarias de los medios de producción. Que hay una persistente división sexual del trabajo, tal que a las mujeres se les ve como las responsables últimas del trabajo hogareño y cuidado de los niños es innegable; pero este es un problema diferente del de la posición de clase de los trabajadores domésticos. El argumento feminista según el cual esta división del trabajo persiste porque es en interés de los hombres (incluidos los obreros) pasa por alto el grado en que tal trabajo es en realidad en interés del capital. Es importante reconocer que el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos no son en sí serviles ni carentes de interés (ciertamente no más que muchos trabajos pagados), sino que a menudo es el contexto en que se llevan a cabo lo que les imprime tal apariencia.
Cualquier estrategia destinada a la abolición de la división sexual del trabajo debe hacer hincapié en que no es un “problema de las mujeres”, distinto de los intereses de la clase obrera en su conjunto, sino que es un cambio que tiene el potencial de beneficiar tanto a las mujeres como a los hombres. No concebirla así sólo fortalece la idea de que cualquier cosa que se haga con la casa, la familia o los hijos es por definición dominio de las mujeres.
Claro está que las mujeres constituyen un ejército de reserva del trabajo que será utilizado cómo y cuándo el capital lo necesite. Pero porque la división sexual del trabajo no es total, porque no son únicamente las mujeres las que constituyen el ejército de reserva sino cualquier desempleado miembro de la clase obrera, pierde validez la idea de que hace falta desarrollar una teoría nueva para explicar este aspecto específico de la opresión de las mujeres trabajadoras.

El feminismo “socialista” abarca, por tanto, una gran variedad de ideas contradictorias, pero es posible resumirlas identificando varios elementos clave de tal movimiento:

i)                   En la sociedad capitalista, la familia refleja el conflicto de clases de esa sociedad como un todo. Sin embargo, los hombres no son identificados como “el enemigo” como en el caso del feminismo radical, ya que la opresión de las mujeres es vista como parte de un sistema de explotación en que los hombres de la clase laboral también son oprimidos (explotados). En consecuencia, no basta con limitarse a demandar la igualdad como hacen las feministas liberales, pues lo único que resultaría sería la igualdad del derecho a ser explotadas.

ii)                Las feministas “socialistas se han resistido a la idea de incorporar las demandas de las mujeres tan sólo como un aspecto de un movimiento político más amplio. Lejos de ello, han tendido a organizarse por separado, arguyendo que las organizaciones “socialistas” incorporan ideas y prácticas sexistas. Sienten que es necesario un movimiento separado porque consideran que la explotación de las mujeres es más profunda y amplia que la de los hombres.

iii)              Aunque las feministas “socialistas” aceptan que la causa de raíz de toda opresión es económica, afirman que la relación de las mujeres con los medios de producción es diferente de la de los hombres en que sus trabajos asalariados tienden a ser de categoría inferior y mal pagados; y como tales se consideran secundarios a sus responsabilidades domésticas, lo que las hace más vulnerables a ser contratadas o despedidas al tenor de los dictados de la economía capitalista. Hay pocas mujeres sindicalizadas y por eso están mal equipadas para proteger sus condiciones laborales, y los sindicatos masculinos ven a las mujeres con suspicacia e incluso con hostilidad.

iv)               El trabajo en el hogar ha sido un elemento significante dentro del análisis feminista “socialista”: es aislado, privatizado, de categoría baja y ajeno a la economía de mercado. Sin embargo, las feministas “socialistas” discrepan respecto de si su importancia principal es su papel en apoyar ideológicamente al capitalismo o si su rasgo esencial está en su papel en la reproducción de la fuerza de trabajo.

v)                 Las feministas “socialistas” argumentan que el análisis de la explotación económica en el trabajo y en la familia no basta para explicar todos los aspectos de la subordinación de las mujeres. Como suplemento a este análisis, han recurrido a teorías sociológicas y psicológicas en un intento por demostrar cómo y por qué las mujeres terminan “atadas” a su posición de sometimiento de modo tal que termina por parecer natural. Dada la dificultad y la complejidad de análisis que han tratado de explicar los orígenes de la opresión de las mujeres en términos ideológicos, la mujeres las mujeres han explorado profundamente en sus propias experiencias tratando de entender los caracteres comunes de su sometimiento, e incrementando a la vez la sensación de que su opresión es de algún modo cualitativamente diferente de la experimentada por los hombres.
Hay algunos aspectos del análisis del “feminismo socialista” que no podemos discutir. Sin embargo, no estaríamos de acuerdo en cuanto a la idea de que las mujeres necesitan organizarse por separado de los hombres para alcanzar una sociedad socialista no sexista. La idea de que muchas organizaciones que se dicen “socialistas” no han tratado a las mujeres como sus iguales puede ser cierta, pero esto demuestra únicamente el grado en que tales partidos no pueden ser en verdad socialistas. Los socialistas argumentarían además que no sólo no es una buena estrategia para los hombres y las mujeres organizarse por separado para llegar al socialismo, pero sino que es imposible hacerlo así, porque el socialismo sólo puede construirse cuando así lo quiere la mayoría de la gente—hombres y mujeres—y todos están dispuestos a trabajar conjuntamente para erigirlo.
Fuente " :http://www.worldsocialism.org/noneng/esp/Las_mujeres_el_socialismo.php#El_feminismo_%E2%80%9Csocialista%E2%80%9D

Candidata al Nobel de la Paz, fiscal que enjuició a Ríos Montt


INTERNACIONAL
   Claudia Paz se comprometió a castigar crímenes contra mujeres

CIMACFoto: César Martínez López
Por: Anaiz Zamora Márquez
Cimacnoticias | México, DF.- 

Claudia Paz y Paz, quien como fiscal general de Guatemala promovió el juicio contra el ex dictador Efraín Ríos Montt, es una de las candidatas a recibir el Premio Nobel de la Paz.

En conferencia de prensa Paz y Paz, jefa del Ministerio Público (MP) de Guatemala, confirmó su nominación al premio que se anuncia mañana en Oslo, Noruega.

La nominación de Paz fue promovida por organizaciones civiles guatemaltecas al considerar que la abogada desempeñó un papel fundamental en el juicio histórico por genocidio contra el ex gobernador de facto Efraín Ríos Montt.

Cabe recordar que el histórico juicio fue resultado de las querellas presentadas en 1999 por el Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH) y la Asociación Justicia y Reconciliación.

Fue hasta 2011 que el MP guatemalteco –presidido por Paz y Paz–, tras realizar la investigación de la denuncia por genocidio, solicitó trasladar el caso a los Juzgados de Mayor Riesgo (tribunales creados en 2010 con el fin de conocer delitos de alto impacto).

Tras la intervención del MP, Miguel Ángel Gálvez, titular del Juzgado de Mayor Riesgo B, ordenó el pasado 28 de enero someter a juicio a Ríos Montt junto con su ex jefe de inteligencia militar, José Rodríguez Sánchez.

El pasado 10 de mayo Ríos Montt fue condenado a 80 años de prisión al ser encontrado responsable de la muerte de mil 771 indígenas ixiles.

En su momento, Paz y Paz fue agredida por quienes apoyaban al ex dictador, ante lo que sostuvo que la dependencia a su cargo “tenía una deuda histórica con las víctimas de la represión militar”.

La decisión de la también doctora en Derecho de llevar hasta sus últimas consecuencias la investigación de los delitos, la llevó a ser incluida en agosto de 2012 en la lista de las mujeres más poderosas que “están cambiando el mundo”, elaborada por la revista Forbes, mientras que la publicación Newsweek la señaló como una de las 125 mujeres de alto impacto en el mundo, agregando que su trabajo “podría ser el más peligroso de Centroamérica”.

Paz y Paz declaró que como la primera mujer fiscal en Guatemala tiene tres prioridades: perseguir los crímenes de guerra, encarar la violencia contra las mujeres, y el combate al crimen organizado, “porque estas organizaciones generan mucho de la violencia anterior: delitos contra la vida y violencia contra la mujer”.

Este año fueron postulados más de 250 candidatos al Premio Nobel de la Paz y entre los que encabezan la lista de posibles ganadores destacan la joven paquistaní de 16 años Malala Yousafzai, quien lucha por la educación de todas las niñas de su región, y el doctor Denis Mukwege, médico congoleño que ha atendido a miles de niñas y mujeres víctimas de violación sexual en la guerra civil por la que atraviesa la República Democrática del Congo.

13/AZM/RMB

Conferencia "Mujeres en Cuba: conquistas, luchas y desafíos. ¿Un socialismo feminista?"






El feminismo socialista





  POR UNA SOCIEDAD SIN CLASES Y SIN GÉNEROS.

Cuando la feminista socialista H. Hartmann afirmó en 1979 que las categorías marxistas son ciegas al sexo, puso 
el dedo en la llaga de los errores centenarios sobre los que se ha levantado dolorosamente la lucha por la liberación de las mujeres, lo mismo en la tradición burguesa que en la tradición marxista, sea socialdemócrata o revolucionaria.
¿Había que descubrir un nuevo paradigma para la comprensión de los géneros? Tal vez no sea imprescindible, puede que sean útiles el método y los instrumentos de observación y tan sólo necesitemos cambiar alguna lente, corregir el ángulo y aplicar el protocolo (marxista) sin interpretaciones previas de la realidad, es decir, sin prejuicios. Bastará con preguntar quién produce qué y quién se apropia del producto. Hagamos el intento.

Sostener que el patriarcado precede en el tiempo al surgimiento del capitalismo resulta hoy una obviedad. ¿O es que existía la igualdad entre hombres y mujeres en el feudalismo, en la Grecia clásica o en la Roma imperial, en la Civilización china, en Japón o en el Imperio inca? El capitalismo no inventó el patriarcado, obviamente. El propio Engels sitúa el origen de la opresión de las mujeres en el surgimiento de la propiedad privada de la tierra y del ganado, aunque después nos sorprende con una contradicción impropia según la cual las mujeres gozaban de reconocimiento social y respeto en toda la Historia hasta la llegada del capitalismo. Al parecer el capitalismo nos deja sin trabajo productivo y perdemos posición y autoridad. 

Es cierto que el capitalismo transforma las relaciones patriarcales, al igual que la existencia previa del patriarcado determina importantes aspectos del sistema capitalista. Pero Engels confunde lo particular o específico del patriarcado en el marco de la producción capitalista con el propio capitalismo. Ambos sistemas son clasistas y probablemente sea el patriarcado la primera forma de clasismo, muy bien aprovechada siglos después por el capitalismo, hasta el punto de que se hallan tan estrechamente interrelacionados que difícilmente se puede concebir o explicar un sistema sin el otro, pero esto no implica que deban teorizarse como una sola cosa. Son dos sistemas independientes que se refuerzan y determinan cada uno por el otro.

El pensamiento de Marx y Engels adolece de eurocentrismo y de sexismo. Intentaron construir un sistema en el que integrar todos los fenómenos sociales y toda la historia.

La potencia del análisis de clases es tan fuerte que eclipsó el desarrollo teórico de la relación entre los sexos, y la cuestión feminista se calzó dentro de la clase para que el esquema fuese perfecto. No detectaron la ideología patriarcal, subyacente a su propio esquema, que desprecia los intereses de las mujeres y encarnaron esa subordinación al pensar sobre el asunto. La ideología del patriarcado devalúa los trabajos “propios del género femenino” y los segrega del resto de trabajos necesarios para el sostenimiento de la vida diseñando una dicotomía artificial entre la familia y el trabajo “productivo”. Y en esa división las mujeres se subordinan a los hombres.
Engels es consciente de ello pero responsabiliza únicamente al capitalismo sin tomar conciencia de que éste se limita a adaptar y profundizar un conflicto heredado, confiando en una fácil resolución a manos de la colectivización del trabajo doméstico.

En la actualidad resulta difícil comprender cómo es posible que Engels no reparase en el hecho de que las mujeres de la Edad Media estaban profundamente subordinadas a los hombres pese a realizar un trabajo productivo, al igual que las campesinas de cualquier época; y cómo es posible que Engels creyera que las mujeres (las de clase trabajadora) no hemos hecho trabajo productivo en algún momento. Las mujeres hemos trabajado siempre dentro y fuera de la familia, y cuando nos expulsaron de la fábrica trabajamos lavando sábanas, planchando camisas, vendiendo cerillas, cosiendo en casa para algún taller, limpiando portales o cuidando niños ajenos. Y, aunque no había una ley al uso, conseguíamos conciliar la vida familiar y laboral.

En ningún momento comprende Engels que el conflicto se da entre las mujeres y el Estado (capitalista) y entre las mujeres y los hombres. Comprender este doble conflicto es el gran logro del feminismo socialista. Pero Marx y Engels no sabían nada sobre el género porque la división sexual del trabajo les favorecía como individuos hombres y porque no aplicaron correctamente su propio método.

Las sufragistas de su época eran mayoritariamente burguesas de clase media y la separación de clase se impuso al descubrimiento que éstas efectuaron, aún muy rudimentario: que las mujeres estaban oprimidas por el hecho de ser mujeres. El pensamiento socialista de entonces debería haber alzado la bandera de la lucha feminista, evitar así el sesgo burgués, teorizar y apropiarse de una lucha que debe ser de la izquierda porque es anticlasista. Por el contrario esta lucha fue despreciada, atacada y se construyó una gran contradicción según la cual las mujeres no estaban oprimidas por el hecho de ser mujeres sino por pertenecer a la clase trabajadora, el desarrollo industrial igualaría a las mujeres con los hombres a medida que se incorporasen al trabajo en la fábrica, y la revolución socialista liberaría a hombres y mujeres de la explotación capitalista. Caso cerrado.

Pero triunfaron algunas revoluciones socialistas y comprobaron a pie de obra que la desigualdad entre hombres y mujeres, pese a los avances que éstas experimentaron, no desaparecían automáticamente, que no era suficiente poner fin a la propiedad privada de los medios de producción e incorporar a todas las mujeres al trabajo “productivo”.

Antes que Engels, Rousseau, el gran teórico de la burguesía, excluye a las mujeres del contrato social y de la igualdad de derechos políticos aplicando el anterior estatuto del feudalismo patriarcal: que hombres y mujeres son diferentes por naturaleza. Engels matiza el error pero sin llegar a superarlo: establece que la primera división del trabajo se da entre hombres y mujeres (correcto) pero que tal división es natural. Mantiene la contradicción burguesa y además introduce una nueva, específica del materialismo histórico primitivo, al argumentar que toda forma de organización de la producción y del trabajo es una organización social, excepto la que divide a hombres y mujeres, que es natural (¡toma anti-materialismo!). Engels, partiendo de un primer error, llega a otro que se ha demostrado ya como tal error. La incorporación de las mujeres al trabajo asalariado no ha traído la liberación, como preveía, sino la doble jornada.

El primer movimiento obrero y los sindicatos de la segunda mitad del siglo XIX, la etapa de Marx y Engels, tanto en Europa como en Estados Unidos, contribuyeron a adaptar la estructura patriarcal al flamante capitalismo; exigieron la exclusión de las mujeres de ciertos sectores industriales y de los sindicatos porque sus peores salarios competían a la baja con los de ellos en lugar de luchar por igual salario, expulsaron a las mujeres en lugar de organizarlas, forzaron leyes llamadas eufemísticamente de protección de las mujeres para evitar jornadas largas y trabajos pesados que su debilidad no podría soportar (pero esa protección se tradujo en que ellos se quedaron con los mejores trabajos y salarios), lucharon por el salario familiar para que “sus mujeres” volviesen al hogar y la familia estuviese mejor atendida sellando un lamentable pacto interclasista contra las obreras que se explica por las relaciones patriarcales entre hombres y mujeres y no sólo por los intereses del capitalismo.

Y argumentaban en estos términos tan panchos, sin cohibirse, ya que la ideología patriarcal no estaba contestada más que por las desprestigiadas sufragistas de clase media que ingenua o interesadamente creían que la igualdad de derechos políticos sellaría la igualdad real entre los sexos. También creyó en los derechos políticos el movimiento abolicionista (de la esclavitud) en Estados Unidos, pero nunca soportó críticas y desprecio tan virulentos. Las trabajadoras no tuvieron en ese momento capacidad para responder y organizarse, víctimas y reflejo de su histórica posición de subordinación en la sociedad.

Las organizaciones dirigidas por varones hablaron en su nombre, dictaron las pautas de la lucha obrera y ellas aceptaron. Es curioso que unas décadas después la izquierda adoptase la lucha por los derechos políticos y por el sufragio femenino como propia: eso que tanto habían denostado. Pero la realidad es tozuda y cualquier izquierda consecuente no tiene más remedio que aceptar tarde o temprano -en nuestro caso tarde- algo tan obvio como es el hecho de que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres.

De manera que tenemos una tesis socialista según la cual no existe el problema de las mujeres sino únicamente el de las mujeres de clase obrera, y su opresión constituye la forma específica de explotación capitalista de las mujeres. Por otro lado aparece la antítesis feminista que sostiene que las mujeres en general sufren una opresión por el hecho de ser mujeres, que nada tiene que ver con la economía y la forma de producción sino con un sistema transversal que es el patriarcado, el cual es universal y se perpetúa a lo largo de la historia independientemente de la sociedad particular de que se trate.

Y finalmente, desde las filas socialistas, surge la síntesis del feminismo socialista desarrollado en los años setenta del siglo XX. Planteamiento que perfila el salto del feminismo utópico (marxista, burgués y radical) al feminismo científico.

Feminismo socialista

El patriarcado no es una cuestión fundamentalmente ideológica, no es sólo un elemento más de la superestructura capitalista. El patriarcado es un sistema de explotación de las mujeres por los hombres. Estos se apropian de trabajos y servicios producidos por las mujeres. Y constituye también un elemento del modo de producción: la producción y reproducción de la gente. El patriarcado ha desarrollado históricamente una enorme capacidad de adaptación al desarrollo económico y en la etapa del capitalismo establece una alianza muy ventajosa para ambos sistemas que se entrelazan como las hebras de una cuerda hasta parecer una misma cosa, alcanzando ambos mediante el pacto una fortaleza difícil de doblegar. Como tal sistema, tiene su propia ideología, subsumida en muchos aspectos en la ideología del capitalismo y viceversa.

El feminismo materialista descubre que las mujeres, además de trabajar para el capital reproduciendo a la clase obrera, construyendo una “balsa de aceite” (si bien, con sus propios conflictos internos) donde los proletarios descansan para volver al día siguiente a la fábrica bien lavados y planchados, listos para la explotación, y dulcificando el caos social de la lucha de clases mediante la estabilidad de la estructura familiar, las mujeres además hacen unos trabajos gratuitos para los hombres particulares en el marco de una relación de producción en la que se apropian del trabajo realizado por las mujeres.

Y esta relación de producción se extiende de forma transversal por toda la pirámide social, de modo que las mujeres de cualquier clase social sufren alguna forma de opresión y explotación, aunque de forma bien distinta y con posibilidades de superación tan alejadas como las clases sociales (tampoco todos los trabajadores o trabajadoras asalariados sufren la explotación capitalista de la misma forma, no desde luego comparten las mismas condiciones de vida un trabajador inmigrante senegalés o una trabajadora de las maquilas de Méjico que un informático madrileño).
Las palizas, las agresiones sexuales o el acoso se dan entre hombres y mujeres de cualquier clase social y no únicamente por parte del obrero alienado, frustrado y bebido que golpea a su mujer. Y, en cualquier caso, lo que hay que preguntarse es por qué ese obrero considera a su mujer como una propiedad; por qué el obrero, el campesino, el intelectual o el burgués (o el señor y el siervo) tienen derecho de propiedad sobre las mujeres y sobre los trabajos que éstas realizan. Y por qué la crianza, socialización y educación de los hijos e hijas del obrero, del campesino, del intelectual o del burgués son asunto de sus esposas.

Por ello decimos que el patriarcado es transversal. Por ello existen experiencias similares entre mujeres de distinta clase social, que no padecen ni comprenden hombres de una u otra clase social ¿Para quién hacen un trabajo gratuito las mujeres y dentro de qué relaciones de producción se realiza? Esta es la pregunta del feminismo socialista.

Base material del patriarcado en su etapa capitalista.

Si entre hombres y mujeres existen relaciones de producción, debemos establecer la base material sobre la que se establece tal relación.

Tres elementos fundamentales constituyen la base material del patriarcado: el trabajo doméstico, la crianza de los hijos e hijas y la producción de amor (afectivo y sexual, el primero dentro y fuera de la pareja -en la amistad, en el trabajo, en la política- y el segundo lógicamente en la pareja heterosexual). O sea: Sus Labores.

Todas sabemos de qué trabajos hablamos; ellos no tanto pero se hacen una idea porque muchos ayudan, incluso los hay que colaboran, y mientras ella hace la limpieza chunga el sábado por la mañana él se lleva a las niñas al parque con el periódico bajo el brazo, y por la tarde toda la familia va al centro comercial con la lista de la compra semanal que elaboró la mamá, que es la que organiza.

Pero además, hay que comprender que las necesidades de las personas no se limitan a la comida, el vestido y la casa. Para que una persona se socialice correctamente, llegue a convertirse en un individuo adulto con sus capacidades relacionales desarrolladas, en un ser social pleno, necesita cuidados y afectos: amor. Y esta necesidad no cesa al alcanzar la mayoría de edad, es una necesidad que, como el alimento y el abrigo, dura toda la vida. Sin embargo el intercambio es desigual entre hombres y mujeres. Los hombres se apropian de mayor cantidad de amor (cuidados, afectos y placer erótico) del que devuelven. Este desigual intercambio alimenta su mayor autoestima y autoridad reconocida socialmente (las mujeres y el descanso del guerrero en versión moderna).

Estos trabajos los realizan tanto las mujeres que además tienen un trabajo asalariado como las que no lo tienen. Y, al igual que el capitalismo extrae la fuerza laboral durante un tiempo mayor del que paga y se apropia del producto, los hombres se apropian del trabajo de las mujeres gratuitamente o a cambio del sustento (aunque ese sustento varíe mucho según la clase social del hombre concreto de que se trate). Estructura similar de explotación del capitalista y el trabajador y del hombre y la mujer. Engels afirmó con acierto que en la familia el hombre ejercía el rol del burgués y la mujer el del proletario.

Las mujeres somos más pobres y más dependientes que los hombres, no sólo porque nuestro salario sea un 35 % más bajo que el de ellos, sino porque el cuidado de los hijos e hijas, las tareas domésticas y la atención de los demás nos impide formarnos y ascender. Y cuando nos separamos tenemos peores trabajos, peores salarios, mayores gastos y mayor dependencia de los hombres, que siguen teniendo la llave que gobierna nuestras vidas.

Qué socialismo necesitamos las mujeres

El histórico conflicto entre marxismo y feminismo ha resultado muy perjudicial para ambas luchas pero sobre todo para el feminismo, que padeció la subordinación sistemática ante la potencia del movimiento obrero y la jerarquía de contradicciones principales y secundarias. La división en dos frentes irreconciliables polarizó, cuando no enfrentó, dos corrientes de pensamiento que combaten el clasismo; y no debe ser excusa considerar la implicación liberal de un sector del feminismo, merecidamente criticado, para silenciar a otro sector insuficientemente comprendido.

También la lucha por el socialismo ha resultado dañada al excluir de sus parámetros el conocimiento del patriarcado y la verdadera relación entre hombres y mujeres y entre capitalismo y patriarcado, propiciando la frustración de muchas mujeres ante la parálisis del debate feminista en organizaciones políticas bajo direcciones machistas.

Algunas de estas mujeres, no obstante, dedicaron mucha energía al desarrollo de un socialismo feminista verdaderamente liberador tanto de la estructura de clase como de la de género.

Durante la segunda ola del feminismo en los años setenta surgieron una multitud de grupos de mujeres reclamando la independencia respecto de las organizaciones políticas para desarrollar una teoría no contaminada y no subordinada. En muchísimos pueblos y barrios del estado español dirigieron las luchas por el derecho al divorcio y al aborto, por una sexualidad libre, por la planificación familiar, por la incorporación al mercado de trabajo y en general por la liberación de las mujeres. En sus filas y entre sus dirigentes se situaron mujeres socialistas que defendían la necesidad de la doble militancia o que, rebotadas con la cerrazón de sus partidos o sindicatos, los abandonaban. No tuvieron opción. Levantaron, a la defensiva, el discurso de la independencia y desde esa independencia organizativa llamaron a las mujeres de cualquier ideología a la lucha por la liberación dando lugar al feminismo radical. Pero la falta de referentes políticos, al igual que ocurre con los sindicatos “independientes”, sembró un camino de confusiones, derivas y sesgos que culminaron con el abandono total del polo socialista dentro del movimiento.

No debemos repetir los mismos errores.

Hoy, tras la derrota histórica de los intentos revolucionarios del siglo XX, tratamos de comprender los aciertos y los errores del socialismo real y consideramos la necesidad de formular un socialismo para el futuro que integre problemas desdeñados en fases anteriores y conflictos nuevos surgidos en el imparable desarrollo del capitalismo. La liberación de las mujeres merece ser uno de ellos.

Las organizaciones políticas deben asumir el feminismo socialista y contribuir al desarrollo de frentes feministas en su interior para que el socialismo que logremos no sea patriarcal. Los compañeros han de reconocer que los hombres gozan de privilegios a costa de las mujeres y que esos privilegios deben desaparecer.

Debemos asegurar que el socialismo por el que luchamos hombres y mujeres es el mismo socialismo, sin clases y sin géneros.
Mila de Frutos[1]

Fuente :http://estudiosdelamujer.wordpress.com/el-feminismo-socialista/