Este es el rostro real y cotidiano de esta ciudad que en 2009 fue considerada la más peligrosa del mundo y que hoy será visitada por el papa Francisco.
Esta no es la Ciudad Juárez maquillada, la que espera una visita
redentora que por decreto divino cambie la realidad. Es la ciudad de
siempre, la de la violencia que marca familias y divide colonias
enteras, la de quienes trabajan horas extras en las maquilas para ganar
un poco más. Es la ciudad de los que se quedan, no la de quienes la visitan por unas horas.
Es
la ciudad de Eduardo, estigmatizado por ser joven (25 años), llevar una
arracada en la nariz, tatuajes, vestimenta holgada y gorra de visera
recta. Tiene diez años haciendo grafiti, rap y hip-hop para escapar de
todo lo que le rodea y apoyar a quienes también encuentran en la música
una vía para salir adelante.
Apenas
terminó la secundaria. No tenía dinero para seguir estudiando pero el
ser considerado un joven problemático le cerró las puertas. La música lo salvó.
Hoy compone canciones, produce discos y apoya proyectos a través de un
colectivo. No se conforma con eso, desde hace tres años es promotor
social en diversas colonias de Ciudad Juárez y utiliza la música y el
grafiti para ayudar y tener lo que él nunca recibió. Su nombre artístico
es Pok Tres Siete. “Si hubiera tenido más oportunidades, pues
hubiera estado perrón. Pero yo aprendí todo por necesidad, nadie me dijo
cómo ni qué”.
Eduardo Ramírez es de
los que se han quedado en Juárez, al igual que las organizaciones de la
sociedad civil que tienen una presencia histórica en el trabajo
comunitario. Y aunque la ciudad lo condena por su apariencia, cree que
trabajar por su comunidad es la mejor respuesta que puede ofrecer. Desde
hace cinco meses, Eduardo enfrenta un reto mayor: en el patio de su
casa abrió talleres de música y dibujo para niños y adolescentes. Nunca
había trabajado por los habitantes de su colonia, la Pancho Villa.
Eduardo la describe como un “hoyo” que a nadie le importa
porque está lejos de los asentamientos pobres del poniente ─que tienen
mayor atención de los programas gubernamentales─ y cerca de la colonia
Lomas del Rey, formada por viviendas de clase media. Enclavada en parte
de un arroyo entre Casas Grandes y el Eje Vial Juan Gabriel, su colonia
ve de reojo a la frontera con Estados Unidos.
En la Pancho Villa viven familias que hace décadas emigraron de Zacatecas, Chiapas y Veracruz para buscar un mejor empleo en las fábricas de la ciudad. Es una historia que se repite en todas las colonias. El documento La realidad social de Ciudad Juárez
refiere que en la década de los noventa esta zona vivió un repunte
demográfico asociado a la importante generación de puestos de trabajo
ligados a la industria maquiladora, muchos ocupados por migrantes de
todo México.
En el año 2000, según datos del INEGI, uno de cada tres habitantes juarenses había nacido en una entidad distinta a Chihuahua.
Aunque en los últimos años se identifica a Veracruz como el más
importante expulsor de población hacia Ciudad Juárez, en el año 2000 el
30.8% de esta migración provenía de Durango, 19.6% de Coahuila, 11.6% de
Veracruz y 11% de Zacatecas; en conjunto, estas cuatro entidades
reunían el 73% de los inmigrantes.
La
migración tuvo características especiales. En diversas investigaciones
académicas se ha documentado que el arribo de mujeres solas de otros
estados del país, sin las redes familiares para apoyar el cuidado de sus
hijos, llevó al surgimiento de una generación de menores de edad que crecieron en su casa sin compañía ni espacios educativos y de recreación.
Este
abandono, así como la ausencia de políticas sociales provocó múltiples
problemas. La Encuesta de Cohesión Social para la Prevención de la
Violencia y la Delincuencia 2014 (Ecopred) indica que 35.7% de
los jóvenes de Ciudad Juárez dijeron que por lo menos uno de sus amigos
había estado involucrado en actos de vandalismo, golpeado a
alguien, portado un arma, robado, pertenecido a una banda violenta,
arrestado y/o participado en grupos criminales. La percepción del
entorno delictivo es uno de los más altos de las 47 ciudades donde se
aplicó la encuesta.
Por si fuera
poco, la crisis de inseguridad que envolvió a Ciudad Juárez y que la
convirtió en la ciudad más violenta del mundo trastocó la vida de sus
habitantes. Si la cifra anual de homicidios entre 1991 y 2007 era de
entre 200 y 300, la cantidad de muertes violentas llegó a las 2,656 en
2009. En ese año, 26% de los homicidios en todo el país se cometió en Ciudad Juárez.
El
legado violento todavía trastoca la vida de los juarenses. La colonia
Pancho Villa no es la excepción. La diferencia de orígenes provoca que
cada familia tenga costumbres y prácticas distintas, difíciles de
conciliar. La colonia está dividida por una cancha de futbol sin
porterías, cuenta Eduardo. La convivencia que debería traer el deporte
es una utopía.
Hoy, el
terreno de juego es una marca que parte el territorio en dos y campo de
batalla de pandillas rivales que miden fuerzas a balazos y pedradas.
Desde hace años, quienes viven en uno y otro lado de la cancha no
pueden cruzar la línea de medio campo. “Si te reconocen”, dice Eduardo,
“seguro que estarás en problemas”.
De
un lado del campo de futbol está el kínder y la primaria, del otro lado
la secundaria. Hay familias que por no entrar al territorio enemigo
prefieren ir un centro escolar más alejado de su vivienda o que sus
hijos mejor permanezcan en casa. Cuando pocas familias llenaron
correctamente los formatos de inscripción para sus talleres, Eduardo
comenzó a preguntar y supo que en la colonia Pancho Villa la mayoría de
los adolescentes abandonan los estudios y repiten la historia de sus
padres que no terminaron la educación básica.
Las
diferencias entre los vecinos están también al interior de las
familias. Eduardo lo escucha todos los días. Con tablas de madera que
sirven de paredes, las conversaciones a gritos se cuelan en su casa. Sus
vecinos pelean a la menor provocación. Brisa, su vecina de 15 años,
lava los platos de la familia entre insultos de su hermano, que se ufana
de nunca haber recogido un plato de la mesa. No es un asunto aislado.
La Ecopred 2014 revela que 32% de los jóvenes de Ciudad Juárez de 12 a 29 años identifican peleas o situaciones de conflicto en su hogar.
En
ese entorno inició sus talleres de pintura y música. Eduardo adaptó su
casa de dos cuartos y un patio para recibir a los asistentes. En el
patio colocó una carpa y acondicionó el área para que puedan trabajar
sin distracciones. Su sueño es que al final de los talleres pueda montar
una galería con los dibujos de los niños y grabar un disco
recopilatorio con un poemario elaborado con frases de los pequeños. Él
lo grabaría y produciría, los niños harían las letras y las cantarían.
En los talleres se encontró con niños tímidos, poco sociables, desconfiados. En esta colonia, dice Eduardo, nunca han existido apoyos comunitarios, ni ayudas.
No están acostumbrados a que nadie les dé nada. Por eso, quienes viven
aquí están sorprendidos que un joven como Eduardo ofrezca talleres
gratuitos en el patio de su casa.
Apoyado
por la Organización Popular Independiente (OPI), ha logrado captar en
sus talleres hasta 25 asistentes con edades de cinco a 23 años. Aunque
todo está destinado a niños y adolescentes, no puede rechazar a quienes
con mayor edad se integran a las actividades.
Eduardo
–divorciado y padre de una pequeña de tres años─ observa que en el
patio de su casa se reproducen las conductas familiares y vecinales. En
los talleres debe estar lidiando con peleas y controlando los insultos
entre los menores. Aprende a llevar las situaciones complicadas. Tiene
detectado que tres niños –de 15, 14 y 13 años de edad─ son adictos a las
pastillas, los inhalantes y la mariguana; uno de ellos es Tito, que
fuma la mariguana que sus papás le ofrecen.
En Ciudad Juárez, revela la Ecopred 2014, 22% de los jóvenes de 12 a 29 años dijeron tener amigos que ofrecen, venden o consumen drogas ilegales. La misma encuesta detalla que 8% de quienes contestaron las ha consumido por lo menos una vez.
Y
eso que hoy a sus talleres sólo asisten niños y adolescentes que viven
en el lado de la cancha donde se encuentra su casa. “No he podido ganar
la confianza de la gente del otro lado, no quieren enviar a sus hijos
por miedo a que les hagan algo acá”, asegura.
En
estos meses ha comprendido que su esfuerzo también requiere de
paciencia e inteligencia para encontrar gustos e intereses que puedan
unir a los niños. Por ejemplo, en la colonia Pancho Villa todos los
niños quieren ser “galleros”. Los vecinos siempre han criado gallos,
explica Eduardo, pero desde la apertura de un palenque en un viejo
depósito de autos, estas aves son el centro de la vida comunitaria.
Eduardo
ha identificado en los gallos un tema común y de interés para los
menores. “Cada viernes pelean gallos y los gallos que están heridos o
moribundos, los dueños los tiran en un contenedor. Muchos de los niños
van y los recogen, los curan y ya tienen gallos de pelea”.
Los
gallos pueden ayudar, pero sigue buscando despertar el interés de los
pequeños y ganar la confianza de los padres de familia para que dejen a
sus hijos acudir a los talleres. No se ha encerrado en el patio de su
casa. Para que los vecinos vean su trabajo sale a los alrededores a
poner cal a los árboles. “Eso lo ha visto la gente y se acercan nuevos
participantes”.
No se conforma con lo logrado. Su ilusión es acabar con la división en la colonia
y que el campo de campo de futbol deje de ser un ring y vuelva a
convertirse en una cancha deportiva donde todos puedan jugar sin
problemas. “Me pongo a pensar ¿dónde va a salir a jugar mi hija? ¿Va a
crecer como todos los niños de aquí?”
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