Carlos Bonfil
Un
mundo alucinado. En Milton, apacible y somnoliento pueblo
estadunidense, un asesino serial anda suelto. Jerry (Ryan Reynolds) es
un obrero gris y afable en una fábrica de muebles para baño. Más de una
empleada del lugar suspira por su apostura banal de norteamericano
medio. Él a su vez suspira por una sola colega suya, la bella británica
Fiona (Gemma Arterton) que, de manera amable y displicente, ignora su
cortejo. Esquizofrénico bajo estricto control médico, el joven vive una
tranquila rutina doméstica en compañía de sus dos mascotas, el perro
Bosco y el maléfico gato Bigotes, con quienes habla todo el tiempo y
cuyas voces, reprimendas y consejos, escucha muy atento cuando no toma
sus pastillas. Un alucine cotidiano. La creciente frustración
sentimental de Jerry, y el detonante de un accidente en carretera,
rompen luego el precario equilibrio entre la razón y el delirio
precipitando al protagonista en una irrefrenable vorágine asesina.
Cuarto largometraje de Marjane Satrapi (Persépolis, 2007), directora, guionista y dibujante francesa de origen iraní, Las voces (The voices, 2014)
es una arriesgada incursión en la comedia de horror, muy atractiva
desde su premisa de ilustrar fantasiosamente las alteraciones mentales
de un personaje esquizofrénico. Con mascotas parlantes, dotadas de
cualidades arquetípicas (perro noble e ingenuo; gato inteligente y
malvado), lo descrito parece situarse en el territorio inofensivo y
gracioso de Stuart Little (Rob Minkoff, 1999), sólo que el
plácido hogar de aquella comedia estadounidense se ha transformado aquí
en un siniestro depósito de cadáveres.
Con su destreza en el manejo del lenguaje de la tira cómica, la directora evita en la edición los detalles excesivamente gore
que sugiere la trama, por lo que resulta más perturbador observar el
comportamiento desequilibrado del torpe seductor, que la paciente
ejecución de su faena criminal. Al respecto, la interpretación de Ryan
Reynolds (Cautivos, Atom Egoyan, 2014) es notable.
Lo inquietante en la cinta, y paradójicamente lo más divertido, es
el modo en que el protagonista escucha con estupor, asombro infantil y
espanto final, las voces imposibles de sus mascotas, convertidas cada
una en buena y mala conciencia de los actos incontrolables de su dueño.
Un delirium tremens transformado en asunto de comedia, con gags
paródicos, un tanto reiterativos, que son el contrapunto dramático que
se pensó indispensable para una historia demasiado siniestra, cercana a
la nota roja.
Es curioso ver hasta qué punto la popularidad de las novelas gráficas o de series televisivas estilo Dexter o Six feet under, han
llevado a algunos realizadores a replantearse los tratamientos de lo
macabro en el cine, combinando crecientemente los géneros del horror y
la comedia. Más revelador aún es el modo en que un público cada vez más
amplio se ha acostumbrado a tal punto al horror social cotidiano que
describen los medios (ejecuciones, evisceraciones, cuerpos destazados,
sadismo del crimen organizado), que pocas cosas pueden procurarle ya la
emoción o el terror que solían desatar los géneros tradicionales. La
directora franco-iraní parece tomar en cuenta esa evolución del gusto
popular y se le ve aquí aprovechar al máximo los elementos kitsch
de la comedia a lo John Waters, también algo del humor esperpéntico de
Tim Burton, para hacer del clásico asesino serial una figura cómica con
algunos tintes de incorrección política.
Ciertamente haber elegido como guionista de esta cinta a Michael R. Perry, productor de las series televisivas La zona muerta, Actividad paranormal o América oculta, fue
apostarle a un buen olfato comercial, a todo un barómetro de las modas
mediáticas dominantes. Eso explica tal vez la escasa sutileza en el
manejo de los elementos cómicos, el carácter repetitivo de algunas
ocurrencias, sin hablar de una explicación truculenta y pedestre de los
traumas de infancia del protagonista. Aunque el resultado de la cinta
es desigual debido a esos lastres que sorprenden en la fina realizadora
de Persépolis, cabe resaltar su sólido trabajo en la
dirección de actores y un diseño de arte capaz de evocar de modo muy
sugerente las atmósferas enrarecidas del pequeño poblado de Milton, a
medio camino entre la fantasía rosa de un esquizofrénico soñador y la
oscura pesadilla con que se topa al despertarse.
Se exhibe en salas de Cinépolis y Cinemex.
Twitter: @CarlosBonfil1
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