El
ecofeminismo está en todas partes en América Latina. Seamos capaces de
reconocerlo o no, existe una estrecha relación entre los problemas
ambientales y las asimetrías de género.
Si utilizamos una
definición amplia, los ecofeminismos son un conjunto de miradas,
reflexiones y prácticas que abordan la dominación que opera
simultáneamente sobre mujeres y la Naturaleza. La relevancia de esa
mirada ya es evidente desde las comunidades locales.
En
efecto, se ha visto que en algunos sitios las mujeres reaccionan de
manera distinta que los hombres cuando los ambientes donde viven se ven
contaminados o amenazados. Una lideresa indígena, en Bolivia, pocos
meses atrás señalaba que las mujeres son las que “sienten que la contaminación nos entra por todos lados, sobre todo cuando estamos gestando.” O
sea, que sienten y perciben a esos contaminantes invadiendo sus propios
cuerpos. En cambio, agregaba la lideresa boliviana, los “hombres llegan sucios de la mina y se bañan y ya está”.
Nosotras sabemos que la contaminación no se limpia con un baño, ésta se
mete y se integra a nuestro cuerpo, a las moléculas que sintetizamos, a
las nuevas vidas que generamos.
Estos tipos de
testimonios son impactantes. En ellos están por un lado, ideas de
conexión, entendiendo que el ambiente nos afecta y nosotros afectamos
al ambiente. No somos entes independientes e intocables separados del
resto del mundo, separados por nuestra piel, como si ella fuese una
muralla. Por otro lado, en esas posiciones queda claro que las mujeres
somos receptoras y dadoras de vida. Nuestro cuerpo genera conexiones y
espacios para albergar y nutrir a nuevas vidas. Este tipo de vínculos
provoca una conciencia de conectividad que es bidireccional y que
genera un sentir de responsabilidad. Responsabilidad por lo que comemos
y bebemos, por el ambiente en el que vivimos, por nuestro cuerpo, y por
muchos otros factores que directa o indirectamente nos afectan como
dadoras de vida. Finalmente, también debe reconocerse un sentido de
vulnerabilidad, al aceptarse que no se tiene un control completo. Todo
esto hace diferencias sustanciales con la impostura patriarcal, que la
concibe como una debilidad negativa.
Los ecofeminismos
abordan este tipo de cuestiones. Algunas corrientes sostienen que las
sociedades actuales, en su gran mayoría, se insertan en estructuras
patriarcales, jerárquicas, bajo relaciones de dominación que afectan
tanto a las mujeres como a la Naturaleza. Así como se domina a las
mujeres, también hay una imposición sobre la Naturaleza. Es más, se
desvaloriza y suprime todo aquello que es concebido como femenino o con
características femeninas. Otras ecofeministas, en cambio, le dan más
trascendencia a la construcción occidental de una cultura basada en
dualismos. Es decir, pares de conceptos que son considerados histórica
y culturalmente como opuestos (más que complementarios) y exclusivos
(más que inclusivos) y que además están jerarquizados, donde uno es
mejor o superior al otro. Ejemplos clásicos serían los dualismos
sociedad/Naturaleza, hombre/mujer o razón/emoción.
En
otras palabras, todo lo que histórica o culturalmente se asocie con la
Naturaleza, el cuerpo, la emoción y la mujer es entendido cómo
inferior, débil, vulnerable, más “animal”; mientras que, lo que se
refiere a la mente, la razón y el varón, es conceptualizado como
superior, objetivo y racional, incluso más humano. Es así que la
opresión de las mujeres y la crisis ecológica son explicadas por muchas
autoras ecofeministas como originadas de estas dicotomías sobre cuya
base se generan los conceptos de “mujer” y de “Naturaleza”. Allí están
ancladas las posturas utilitaristas que justifican desmembrar la
Naturaleza, o la obsesión economicista con aprovechar el entorno para
asegurar el crecimiento económico. Son posturas que por cierto no son
exclusivas de varones, sino que en la actualidad también defienden
muchas mujeres.
Cuando se entiende esto, queda en claro
que aquel reconocimiento de la vulnerabilidad está muy lejos de ser una
debilidad, sino que es una de las fortalezas más importantes desde una
mirada de género, ya que deviene de una conciencia real de nuestra
profunda interdependencia con la Naturaleza.
En esa línea, otro testimonio de una lideresa indígena aporta más precisiones: “la
mujer comparte con la Madre Tierra el dar vida. La Madre Tierra es una
gran familia de la que nos vemos como parte y donde todos cumplen una
función. Había un equilibrio, pero ya no lo hay. Por eso es necesaria
la mujer y que tomamos el rol que tomamos”. Ese tipo de
perspectiva, concibiendo a la Naturaleza como parte de la propia
familia, es común en muchos otros sitios. Allí está, a mi modo de ver,
una de las razones por las cuales muchas veces son las mujeres las
primeras en reaccionar, en colocarse en primera línea en la lucha
contra emprendimientos depredadores. Es una postura que también,
explica su fortaleza y consistencia en mantener las luchas en el tiempo
y no ceder ante tentaciones económicas. Las mujeres no negocian.
Resisten. Saben que la compensación económica no limpia ni sus cuerpos
ni sus ambientes.
Es que esos y otros ejemplos muestran
que las mujeres no están atrapadas en el utilitarismo frente a la
Naturaleza. Tienen claro que una compensación, por ejemplo económica,
no restituye los ambientes destruidos ni significa sanar la salud. No
caen en las tentaciones de las prácticas usadas por empresas y
gobiernos de usar alguna compensación para obtener el permiso de las
comunidades para la extracción de recursos naturales de sus
territorios. Afirman una y otra vez que el propio cuerpo, la familia,
la comunidad o la Naturaleza, están todos profundamente conectados, y a
ello no se le puede poner un precio.
Estas y otras
posiciones se discuten en la revisión “Género, ecología y
sustentabilidad”, con el ánimo de fortalecer la mirada propia y
privilegiada de muchas mujeres sobre la Naturaleza, lo que nos
convierte en jugadoras claves en procesos de cambio. Sin dudas que esta
no es una tarea exclusiva para las mujeres, y es por ello importante
que los varones nos acompañen, pero también es hora de reconocer las
voces y liderazgos femeninos que, bajo valoraciones patriarcales, son
sistemáticamente ignorados.
Los ecofeminismos no se
encandilan con discursos desarrollistas, sean éstos propuestos por
varones o mujeres, y brindan muchas opciones para pensar y analizar
estas cuestiones. Son abordajes que van hacia las raíces de los
problemas y que no actúan solamente sobre las consecuencias que éstos
generan. Son posturas indispensables para un nuevo activismo que debe
enfrentar una grave crisis social y ambiental.
- Lucía Delbena-Lezama
es investigadora en el Centro Latino Americano de Ecología Social
(CLAES), en Montevideo. El documento “Género, ecología y
sustentabilidad” se puede descargar aquí: http://www.alainet.org/es/file/2763/download?token=6L9k5T4G
http://www.alainet.org/es/articulo/171668
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