El mundo se ha convertido hoy
en un inmenso laboratorio global, donde la humanidad entera está
comenzando a ser el objeto de un experimento natural hipermasivo.
Con la aparición del nuevo coronavirus y su explosiva dispersión, que
ha alterado las vidas de miles de millones de personas y prácticamente
ha detenido la marcha de países en todos los continentes, científicos,
filósofos, sociólogos, antropólogos, así como profesionales –hombres y
mujeres– de muchas otras disciplinas, analizan con inusitado interés el
desarrollo de una epidemia de dimensiones y consecuencias nunca antes
vistas.
Los individuos y las sociedades –y nuestro comportamiento dentro de
éstas– venimos siendo, en este sentido, algo así como ratas de
laboratorio para experimentación.
El asalto de este microorganismo, enemigo invisible, que enferma y
mata por igual, sin distinción alguna, ha marcado ya un hito en la
historia de la humanidad, en tanto la primera pandemia en el mundo
globalizado. De ahí la trascendencia de que todo lo que se estudie, se
descubra, se invente y en general se escriba al respecto, quede
debidamente documentado durante los meses, años y tal vez décadas por
venir.
Porque el impacto es de tal magnitud que es previsible que, una vez
levantada la emergencia sanitaria, el mundo ya no será igual. Habrán
cambiado circunstancias políticas y económicas; se habrán modificado
hábitos de consumo, formas de cooperación internacional y las relaciones
sociales, entre otros aspectos.
Es por esto que las posibilidades de estudio en este gigantesco
laboratorio son infinitas y se traducen en una obligación irrenunciable
para el mejor futuro de la humanidad y del planeta.
Hace unos días, el diario español El País publicó un texto
en el que expone la importancia de estudiar oportunamente y a fondo cada
una de las diversas variables de esta contingencia y de los rostros que
se muestran en una coyuntura tan brutal. Las crisis importantes que han
marcado la historia, como las guerras, deben ser aprovechadas al
máximo, sin desperdicios, en su investigación, análisis profundo y
debida documentación.
En uno de los tantos ejemplos que aporta, el diario refiere que
“…durante la Segunda Guerra Mundial, el embargo de alimentos de las
tropas nazis provocó una hambruna catastrófica en los Países Bajos. Las
secuelas de ese periodo marcaron para siempre la salud de los fetos que
se estaban gestando en los vientres de las hambrientas embarazadas. Esa
terrible experiencia permitió a la ciencia entender mecanismos del
desarrollo humano y su genética que, de otro modo, hubiera sido
imposible: durante décadas, el análisis de esos niños y su descendencia
ha ofrecido material de estudio muy valioso. Es lo que se entiende como
un experimento natural, una experiencia que no podemos controlar, pero
que afecta decisivamente a los sujetos y permite estudiar las
consecuencias”.
Resulta obvio entonces que grupos de científicos de todo el mundo se
estén abocando a conseguir lo antes posible el remedio al mal. Sin duda
urgen una vacuna y un medicamento, pero eso no es todo. No se puede
dejar pasar la invaluable oportunidad de estudiar el comportamiento de
sociedades e individuos en una contingencia sin precedente. El que no
haya ocurrido nunca antes provoca incertidumbre y demanda información.
Habrá que analizar desde ahora las reacciones de las sociedades en
diferentes regiones del mundo ante las políticas públicas respecto al
distanciamiento social. Qué hacen las personas ante las políticas
gubernamentales más autoritarias y cómo reaccionan otras a las medidas
más flexibles o relajadas. Será igualmente importante conocer cómo se
traduce la salud mental de los seres humanos en las diferentes
latitudes, con distintas realidades climáticas, económicas, políticas, y
verificar su capacidad de resiliencia. Las depresiones y la ansiedad
son factores que se replican en todas las sociedades, ante el
aislamiento y la pérdida de empleos.
Para algunos científicos, como David Quammen, autor de Contagio
–un libro de referencia para entender el coronavirus–, esta pandemia ya
se esperaba y se dice sorprendido por la negligencia de gobiernos,
organismos internacionales y grupos de científicos.
“Estuvimos tarde todos –afirma–. La falta de preparación de gobiernos
y sistemas sanitarios públicos para afrontar este virus me sorprende y
me decepciona. La ciencia sabía que ocurriría. Los gobiernos estaban
advertidos de que podría ocurrir. Pero no se molestaron en prepararse.
No hubo voluntad política y, por tanto, tampoco hubo dinero ni coordinación dentro de las naciones ni de manera multinacional, expresa.
Tarde o no, México se ha lanzado ya al conocimiento del coronavirus,
de la enfermedad que causa y a tratar de prever de algún modo las
drásticas secuelas que dejará la pandemia. Académicos y académicas de
universidades y centros de investigación de diferentes regiones del país
han conformado ya grupos de trabajo con tareas específicas para atender
las necesidades de la población.
La tragedia está aquí. La ciencia intenta responder a la emergencia
más severa desde que el mundo es global. El reto es inmenso y, a la vez,
formidable. El laboratorio está puesto y el material de estudio
también: es la humanidad, somos todos y todas –y nuestras particulares
circunstancias– el objeto de estudio para un experimento natural
hipermasivo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario