7/05/2014

La provocación de Angélica Rivera

“Redefiniendo el poder femenino”, portada y dossier de 22 páginas de la revista Marie Claire, con fotografías de Angélica Rivera y su hija Sofía Castro.


Periódicos de México, la revista Proceso, diarios como el New York Times y el Washington Post publicaron avances y/o análisis de las declaraciones de la esposa del presidente, pero sobre todo de las imágenes que ilustran la entrevista.  Las redes sociales  y la versión por internet de los diarios,  han permitido que se expresen cientos de opiniones/interpretaciones alrededor del tema.

Desde el punto de vista de los “modelos” de femineidad puestos en circulación –hasta ahora- desde los Pinos, la puesta en escena de Angélica Rivera y su hija no deja de ser interesante por provocadora y por disruptiva.  El titular del dossier es absurdo, y termina cayendo por su tipografía en la categoría del acto fallido (eso que nos da por llamar lapsus):“Poder” está escrito con letras muy grandes, y “redefiniendo” y “femenino”, con letras muy pequeñas; dato que termina haciendo justicia a la realidad: el de Angélica Rivera en este momento de su vida, es un “poder” por procuración, lo que no la hace menos “poderosa”,  pero ciertamente sí le dificulta ser un modelo de “redefinición” de “poderes” femeninos.

Es un hecho que la Presidencia vive y ha vivido en la vendimia de imágenes calculadas y trabajadas: Marta Sahagún, por ejemplo, era hasta feminista. ¿Por qué no, si bastaba con decirlo? No importa quién es esa mujer casada con el presidente: se le construye un discurso, una manera de vestirse, de posar, de abrazar a los niños desamparados y  mirar “arrobada” a las personas mayores. Relumbrón. Apariencia. Juego de simulacros, ¿cómo van a responder los encuestados? ¿Cuántos puntos se ganan y se pierden? Sabemos –hasta el sollozo- que el modelo de la “primera dama”, (una expresión penosa de por sí, pero que no es exclusiva ni de México, ni del castellano) es –hasta ahora- un producto. 

La “Primera Dama” y los imaginarios inducidos

Las esposas de los presidentes han estado en la obligación de cumplir con una imagen: son –sobre todo- esposas y madres entregadísimas y abnegadas. Altruistas. Generosas. Hogareñas.  Guadalupanas y respetuosas de Dios. Si tienen una profesión y han sido mujeres trabajadoras fuera del hogar, mejor (ya en estos tiempos), siempre y cuando durante su trance sexenal, eviten ejercerla. Pudorosas. Muy pudorosas. Como si de sus figuras pendiera toda una idea de “decencia y honor femenino”, que intenta definir a todititas las mujeres mexicanas, así de millones como somos.  Se supone que ellas instituidas –con calzador- en icónicas “primeras mujeres”, nos representan. En ese contexto, las imágenes han levantado olas (olas urbanas, por supuesto) que no se han dado porque la esposa del presidente pose para una revista de este tipo, lo que ha sido bastante recurrente, sino porque posa “sexy”.  Porque exhibe un evidente placer y orgullo en la relación con su cuerpo.  Porque transmite un mensaje de: “Mi cuerpo me gusta y es mío. Y háganle como puedan, si les da escalofríos”.

Una “primera dama” mostrando la espalda con un vestido muy escotado, mostrando los contornos de sus piernas en mallones, o las rodillas descubiertas. ¿Es un oprobio? ¿Nos ofende? ¿Es –en sí mismo- desneuronado que lo haga? ¿Nos desneurona a las demás? ¿Una mujer que se muestra en su belleza es de manera inevitable un “objeto sexual” encanallado? ¿Acaso los “peros” no están en otro lado? Me gustaron las poses sexys.  Por reivindicativas y por ruidosas. También porque a ambas –hija y madre promoviéndose- les quedan muy bien. Claro que me asaltaron incomodidades: Los trapos que les eligieron: ¿Son de ellas o cedidos por las casas de moda? ¿Si son de ellas quién los paga? Me imagino que los mismos –que mientras este país no se transforme- pagaron, pagan y pagarán los vestidos de diseñadoras/es de las “primeras damas”. No es tan misterioso: las generaciones de  contribuyentes que nos antecedieron y nosotras/os.

Imágenes así son –sin duda- una afrenta para millones de mexicanas/os reducidos a la precariedad y a la sobrevivencia económica. Los modistos según la lista que nos ofrece la revista Proceso: Dolce & Gabbana, Armani, Louis Vuitton, Mango, Tane, Alejandro Carlin, Julio, Burberry. Y esos diseños y texturas desfilan mientras en el interior de la revista Angélica Rivera aclara: “Aquí en la casa comemos sopa de fideos, tacos de pollo, croquetas de atún…” me pareció de risa loca (y furiosa), la aclaración tan evidentemente manipuladora e inútil.  Justo los alimentos que toda/o ama/o de casa conoce como de los más económicos, en los hogares, claro, en los que los tacos se pueden rellenar con pollo y no con frijoles, lo que ya hace una diferencia enorme. Y porque más abismal aún es la diferencia entre comer tacos de pollo porque a todos nos da el antojo, y cenar salmón con blinis, cuando nos da “el antojo”, que preguntarse  cuántas tortillas hay que comprar, para no quedarse tan con hambre.
 Es en ese sentido que las imágenes me parecen exhibicionistas e impúdicas. No porque Angélica Rivera muestre la piel. El marketing ha sido –hasta ahora- inevitable en las clases políticas, y no sólo en México. Michelle Obama, Carla Bruni posaron también para Marie Claire, cada una desde ese “estilacho” tan determinado por lo que el “qué dirán” de sus respectivas culturas pudiera/puede “tolerar”.  No es lo mismo un escote en esa Francia de las sensualidades, que en los Estados Unidos bastante más “asépticos”.  ¿Angélica Rivera posa de esta concreta manera porque fue modelo y actriz? No necesariamente.  Podría haber ejercido su oficio, a como lo hizo, y llegar a los Pinos vestida con una versión fashion  de doña Sara García. Ya no se usa, es cierto, ahora hay que parecer ligeras, deportistas, dinámicas, “empoderadas” en el espacio y en el cuerpo; pero lo que quiero decir con ese ejemplo extremo de doña Sarita, es que desde los Pinos se vende lo que haya que vendernos –según ellos- y eso nunca ha sido distinto.  Lo que es distinto y me deja atónita, es ese nuevo lenguaje corporal.

The "first lady" estadounidense, Michelle Obama. Revista Marie Claire, 2013.

La "première dame" de Francia, Carla Bruni. Revista Marie Claire, 2008.

¿Por qué las sensualidades a dos años de los comienzos del sexenio? ¿Por qué ahora le está permitido y antes no? ¿Si una ya se codeó con la reina de España, -sin desmerecer, quizá les dicen las encuestas- puede mostrarse como le venga en gana? No tengo una respuesta. Me parece que si el estilo de una mujer ha sido y es sexy, no tiene por qué renunciar a ello por ser la esposa del presidente. ¿Nos conmovería mucho que fuera sexy, inteligente, comprometida y con un doctorado en Estudios de Género y otro en Desarrollo Sustentable? Pues es probable que sí. Aunque casi ninguna de nosotras está en posibilidades de cumplir con semejante lista de requisitos. ¿Es una “frívola”? esa impresión me da, le escuché hace unos días una vieja entrevista (cuando era actriz) de una banalidad espeluznante.  Pero no es “frívola” porque sea sexy. Separemos. Y en todo caso muy en su derecho, así  la eligió su marido, y su marido llegó a la Presidencia. ¿No nos gusta naditita que haya ganado su marido? Ese es otro punto.

Los pretextos de la misoginia

Algunos comentarios leídos en las redes sociales – a raíz de las fotografías- no dejan de llamarme la atención: “En sus talleres ya pueden los mecánicos renovar sus calendarios”, “Trae el poder entre las piernas”, “Es una prostituta”. “Farandulera”, “Es una zorra”. “Mujerzuela”, “Par de gatas”.  ¿Ustedes disculpen? Hay un tinte misógino en estas alusiones que es muy insultante y doloroso, diríjase a quien se dirija. Un tono que recrea maneras alienantes de considerar  y juzgar la femineidad.  ¿Zorra? ¿Qué es eso? ¿Acaso “gatas” no es un clásico de la discriminación clasista y racista? Hay mucho que analizar, y muchas maneras de manifestar nuestro rechazo o nuestro disgusto hacia la persona de Angélica Rivera en su papel de esposa del presidente (si ese es el caso), pero insultar a una mujer que trabajó como actriz y modelo porque posaba en bikini, me parece discriminatorio y fuera de lugar. Que nuestro disgusto no sea pretexto para descalificar el derecho de una mujer a trabajar en lo que quiera y pueda.

Algunas de las consignas fundamentales del feminismo desde los principios de la segunda ola han sido: “Mi cuerpo es mío”, “Tengo derecho a decidir sobre mi cuerpo”, “Saquen sus rosarios de mis ovarios”. Las frases se refieren a la necesidad de despenalizar el aborto, o como sucede en la ciudad de México,  al acceso a la interrupción -libre y gratuita- de un embarazo (en sus inicios), y por demanda de la mujer. Pero también tienen todo que ver con la reivindicación del derecho de una mujer a vivir su sexualidad y los modos de su sensualidad a como ella elija, sin alienación e intimidaciones sexistas, enunciadas por mujeres o por hombres. Transformar los mapas mentales. ¿Qué es una mujer? ¿Según quién? ¿Qué y quién desea ser cada mujer? Porque creo en los contenidos de esas consignas, y en la libertad que implican para todas (y a partir de esa libertad, que cada una elija lo que quiera: la virginidad para siempre…el matrimonio monógamo, la pareja monógama sin matrimonio, el poliamor, la soltería en sus distintas formas…su objeto de deseo y/o de amor en masculino, en femenino, ambos, etc.) No veo qué me daría derecho a  juzgar a una mujer que posa/posó en bikini. Que el cuerpo de una mujer sea suyo, y de nadie más, no es una convicción que pueda estar sujeta  ni a mis gustos, ni a mis preferencias, ni a mis específicas elecciones de vida. “Seamos dueñas de nuestros cuerpos a como yo digo que hay que serlo, porque si no te corto la yugular con palabras…”. Me parece una afirmación particularmente impositiva.

La “Primera Dama” y la “first lady”.      

La editora de modas  Robin Givhan, del  Washington Post escribió –con el tema de las fotos de Rivera- un análisis  bastante más extenso e interesante que las frases de su texto que han sido más citadas. Givhan no sólo habla de cómo Angélica Rivera luce “descaradamente sexy”, y su hija usa una falda “extremadamente breve”, lo que extraídas sus frases de contexto parecería todo un juicio sumario de tonos - sobre todo- puritanos. A Givhan, no le interesan los juicios sumarios, sino analizar un “fenómeno social” que tiene que ver con las imágenes de las “primeras damas” en Estados Unidos y en México, y lo que culturalmente se espera de ellas. Hace –además- un análisis de la necesidad de las mujeres (y los hombres, sin duda, aunque sea tan distinto, y hasta aparatosamente distinto, según la cultura), de reafirmarse –también- a través de sus cuerpos.

Givhan se extiende en el cuestionamiento a la dificultad (y el dolor) que puede significar –para millones de mujeres- el vivirse alienadas por los estereotipos de belleza (y yo agregaría poder económico) difundidas por las revistas de moda y cantidad de medios: “La primera dama usa mallas y su hija una falda extremadamente breve. En cada caso, la estética gira alrededor de las piernas…piernas largas, largas”. Pero el análisis que hace Givhan es el de una mujer inteligente y sensible a los condicionamientos de las femineidades (hacia un lado o hacia el otro), no el de una periodista horrorizada por una minifalda, unas rodillas desnudas, y un escote. 

Givhan hasta toma tonos irónicos al hablar de: “Desde el mirador de los Estados Unidos, donde alguna gente todavía hiperventila reprobadora unos brazos descubiertos en el Ala Este, el atuendo (de Rivera) es asombroso”.  Con los brazos descubiertos y el Ala Este, se refiere a una foto de portada de Michelle Obama en la que usa un vestido con los brazos descubiertos, que en su momento causó polémica: ¿Una “first lady”mostrando sus brazos? En 2013 Michelle posó para Marie Claire (sin mostrar más piel que la de su rostro) con el siguiente titular en portada: “La primera dama se abre: el sexo con el presidente”. ¿Qué tal? “Nuestra vida sexual nunca había sido más abierta, más dada a experimentar y más generosa’”. Claudia Bruni, posó para Marie Claire en 2008, sexy y “bohemia”, entalladita, bellísima y con su guitarra al lado.

Me permito traducir algunos párrafos de Givhan

El sexo puede vender de todo, desde carros hasta yogurt, pero la prueba más grande podría ser si puede vender la idea de una primera dama como una mujer como cualquier otra –una que no está obligada a responder a expectativas anticuadas y desmesuradas, en términos de las tradiciones culturales que debería representar, el mensaje que debería enviar desde su ‘bully pulpit’, o cuánto de su persona le está permitido ser… Esa pregunta es el subtexto –quehierve- en un nuevo perfil de la primera dama de México, Angélica Rivera de Peña… Rivera aparece en la portada de julio de la revista Marie Claire – para México y Latinoamérica- luciendo ‘unabashedly” (insolente, descaradamente…) sexy, junto a su hija Sofía Castro’. ‘Bully pulpi’” es una expresión que se refiere a un espacio desde el cual se tiene el poder de hablar y ser escuchado, con frecuencia se utiliza para declaraciones emitidas desde la Casa Blanca”.

Continúa Givhan: “El estilo de Rivera es llamativo, pero lo más provocativo son sus poses. Es el lenguaje corporal lo que es sexy…en la portada su postura es particularmente declarativa… y mientras que las tradiciones son diferentes en cada país, estas fotografías de Rivera son inusuales… El tema del poder es tramposo en una revista de modas. Esos brillos, después de todo, son alumbrados por una industria que juega rápido y  relajado con la autonomía femenina, creando regularmente  patrones e instalando indicadores en la cultura que guían el pensamiento del público en lo que significa ser una mujer moderna…el ideal femenino que pintan  las revistas de modas – en perfecto-cabellos secados con pistola- detalle, es un ideal imposible de emular. Pero por lo menos en un punto las revistas de modas ofrecen un argumento fuerte: hay un cierto grado de poder personal a ganar en descubrir cómo nos vemos…”.

Y muy interesante: “Para las mujeres en el ojo público, ese placer tan personal puede  llegar a ser  una tortura. Sus cuerpos se  convierten en una propiedad común…para una mujer Americana (la cursiva es mía) que pisa el papel de primera dama, su cuerpo debe ser negado. No puede ser expuesto demasiado. Demasiado fuerte. Demasiado sexual. La belleza es aceptada, hasta esperada. Pero…el atractivo sexual, la sexualidad, está fuera de los límites.  No se menciona. Si fue obvio o por lo menos visible antes de su nuevo papel”.

Lo disruptivo

Y vaya que son “inusuales” las poses sexys de Angélica Rivera, -sobre todo- para la esposa del presidente de un país mayoritariamente católico y conservador, en el que todavía discutimos si la anticoncepción condena o no a un alma, si la “píldora” del día siguiente es “abortiva”, si la educación sexual en las escuelas no “corrompe la inocencia”. Si las mujeres sienten deseos sexuales, si el orgasmo femenino importa, si el erotismo a solas es una perversión, si el cunnilingus todavía peor.  Un país en el que crece el número de embarazos adolescentes, aún en los casos de relaciones consensuadas y  en las que los jóvenes sí tienen información y acceso a los anticonceptivas. En términos de la carga emocional negativa que implica la sexualidad en femenino,  protegerse significa aceptarse deseante y deseada. Protegerse es  asumir la responsabilidad y el derecho al placer, como un modo -en sí mismo- de amar y/o de gozar.  México es –aún- un país en el que el cuerpo femenino es culpabilizado y se vive – con demasiada frecuencia- como culpable.

En ese sentido, y sólo en ese, el lenguaje corporal de la esposa del presidente me parece disruptivo, y muy interesante.  Ese es mi contexto bien concreto de análisis: En una cultura en la que expresiones denigratorias como “zorra” y “mujerzuela” siguen existiendo tan “graciosamente”,  sin  -por supuesto- adjetivos masculinos equivalentes, me parece importante que Angélica Rivera –desde su “pulpit”- se muestre sexy. ¿Tenemos que parecernos a ella y correr hacia las dietas? Por supuesto que no. A cada una su singularísima y libre manera de vivir en/ con su cuerpo.  

Prostitución y Mercantilización de las Mujeres


 Marta Clar

Madrid, 26 jun. 14. AmecoPress/PanyRosas.- No es nueva la preocupación de los diversos grupos feministas sobre la cuestión de la prostitución y desde el colectivo de mujeres Pan y Rosas creemos necesario introducirnos en este debate tras el que se esconde una realidad tan dramática como es la trata de personas y la violencia sexual que afecta de múltiples formas a millones de mujeres en el mundo y que es considerado por diferentes organizaciones internacionales el tercer negocio más rentable a nivel global junto a la comercialización de armas o de drogas. Si bien todas reconocemos el problema real que supone la prostitución, las polémicas y los debates surgen cuando se trata de proponer respuestas y estrategias sobre cómo y con qué programa abordar esta cuestión.

Prostitución y redes de trata, las dos caras de un mismo problema

Mientras vemos ampliarse todo un conjunto de discursos afirmando el aumento de la igualdad de género somos también testigos de una realidad profundamente ocultada y que arremete en general contra aquellas mujeres cuanto más afectadas están por la pobreza y la precarización, ¿cómo entender, sino, el aumento de las mujeres en situación de prostitución y la continua extensión de las redes de trata? Los últimos informes prestados por diferentes organizaciones internacionales y nacionales mantienen que cerca del 80% de las víctimas de trata son mujeres y niñas. Existen en el mundo más de 460 corrientes de trata y cerca de un millón de mujeres en situación de prostitución tan solo en el continente Europeo, de las cuales aproximadamente 140.000 son consideradas víctimas de trata. Una cifra aproximativa y posiblemente menor a la realidad debido a la dificultad de identificar a las víctimas.

Desde Pan y Rosas compartimos que la prostitución afecta de maneras muy diversas a las mujeres, pero consideramos también que no pueden desvincularse como si fueran cosas sin relación alguna la prostitución y la trata, como si la primera se derivara del deseo o la libertad individual. La prostitución afecta tanto más a las mujeres jóvenes, precarizadas y pobres y este es el motivo por el que consideramos que no es posible hablar de la prostitución como categoría abstracta y defendemos la necesidad de hablar de “mujeres en situación de prostitución”, desvincularla de la situación de dificultad económica o necesidad que existe en la mayoría de las mujeres que ejercen la prostitución es no mostrar la verdadera amplitud del problema, un problema que está estrechamente relacionado con la desigualdad de género que somete a las mujeres en el actual sistema capitalista.

La violencia y el abuso que se derivan de ejercer la prostitución son problemas reales que no solo afectan a las mujeres víctimas de trata, también a quienes caen en manos de proxenetas y son obligadas a cumplir bajo condiciones insalubres con jornadas desproporcionadas o arbitrarias con el objetivo de ampliar las ganancias de los proxenetas poniendo en serios riesgos la salud de las mujeres.

Incluso para aquel reducido número que afirma ser prostituta por voluntad propia la violencia no es una cuestión menor ni la situación económica que las impulsa a serlo puede ser ocultada en nuestros discursos y análisis, si una cosa tienen en común las diferentes formas en las que se ejerce la prostitución es que todas ellas están en la mayoría de casos sujetas a necesidades económicas, es decir, las mujeres que están en situación de prostitución lo están porque se ven implicadas en situaciones de precariedad y pobreza.

Además, la dificultad de detectar las violencias se debe, en gran parte, a la invisibilización bajo la categoría de “cliente” a partir de la cual se ejerce, sin que existan estudios que nos permitan profundizar en esta cuestión. Con esto queremos reafirmar nuestra posición al considerar que todas las medidas que se tomen frente al problema que supone la prostitución tiene que incluir, claramente, que el delito y la violencia se configura aunque la víctima haya prestado su consentimiento y cualquiera que sea su edad. Porque la cuestión de la violencia debe definirse por la acción de los criminales, proxenetas y clientes y no por la edad o las condiciones en las que se encuentran las víctimas.

Prohibicionismo y regulacionismo, ¿qué proponemos?

Desde el colectivo de mujeres Pan y Rosas nos oponemos firmemente a todas aquellas medidas que las diversas administraciones orientan hacia la criminalización de las mujeres, ocultando un problema mucho más amplio y que venimos debatiendo hasta ahora. Las leyes prohibicionistas lejos de favorecer a las mujeres en situación de prostitución o ser una medida para resolver este problema invisibilizan la situación de doble desigualdad en la que se encuentran las mujeres. Por una parte frente a su situación de necesidad o inestabilidad económica y por otra frente al cliente o proxeneta, a la vez que criminalizan a las víctimas y absuelven a los culpables.

Las medidas regulacionistas que pretenden integrar la prostitución considerándola un trabajo como cualquier otro no solo ocultan la diversidad de violencias y desigualdades que padecen las mujeres sino que tienden a favorecer a los proxenetas situándolos al mismo nivel que a los grandes empresarios, favoreciendo la continuación y ocultación del negocio de trata y la explotación sexual a la que son sometidas miles de mujeres.

Incluso cuando encontramos mujeres que ejercen la prostitución en condiciones más favorables en las que son ellas mismas quienes regulan esa prostitución, la prostitución en sí misma no escapa de las leyes de la oferta y la demanda del capitalismo, viéndose obligadas a competir con otras mujeres en situación de prostitución que sí pueden estar bajo redes de trata o bajo la autoridad de proxenetas que les estipulan precios determinados, teniendo que establecer precios más bajos capaces de competir con el resto situándose en una suerte de autoexplotación que responde a la lógica capitalista.

Como propuesta concreta defendemos la necesidad de impulsar programas que a la vez de perseguir y castigar a los proxenetas y todos los implicados en este negocio, ofrezcan la atención integral a las mujeres en situación de prostitución que incluyendo además de asistencia jurídica, médica, psicológica y social, den la posibilidad de otras opciones de vida con salarios mínimos dignos y el acceso gratuito a todos los niveles de educación que las mujeres requieran, además de vivienda y protección para estas mujeres y sus familias, sin olvidar las medidas educativas que enfrenten el estigma que tradicionalmente se les asigna a las mujeres en situación de prostitución.

A su vez nos alejamos de los argumentos que relacionan la prostitución como un empoderamiento personal y de género, que con la intencionalidad de borrar los tabús patriarcales frente a la prostitución invisibilizan el entramado de relaciones sociales y económicas que como venimos diciendo hasta ahora empujan a la mayoría de mujeres a ejercer la prostitución. Somos conscientes de que estigmas y tabús son tan solo un método más que tiene esta sociedad profundamente desigual para culpabilizar a las mujeres sin tener en cuenta la realidad social que las envuelve, así como una forma de asegurar la deriva de un sistema capitalista y patriarcal ya regulado en el que los hombres tienen predominios y privilegios sobre las mujeres, un sistema en el que en definitiva las mujeres deben estar controladas ya sea por el marido, el proxeneta o el cliente, pero para nosotras esta lucha contra el estigma no puede sino darse a partir de la creación de programas de educación sexual en la que se incluya la realidad de las mujeres en situación de prostitución.

Capitalismo sin prostitución, una falsa utopía para el feminismo

Como mujeres, feministas y revolucionarias, Pan y Rosas consideramos que el feminismo orientado hacia la emancipación de la mujer no puede reducirse a la demanda de mejoras democráticas que se ven fuertemente contradichas por la dinámica global del capitalismo, un sistema que condena a la mayor parte de las mujeres del mundo a una situación de desigualdad, brutalidad y pobreza. A la vez tenemos que ver más allá de la situación de nuestro país, más cuando esta se refiere a países imperialistas como el nuestro en el marco de la Unión Europea y los países considerados desarrollados, puesto que esto invisibiliza la tragedia de millones de mujeres por fuera de nuestras fronteras y oculta la necesidad de construir un amplio movimiento de mujeres que extienda sus demandas hacia el cuestionamiento y la superación del sistema capitalista mundial.

La prostitución, la trata de mujeres así como el conjunto de violencias que nos afectan a todas no pueden ser superados sin no es a través de una mirada amplia que sea capaz de ver las relaciones existentes entre nuestros padecimientos y el sistema económico actual, así como la necesidad de superarlo a nivel global mediante un amplio movimiento de mujeres independiente del Estado y las instituciones patronales. Es una falsa utopía ampliamente comprobada a lo largo de la historia la idea de que la emancipación de la mujer podrá lograrse mediante reformas democráticas. Las mujeres, en especial las más pobres, en especial las más precarizadas no tenemos ningún motivo para confiar en este sistema capitalista que nos ha mantenido y mantiene marginadas, oprimidas y explotadas.

Es por eso que defendemos la necesidad de recuperar el legado histórico que nos pertenece como mujeres trabajadoras, el legado de las mujeres que protagonizaron luchas contra el capitalismo en las diferentes partes del mundo como fueron las mujeres de la Revolución Rusa, como fueron las mujeres de la Comuna de París, el movimiento por la liberación sexual de Stonewall o la lucha por la liberación de la población negra en los Estados Unidos. Un movimiento articulado en clave de superación del capitalismo, como condición necesaria para poder lograr el objetivo que a todas nos representa y que Pan y Rosas seguimos manteniendo: la emancipación de las mujeres.
Foto: Archivo AmecoPress.


Nuestros cuerpos, sus herramientas


Periódico En lucha / Diari En lluita

La publicidad es un mecanismo para llamar la atención sobre un producto con el fin de venderlo o darlo a conocer. La publicidad se nutre de imágenes y éstas tienen la capacidad de impactar de forma inmediata. La imagen que más vende es la de la mujer, pero por desgracia esta imagen siempre aparece distorsionada. Las imágenes que vemos constantemente en la televisión, en las revistas o en los carteles publicitarios no representan un modelo de mujer real, sino que representan unos estereotipos y unos rígidos cánones de belleza.

A través de los estereotipos de género, se representa de forma reduccionista, caricaturizada y despersonalizada la identidad de la mujer. Con los patrones de belleza impuestos lo único que hacen es generar más insatisfacción personal y, por tanto, más opresión. Una mujer que no se acepta a sí misma tal y como es, nunca podrá ser libre ni crítica con el sistema que la oprime.

Desde muy pequeñas debemos convivir con un bombardeo continuo de los medios de comunicación, que nos transmiten la idea de que sólo si eres guapa y sexy tendrás éxito y felicidad. Siempre guapa, joven, delgada y perfecta si quieres ser aceptada socialmente. Parece ser que el centro de tu universo debe ser tu aspecto físico y la publicidad ayuda a consolidar esa obsesión.

Exhibir, vender y explotar

Las mujeres en los medios de comunicación quedamos reducidas a simples cuerpos irreales y vacíos. Nuestro cuerpo se transforma en mercancía que se puede exhibir, vender y explotar. La publicidad representa una visión masculina ya que muestra imágenes hipersexualizadas de cómo supuestamente los hombres nos quieren ver. De esta manera todo puede resumirse en: “Ellos nos miran, nosotras queremos, necesitamos que nos miren”.

Cosificar significa asumir que la mujer no es un sujeto inteligente y capaz, sino un simple cuerpo inerte y pasivo. La cosificación es evidente cuando el cuerpo femenino se transforma en una cosa, como un coche o una botella de ron y es la sexualidad, la seducción o la belleza de este cuerpo el reclamo que se utiliza para vender. Cuantas más mujeres salgan en un anuncio y menos ropa lleven, mejor. Si fraccionas el cuerpo de la mujer y muestras sólo ciertas partes haciendo énfasis en el erotismo de éstas, mejor. Cuando más sensual sea la expresión de este cuerpo, mejor. Si perpetuas más los roles tradicionales de género y presentas a la mujer en un segundo plano a la sombra del hombre, mucho mejor.

Cuando más impersonalizada se muestra la imagen de la mujer, más parece un objeto y menos respeto muestras hacia ella. Ni siquiera es necesario que nos muestren como un cuerpo entero para captar la atención del público, sólo una boca o unos pechos ya son suficientes para vender.

Con los años la publicidad sigue siendo injusta y lo más triste es que esta cosificación, que no es más que violencia simbólica y sexismo en estado puro, pasa silenciosa ante nuestros ojos cada día. Da la sensación de que la sociedad ve normal que la mujer haya de seducir y complacer al hombre como única meta en la vida. No es casualidad que la mujer se represente como el objeto sexual y el hombre como el consumidor y poseedor de éste. Y es que resulta que vender la sexualidad femenina desde la óptica masculina, no sólo genera mucho dinero en esta sociedad consumista, sino que también ayuda a perpetuar la opresión de las mujeres en esta sociedad machista. La publicidad sexista es una buena herramienta para asegurar que la ideología dominante en la sociedad sea precisamente la ideología rancia y retrógrada de la clase dominante.

El patriarcado: ¿una organización social superada?


sábado, junio 21, 2014


Alicia H. Puleo. 

TEMAS ¿Existe el patriarcado o ya ha desaparecido? ¿Es propio únicamente de países lejanos o de épocas remotas de la Historia? La antropología ha definido el patriarcado como un sistema de organización social en el que los puestos clave de poder (político, económico, religioso y militar) se encuentran, exclusiva o mayoritariamente, en manos de varones. Ateniéndose a esta caracterización, se ha concluido que todas las sociedades humanas conocidas, del pasado y del presente, son patriarcales. 

Se trata de una organización histórica de gran antigüedad que llega hasta nuestros días. En efecto, consideremos uno a uno los aspectos del poder a los que se refiere esta definición y veremos que somos incapaces de dar un solo ejemplo que no corresponda a ella. Sobre la causa de esta universalidad del patriarcado existen variadas hipótesis.

Ahora bien, es evidente que no todas las sociedades se ajustan a la definición de patriarcado de la misma manera ni con la misma intensidad. En otro lugar, he distinguido entre patriarcados de coerción y patriarcados de consentimiento .

 Aunque se trata de un intento de clasificación y, como tal, es siempre esquemático y simplificador, puede ayudarnos a pensar las preguntas iniciales. Los que he llamado “patriarcados de coerción” mantienen unas normas muy rígidas en cuanto a los papeles de mujeres y hombres. Desobedecerlas puede acarrear incluso la muerte. Este tipo de patriarcado puede ilustrarse de manera paradigmática con el orden de los muhaidines en Afganistán, que recluyó a las mujeres en el ámbito doméstico y castigó duramente a quien no se limitara estrictamente a los roles de su sexo. 

El segundo tipo, en cambio, responde a las formas que el patriarcado adquiere en las sociedades desarrolladas. Como Michel Foucault señaló con respecto al dispositivo de sexualidad y al poder en su conjunto, con la modernidad, la coerción deja su lugar central a la incitación. Así, no nos encarcelarán ni matarán por no cumplir las exigencias del rol sexual que nos corresponda. Pero será el propio sujeto quien busque ansiosamente cumplir el mandato, en este caso a través de las imágenes de la feminidad normativa contemporánea (juventud obligatoria, estrictos cánones de belleza, superwoman que no se agota con la doble jornada laboral, etc.). La asunción como propio del deseo circulante en los media, tiene un papel fundamental en esta nueva configuración histórica del sistema de género-sexo.


Como bien nos recuerda Celia Amorós en La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias… para las luchas de las mujeres (Cátedra, 2005), el patriarcado no es una esencia, sino un sistema metaestable de dominación ejercido por los individuos que, al mismo tiempo, son troquelados por él. Todos formamos parte de él y estamos forjados por él pero eso no nos exime de la responsabilidad de intentar distanciarnos críticamente de sus estructuras y actuar ética y políticamente contra sus bases y sus efectos. 

Que el patriarcado sea metaestable significa que sus formas se van adaptando a los distintos tipos históricos de organización económica y social, preservándose en mayor o menor medida, sin embargo, su carácter de sistema de ejercicio del poder y de distribución del reconocimiento entre los pares. Respecto de esto último, agregaré un sencillo ejemplo: todas las semanas me sigue asombrando la abrumadora dosis de reconocimiento intelectual y artístico que adjudican los suplementos literarios de todos los periódicos a creadores consagrados y noveles frente a la exigua ración otorgada a las creadoras de cualquier rango. Es evidente que, del siglo XVIII a nuestra época, no ha cambiado demasiado la percepción del “genio” como eminentemente viril.

Reflexionando sobre el patriarcado y los obstáculos que pone al reconocimiento del genio en una mujer, en su libro La política de las mujeres (Cátedra, 1997), Amelia Valcárcel subraya justamente que el acceso a la igualdad pasa tanto por la democracia paritaria y el empleo femenino como por el reconocimiento de la individualidad y del mérito en las mujeres y que un buen comienzo es la práctica de la solidaridad entre las mismas mujeres (excepto en el caso de que ésta implicara apoyo a medidas o ideologías contrarias a la emancipación). En Malas (Aguilar, 2002), Carmen Alborch ha examinado, a la luz de numerosos ejemplos, la rivalidad entre mujeres y los obstáculos para la solidaridad, dificultades relacionadas con la falta de autoconciencia de pertenecer a un colectivo históricamente discriminado. Descubrir la trama de la red socio-cultural en la que vivimos y de la que hemos extraído elementos para la constitución de nuestra propia identidad no es tarea sencilla.

La desaparición de los elementos coercitivos tanto en el plano de la ley como en el de las costumbres se debe fundamentalmente a las luchas del feminismo. Con ello me refiero tanto a su primera manifestación masiva con el sufragismo que conquistó el derecho al voto, como a la “segunda ola” de los sesenta-setenta del siglo XX, con su profunda transformación de las relaciones afectivo-sexuales, y a las investigaciones académicas, grupos locales y políticas de acción positiva de ámbito nacional e internacional que existen actualmente. Muchas son las tareas pendientes y una de ellas, como señala Alicia Miyares en Democracia feminista (Cátedra, 2003) es reconocer y asumir que el feminismo es una teoría que ha de vertebrar la práctica política.

La consideración de la violencia contra las mujeres, antaño considerada parte del orden natural de las cosas, como un grave delito relacionado con el sexismo es un paso fundamental para terminar con una tradición que no reconoce la autonomía a la mitad de los seres humanos. Que muchos de los asesinatos de mujeres sean realizados por hombres que no aceptan la ruptura de la pareja es significativo. “La maté porque era mía”, concepción subyacente a estos crímenes, es una de las expresiones más trágicas del orden patriarcal o sistema estratificado de género. Por ésta y otras asignaturas pendientes como la gran desigualdad en el acceso a los recursos y al reconocimiento, no puede decirse como han hecho algunas pensadoras de la diferencia sexual, que “el patriarcado ha muerto porque ya no existe en la mente de las mujeres”.

En las últimas décadas, se ha tendido a reemplazar el término patriarcado por el de sistema de género (o de sexo-género). Esta sustitución ha sido y es discutida en los ámbitos de pensamiento feminista con diversas y fundamentadas razones que no puedo aquí desarrollar por razones de espacio. Para muchas personas, entre las que me incluyo, el concepto de género como construcción cultural de las identidades y relaciones de sexo puede ser de utilidad para la comprensión de la organización jerárquica patriarcal si no se abandona el talante crítico feminista que pone de relieve la persistente desigualdad entre los sexos. 

La reacción indignada de tantos articulistas y literatos ante la generalización del uso de este término me ha reforzado en tal convicción. Un conocido lingüista propuso “sexo” y “naturaleza” como términos adecuados en lugar de “género”. El 13 de mayo de 2004, la Real Academia Española llegó a emitir un informe instando al gobierno a utilizar, en la denominación de la ley integral en curso de preparación, la expresión “violencia doméstica” en vez de “violencia de género”. Creo que a esta fuerte resistencia a aceptar un término que apunta al carácter estructural, cultural, histórico y sistemático de la organización patriarcal puede aplicarse el concepto de Pierre Bourdieu de violencia simbólica como mecanismo que dificulta la lucha cognitiva tendente a alcanzar la autoconciencia y la autonomía de un grupo oprimido. 

En nombre de las normas lingüísticas, se obstaculiza el uso de instrumentos conceptuales capaces de desafiar la relación de subordinación. Se priva, así, de significantes y significados adecuados a quienes intentan transformar las relaciones sociales. “Género” queda excluido del lenguaje por ser “una mala traducción del inglés” gender y “patriarcado” en el diccionario de la Real Academia no alude más que a una “organización social primitiva” en la que la autoridad recaía en el varón jefe de cada familia, o al “gobierno o autoridad de un patriarca”. A su vez, “patriarca” es definido como “persona (sic) que por su edad y sabiduría ejerce autoridad en una familia o en una colectividad”. 

Ni rastros de la reelaboración feminista y de su fuerte impacto en las ciencias sociales contemporáneas. ¿Simple casualidad? Quizás debamos pensar que no lo es, sobre todo cuando todavía el término “feminista” es utilizado como un insulto contra los que creen que la igualdad entre los sexos es un legado y una promesa del pensamiento democrático.

“Sólo pedimos lo que nos corresponde”: trabajadoras de maquilas Cartagena


A un año de plantón fuera de su lugar de trabajo, del que fueron despedidas sin el pago correspondiente, no se ven soluciones pero tampoco decae el ánimo de las obreras.

Carolina Bedoya Monsalve

Fotografías: Agencia Autónoma de Comunicación Subversiones

México, Distrito Federal. Dedicaron casi toda su vida a trabajar en la maquila Cartagena, que hace un año las dejó en la calle y sin el pago de las indemnizaciones que les corresponden.Pero Micaela Pardo,Alejandra Vera, Ángela Vázquez y Esther Rodríguez, junto con 16 obreras más, decidieron mantener un plantón afuera de la fábrica, en la delegación Iztapalapa, para exigir sus derechos; anuncian que no piensan claudicar, a pesar de la falta de respuestas del patrón.

Un viernes de junio del 2013, su patrón les anunció que fue el último día de trabajo porque “el barco ya se había hundido”. Un año después de que se declaró la huelga, las trabajadoras siguen en resistencia a pesar de que no hay una solución a la vista, y con una situación económica y de salud que intenta ganarles la batalla, pero “así es la lucha y lo único que queda es seguir resistiendo”, declara María Alejandra Vera.

María Micaela Pardo Hernández llegó a trabajar a la maquila en 1984,  en el área de planchado. Recuerda que durante los 29 años que estuvo en la fábrica las condiciones laborales fueron buenas, pero “después de la muerte del patrón, su hijo se quedó a cargo y todo empeoró con el paso de los días”.

Ernesto Kuri Segur fue el encargado de seguir el negocio de su padre y “cuando le empezó a ir mal nos echó la culpa a nosotras que porque no nos apuramos, pero ya ni llevaba materia prima para trabajar. A veces nos teníamos que turnar los hilos porque no había, no podíamos seguir el trabajo porque no había con que hacerlo”, denuncia Ángela Vázquez. Además de culpabilizarlas por su mal manejo de la fábrica, Kuri Segur les dejó de pagar la seguridad social, pero les siguió descontando el importe de su sueldo.

María Alejandra Vera Pluma, madre soltera, sólo tiene el apoyo de sus hermanas después de que fue despedida junto a 150 personas más. Trabajó en la maquila por 17 años. “Cuando el patrón nos despidió dijo que nos daba una solución: que nos fuéramos a trabajar con un amigo suyo pero que no garantizaba que nos fuera a pagar. Él nos debía semanas de trabajo, y no quiso indemnizar a mucha gente que llevaba trabajando 30 o 40 años. Pretendió dar 30 mil pesos en tres meses”, manifiesta. Señala que algunas personas aceptaron porque consideraron que no tenían más opción, pero sólo les dio dinero el primer mes y hasta la fecha no les paga el resto.

La maquila Cartagena empleó a 150 trabajadores; después del despido, sin el pago de sus sueldos y remuneraciones, 20 de ellos decidieron declararse en huelga. “El patrón llamó a alrededor de 15 trabajadores para que terminaran un trabajo. De esa manera quiso dividir al movimiento, porque después tampoco les pagó y ellas nos culparon a nosotras de no dejarlas trabajar. Hubo algunos problemas en la votación de la huelga y en ese momento la declararon inexistente”, explica Micaela Pardo.

“Nosotras trabajamos como destajistas, le sacamos toda la producción y luego el nos salió con que se quedó sin dinero; incluso dijo que prefería pagar un abogado que a nosotras”, explica Ángela Vásquez. Durante el año que llevan de huelga, la constante para las 20 mujeres que continúan a las afueras de la maquila es el poco interés del dueño de la fábrica por dar solución a sus exigencias.

Durante todo el año de plantón afuera de las instalaciones de la maquila, las trabajadoras deben presentarse constantemente a la sala de conciliación para recibir alguna propuesta por parte de Ernesto Kuri. Ángela Vázquez informa que en reiteradas ocasiones el empresario buscó una solución por fuera del tribunal, pero lo que les ofreció fue “prácticamente nada”.

“El patrón casi nunca se presenta a las reuniones porque dice que nadie le notificó que tenía que ir. Nosotras creemos que algo pasa, debe haber comprado a alguien, porque ya van cuatro o cinco veces y no pasa nada; otras veces dice que no tiene ninguna propuesta y se va”, apunta Alejandra Vera Pluma.

En otra ocasión, el dueño se presentó hasta el plantón para que le permitieran entrar a la fábrica a sacar algunos documentos. Ante la negativa de las trabajadoras, “nos ofreció para el refresco con tal de que lo dejáramos entrar y obviamente no lo dejamos, porque creemos que nos faltó al respeto. Nosotras no le estamos pidiendo ninguna limosna”, refiere María Micaela Pardo.

Ángela Vázquez Barrueto  trabajó durante 29 años en la maquila Cartagena. “Llegue cuando tenía 16 años de edad, no es justo que haya trabajado casi toda mi vida allí para que ahora no tengamos nada y no nos den lo que nos pertenece”.

Una lona de dos por tres metros, una estufa de gas, algunos cartones y cobijas en donde duermen quienes se quedan en el turno de la noche; tortillas, café y agua que los vecinos les comparten, son parte del lugar que se convirtió en su segunda casa y que las acercó no sólo como compañeras de trabajo, sino como una familia. “Nunca conviví con mis compañeras porque estábamos todo el tiempo trabajando, y ahora hasta dormimos juntas acá afuera de la fábrica”, cuenta Micaela Pardo.

Fechas importantes y momentos que no pueden compartir con sus familias son de las cosas más difíciles que sacrifican para continuar en la búsqueda del cumplimiento de sus derechos. “Nos rotamos los turnos de ocho de la mañana a 12, luego a  las cuatro de la tarde y un turno que se hace toda la noche”, detalla Ángela Vázquez.

Para María Alejandra Vera, lo más difícil es tener que hacer los turnos sin importar si están cansadas o enfermas, pero lo más bonito es que “aprendimos a defender nuestros derechos. No sabíamos que podíamos hacer algo para defendernos de los patrones. También que nos ayudamos y nos solidarizamos a pesar de que todas pasamos por momentos difíciles”. Para Esther Rodríguez, la convivencia con los vecinos es muy buena, pues “ellos nos traen cobijas, comida y frutas; nos preguntan cómo estamos y están pendientes”. A pesar de esa ayuda, remarca la trabajadora, “ya nos queremos ir”.

María Esther  Rodríguez Aquino es la que menos tiempo trabajó en la maquila, diez años. “Yo daba el sustento económico en mi casa. Tengo una hija que ahora ya se puso a trabajar, pero yo no he conseguido trabajo porque ya grande, es más difícil que me lo den. En mi casa muchas veces me dicen que no siga en la huelga, porque es difícil ganarle a un patrón”, relata.

Micaela Pardo Hernández actualmente trabaja en un puesto donde vende hule, otras trabajan limpiando casas, lavando y planchando ropa y entre todas intentar cubrir los turnos del plantón. Algunas ya no lo pueden hacer por su estado de salud. Arnulfo Reyes, el único hombre que las acompaña, es esposo de una de las trabajadoras; hace las guardias después de su trabajo para que no se queden solas en la noche.

Las trabajadoras resaltan que no piden limosna, sólo lo que por derecho les corresponde. “Llevamos un año, día y noche, afuera de la fábrica para luchar por nuestros derechos. No estamos pidiendo un favor, sólo que nos den lo que nos pertenece”, señala María Micaela Pardo.

María Vera dice que no es fácil estar allí: “es un sufrimiento, porque trabajo y quisiera llegar a mi casa a descansar, pero muchas veces tengo que venir a la guardia de la noche; además están las cosas de la casa y los hijos, pero esto es una lucha y hay que llegar hasta el final”.

El 26 de junio se cumple un año de que las trabajadoras se instalaron afuera de la maquila. “A veces es difícil estar todos los días, muchas compañeras viven muy lejos y no tienen trabajo, a veces  no hay ni para los pasajes, pero entre nosotras nos damos aliento para seguir en la lucha y no nos podemos rendir”, concluye María Esther Rodríguez.

España: 2 millones de personas justifican violencia de género


   A 10 años de creada ley integral, aumentan agresiones

Gloria López Cimacnoticias/AmecoPress 


Miguel Lorente hizo una “resonancia magnética” a la violencia de género para evidenciar “tejidos blandos” que no se ven, y “zonas oscuras” que no se advierten suficientemente.

Lo planteó al participar en una jornada organizada por la Asociación de Mujeres Juristas Themis, con motivo del décimo aniversario de la Ley Integral contra la Violencia de Género y que se celebró ayer en el Salón de Actos del Consejo General de la Abogacía Española.

La situación no es halagüeña. Los datos muestran que la violencia de género ha aumentado. Mientras en 2006 había 400 mil mujeres que vivían bajo la violencia, en 2011 llegaron hasta 600 mil. Es decir, en los años en los que se contó con más recursos y medios para abordar la violencia machista, ésta creció en un 50 por ciento.

“No es porque la ley no sirva”, advirtió Lorente. Sino por el “postmachismo”, una reacción a los cambios sociales que están impulsando las mujeres.

“Ellas lideran unas transformaciones que rompen con ese corsé de roles y espacios que les impedía incorporarse en igualdad a la sociedad y disfrutar de libertad e independencia. En cambio, los hombres no cambian y permanecen en esa idea de que su mujer debe hacer lo que se espera de ella, es decir, ser ante todo una buena esposa, madre y ama de casa.

“Y cuando intentan imponer ese criterio y la mujer no lo acepta, recurren a un mayor grado de violencia, y cuando este aumento de la violencia también fracasa y la mujer decide no continuar con la relación, se entra en la zona de riesgo del homicidio”.

Lorente señaló que no debemos limitarnos sólo a las denuncias. Según la macroencuesta de 2011, de las casi 600 mil mujeres sometidas a violencia de género, sólo el 22 por ciento denunció, es decir, “la inmensa mayoría no denuncia, algo que choca con el mito de que se denuncia falsamente”. Es una de las “zonas oscuras”.

Estas mujeres que no denuncian aun sufriendo violencia, o siguen aguantando, o se separan. Y cuando lo hacen, las y los hijos, que han estado viviendo la violencia por parte del padre, no quieren verlo.

Surge entonces una perversa interpretación: la madre manipula, lo que se ha estipulado incluso en el falso síndrome llamado SAP. “Todo esto es consecuencia de una violencia previa que no se investiga”, explicó Lorente. Nueva “zona oscura”.

En el análisis de la violencia contra las mujeres que dio el experto destacó la llamada de atención sobre la “tolerancia” y la “normalización” de la misma.

Según el Eurobarómetro de 2010, en Europa hay un 3 por ciento de personas que considera “aceptable” la violencia de género en determinadas circunstancias y un 1 por ciento en todas.

Eso se traduce que en España, de entrada, hay dos millones de personas que piensan que esta violencia es justificable en algunas circunstancias.

MALTRATADORES Y ASESINOS

También criticó que, al analizar la violencia machista, se desvíe la mirada y se deje al responsable en segundo plano. Desde que se contabilizan las víctimas de esta lacra, ha habido 700 mujeres asesinadas, lo cual quiere decir que hay 700 hombres asesinos.

Por cierto que “no son borrachos, ni actúan como consecuencia de las drogas”, aclaró Lorente, quien analiza las sentencias de los 346 homicidios perpetrados entre 2001 y 2010.

Los agresores saben lo que hacen y “aceptan las consecuencias de sus actos”, actúan más cuando la mujer se separa –ven en peligro su dominio–, y en los crímenes se advierte la expresión de una violencia acumulada y también indicadores de odio y ensañamiento.

En cuanto al aspecto institucional, analizando los estudios de condenas que ofrece el Observatorio de Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial, Lorente advirtió que “hay circunstancias relacionadas con la investigación y la instrucción que afectan al resultado y se traduce en menos sentencias condenatorias”.

Es claro que el riesgo de asesinato es mayor para aquellas mujeres que no denuncian. Pero no podemos obviar que de las 295 mujeres ultimadas en los últimos cinco años –sin contar las de 2014–, 72 habían denunciado.

“Donde tenemos más margen para actuar es tras la denuncia”, dijo Lorente, “y cuando los juzgados conceden medidas de protección, el riesgo baja”. Pero observó que la campaña machista de las “denuncias falsas” se traduce en la percepción de la propia víctima, en los juzgados, en el entorno, en todo.

Para el que fuera delegado del gobierno para la Violencia de Género, el avance en la protección de las mujeres tiene que ver con la valoración del riesgo y con adoptar los mecanismos adecuados, como las pulseras que permiten detectar la proximidad del agresor.

El especialista insistió en no ir sólo a lo evidente. Una de las claves está en el personal de la salud. “Las mujeres que sufren violencia van más a los centros de salud, por distintos motivos, a veces no demasiado evidentes, y no están siendo tratadas como tales, a veces por falta de formación del personal médico”.

“POSTMACHISMO” GUBERNAMENTAL

Lorente denunció que el “postmachismo” social “está pasando a ser un ‘postmachismo’ institucional”, que se expresa en los cambios planteados a la Ley Integral –buscando esconder la violencia que sufren las mujeres en el contexto doméstico o familiar–; la supresión de educación para la ciudadanía; los recortes en materia de salud; los indultos a guardias civiles que se burlan de agresiones sexuales, o la reforma de la actual ley del aborto.

Este “‘postmachismo’ utiliza la confusión como aliada para que todo siga igual bajo la desigualdad”. Bajo el juego de que “toda la violencia es importante”, insisten en destacar que las mujeres también hacen el mal.

Intentar mezclar todas las violencias, sus diferentes circunstancias y los distintos objetivos que persiguen, es no querer solucionar ninguna de ellas y dejar que todo transcurra como hasta ahora.

Pero como Miguel Lorente explicó, “estas reacciones y argumentos demuestran de manera directa que la desigualdad no es casual y que la violencia de género no es un accidente, sino todo lo contrario. La realidad es resultado de algo que se hace”.

En la jornada “Décimo aniversario de la Ley Integral: evaluación y propuestas de mejor” se analizó y debatió sobre los avances alcanzados y medidas contempladas en la L.O. de Medidas de Protección Integral contra la violencia de género, así como la realización de propuestas en esta materia.
 

Ser violada en México puede llevarte a la cárcel


 

Yakiri Rubí Rubio Aupart, la joven mexicana encarcelada tres meses y que corre peligro de volver a prisión, por haber matado a su agresor mientras se defendía de una violación. Crédito: Daniela Pastrana /IPS

Yakiri Rubí Rubio Aupart, la joven mexicana encarcelada tres meses y que corre peligro de volver a prisión, por haber matado a su agresor mientras se defendía de una violación. Crédito: Daniela Pastrana /IPS

MÉXICO, 25 jun 2014 (IPS) - “Solo quiero salir de todo esto”, repite a IPS entre frecuentes suspiros la joven mexicana Yakiri Rubí Rubio Aupart, que desde diciembre de 2013 enfrenta un juicio por el asesinato de su violador.

Yakiri, de 21 años, vive en el populoso barrio de Tepito, una de las zonas más peligrosas de la capital de México.

La tarde del 9 de diciembre, iba a reunirse con su novia cuando fue interceptada por dos hombres en la calle, que la raptaron, amenazándola con una navaja, la subieron a una motocicleta y la llevaron a un hotel, según la versión que ella ha defendido durante el proceso.

Según su testimonio, los dos hombres la golpearon. Uno de ellos, Miguel Ángel Anaya, de 37 años y 90 kilos, la violó, mientras su hermano, Luis Omar Anaya, salía a fumar. La joven se defendió e hirió a su agresor en el vientre y el cuello con su propia navaja. El hombre comenzó a desangrarse, pero tuvo tiempo de salir del hotel y huir en su moto.

Ella también salió corriendo del hotel y pidió ayuda a unos policías. Sangrando y semidesnuda llegó a una oficina del Ministerio Público (fiscalía), a tres cuadras del lugar.

Mientras esperaba que la atendieran varias heridas, una de ellas de 14 centímetros en un brazo, llegó su segundo agresor y la acusó de asesinar a su hermano por un pleito de amantes, algo que su condición de lesbiana desmonta, según su defensa.

Yakiri fue trasladada a una prisión de mujeres ya sentenciadas, acusada de homicidio calificado, un delito penado con cárcel de 20 a 60 años.

Tres meses después, un juez reclasificó el delito por el de “legítima defensa con exceso de violencia”, asignó una fianza, que a la familia le costó mucho reunir, del equivalente a 10.000 dólares y le permitió seguir el juicio en libertad bajo presentación semanal ante el tribunal.

Ahora, vive encerrada en su casa, debido a las constantes amenazas que han recibido ella y familia. Sólo sale acompañada de sus padres.

“Pasó de una cárcel a la otra”, dijo Marina Beltrán, su madre de crianza desde que tenía seis meses, presente durante la entrevista con IPS.

Luis Omar Anaya negó haber participado en el rapto y según su versión, aseguró que estaba en su casa, a poca distancia del hotel, cuando su hermano llegó moribundo.

Además, el lunes 23 solicitó ante un juez federal que se revoque la libertad condicional, en un amparo sobre el que hay que decidir en un plazo de 90 días. IPS intentó sin éxito dialogar con el abogado de Anaya.

Todo el proceso ha puesto en evidencia una red de protección judicial sobre los hermanos Anaya, que incluye la fabricación posterior de pruebas en contra de la joven.

El país del feminicidio

En México, con 118 millones de habitantes, cada día se producen 6,4 asesinatos de mujeres. De ellos, la mitad son feminicidios, al ser motivados por sexismo o misoginia. El término surgió, precisamente, a raíz de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, en el estado norteño de Chihuahua, en 1993. 

En ese estado, el número de asesinatos contra mujeres es 15 veces más alto que el promedio mundial. 

Pero el problema se expandió. Solo entre 2006 y 2012 los feminicidios en México aumentaron 40 por ciento, indica el informe “De sobrevivientes a defensoras: Mujeres que enfrentan la violencia en México, Honduras y Guatemala”.

Para los colectivos de defensa de los derechos de las mujeres en México, Yakiri se ha convertido en un emblema contra el machismo que impera en las instituciones que imparten justicia, donde el principio es desestimar lo que digan las mujeres violadas.

“Miles de mujeres han sido asesinadas luego de ser violadas y los feminicidas siguen libres. Pero una mujer violada que se defiende de la muerte termina en la cárcel y uno de sus violadores queda libre”, escribió la periodista y activista Lydia Cacho.

Por lo menos, el caso ha mostrado todas las deficiencias del sistema de justicia frente a una violación.

Cada año, se denuncian 15.000 violaciones en México, pero solo 2.000 llegan a juicio y poco menos de 500 culminan en una condena, según el Informe de la Violencia Feminicida en México 1985-2010, realizado por el parlamento y el gobierno con ONU Mujeres.

La situación real es peor porque solo entre 12 y 15 por ciento de las niñas o mujeres violadas lo denuncian, según el reporte que presentó Amnistía Internacional en julio de 2012 al Comité de las Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación Contra la Mujer.

“Amnistía Internacional no tiene conocimiento de la existencia de pruebas que demuestren que el número de violaciones está disminuyendo o que los enjuiciamientos y sentencias condenatorias están incrementándose”, asegura.

En el caso de Yakiri, los funcionarios del Ministerio Público tardaron nueve días en abrir una investigación sobre la violación y pasar el expediente a una fiscalía especializada en género.

Tampoco fue revisada por una ginecóloga, no le dieron atención psicológica, ni pastillas para evitar un embarazo, como establece la legislación del Distrito Federal, asiento de Ciudad de México.

La Norma Oficial Mexicana 046, vigente desde 2005, estipula que en caso de violación, “las instituciones prestadoras de servicios de atención médica deberán (…) ofrecer de inmediato y hasta en un máximo de 120 horas después de ocurrido el evento, la anticoncepción de emergencia” y están obligadas a “prestar servicios de aborto médico”.

Otro elemento machista, explica a IPS la abogada defensora Ana Katiria Suárez Castro, quien atiende gratuitamente el caso de Yakiri. Aseguró que la clasificación de “exceso de violencia” en la legitima defensa se usa mayoritariamente contra mujeres violadas.El principal antecedente de este caso ocurrió en febrero de 1996, en el Estado de México, por el que se expande la metrópoli capitalina, cuando al salir de una fiesta, una joven disparó y mató al novio de una amiga que pretendía violarla.

Un juez consideró entonces que, como la sangre de él estaba saturada de alcohol y la de ella no, el agresor no era consciente de sus acciones, mientras que la joven sí pudo haber evitado las suyas.

“¡El exceso de violencia en la legítima defensa es absurdo! ¿Cómo te puedes defender poquito?”, exclama la madre de Yakiri.

El matiz es determinante. Si el juez no hubiera establecido el exceso de violencia al reclasificar el delito, la joven habría sido exonerada; en cambio, si el juez determina que es culpable de un exceso de violencia, la joven deberá pagar a la familia de su agresor más de 28.000 dólares para “reparar el daño”.

En contraparte, la denuncia por la violación está bloqueada porque, para la fiscalía del Distrito Federal, el agresor ya pagó. Los fiscales no han considerado la reparación del daño, ni la participación del segundo agresor.

Seis meses después de la violación, Yakiri y su familia mantienen dos batallas: una legal, para ser exonerada del asesinato y para que haya una reparación del daño, y otra personal, para vivir sin miedo y recuperar sus vidas.

Durante este tiempo sus padres abandonaron sus trabajos y sus hermanos dejaron la escuela. La familia recibe acompañamiento psicológico. Ella ha tenido que acostumbrarse a tratar con periodistas.

“Al principio fue horrible, me ponía a llorar, porque cada vez que tengo que contar lo que pasó es como volver a vivirlo. Ya no lloro. Solo quiero que esto se acabe”, dice.

También quisiera volver a estudiar. “Siempre me gustó más trabajar. Pero ahora desearía aprender de leyes para ayudar a otras mujeres que pasan lo mismo que yo y no tienen a una abogada como la mía”, dijo esbozando, por fin, una debil sonrisa.

Esclavitud sexual cometida por militares en Guatemala





Tras conocer la captura de dos militares, quienes quedaron ligados a proceso por delitos contra la humanidad y la desaparición forzada de más de 20 personas, vale resaltar que ambos son señalados como responsables de unas 20 violaciones sexuales y otros crímenes cometidos en instalaciones castrenses de “descanso” en la comunidad guatemalteca de Sepur Zarco, en el nororiental departamento de Izabal, en 1982.


Foto: LANZERO
Por: Rosalinda Hernández Alarcón*
Cimacnoticias | Guatemala.- 

Los militares violaron a mujeres viudas, cuyos maridos eran líderes comunitarios que luchaban por la tierra en una región limítrofe entre el departamento de Alta Verapaz e Izabal, donde no hay certeza jurídica de la propiedad y finqueros se apropiaron ilegalmente de terrenos, y mantuvieron en situación de esclavitud a comunidades indígenas.
                                                                                                           
Estas mujeres indígenas q’eqchi’es, quienes han seguido un proceso difícil para salir de su condición de víctimas a ciudadanas que exigen su derecho a la justicia, además de ser ultrajadas sexualmente por soldados, sufrieron embarazos o abortos forzados, fueron obligadas a lavar, cocinar, limpiar y otras labores sin pago alguno, así como a bailar y sonreír contra su voluntad.

Estos crímenes fueron perpetrados al encontrarse solas, una vez que sus esposos fueron detenidos-desaparecidos por el Ejército durante la guerra civil. Ellos hacían gestiones para obtener los títulos de propiedad de la tierra donde habitaban y trabajaban.

La valentía, perseverancia y decisión que han demostrado 15 mujeres que siguen el proceso desde 2010 a la fecha, sin duda son un ejemplo para muchas otras, entre ellas, quienes las acompañan como querellantes adhesivas y plantean que todos los delitos cometidos sean reconocidos como violencia sexual, porque tales agresiones no se pueden interpretar como cuestión privada sino como parte de una violencia social cometida dentro de un destacamento castrense (esclavitud sexual), hechos en los que tienen responsabilidad los militares imputados.

¿Cómo demostrar lo anterior? Las abogadas que llevan el caso explican que los testimonios de las mujeres del caso Sepur Zarco tienen gran importancia como prueba, es la principal, ya que son imposibles las de tipo forense.

La legislación nacional e internacional abre puertas para que los abusos cometidos sean tipificados como delitos contra la humanidad.

Todas ellas merecen un reconocimiento por el papel que están jugando, y porque sus denuncias confirman las agresiones sexuales sufridas por otras mujeres en la región ixil, en Panzós y otros lugares, mismas que siguen impunes.

Otro aspecto relevante que este caso hace evidente es cómo durante las dictaduras militares en el país centroamericano, líderes que luchaban por la tierra fueron considerados “enemigos”, a tal grado que elementos de las fuerzas de seguridad los asesinaron bajo el argumento de “defender a la patria”, y se apropiaron de los cuerpos de las viudas.

Destacar esto inevitablemente lleva a pensar la aberrante tendencia que actualmente se reproduce por quienes califican de “enemigos del desarrollo”, “contrarios a la modernidad” o “antisociales”, a personas que luchan por defender el territorio en Guatemala.

Son mujeres y hombres que en el ejercicio de sus derechos ciudadanos demandan ser tomados en cuenta en planes industriales y agropecuarios, por ello rechazan las formas de gobierno autoritario que imponen un modelo que destruye el patrimonio natural: de ninguna manera son enemigos.

*Periodista mexicana, residente en Guatemala y coeditora de la publicación feminista LaCuerda.