Un comando armado irrumpió en el hogar de la periodista Anabel
Flores Salazar en Mariano Escobedo, Orizaba. Se la llevaron a
empujones. No se trató de “un levantón”, sino de un secuestro. Hay un
conflicto que está allí, cada vez, en la indispensable denuncia del
horror. ¿Con qué palabras nombrar la realidad? ¿Con qué imágenes? A ese
acto de arrancar a un ser humano de sus afectos, de su casa, de su
cotidianidad, de su vida, los criminales le llaman: “levantón”. Casi
podría parecer un término para emplear en una pista de baile. Para una
fiesta. ¿Nos vamos al “levantón”. Banalizar. Negar. Encubrir.
Los asesinos hablan así, porque la banalización de los actos a través
de las palabras es inherente a la banalización del valor de una vida.
No podemos retomar el lenguaje de los asesinos. Estamos llamados,
obligados a buscar una manera distinta de nombrar. A buscarla entre
todos –y somos millones- quienes estamos convencidos de que cada palabra
importa, porque es el reflejo de una cultura, de una sociedad, de una
historia. Hablamos la lengua y somos hablados por ella. Nombrar el
horror es el intento de extraer a las víctimas de la oscuridad y la
denigración a las que fueron sometidas. ¿Con qué palabras? ¿Con qué
imágenes?
Secuestros. Desapariciones forzadas. Alguien fue testigo del
secuestro de los jóvenes que paseaban en Veracruz. Alguien fue testigo
de la irrupción de un comando que secuestró a Anabel. Después se abre
un hoyo negro. Un abismo. ¿Dónde están? Secuestros de los que no se
regresa. Los cuerpos de las personas asesinadas aparecen en medio del
campo, en un lote baldío. Cuerpos marcados por la tortura. Cuerpos que
narran el sufrimiento, el desamparo absoluto de esas horas, esos días.
La fotografía del cuerpo atado y torturado de Anabel fue publicada y
llevada y traída en las redes. La dignidad de Anabel, su intimidad,
fueron llevadas y traídas en las redes.
Así sucede y ha sucedido. No es la primera vez, no será la última. Y
sin embargo, me pregunto si no es indispensable detenernos a analizar
esos lenguajes que nos colocan donde no podemos ni queremos colocarnos.
El secuestro, la tortura y el asesinato son los actos más infames y
deshumanizantes. En el cuerpo torturado queda inscrita una narrativa del
horror. La crueldad y la voluntad de dominio absoluto de un ser humano
hacia otro. La indefensión. ¿Cómo denunciarlos sin deshumanizar a las
víctimas? A cada una de ellas con sus nombres y apellidos.
El 9 de febrero por la noche entré al portal de internet de una
revista y vi la foto. El cuerpo atado de Anabel. Para la medianoche la
imagen se multiplicaba. Una vez. Otra. Otra. Como serie. Como si la
dignidad de una mujer fuera sometida a una trituradora. ¿Una denuncia o
una banalización involuntaria? La singularidad nos convoca a la
empatía. La singularidad es el reconocimiento pleno de la identidad de
una persona. La serie es una trituradora de identidades. Una más. Una
menos. No importa, ¿acaso importa?
¿Abrimos los ojos (desmesurados) ante la infamia o nos acostumbramos a
ella? Les comparto lo que escribí esa noche, porque más allá de las
explicaciones y cuestionamientos que leí en redes por parte de quienes
entendían como necesaria la publicación de la fotografía- “es una
denuncia”, “es una manera de sacudir y sacar a la sociedad de su
indiferencia”, “¿por qué insisten en negar la realidad?”- estoy
convencida, allí en donde “pienso”, en el orden de lo racional, y
también, “allí donde no pienso”, el orden de lo emocional, que esa
exhibición del cuerpo de Anabel corresponde a un lenguaje que es una
ofensa para ella y para su familia. Un lenguaje deshumanizante que no
puede ser el nuestro.
¿CÓMO TE ESCRIBIMOS, ANABEL?
Me pregunto si es necesario publicar la foto de Anabel Flores Salazar.
La foto de una mujer asesinada.
Su cuerpo semi-desnudo arrojado en la cuneta.
Las huellas de un asesinato eterno y espantoso.
Es cierto que la imagen es de una brutalidad que ahoga a las palabras.
¿Esa denuncia de la brutalidad en imágenes nos hará irnos de bruces ante la realidad en la que vivimos?
No lo creo.
¿Nos llamará a pensar, actuar, rebelarnos de una manera distinta y más eficaz? ¿Quizá más que las palabras?
No lo creo.
Y sin embargo, por ella, por su familia.
Por sus hijos.
Me parece un
horror que esa foto sea publicada. ¿Cómo podríamos llamar a una toma de
conciencia a costa del dolor de otras personas?
No conozco los argumentos ni los debates en las mesas de
redacción.
Lo mío es bastante más íntimo: Es insoportable siquiera
imaginar que una familia no sólo tenga que soportar lo insoportable: un
asesinato tras tortura, sino que además, tenga que soportar esta foto.
¿Y el derecho a la intimidad de las personas vivas, muertas o asesinadas?
Me parece un horror que un día, esos pequeñitos hijos de Anabel vean
esta foto. ¿Alguna mujer soporta la idea de que su padre, su madre, sus
hermanos -sobre todo sus hijos- tuvieran que confrontarse a una foto
semejante?
Viva, muerta o asesinada, cada persona es dueña de su dignidad y de su cuerpo.
Los asesinos deshumanizan a una persona.
La convierten en carne.
Carne despersonalizada.
Carne para torturar y desechar. ¿No estarán complacidos ante esa foto?
Esa mujer se llama Anabel.
Y ese cuerpo fue el suyo.
Ese cuerpo que fue su morada: secuestrado, alienado, destruido con toda violencia.
Es suyo.
Si sus asesinos se lo arrebataron.
No se lo arrebatemos de nuevo cada vez que lo miramos.
Un cuerpo semi-desnudo.
Arrojado en la cuneta de una carretera.
DENUNCIAR Y DOCUMENTAR
¿Cuántos cuerpos destruidos hemos visto? ¿Qué es denunciar y qué es
exhibir? ¿Por dónde queda la delgada línea roja? Podríamos citar El
Alarma y sus lenguajes como el extremo de la exhibición brutal. La
vendimia del crimen. El crimen y sus victimas inscritos en esa
serie-trituradora en la que ya no significan nada. Si acaso ese mezquino
“qué bueno que no fui yo”, ¿en qué andaría metida para que le pasara
todo eso?”. Y a otra cosa que la vida sigue idéntica. Pero citar El
Alarma es sencillo y todos estaríamos de acuerdo: eran los mercaderes
del horror. Bastaba con leer sus titulares.
Bastante más complejo cuando los textos que acompañan la imagen
denuncian el horror, y al mismo exhiben a la víctima. Cuando se duelen
de una vida despojada por el crimen, y publicitan en una imagen las
“narrativas” de los criminales.
Y sin embargo, es un innegable hecho histórico que es indispensable
denunciar y documentar el horror. ¿Acaso no es y ha sido el trabajo de
los foto reporteros? ¿No es por esas fotos tomadas al momento de la
liberación de los campos de concentración que tenemos –además de los
testimonios escritos- la prueba irrefutable de que sí existieron, para
así dar la batalla contra el negacionismo y el olvido? ¿Cuáles son las
diferencias? ¿Por qué hay imágenes que sí sacuden conciencias y otras
que las adormecen?
¿Qué hace que en una imagen un ser humano sea reivindicado como único
y entonces la realidad nos golpea y nos transforma y necesitamos salir a
intentar transformar –con nuestro minúsculo granito de arena- esa
realidad en la cual el odio ciego lleva al asesinato? ¿Qué hace –en
cambio- que una imagen se inserte en la serie? ¿Cuántos cuerpos de
mujeres han sido exhibidos? ¿Cuántas mujeres víctimas de feminicidio
hemos visto? Cuando la madre de una mujer asesinada en Ciudad Juárez
dice: “las tiran como si fueran basura, Ciudad Juárez es un basurero de
mujeres”, ¿cuántas más necesitamos ver? ¿Cuántas más familias de
víctimas de desaparición forzada tienen que seguir buscando, o enterrar
un cuerpo torturado, o los fragmentos que les regresan?
¿Por qué exhibir los cuerpos de mujeres semi-desnudas, desnudas? ¿Es
indispensable que nos dejen claro que la violación –con frecuencia
tumultuaria- fue parte de la tortura? ¿Y qué significa para los
torturadores encontrarse con esa fotografía publicada? En los
asesinatos cometidos por el narco, se dice que en los cuerpos torturados
quedan inscritos sus códigos, y que esos códigos son una manera de
“comunicarse” entre ellos, y de mandar a la sociedad un mensaje de
control y de dominio. ¿Quién tiene el poder? ¿Cuál es la diferencia con
la mayoría de los feminicidios? Los cuerpos de las mujeres asesinadas
quedan escritos a puñaladas. A machetazos. ¿Quién tiene el poder? La
violación es un arma recurrente en los feminicidios y los crímenes por
homofobia. Lo que está lejos de ser una “casualidad”.
¿Es legítimo exhibir el cuerpo torturado de un hombre como hemos
visto tantos? No lo creo. ¿Esa exhibición nos ha llevado a dar un vuelco
como sociedad? No lo creo. ¿Por qué me refiero sólo a los crímenes
contra las mujeres? Porque el cuerpo de Anabel torturado habla de una
manera distinta y muy específica de violencia. Una violencia que ha
despojado de sus vidas a niñas, adolescentes y mujeres en todo el país.
Porque ese es el contexto en el que su cuerpo asesinado se exhibe. ¿Un
cuerpo más en el “tiradero” de los cuerpos femeninos violentados? Una
más.
LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES Y SU ESPECIFICIDAD
¿Por qué publicar la fotografía del cuerpo de Mile Virginia Martín
Gordillo que mostraba la manera específica en la que fue torturada?
¿Acaso esa publicación no estaba inscrita en la vendimia del horror?
Toda tortura tiene como objetivo arrancarle su identidad a la víctima.
¿Sólo para enviar un mensaje? ¿O también porque el crimen revela lo
indecible: para el criminal asesinar es “disfrutable”? Violar ha sido y
es un arma de guerra. Violar y asesinar es la prueba más espantosa de
un “gozo” (en el sentido lacaniano de la palabra, el que nombra al
horror) que nos resulta insoportable por su brutalidad: atraviesa el
cuerpo. Es innegable. ¿Y qué significa que en una sociedad cada vez más
seres humanos vivan el despojar de la vida a otro ser humano como un
“gozo”?
Ese “gozo” nutrido en el odio. En un deseo infinito de “venganza”.
¿Cómo se denuncia el horror sin banalizarlo? Es el mismo país en el que
se abren cuentas en redes sociales llamadas “Las putipobres”, el mismo
donde la palabra “puta” y “zorra” vuelan de un lado para otro
legitimadas, el mismo en donde se utiliza material íntimo para exhibir a
una adolescente y denigrarla, el mismo en donde se exhibe el cuerpo
violentado de una mujer asesinada. El mismo que permite la impunidad de
los asesinos. El mismo país. Y hay un hilo que no tiene nada de
invisible que mantiene una constante: denigrar. Legitimar la
denigración. Deshumanizar. Hasta el asesinato.
No se trata de poner en la mesa a rivalizar los horrores, sino de
intentar aprehenderlos en su especificidad. Por ello fue indispensable
acuñar la palabra “feminicidio”. Allá arriba, cuando citaba el abuso
sexual escribí “violación tumultuaria”. Por muchos años se le llamó
“violación masiva”. La manera de nombrar tuvo que cambiar. ¿Lo
recuerdan? Había comenzado a correr un “chiste” de una inimaginable
misoginia: un grupo de hombres amenazan a una mujer en un callejón
oscuro: “esta es una violación masiva”, y la mujer respondía “está bien
la violación, pero ¿por qué me van a cobrar el IVA?”. Es el mismo país
en donde pudo “circular” un “chiste” así y en el que los cuerpos
violentados de las mujeres son arrojados en una cuneta. Cosificados.
TEODORO ADORNO Y EL INTENTO DE NOMBRAR EL HORROR
Retomo una cita de José Pablo Feinmann en un texto publicado en Página 12:
En el Prefacio del libro, Adorno hace una cuidada referencia al texto
sobre Auschwitz. Dice que no lo ha corregido, no pudo hacerlo. Le
pareció que pulir el estilo o aun cierta pulcritud de redacción era
imposible, ya que el tema del artículo era la expresión desaforada de la
barbarie. ‘Cuando hablamos de ‘lo horrible’, de la muerte atroz, nos
avergonzamos de la forma como si ésta ultrajara el sufrimiento’. Se sabe
que la fórmula adorniana acerca de la imposibilidad de escribir (poesía
o lo que sea) después de Auschwitz ha llevado a todo tipo de erráticas
(y, por lo general, erradas) interpretaciones.
Aquí, Adorno ofrece otra pista sobre su famoso dictum.
“Imposible escribir bien, literariamente hablando, sobre Auschwitz”.
Pareciera encontrar en la búsqueda de la perfección del lenguaje una
traición a la brutalidad que se debe expresar. No hay que disimular la
‘real brutalidad’. ‘Debemos renunciar al refinamiento.’ Con la
conciencia de que en ese renunciamiento puede latir el peligro de caer
una vez más ‘en el engranaje de la involución general’.Como sea, habrá
que buscar el sentido del dictum adorniano siempre por la idea
central de o dejen de ocupar la centralidad. Lo que lleva a afirmar que
no es que no se pueda escribir después de Auschwitz sino que hay que
hacerlo desde otro horizonte cultural, ya que el anterior llevó,
precisamente, a Auschwitz”.
¿Cómo no participar en el “engranaje de la involución general?” ¿Cómo
ubicar la delgada línea roja? ¿Cómo no colocar a la víctima de nuevo a
la merced de los otros? ¿Cómo construir “una cultura en que las
coordenadas que hicieron posible la absolutización del horror se tornen
inexistentes?”. ¿Cómo crear esos lenguajes que sean una batalla –dentro
de sus modestos alcances- contra el despojo de la vida y de la
identidad de una persona y no una recreación del lenguaje criminal?
¿Por qué quienes publicaron la fotografía no pensaron en Anabel, en su
familia, en sus hijos? Guardar silencio, jamás. ¿Cómo nombrar, entonces?
¿Cómo nombrar?