Derechos humanos
En el
contexto de una mesa de análisis organizada por una oficina de la
Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), diversos
investigadores y especialistas vincularon el desolador panorama que
impera en el país en esa materia a la generalizada impunidad, la cual, a
decir de Julieta Morales Sánchez, directora del Centro Nacional de
Derechos Humanos (Cenadh), provoca la reproducción social de la
violencia y de los delitos y conforma
un círculo vicioso de impunidad e injusticia que agrava la situación de víctimas, que a su vez son revictimizadas no solamente por delincuentes, sino por parte de las entidades estatales. A su vez, Arturo Alvarado Mendoza, del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México, señaló que desde el poder público se enuncian los derechos humanos, pero ese mismo poder es ejercido de una forma tal que anula tales derechos.
Esos y otros señalamientos formulados en el encuentro referido tienen
como telón de fondo la manifiesta agudización de la inseguridad en
general, y particularmente de una hostilidad que se ha ensañado contra
activistas, periodistas y disidencias de toda clase y que provienen, en
forma directa o indirecta, de estamentos de los diversos niveles de
gobierno.
El caso más reciente es el del fotorreportero Rubén Espinosa y la antropóloga y activista Nadia Vera, torturados y ejecutados la
semana pasada junto con otras tres personas en un departamento de la
colonia Narvarte en esta capital. Independientemente de las conclusiones
a las que llegue la procuraduría local, el hecho es que Espinosa y Vera
se vieron obligados a salir de Veracruz, entidad en la que laboraban,
por el acoso y las amenazas de empleados de la autoridad estatal, según
denunciaron meses antes de ser asesinados.
En este contexto resulta inquietante la advertencia emitida ayer por
los familiares de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos en
septiembre del año pasado en Iguala, de que
la persecución de los opositores al régimen es el signo de los tiempos que corren y se observa tanto en el asesinato de periodistas y activistas como en el hostigamiento contra el magisterio de Oaxaca y del resto del paísy su señalamiento de que
día con día se multiplican los casos de detenciones arbitrarias, ejecuciones extrajudiciales, tortura y desapariciones forzadas en Guerrero, Michoacán, Veracruz, Oaxaca, estado de México y ahora en el Distrito Federal. Con base en esos hechos, los padres de los muchachos desaparecidos de Ayotzinapa afirmaron que
todo México es territorio de impunidad.
En efecto, el país asiste a una parálisis generalizada de las
capacidades del Estado para garantizar la seguridad y la vida de la
población y procurar e impartir justicia, no sólo en los casos de
violaciones evidentes a los derechos humanos, sino también ante los
síntomas inocultables de corrupción gubernamental, como ocurre con la
reciente fuga de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, del penal de El Altiplano, en Alomoloya, estado de México.
Y la clave de esta situación es, en efecto, como se señaló en el
encuentro convocado por la CNDH, la inveterada impunidad de que suelen
disfrutar los agresores y los transgresores, particularmente cuando
operan desde dependencias oficiales.
Al margen de discursos y de reformas legales e institucionales,
resulta claro que el fallo principal no se encuentra en el marco legal
vigente, sino en la falta de voluntad para hacerlo cumplir. Las
autoridades de todos los niveles y de los tres poderes deben hacer
frente de una vez por todas al entramado de complicidades y
encubrimientos que desembocan en la impunidad generalizada y en un
estado de derecho que es, en buena medida, un mero ejercicio de
simulación. Resulta imperativo que los gobernantes y la clase política
en su conjunto sean capaces de percibir el profundo daño que estos
fenómenos causan al país, a la gobernabilidad y a la autoridad de las
instituciones.
Fuente original: http://www.jornada.unam.mx/2015/08/09/opinion/002a1edi
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