8/09/2015

Las voces



Carlos Bonfil

Un mundo alucinado. En Milton, apacible y somnoliento pueblo estadunidense, un asesino serial anda suelto. Jerry (Ryan Reynolds) es un obrero gris y afable en una fábrica de muebles para baño. Más de una empleada del lugar suspira por su apostura banal de norteamericano medio. Él a su vez suspira por una sola colega suya, la bella británica Fiona (Gemma Arterton) que, de manera amable y displicente, ignora su cortejo. Esquizofrénico bajo estricto control médico, el joven vive una tranquila rutina doméstica en compañía de sus dos mascotas, el perro Bosco y el maléfico gato Bigotes, con quienes habla todo el tiempo y cuyas voces, reprimendas y consejos, escucha muy atento cuando no toma sus pastillas. Un alucine cotidiano. La creciente frustración sentimental de Jerry, y el detonante de un accidente en carretera, rompen luego el precario equilibrio entre la razón y el delirio precipitando al protagonista en una irrefrenable vorágine asesina.

Cuarto largometraje de Marjane Satrapi (Persépolis, 2007), directora, guionista y dibujante francesa de origen iraní, Las voces (The voices, 2014) es una arriesgada incursión en la comedia de horror, muy atractiva desde su premisa de ilustrar fantasiosamente las alteraciones mentales de un personaje esquizofrénico. Con mascotas parlantes, dotadas de cualidades arquetípicas (perro noble e ingenuo; gato inteligente y malvado), lo descrito parece situarse en el territorio inofensivo y gracioso de Stuart Little (Rob Minkoff, 1999), sólo que el plácido hogar de aquella comedia estadounidense se ha transformado aquí en un siniestro depósito de cadáveres.

Con su destreza en el manejo del lenguaje de la tira cómica, la directora evita en la edición los detalles excesivamente gore que sugiere la trama, por lo que resulta más perturbador observar el comportamiento desequilibrado del torpe seductor, que la paciente ejecución de su faena criminal. Al respecto, la interpretación de Ryan Reynolds (Cautivos, Atom Egoyan, 2014) es notable.

Lo inquietante en la cinta, y paradójicamente lo más divertido, es el modo en que el protagonista escucha con estupor, asombro infantil y espanto final, las voces imposibles de sus mascotas, convertidas cada una en buena y mala conciencia de los actos incontrolables de su dueño. Un delirium tremens transformado en asunto de comedia, con gags paródicos, un tanto reiterativos, que son el contrapunto dramático que se pensó indispensable para una historia demasiado siniestra, cercana a la nota roja.

Es curioso ver hasta qué punto la popularidad de las novelas gráficas o de series televisivas estilo Dexter o Six feet under, han llevado a algunos realizadores a replantearse los tratamientos de lo macabro en el cine, combinando crecientemente los géneros del horror y la comedia. Más revelador aún es el modo en que un público cada vez más amplio se ha acostumbrado a tal punto al horror social cotidiano que describen los medios (ejecuciones, evisceraciones, cuerpos destazados, sadismo del crimen organizado), que pocas cosas pueden procurarle ya la emoción o el terror que solían desatar los géneros tradicionales. La directora franco-iraní parece tomar en cuenta esa evolución del gusto popular y se le ve aquí aprovechar al máximo los elementos kitsch de la comedia a lo John Waters, también algo del humor esperpéntico de Tim Burton, para hacer del clásico asesino serial una figura cómica con algunos tintes de incorrección política.

Ciertamente haber elegido como guionista de esta cinta a Michael R. Perry, productor de las series televisivas La zona muerta, Actividad paranormal o América oculta, fue apostarle a un buen olfato comercial, a todo un barómetro de las modas mediáticas dominantes. Eso explica tal vez la escasa sutileza en el manejo de los elementos cómicos, el carácter repetitivo de algunas ocurrencias, sin hablar de una explicación truculenta y pedestre de los traumas de infancia del protagonista. Aunque el resultado de la cinta es desigual debido a esos lastres que sorprenden en la fina realizadora de Persépolis, cabe resaltar su sólido trabajo en la dirección de actores y un diseño de arte capaz de evocar de modo muy sugerente las atmósferas enrarecidas del pequeño poblado de Milton, a medio camino entre la fantasía rosa de un esquizofrénico soñador y la oscura pesadilla con que se topa al despertarse.
Se exhibe en salas de Cinépolis y Cinemex.
Twitter: @CarlosBonfil1

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