La señal más aparente tiene que ver con el lugar que ocupa la salud en la inversión y la política pública de cada país, con el grado de mercantilización de los bienes y servicios asociados a este campo, con la existencia o no de sistemas sanitarios y la capacidad de activarlos ante la crisis, incluso con la vigencia de una legítima autoridad pública en función del bien común. La señal pone también en la superficie la crítica realidad y funcionamiento de sistemas de cuidados –sobre todo cuando la población de tercera edad es más vulnerable–, y el acceso a servicios básicos y alimentación. A menor alcance de servicios públicos, más muerte, a mayor mercantilización de los bienes y servicios básicos, más precariedad y muerte.
En los extremos, están las realidades de países ‘ricos’ que no priorizan y mercantilizan la salud, como Estados Unidos con el más alto número de víctimas –y acciones de mezquindad hacia el mundo como sus decisiones sobre la OMS, entre otras–, y la de países como Cuba, que reluce por su acervo en cuidado de la salud y la vida, remontando las duras condiciones del bloqueo y el asedio, y que se ofrece generosamente al mundo en estos momentos. No se trata, por tanto, sólo de recursos financieros, sino de prioridades de economía y sociedad, de valoraciones de la vida y los derechos como estructurantes de los respectivos sistemas.
Los sistemas económicos basados en la explotación y concentración de la riqueza siempre costaron vidas, significaron directamente la muerte o la precarización de las condiciones de vida, implicaron desequilibrios en todos los órdenes de la sociedad y la naturaleza. La diferencia hoy es que la extensión y profundidad de tales fenómenos muestran de manera directa su dimensión sistémica de interrelación, interdependencia, condicionamiento mutuo.
Esta crisis ya no opera sobre sectores del capital y agudiza sus impactos en la vida, en las ‘externalidades’, sino que toca al mismo capital. Los ‘costos’ de no atender la salud ya no pasan factura sólo a los otros, sino al mismo capital. La ‘máquina’ ha tenido que parar y los costos ya no podrán recaer sólo en los otros
[1].
La pandemia, se ha dicho ya, es el síntoma, por eso las fórmulas de prioridad temporal y hasta cosmética de la salud y los cuidados no aseguran resultados, más aún si al mismo tiempo se aprovecha de la crisis para impulsar más neoliberalismo, a nivel global y de varios países. La enfermedad y la muerte ya no son el daño colateral, se atraviesan en el funcionamiento mismo del sistema, no como parálisis temporal sino como amenaza y perturbación de más largo plazo. De ahí que la preocupación instrumental que emana desde las instancias de poder no basta. Las cosas han llegado demasiado lejos como para salir de la emergencia, quitar el obstáculo del camino y proseguir por la misma vía.
La vida antes que la deuda
Otros episodios de crisis han permitido ver vínculos y matrices de causalidad entre fenómenos no siempre asociados a primera vista. La deuda, en su configuración neoliberal que condensa aspectos financieros, geopolíticos, comerciales y otros, se convirtió en una herramienta de extracción de recursos, coacción y control hacia las economías nacionales y también hacia las personas. La disyuntiva entre pagar deuda y cuidar la vida no ha sido excepcional.
Por eso vuelve a oírse la consigna ‘la vida antes que la deuda’, válida a nivel global aunque haya surgido desde experiencias locales concretas. Así, en el Ecuador de fines de los 90 del siglo pasado, asolado por un
crash shock financiero especulativo, colectivos de personas que perdieron a sus familiares a causa del saqueo de sus recursos por la banca elevaron ese reclamo, cobijados en la movilización más amplia de Jubileo 2000 y otras organizaciones contra la deuda.
Con la escala ampliada de la realidad de hoy, la disyuntiva se repite con similar saldo de muerte. En medio de la cuarentena, y cuando ya hasta los organismos multilaterales hicieron el inédito anuncio de ir hacia una renegociación general de deudas, el gobierno de Ecuador decidió hacer un pago de deuda por unos US$ 325 millones. Pocos días después el mundo pudo ver la catástrofe convertida en tragedia en Guayaquil, donde los cadáveres en las calles daban cuenta de los extremos de negligencia y desamparo. El pago en cuestión correspondía a unos bonos, es decir al tramo de la deuda de manejo más flexible, susceptible de renegociación con los tenedores. Lejos de eso, se trató de un pago al parecer pactado y en condiciones beneficiosas para tales tenedores que serían parte de las propias élites locales.
Este episodio, con toda su carga de dramatismo humano y torpeza gubernamental, ilustra la necesidad insoslayable y el sentido de la campaña "La hora de la condonación de la deuda para América Latina"
[2], que plantea la condonación de la deuda externa soberana de los países de América Latina por parte del FMI y de otros organismos multilaterales (BID, BM, CAF), y un proceso inmediato de reestructuración de la deuda que contemple una mora absoluta de dos años sin intereses.
Pero hay otra faceta de la deuda que podría decirse ha llegado a ‘contaminar’ la esfera de los cuidados. Se trata del fenómeno de alto endeudamiento de las mujeres empobrecidas y de sectores medios en función de la subsistencia de los hogares. El acceso a bienes y servicios básicos tiene un componente cada vez más alto de deuda, y está en plena expansión el ciclo de deuda para pagar deuda de los hogares. Así, no puede perderse de vista esta dimensión de ‘cuidados endeudados’ y la necesidad de fórmulas de alivio inmediato para este segmento de la deuda y soluciones a largo plazo.
En un contexto de distorsiones marcadas por la financiarización, recurrir al crédito como tabla de salvación o herramienta clave, en los términos convencionales, puede resultar fatal. La creación de fondos para líneas de crédito está ya anunciado, a nivel global y nacional, como primer recurso ante la emergencia y la eventual reactivación, con economías y poblaciones ya sobre expuestas al crédito, sobre endeudadas. Como siempre, se trata de asegurar negocios para la banca usando como escudos el empleo, los pobres y las pequeñas unidades económicas, para trasladar riqueza pública y social hacia los grandes.
Frente a este enfoque fijo e inercial, conviene volver la mirada al acervo de experiencias alternativas en el campo de finanzas populares y solidarias, monedas sociales y virtuales, comercio justo, diversas formas de intercambio y de transacción, en los niveles local, nacional y regional. Se trata de movilizar recursos para generar producción y cuidados, para eso la banca y las finanzas convencionales no son la vía.
Trabajo y producción: el cambio de matriz productiva es ahora
Ya están relanzadas agendas que se asocian con momentos de emergencia y crisis para, se dice, proteger el empleo y la producción, para estabilizar ‘los mercados’. Como en anteriores salvatajes, se impulsa el rol de Estado como rescatista de empresas fallidas, como redistribuidor regresivo de riqueza social. Haciendo parte de la misma agenda, se avizoran regresiones en derechos laborales, con la lógica de ceder derechos para preservar el empleo
[3].
Esto muestra hasta qué punto está en disputa la post cuarentena, la fragilidad de los aparentes consensos discursivos en torno a la salud como derecho humano y bien social, a los cuidados como columna vertebral de la vida, al rol público para garantizar derechos y condiciones de vida, al imperativo de salir del modelo económico depredador e injusto que predomina.
Esta vez, los recursos para la emergencia y el salvataje deberán reorientarse. No cabe ya el empeño en blindar el modelo financiarizado, es hora de transitar hacia otra matriz productiva, hacia otra economía.
¿Es posible organizar toda la economía con una lógica de cuidado de la vida? La evidencia inmediata confirma lo que experiencias y propuestas previas han planteado, es decir que la separación entre vida y economía no es imperativo, no es una disyuntiva. Es posible una economía para la vida, no a expensas de la vida. Este es el sustrato de las economías campesinas, social y solidaria, del cuidado y otras que, en medio de desventajas e injusticas, han ofrecido la pauta y la posibilidad de otra economía.
En estas semanas se han precipitado algunas condiciones para un cambio de matriz productiva. Ha sucedido la más grande variación en el uso del tiempo y el espacio, en la movilidad y el transporte, en el funcionamiento mismo de la producción, comercio y servicios. Son pautas que en buena medida se mantendrán en el mediano plazo bajo el régimen sanitario de ‘distanciamiento social’. Así también, se han visualizado diferencias entre lo necesario y lo prescindible, los extremos e impactos del modelo de consumo dominante. Se ha podido apreciar la capacidad de respuesta de la economía social y solidaria y la economía campesina, que han sabido activar formas de abastecimiento en las localidades y hacia las grandes ciudades.
Así, los elementos para la agenda
inmediata de transición están a la vista. Como señala la Vía Campesina “Es momento de plantear cambios estructurales en los Sistemas Agroalimentarios y no solo programas asistencialistas. Se avecina hambruna en muchos países por la cuarentena, y la falta de inversión en la Agricultura Campesina puede traer graves consecuencias”
[4].
Esto remite a las cuestiones y decisiones básicas de qué y cómo producir, pregunta que es indispensable tanto para lo inmediato, para la emergencia, como para la transición y el futuro. Se trata de complejizar el ejercicio crítico – constructivo propuesto por la economía ecuménica de, en todo momento,
‘…evaluar qué es compatible con la vida y con lo bueno para todos’[5].
Es urgente e inaplazable la generación de condiciones básicas de infraestructura y servicios para la población que carece de ellos. La emergencia sanitaria pone a la vista y agudiza la precariedad de condiciones de trabajo y de vida, que ahora en buena medida se concentran en el espacio de los hogares, que pasan a juntar los cuidados y la dimensión laboral.
Una enorme movilización de empleo y recursos supone la construcción de infraestructura básica de agua potable, alcantarillado, manejo de desechos, vivienda, internet, etc. Esto viene también con el desafío de mantener e innovar formas colectivas en la concepción de infraestructura y servicios de cuidados, que van desde guarderías hasta cocinas, comedores, lavanderías. Se trata de romper el formato o modelo individualizado que tiende a imponer la cuarentena y el aislamiento social.
Salvar y crear empleos debe disociarse de salvar grandes negocios. Esa inyección de recursos tiene sentido y futuro para fortalecer y ampliar fórmulas asociativas diversas que combinen lo público con lo cooperativo, comunitario, social y solidario, etc. Empleo digno y dinamización de la economía en nuevos términos son dimensiones de la agenda urgente a ser afrontada desde consensos y planificación para la vida: generación de condiciones sanitarias, sistemas de cuidados y alimentación, servicios públicos universales y de calidad, reconversión productiva, relocalización selectiva, desglobalización de las cadenas de suministro, protección y restauración de la naturaleza.
- Magdalena León T. es integrante de la REMTE y del Grupo de Trabajo 'Feminismos, resistencias y emancipación' de CLACSO.
[1] Esto no excluye que, como siempre, haya grandes ganadores de la crisis. Esta vez ha destacado el caso de Amazon, que incrementó ganancias gracias a la cuarentena.
[3] En las actuales circunstancias con esa lógica se puede extenderse a ceder derechos para salvar la vida!
[5] Duchrow, Ulrich y Hinkelammert, Franz J.m La vida o el capital. Alternativas a la dictadura global de la propiedad, DEI, San José, Costa Rica, 2003, p. 183.